PREFACIO
En la historia reciente de la f�sica, y con toda seguridad tambi�n en muchas otras ramas de la ciencia, hallamos ejemplos de objetos elusivos, que no se dejan ver. Se tiene, por un lado, una teor�a f�sica bien establecida, como la mec�nica cu�ntica, por ejemplo, que predice una serie de hechos que habr�an de ser observables. Al descubrirlos experimentalmente, la teor�a, ya comprobada en otras situaciones, recibir�a una confirmaci�n m�s y conquistar�a una isla firme del conocimiento, plataforma segura para dar luego un paso m�s hacia adelante. Por el contrario, el no poder verificar esas predicciones podr�a dar al traste con el esquema te�rico, o al menos retrasar su progreso.
Vienen a la mente tres revolucionarias predicciones, hechas en el primer tercio del siglo
XX
: las contenidas en las teor�as de la relatividad de Einstein, las antipart�culas de Dirac y el neutrino de Pauli. Las dos primeras recibieron pronta comprobaci�n: entre 1916, cuando Einstein predijo que la luz deber�a desviarse al pasar cerca de un objeto muy masivo, y 1919, cuando Eddington observ� tal desviaci�n durante un eclipse de Sol, mediaron tan s�lo tres a�os; y el positr�n, antipart�cula del electr�n, cuya posibilidad hab�a sido predicha por Dirac en 1930, fue descubierto por Anderson en 1932, dos a�os despu�s. Sin embargo el neutrino, casi sin masa, que seg�n Pauli deber�a acompa�ar a la desintegraci�n beta para salvar as� algo tan fundamental como el postulado de que la energ�a se conserva, result� m�s elusivo; entre 1931, cuando Pauli lo propuso, y su descubrimiento por Reines, hubieron de pasar cerca de 25 a�os. No obstante, la gran ilusi�n se convirti� en realidad en estas tres historias.Esa gran ilusi�n no se ha tornado en realidad en otros casos de predicciones tambi�n bien arraigadas en sus respectivas teor�as f�sicas. As�, las ondas gravitacionales predichas por Einstein no han sido encontradas; los cuarks, que Gell-Mann imagin� en 1963 como los constituyentes del prot�n, han tambi�n rehuido a sus descubridores; los n�cleos superpesados, mucho m�s que el uranio, tampoco se han dejado ver, y el monopolo magn�tico, imaginado por primera vez en 1932 por Dirac, se nos ha escondido. Empero, en ciertos momentos del desarrollo hist�rico de las teor�as f�sicas de este siglo, se crey� (o a�n se cree) firmemente en la existencia de estos objetos elusivos. Descubrirlos, por tanto, ser�a un gran honor para el experimentador que lo lograra.
No ha de extra�arnos, pues, que en diversas ocasiones grupos experimentales muy serios y en general de buena reputaci�n, hayan echado las campanas al vuelo al anunciar que, por fin, la gran ilusi�n se confirmaba. Se han "descubierto" las ondas gravitacionales, el cuark, los n�cleos superpesados y, al menos dos veces, el monopolo magn�tico. En todas las situaciones ocurri� lo mismo: un gran revuelo inicial al darse a conocer el descubrimiento sensacional; una r�pida respuesta por parte de otros grupos experimentales, colegas y antagonistas del supuesto descubridor, que como jaur�as se han lanzado a demostrar que el hallazgo hab�a sido en falso; y el ep�logo: que todo se deb�a a una falla experimental, a una mala calibraci�n del aparato, a una confusi�n en los materiales observados, a un aparato poco sensible...
En la presente obra relataremos la historia, plena de ideas brillantes y experimentos precisos, del monopolo magn�tico, una de las grandes ilusiones de la f�sica.