PREFACIO
LA CONCEPCI�N que la cultura occidental ha elaborado del mundo en que vivimos ha cambiado muchas veces. Ha sido sacudida violenta y profundamente por las revoluciones del conocimiento propuestas por seres humanos comunes y corrientes, que s�lo difieren de sus cong�neres en haber pose�do la capacidad de poder "ver y entender lo que los dem�s hab�an mirado sin haber entendido".
Nicol�s Cop�rnico (o Nikolaj Kopernik en su nativo polaco), con su propuesta a principios del siglo XVI de la organizaci�n de nuestro sistema planetario, y Charles Darwin, con su teor�a evolucionista del origen de los organismos, incluido el hombre, a mediados del siglo XIX, son dos ejemplos claros de dichas sacudidas. Algunos historiadores de la ciencia se refieren a Sigmund Freud como un tercer revolucionario, ya que propuso el psicoan�lisis, a fines del siglo XIX y principios del presente, como la ciencia que estudia la psique del hombre a partir de una serie de impulsos biol�gicos tan b�sicos como los instintos de los animales "no racionales". Cabe tambi�n a�adir que otros historiadores y fil�sofos de la ciencia hablan de Albert Einstein como del �ltimo de los revolucionarios, gracias a que elabor� la teor�a general de la relatividad.
Las revoluciones del pensamiento han sido siempre recibidas con una oposici�n de grandes dimensiones. Los casos de Cop�rnico y Darwin son bien conocidos, especialmente por sus aspectos sociales, aunque es justo mencionar que en el segundo caso la reacci�n fue mucho m�s moderada que la que sufri� Cop�rnico. Su obra m�s famosa, De revolutionibus orbium coelestium, escrita en 1543, no mucho despu�s de que se reconoci� que la Tierra era esf�rica, estuvo en el �ndice de los libros prohibidos por la Iglesia por casi tres siglos, a pesar de que su autor fue un sacerdote cat�lico. Giordano Bruno y Galileo Galilei tuvieron que enfrentar, cada uno a su manera, la resistencia de una tradici�n intelectual que se resist�a a aceptar las ideas heliocentristas de Cop�rnico. La resistencia a la teor�a de la evoluci�n mediante la selecci�n natural de Darwin ha sido menos duradera aunque no mucho menos visceral. Todav�a no hay en contra de ella objeciones que la descalifiquen y que est�n basadas en argumentos cient�ficos; sin embargo, la oposici�n de ciertos grupos al evolucionismo, basada en creencias religiosas, en especial de corrientes fundamentalistas, es tan activa en el presente como lo fue en sus primeros momentos.
El prop�sito de este libro es doble: por un lado deseo presentar el proceso por el cual Charles Darwin lleg� a proponer la teor�a de la evoluci�n mediante la selecci�n natural, analizando tanto el ambiente intelectual en el que Darwin vivi� como a las personas, los hechos y las ideas que influyeron en forma decisiva en la conformaci�n de su pensamiento, en otras palabras, las "musas" que lo inspiraron. Por el otro lado, dar� una explicaci�n concisa de algunas de las ideas y los conceptos b�sicos de la selecci�n natural y la evoluci�n a la luz de los conocimientos actuales.
La mitolog�a griega se refiere a un grupo de diosas inspiradoras del pensamiento y la creatividad del hombre a las que llamaron musas o mousas y cuyo culto ten�a lugar en el monte Helic�n, en Grecia. El t�rmino museo significa la casa donde est�n las musas o donde se obtiene inspiraci�n, y la primera instituci�n de esta naturaleza de la que se tiene conocimiento es el museo de Alejandr�a, que conten�a la biblioteca de Alejandro el Grande y era un recinto de discusi�n y aprendizaje. Hes�odo se refiere a nueve musas llamadas Cl�o (musa de los historiadores), Urania (de los astr�nomos), Terps�core (de la danza), Erato (de la poes�a l�rica), Euterpe (de la m�sica), Tal�a (de la comedia), Melp�mene (de la tragedia), Polimnia (de la ret�rica y la escritura) y Cal�ope (de la elocuencia y la poes�a �pica).
Las "musas" a las que me refiero en el libro influyeron en Darwin en formas diferentes: unas lo hicieron durante un claro y bien definido momento de inspiraci�n; otras durante largos periodos de intensa interacci�n acad�mica. Adem�s, la influencia de estas musas no fue individual y aislada, sino que actu� de manera combinada y constituye un elemento esencial en la construcci�n de la teor�a darwiniana. Estas influencias, representadas por personas espec�ficas o por particularidades del medio natural y social, ejercieron un efecto lento y acumulativo en la gestaci�n de El origen de las especies.
Decid� tratar a las "musas de carne y hueso" con mucho mayor profundidad de la requerida para la sola referencia a sus ideas o sus conceptos que inspiraron a Darwin. Esto me ha parecido importante porque cada uno de ellos, as� como su pensamiento, son el producto de su familia, de la educaci�n que recibi�, de la sociedad en que se desarroll�, de los hechos cotidianos que moldearon e influyeron su car�cter, etc. Pienso que describiendo el escenario social, familiar y cultural en que tanto Darwin como sus musas vivieron, en forma amplia y detallada, la obra cient�fica de cada personaje puede ser entendida mejor, y el proceso global del desarrollo de sus ideas ser� comprendido m�s cabalmente.
El m�todo que he empleado para abordar el tema es un h�brido, que espero no resulte monstruoso, entre la narraci�n biogr�fica documentada, una descripci�n lo m�s sencilla posible de la informaci�n cient�fica relacionada con la obra de Darwin y de sus contempor�neos, y el relato novelado de episodios en la vida de los caracteres del libro que, aunque no est�n en todos los casos documentados, deben de haber ocurrido. Para lograr esto �ltimo he intentado compenetrarme en el pensamiento y en el car�cter de los personajes involucrados, especialmente en los de Darwin. Mis experiencias de investigaci�n en la ecolog�a y la historia natural en el campo, especialmente en la zona tropical de M�xico, me han ayudado a sentirme un poco m�s cercano a las situaciones imaginarias que describo.
La referencia a los diversos aspectos del ambiente social, cultural y econ�mico de los tiempos en que los personajes centrales vivieron me ha parecido tambi�n importante. La ciencia, como cualquier otra actividad humana que contribuye a la cultura de un grupo, se desarrolla en condiciones sociales, culturales y econ�micas propias de cada momento hist�rico, que influyen sobre sus caracter�sticas y consecuentemente la moldean.
Pocas cosas hasta ahora me han resultado tan placenteras, y tan dif�ciles, como la escritura de este peque�o libro. A�n no s� qu� fue mayor: el placer de introducirme a la fascinante historia de las ideas cient�ficas de fines del siglo XVIII y del XIX, que surg�an frescas y abundantes como manantiales en un territorio f�rtil estimulando el crecimiento del pensamiento humano, o el dolor de tener que abandonar la lectura de numerosos libros y documentos que me transportaban al mundo de las ideas del siglo pasado, para lograr terminar de escribir el m�o antes de a�adir un a�o m�s de retraso a la fecha prometida de su entrega.
Escribir un libro como �ste ha sido tambi�n un serio ejercicio de desarrollo de humildad personal. No me refiero solamente al efecto de leer acerca de la vida y la obra de verdaderos genios del pensamiento, confrontados a una sociedad frecuentemente refractaria o francamente hostil, sino tambi�n a la confrontaci�n con las limitaciones personales de escribir l�cidamente para un p�blico no especializado, tratando de mantener al mismo tiempo un texto interesante y ameno. En esta tarea debo reconocer con un profundo agradecimiento la ayuda, en extremo generosa, de Luis Estrada Mart�nez, Antonio Bol�var Goyanes y Laura Casamitjana de la Hoz, quienes leyeron de cabo a rabo al menos dos versiones iniciales del manuscrito en lo que para ellos deben haber sido largas, demandantes y probablemente aburridas sesiones, y me hicieron tal n�mero de sugerencias �tiles para llegar a una versi�n aceptable del texto, que casi reescrib� el libro. Las incongruencias u obscuridades que a�n permanezcan en el presente texto deben acreditarse plenamente a mis irremediables limitaciones como escritor. No creo gozar de los favores de la musa Polimnia... Mi esposa, Adelaida Casamitjana, revis� varios pasajes del libro y su enorme experiencia como maestra ayud� a hacerlos m�s l�cidos y accesibles. Mar�a Victoria Echart dedic�, con la mayor gentileza, largas y pacientes horas a la escritura del manuscrito y a lo que parec�an inacabables correcciones y nuevas versiones del texto. Antonio Bol�var dedic� una atenci�n y un cuidado a la edici�n del libro beyond the call of duty, por lo que se ahonda mi deuda con �l. �ste es un libro que fue escrito fundamentalmente durante incontables fines de semana y d�as feriados. Las v�ctimas de ello han sido mi esposa y mis hijos, quienes se resignaron a no contar conmigo en numerosas ocasiones en que deber�amos haber compartido la vida en familia; a ellos, Adelaida, Arturo y Ade, mi gratitud, mezclada de remordimiento.