EL OJO DE UN EXPERTO

EL OLOR a madera y cuero que saturaba el aire de los cavernosos pasillos, le trajo a la mente recuerdos gratos del Beagle. Al terminar su recorrido en medio de una multitud de personajes uniformados, y una vez fuera de las miradas circunspectas de los oficiales, Charles empez� a bajar de dos en dos los pulidos escalones de m�rmol de la amplia escalinata del Almirantazgo brit�nico. Ten�a motivos para sentirse euf�rico: acababa de obtener, y no se explicaba a�n c�mo, un subsidio del Almirantazgo por la cantidad de mil libras para preparar todos los espec�menes que hab�a colectado y escribir un volumen sobre la historia natural del viaje del Beagle alrededor del mundo. "Si trabajo duro en ello, y puedo convencer a Syms de que me ayude, quiz� en dos a�os, probablemente en menos, tendr� listo el cat�logo ordenado de los espec�menes y el manuscrito para la imprenta", dijo para s� mismo, mientras nerviosamente esperaba un carruaje que lo llevase a los muelles de Londres.

Una vez en la orilla del T�mesis le tom� un buen rato dar con el Beagle; los muelles de Londres eran el peor laberinto en que se hab�a encontrado, ya que por falta de espacio los nav�os estaban anclados en filas de dos y hasta de tres, por lo que a veces era necesario atravesar un par de buques para llegar al que se buscaba.

"Debe de ser el tr�fico comercial que anuncia el fin del a�o", pens�. Finalmente reconoci� la gr�cil forma del barco a la distancia y sinti� que la sangre le corr�a m�s intensamente en las venas; no pens� que le afectar�a en forma tan profunda ver nuevamente la que hab�a sido su casa por casi cinco a�os.

Despu�s de instruir al intendente del barco acerca de la forma en que las grandes cajas de madera que conten�an los espec�menes de la �ltima parte del viaje deber�an ser enviadas, unas a la Universidad de Cambridge y otras al museo de la Sociedad Geol�gica de Londres y al Museo Brit�nico (British Museum), Charles indag� la direcci�n de Syms Covington. Volvi� a montar en el carruaje y regres� para tomar la diligencia de regreso a Shrewsbury. Su sed de vida familiar estaba a�n lejos de ser saciada, a pesar de que hab�a pasado m�s de una semana dedicado exclusivamente a charlar con su padre, sus hermanas y algunos amigos en Maer Hall.

Charles trabaj� febrilmente por casi tres meses en Cambridge ordenando la colecci�n de material geol�gico que, desde diferentes puertos en la ruta del Beagle, hab�a sido enviada sistem�ticamente a Henslow para que la cuidase y pudiera ense�arla a Lyell. Henslow hab�a sido tambi�n el conducto para la presentaci�n de diversos trabajos de �ndole geol�gica en la Sociedad Geol�gica y en la Sociedad Linneana; Charles hab�a adquirido una buena reputaci�n antes de retornar de su largo viaje, la cual, junto con las controvertidas nuevas ideas acerca de los fen�menos geol�gicos que hab�a observado durante el viaje, lo constituyeron en un miembro importante de la vida intelectual de las sociedades cient�ficas.

Ir�nicamente, fue en el campo de la geolog�a donde Darwin cometi� a la saz�n uno de sus escasos errores cient�ficos. A mediados de 1837 visit� la zona monta�osa de Escocia, donde existen numerosos valles angostos (que reciben el nombre gen�rico de glen, como en Glenfyddich) formados por la acci�n de antiguos glaciares, por lo que tienen la caracter�stica forma de secci�n en U de todos los valles de origen glaciar. En uno de ellos, llamado Glen Roy, existen a cada lado del valle tres desniveles, como si fuesen repisas, a la misma altura, que dan la impresi�n de ser "caminos paralelos". Despu�s de estudiar la zona por una semana, Charles escribi� un art�culo sobre el origen de los "caminos paralelos", en el que propon�a, en forma terminante, que el glen estuvo un tiempo cubierto por el mar y que los "caminos" representaban antiguas playas, formadas en diferentes niveles por el mar cuando se fue retirando para llegar a su nivel actual. Veinticinco a�os despu�s, Thomas F. Jamieson, a instancias de Darwin, visit� nuevamente Glen Roy y lleg� a la conclusi�n de que los "caminos" eran en realidad las playas de un antiguo lago glaciar. Charles reconoci� su error diciendo: " ... ha sido una torpeza enorme; me siento tranquilo de que al fin se conozca la verdad, pero estoy avergonzado de m� mismo, particularmente cuando el fen�meno que explica lo que hubo pasado me es del todo familiar". Y desde luego que ten�a familiaridad con los procesos de glaciaci�n, puesto que �l hab�a sido uno de los primeros en sostener la idea de que las Islas Brit�nicas hab�an estado en alguna �poca totalmente cubiertas por hielo.

Como todo naturalista o tax�nomo serio, Charles tuvo que decidir a cu�l instituci�n enviar los espec�menes que hab�a colectado en el Beagle para su conservaci�n y mantenimiento, una vez catalogados. Dud� entre depositarlos en el Museo de Historia Natural (Mus�e d' Histoire Naturelle) de Par�s, en donde pensaba que hab�an mejores condiciones de cuidado, o mantenerlos en Gran Breta�a, donde a la saz�n no exist�a propiamente un museo de historia natural; finalmente se decidi� por esto �ltimo, ya que hab�a colectado todo el material en un barco de bandera brit�nica. Una parte fue depositada en el Museo Brit�nico (que conten�a fundamentalmente antig�edades arqueol�gicas), otra en el museo de la Sociedad Zool�gica, y la colecci�n de mam�feros f�siles fue a dar al Colegio Real de Cirujanos (Royal College of Surgeons). A�os m�s tarde los materiales de estas dos �ltimas instituciones fueron trasladados a la secci�n de historia natural del Museo Brit�nico.

En una de sus numerosas visitas a la Sociedad Zool�gica de Londres (Zoological Society of London), Charles conoci� a John Gould, taxidermista de la Sociedad y probablemente el mejor ornit�logo brit�nico de la �poca. Sentado en una amplia oficina que m�s bien parec�a una bodega, con numerosas mesas llenas de frascos y cajas rebosantes de aserr�n, Gould trabajaba en el minucioso montaje de un grupo de p�jaros carpinteros de roja y brillante capucha. Cuando vio a Charles parado en la puerta abierta, a punto de tocar con los nudillos para llamarle la atenci�n, sonri�, dej� a un lado el esp�cimen en el que estaba trabajando y lo salud� diciendo: "Usted debe de ser el famoso Cazamoscas del Beagle; me da un enorme gusto conocerlo, pase, d�jeme despejar una de estas sillas para que se siente". Ya fuese por la grata memoria de su apodo a bordo del barco o por la cordialidad con que Gould lo recibi�, Charles se sinti� como en casa; quiz� fue tambi�n por el hecho de estar rodeado de espec�menes biol�gicos, de notas de campo, de olor a alcohol y de toda la parafernalia que, como naturalista, le era familiar.

2

Jonh Gould

"Los espec�menes que nos ha enviado son de primera calidad; pero m�s que eso: parecen haber sido seleccionados por el ojo de un experto", le dec�a Gould excitadamente, mientras Charles escuchaba con el deleite de un orgullo creciente; "pero d�jeme decirle que de los espec�menes de ruise�ores que usted colect� en las islas Gal�pagos no hay menos de tres especies diferentes, y entre los pinzones he podido distinguir ahora 13". En un �xtasis total, y revisando sus ejemplares de aves de las Gal�pagos cuidadosamente ordenados en la amplia mesa por Gould, Charles apenas daba cr�dito de lo que ve�a. El mero hecho de su reconocida capacidad como colector y naturalista le resultaba en ese momento intrascendente; lo que le impresionaba era la imagen de la notable diversificaci�n de nuevas formas de organismos a partir de una que se develaba ante sus ojos con una claridad que nunca antes hab�a visto. La inmutabilidad de las especies y la idea de su creaci�n especial, que ya agonizaban en su mente, mor�an en ese momento para siempre, y daban paso firme a las ideas del evolucionismo.

Despu�s de despedirse de Gould, con una mezcla de euforia y tormenta de ideas en su cerebro, Charles prefiri� caminar la distancia que lo separaba de su reci�n adquirido departamento en la calle Great Malbourough, a unas cuantas casas de la de su hermano Erasmus, quien desde hac�a ya tiempo se hab�a instalado en esa elegante zona de Londres. Al llegar cerca de la hilera de casas de tres pisos, en una de las cuales ten�a su departamento, Charles reconoci� con emoci�n la figura de Syms Covington, quien se encontraba esper�ndolo al pie de los escalones que conduc�an a la puerta de entrada. "Syms, viejo diablo, —le grit� Charles desde lejos—, por fin te decidiste a venir". Los compa�eros de traves�a se abrazaron y subieron al apartamento, quit�ndose la palabra para contarse mutuamente sus actividades durante los �ltimos meses desde el t�rmino del viaje.

Con la eficiente y continuada ayuda de Syms en la catalogaci�n y el registro de sus espec�menes, Charles logr� iniciar la redacci�n de su relato del viaje de un naturalista a bordo del Beagle, tarea en la que avanz� con celeridad. Su libro representar�a el �ltimo de tres vol�menes de una obra dedicada a relatar las dos �ltimas traves�as del barco en su tarea cartogr�fica en Sudam�rica, bajo el comando de FitzRoy. El capit�n escribir�a los dos primeros.

Aunque absorto en la redacci�n de su libro sobre el viaje, Charles inici� simult�neamente una larga serie de notas acerca de sus ideas, de los hechos que iba observando en el estudio detallado de sus ejemplares, de las profusas lecturas de apoyo que iba haciendo y que ten�an relaci�n con el tema central de lo que �l llamaba "el problema de las especies", es decir los fen�menos de diversificaci�n y variaci�n entre especies cercanamente vinculadas. El primer libro de notas de Darwin est� fechado en julio de 1837; entre esta fecha y mediados de 1842, escribi� un total de seis libros de car�cter compilatorio que constituyen la m�dula de sus ideas sobre la evoluci�n y que fueron la base en la que se apoy� para la redacci�n de El origen, que escribi� casi quince a�os despu�s.

En el primer libro de notas, sobre "La transmutaci�n de las especies", expresa la enorme impresi�n que le causaron las caracter�sticas de los f�siles sudamericanos y de las especies encontradas en las Gal�pagos. "Ambas, pero especialmente las �ltimas —escribe— son el origen de mis ideas." Ciertamente, su experiencia sobre la fauna f�sil y viviente de Sudam�rica desempe�aba un papel importante en la lenta conformaci�n de sus ideas acerca de la "trasmutaci�n" (o evoluci�n) de las especies, pero Charles se apoy� adem�s en muchas otras observaciones, en sus abundantes lecturas, en el intercambio de informaci�n con otros cient�ficos, en las encuestas sobre los puntos que le interesaban, en fin, en toda otra informaci�n que, aunque remotamente, pudiese ayudarlo a explicar qu� es una especie.

Es imposible definir con precisi�n cu�les fueron las ideas y en qu� orden, que influyeron en la conformaci�n del pensamiento de Darwin. Dos razones recalcan lo anterior. La primera es que las ideas suyacentes en el pensamiento darwiniano est�n �ntimamente relacionadas unas con otras y no siguen necesariamente una secuencia definida. La segunda es el m�todo del trabajo de Darwin fue particularmente complejo e innovador. Consciente e inconscientemente, no lo sabemos, utiliz� conceptualizaciones muy similares a las que hoy llamamos modelos, las cuales son herramientas particularmente adecuadas para tratar fen�menos complejos e interrelacionados como los que aparecen en la diversificaci�n y selecci�n natural de las especies. En el desarrollo de esos modelos Darwin ten�a, por necesidad, que tratar simult�neamente diversas clases de informaci�n que en ocasiones parec�an inconexas hasta que, con la adici�n de nuevos datos y observaciones, revelaban su v�nculo.

Su concepci�n metodol�gica era muy avanzada para su tiempo, sobre todo porque se aplicaba a una ciencia fuera de la r�gida conceptualizaci�n de las ciencias f�sicas. En su libro La descendencia del hombre y la selecci�n relacionada con el sexo, Darwin expresa su punto de vista respecto a la metodolog�a de la ciencia:

Los datos falsos son extremadamente da�inos para el progreso de la ciencia, ya que permanecen por mucho tiempo; sin embargo, los puntos de vista falsos, aun apoyados por alguna prueba, causan poco da�o, porque todos hacen derivar un saludable placer del prop�sito de probar su falsedad; cuando esto se logra, un camino que lleva hacia el error se cierra y el de la verdad generalmente se abre al mismo tiempo.

Un famoso fil�sofo de la ciencia de nuestros d�as, Karl R. Popper, sostiene el mismo punto de vista afirmando que la ciencia avanza no tanto por la acumulaci�n de nuevos hechos para apoyar las hip�tesis, sino por los intentos de refutarlas.

En consecuencia, el orden en que presentar� las ideas que en mi opini�n conformaron el pensamiento darwiniano y su desarrollo, ser� un tanto arbitrario. Es tambi�n imposible definir con precisi�n en los escritos de Darwin y aun en su diario, qu� idea influy� sobre cu�l otra y en qu� orden. Por lo tanto, los grandes temas que he seleccionado como pilares del pensamiento evolutivo de Darwin son los que, a mi parecer, fueron cruciales en la conformaci�n de la teor�a de la selecci�n natural como mecanismo conductor de la evoluci�n org�nica. Las breves narraciones que prosiguen acerca de c�mo Darwin fue construyendo sus ideas en torno a la evoluci�n, en el escenario de su vida cotidiana durante 22 a�os, que cubren desde el regreso de su viaje hasta la publicaci�n de El origen, implican necesariamente superposiciones cronol�gicas. Espero que los puntos de referencia en cada una de las peque�as "historias" que siguen, sirva al lector de gu�a para relacionarlas cronol�gicamente entre s�.

2 Frederick Burkhardt y Sidney Smith (comps.), The Correspondence oh Charles Darwin, 2 vols., Cambridge, Cambridge University Press, 1985.

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