CONTRAPORTADA

En el idioma de nuestro tiempo ocupan ya lugar, por derecho propio, palabras como fisi�n, fusi�n, is�topo, mes�n, tokamak, que poco o nada significaban, aun en medios ilustrados, hace no muchos a�os. La violenta irrupci�n de la era at�mica en 1945, con la destrucci�n de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, trajo consigo tambi�n la llegada a nuestro idioma de muchas voces que eran patrimonio exclusivo de grupos cient�ficos y, tambi�n, con raz�n justificada, el miedo a la energ�a at�mica. As�, uno de los desaf�os que enfrenta el hombre es el de lograr el control de las reacciones nucleares de fusi�n, obtenidas hasta ahora en varios pa�ses en la forma descontrolada y amenazadora de una bomba de hidr�geno. Se requiere el control para poder satisfacer las necesidades energ�ticas de nuestro planeta, que crecen de manera continua. Y, si consideramos que en un plazo de m�s o menos treinta a�os la poblaci�n de la Tierra se duplicar� —y con esto tambi�n la demanda de energ�a—, se deduce que las necesidades de �sta deber�n satisfacerse, dice el doctor Eduardo Pi�a, con tritio, deuterio y litio, los combustibles m�s abundantes para obtener la fusi�n nuclear.

En los pa�ses de mayor desarrollo tecnol�gico se han venido haciendo inversiones cuantiosas con el fin de alcanzar que la energ�a proveniente del �tomo sea limpia, lo que implicar� una promesa de energ�a abundante y barata, la misma con la que nuestro Sol ha venido calentando durante miles de millones de a�os a los planetas de su sistema; la misma que ilumina las noches estrelladas cuando percibimos la luz proveniente de millones de soles que env�an su luminosidad hacia todas las direcciones del espacio.

El hombre desea producir energ�a de fusi�n de la manera como se logra en las estrellas. Para lograr esto necesita primero producir plasma. Éste es un fluido formado por cargas el�ctricas que, para formarse y mantenerse requiere de temperaturas semejantes a las que existen en el Sol y, segundo, encontrar la manera de conservarlo y para esto se requiere de un recipiente apropiado que proteja los alrededores del calor y la radiaci�n. Se piensa que la mejor manera de lograr esto es mediante un campo magn�tico y, en este libro, se habla de las cargas el�ctricas, esas part�culas que se desea atrapar con un campo magn�tico a fin de lograr con ellos la fusi�n nuclear controlada.

El doctor Pi�a Garza obtuvo su licenciatura en la Facultad de Ciencias de la UNAM y se doctor� en ciencias en la Universidad Libre de Bruselas. Autor de dos libros y de numerosos art�culos publicados en revistas cient�ficas nacionales e internacionales, es profesor de la UAM, donde es jefe del �rea de Mec�nica. Se desempe�a tambi�n como Investigador Nacional.

Diseño: Carlos Haces / Fotografía: Carlos Franco

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