VI. EN B�SQUEDA DE UNA CONEXI�N CLIM�TICA

DENTRO del marco general de las relaciones solar-terrestres, y en particular el de las relaciones del tiempo y el clima con la actividad solar, existen cuatro grandes facetas. Primero, manifestaciones de la actividad solar, algunas de las cuales exhiben periodicidades bien definidas, mientras que otras ocurren de manera impredecible, se trata de eventos transitorios. Segundo, los estudios y las observaciones meteorol�gicas y climatol�gicas han mostrado caracter�sticas, tanto peri�dicas como aperi�dicas, que s�lo pueden ser explicadas de manera parcial con base en procesos meteorol�gicos de corto y largo periodo. La tercera faceta es consecuencia de las dos primeras, esto es, la similaridad de las periodicidades observadas, tanto en la actividad solar como en los fen�menos del tiempo, sugiere que debe haber alguna conexi�n entre los dos, y un gran esfuerzo ha sido dedicado a la b�squeda de dicha conexi�n a trav�s de estudios de correlaci�n. Finalmente, los algunas veces contradictorios, confusos y discutibles resultados de innumerables estudios han dado lugar al reconocimiento de la cuarta, y quiz�s m�s importante faceta: �cu�les son los procesos qu�micos y f�sicos atmosf�ricos que permiten que las relativamente menores fluctuaciones inducidas por la actividad solar en la energ�a solar que llega a la Tierra, influyan en la inmensamente m�s energ�tica din�mica de la troposfera? Esta faceta es la m�s reciente en el problema de las relaciones Sol-tiempo, y la menos estudiada de todas ellas.

Para entender y resolver el problema general, es necesario atender todos sus aspectos principales. Las primeras dos facetas representan disciplinas geof�sicas bastante complejas, y la tercera trata de reunirlas (con el consecuente incremento en complejidad). La cuarta faceta debe delinear los procesos qu�micos y f�sicos comprendidos en las interacciones entre la actividad solar y el tiempo y el clima.

Para apreciar de manera completa este fascinante y a menudo frustrante rompecabezas, es �til examinar sus piezas por separado pero pensando en c�mo podr�an ir unidas. En el cap�tulo anterior hemos ya examinado por separado dos de las principales piezas del rompecabezas: la variabilidad solar y sus supuestas influencias sobre el sistema atmosf�rico. Pasaremos ahora a presentar algunas de las correlaciones m�s importantes encontradas entre la variabilidad solar y el tiempo y clima en la Tierra.

Las tendencias climatol�gicas asociadas con ciclos de largo y corto periodo en la actividad de manchas solares han sido estudiadas por un gran n�mero de investigadores usando datos que abarcan un periodo de aproximadamente dos siglos. La b�squeda de esta asociaci�n empez� aun antes de que Schwabe descubriera el Ciclo de manchas solares en 1843. Por ejemplo, el famoso astr�nomo ingl�s W. Herschel, descubridor del planeta Urano y sus sat�lites, as� como los de Saturno, y a quien se considera como el padre de la astronom�a estelar, sugiri� en 1801 que el precio del trigo en Londres estaba indirectamente controlado por el n�mero de manchas solares; esto basado en sus observaciones de que cuando el n�mero de manchas solares era peque�o menos lluvia ca�a en Londres. En la mayor�a de los casos, la significaci�n estad�stica de resultados hist�ricos como el citado no puede ser evaluada hoy en d�a. Su valor, por lo tanto, est� abierto a discusi�n. No obstante, lo hemos mencionado para ilustrar la gran variedad de resultados de que disponemos as� como para proporcionar una perspectiva para los an�lisis m�s recientes.

Los dos par�metros m�s comunes usados para definir el clima han sido la precipitaci�n y la temperatura, y �stos han sido utilizados en una gran cantidad de estudios sobre la asociaci�n Sol-clima/tiempo. Indicadores indirectos de la precipitaci�n, tales como los niveles del agua en ciertos lagos, tambi�n han sido correlacionados con el n�mero de manchas solares, aunque estas variables son de mayor inter�s para los hidr�logos que para los climat�logos.

La presi�n atmosf�rica en la superficie, en instalaciones especiales como medida en promedio para zonas diversas, ha sido tambi�n un par�metro popular para correlacionar con el n�mero de manchas solares, habi�ndose investigado tambi�n los sistemas de presiones y vientos, as� como las trayectorias de las tormentas. Ahora bien, si existe alguna relaci�n de la actividad solar con los par�metros atmosf�ricos, �sta debe ser distinguible en todos y cada uno de ellos, ya que se hallan �ntimamente relacionados en el sistema atm�sfera.

En algunos lugares, la presi�n, temperatura y cantidad de lluvia parecen estar mejor correlacionadas con el ciclo de Hale (ciclo magn�tico o doble ciclo solar) que con el ciclo de manchas de 11 a�os.

 

CORRELACIONES CON EL CICLO SOLAR

En esta secci�n revisaremos algunos de los estudios que han intentado relacionar el ciclo de manchas solares de 11 a�os con variables clim�ticas como la precipitaci�n e indicadores indirectos (como por ejemplo el nivel de los lagos), la temperatura y presi�n atmosf�rica, los vientos y las trayectorias de tormentas.

Precipitaci�n pluvial

La correlaci�n entre el n�mero de manchas solares y la precipitaci�n pluvial anual puede ser positiva, negativa, o inexistente, dependiendo del lugar donde se han efectuado las mediciones meteorol�gicas. As�, por ejemplo, en las latitudes ecuatoriales se han encontrado correlaciones positivas seg�n las cuales, en promedio, cae m�s lluvia durante los a�os del m�ximo solar que durante los del m�nimo. Por otro lado, en las estaciones de latitud media (20°-40°) parece haber menos precipitaci�n alrededor de los a�os del m�ximo que en los cercanos al m�nimo. Esto se ve claramente en la Figura 28 donde, adem�s de las medias anuales, se han graficado promedios m�viles45 [Nota45] para suavizar las fluctuaciones de corto periodo.

 

Figura 28. Relaci�n entre la precipitaci�n pluvial anual promedio y los a�os alrededor de los m�ximos y m�nimos de actividad solar en las estaciones ecuatoriales y de las latitudes medias para los a�os 1860-1917. Las l�neas s�lidas representan los promedios m�viles de 5 a�os, centrados en el a�o en que se suavizan las fluctuaciones de corto periodo. Las l�neas verticales punteadas indican que las curvas son discontinuas entre las porciones correspondientes al m�ximo y al m�nimo de actividad solar.

Uno de los indicadores indirectos de la precipitaci�n es el nivel del agua en los lagos. La correlaci�n encontrada, por ejemplo, por Shaw en 1928 sobre el nivel del agua en el lago Victoria y el n�mero de manchas solares para el periodo de 1880 a 1920, fue muy buena. Esto implicaba un exceso de lluvia durante el m�ximo de manchas solares en esa regi�n (2.0° S, 32.2° E). Sin embargo, hacia 1930 esta correlaci�n desapareci� y a partir del comienzo de la d�cada de 1950 el nivel del agua del lago Victoria se encuentra correlacionado negativamente con el n�mero de manchas solares.

Temperatura en la superficie

Los intentos de correlacionar la temperatura del aire en la superficie de la Tierra con el ciclo de manchas solares han producido, en general, resultados contradictorios. La correlaci�n con el ciclo de 11 a�os puede ser positiva (m�xima temperatura promedio durante el m�ximo en manchas solares) o negativa, dependiendo de la regi�n geogr�fica y la extensi�n en tiempo de los datos.

Por ejemplo, W. K�ppen, en 1914, usando series largas de datos de temperatura recolectadas de todas las fuentes disponibles en el mundo, mostr� que, durante los a�os 1804-1910, la temperatura media global anual fue m�s baja durante el m�ximo que durante el m�nimo de manchas solares. Esta correlaci�n negativa segu�a siendo v�lida si se divid�a la serie de datos originales en subconjuntos de datos organizados en regiones tropicales y extratropicales de ambos hemisferios (Figura 29). La variaci�n en las temperaturas medias globales entre sucesivos m�ximos y m�nimos de manchas solares es de aproximadamente 0.3 a 0.4° C. Este cambio en la temperatura es suficiente como para causar cambios clim�ticos importantes en la Tierra.

 

Figura 29. Desviaciones de la temperatura respecto de los valores normales (promedio) para diferentes regiones de la Tierra. Las l�neas s�lidas y punteadas representan lo mismo que en la figura 28, más para el caso de la temperatura. Aqu�, las curvas son ligeramente discontinuas entre las porciones del m�ximo ( 33max) y el m�nimo de manchas solares (33min).

Ahora bien, cuando tratamos con series m�s largas de datos, que abarcan alrededor de un par de siglos, las temperaturas globales parecen estar correlacionadas positivamente: periodos largos de fr�o coinciden con los de m�nima actividad solar; un ejemplo de esto lo vimos en el cap�tulo III cuando hablamos del m�nimo de Maunder.

Al igual que con el caso de la precipitaci�n pluvial, hay estudios que muestran que existi� una correlaci�n negativa entre la temperatura y el n�mero de manchas solares hasta antes de 1920. Esta correlaci�n se redujo a cero y luego se hizo positiva despu�s de 1920.

Entre los indicadores indirectos de la temperatura se han realizado correlaciones entre el n�mero de manchas solares y la cantidad de hielo a latitudes altas o el n�mero de icebergs observados en el Oc�ano Ant�rtico. Aunque los datos sobre estos �ltimos cubren un periodo de tiempo relativamente corto (1890-1912), parece existir una correlaci�n positiva entre el n�mero anual de icebergs en el Oc�ano Ant�rtico y el ciclo de manchas solares (v�ase la figura 30). Sobre este tipo de resultados hay que tener mucho cuidado, puesto que esta clase de datos pueden ser s�lo indicaci�n de que un mayor n�mero de barcos navegaron por esas aguas observando, por lo tanto, mayor n�mero de icebergs durante los a�os de m�xima actividad solar que durante los de m�nima actividad, por razones enteramente no relacionadas.

 

Figura 30. N�mero anual promedio (curva a) y promedios m�viles de 5 a�os (curva b) de los iceberg observados en las aguas de la Ant�rtida durante el periodo 1890-1912.

 

Presi�n atmosf�rica

Correlaciones directas entre el ciclo de manchas solares y la presi�n atmosf�rica en la superficie fueron realizadas principalmente a principios de este siglo. Se argumentaba desde entonces que los efectos de la actividad solar en el tiempo ser�an m�s evidentes en las variaciones de los sistemas de presi�n, sus intensidades, localizaciones y en los vientos generados por ellas.

Para analizar los efectos solares de largo periodo en la presi�n atmosf�rica superficial, Clayton (1923) elimin� primero las variaciones de corto periodo causadas por procesos meteorol�gicos m�s complejos y determin� las diferencias entre a�os de m�xima y m�nima actividad solar. De ah� obtuvo distribuciones globales de las variaciones promedio en la presi�n atmosf�rica anual y para las �pocas de verano (junio-agosto) e invierno (diciembre- febrero), como se ilustra en la figura 31. Las l�neas de contorno se dan en pasos de 0.5 mb y las diferencias positivas (presi�n m�s alta durante el m�ximo de actividad solar) est�n sombreadas en la figura.

 

Figura 31. Distribuci�n de las diferencias en presi�n entre el m�ximo y m�nimo de actividad solar para todo el a�o (arriba), diciembre-febrero (en medio) y junio-agosto (abajo). Las l�neas de contorno est�n espaciadas a 0.5 mb (milibares) y las diferencias positivas (mayor presi�n durante el m�ximo de actividad solar) se muestran sombreadas.

Varios rasgos generales de estas distribuciones son de inter�s. Por ejemplo, cuando el n�mero de manchas solares es grande existe una tendencia a que la presi�n atmosf�rica sobre los continentes sea mayor durante el invierno local (diciembre-febrero, hemisferio norte; junio-agosto, hemisferio sur) y sobre los oc�anos en el verano. Con base en los valores anuales (mapa de arriba) se puede ver claramente una diferencia positiva sobre los continentes de los 20° de latitud norte o sur hacia los polos, y una diferencia negativa sobre las regiones ecuatoriales. En los promedios anuales, el decrecimiento en la presi�n durante el m�ximo de manchas solares es especialmente notable en las regiones h�medas de la Tierra, tales como el �rea norte de Australia, la Costa de Oro de �frica y el noreste brasile�o. El comportamiento en regiones de particular importancia meteorol�gica debe ser notado: la regi�n de baja presi�n semipermanente en la vecindad de Islandia tiende a tener menor presi�n durante el m�ximo de actividad solar que durante el m�nimo, tanto anualmente como en cada estaci�n. La presi�n en la regi�n semipermanente de alta presi�n de las Bermudas (regi�n del Atl�ntico medio, alrededor de los 30° de latitud norte) es mayor durante el m�ximo de actividad solar que durante el m�nimo, tanto anual como estacionalmente. La regi�n semipermanente de baja presi�n en la regi�n de las Aleutianas no fue cubierta por observaciones en aquellos a�os.

De la distribuci�n global de diferencias de presi�n (figura 31) es evidente que existe una tendencia general a que la presi�n sea m�s baja durante el m�ximo de actividad solar en las latitudes ecuatoriales y m�s alta en las intermedias.

 

Sistemas de presi�n y vientos

La circulaci�n general de la atm�sfera est� controlada principalmente por los llamados "centros de acci�n" o cinturones semipermanentes de alta y baja presi�n distribuidos alrededor de la Tierra. Entre los m�s importantes, en el hemisferio norte, se encuentran dos de baja y dos de alta presi�n: los de baja en Islandia y las islas Aleutianas y los de alta en las Azores y el Pac�fico, mientras que en el hemisfeno sur existen tres regiones semipermanentes de alta presi�n que parecen controlar la circulaci�n atmosf�rica en dicho hemisferio, cada uno de ellos en los oc�anos Atl�ntico, Pac�fico e �ndico.

Puesto que la circulaci�n de los vientos en el hemisferio norte se da en sentido contrario al de las manecillas del reloj en los centros de baja presi�n, y en el sentido de las manecillas del reloj en los centros de alta, la localizaci�n relativa de estos centros de acci�n influye en varias de las caracter�sticas generales de la circulaci�n atmosf�rica. Incluidas entre ellas se encuentran los predominantes vientos del oeste que soplan a trav�s de los Estados Unidos de Am�rica y el Oc�ano Atl�ntico hacia Europa a latitudes medias, y los llamados vientos alisios, que soplan desde las altas presiones subtropicales hacia las bajas presiones ecuatoriales, los cuales incrementan la circulaci�n meridional (sur-norte) y desarrollan las llamadas vaguadas o bajadas de presi�n cerca de los bajos de Islandia y las Aleutianas.

De acuerdo a algunas investigaciones existen indicios de que las posiciones de los cuatro centros de acci�n, en el hemisferio norte, var�an con el ciclo de manchas solares. As�, por ejemplo, la latitud de la zona de baja presi�n en las Aleutianas aumenta durante el m�nimo de actividad solar; la zona de alta presi�n en las Azores y la de baja en Islandia se estuvieron moviendo hacia el norte, de 1889 a 1940, para luego hacerlo hacia el sur y despu�s hacia el este. Este patr�n es paralelo al comportamiento, en el hemisferio norte, de las temperaturas promedio anuales durante el mismo periodo y parece estar asociado con un ciclo de la actividad solar de 80 a 100 a�os, el llamado ciclo de Gleissberg. Por lo tanto, es claro que si las posiciones de los centros de acci�n var�an con la actividad solar, la circulaci�n atmosf�rica se ver� afectada por las posiciones relativas de aqu�llas.

Las trayectorias de las tormentas

Adem�s de los centros semipermanentes de acci�n, los cuales gobiernan la circulaci�n general, existen sistemas transitorios de alta y baja presi�n (anticiclones y ciclones, respectivamente) que pueden recorrer distancias considerables y persistir hasta por varias semanas. Las trayectorias seguidas por estos sistemas se encuentran dominadas por los centros de acci�n, y si las posiciones de �stos son afectadas por la actividad solar, como vimos en la secci�n anterior, uno esperar�a que sus trayectorias variaran con el ciclo solar.

Los resultados recientes sobre la actividad cicl�nica en los Estados Unidos de Am�rica y la totalidad del norte del continente americano durante los a�os 1951-1970, pueden ser usados para establecer la influencia del ciclo solar.

C. H. Reitan cont� el n�mero de eventos cicl�nicos que ocurrieron durante los meses de enero, abril, julio y octubre de cada a�o durante el periodo 1951-1970. Los resultados sobre el n�mero total de ciclones por a�o en Norteam�rica para los cuatro meses arriba indicados se muestra en la figura 32, junto con el total para EUA. Comparando estas curvas con la del n�mero de manchas solares mostrada en la figura 9, parece haber una correlaci�n inversa, es decir, las curvas tienen m�ximos cerca de los a�os de m�nima actividad solar, en 1954 y 1964, y m�nimos cerca de los a�os de m�xima actividad solar, en 1958 y 1969. La correlaci�n entre estos par�metros es mucho mayor cuando se considera la curva correspondiente al n�mero total de ciclones en EUA.

Figura 32. N�mero de eventos cicl�nicos por a�o en Norteam�rica, sumados para los meses de enero, abril, julio y octubre (curva a) y para el sector de EUA en los mismos meses (curva b).

 

CORRELACIONES CON EL CICLO SOLAR DE 22 A�OS

Un buen n�mero de estudios indica que algunos par�metros meteorol�gicos est�n mejor correlacionados con el doble ciclo solar que con el de 11 a�os. Los resultados de algunos de estos estudios ser�n mostrados en la siguiente secci�n.

Precipitaci�n

Ya hab�amos visto que la correlaci�n entre el ciclo solar de 11 a�os y la precipitaci�n pluvial anual pod�a ser positiva, negativa o inexistente, dependiendo del lugar donde se efect�en las mediciones pluviales; sin embargo, estudios recientes han mostrado que una mejor correlaci�n con la precipitaci�n anual se obtiene cuando se utiliza el doble ciclo solar.

La figura 33 muestra la impresionante correlaci�n entre el doble ciclo solar y la precipitaci�n en tres estaciones de �frica del sur. La periodicidad de 22 a�os en la precipitaci�n pluvial de 1910 a 1965 est�, como puede verse en la figura, en fase con el doble ciclo solar.

Figura 33. Precipitaci�n pluvial anual en tres localidades de �frica del sur y el doble ciclo de manchas solares. Curva 1, Rustenburg (26° S, 27° E); curva 2, Bethal (27° S, 30° E); curva 3, Dundee (28° S, 30° E). Los datos han sido suavizados utilizando medias m�viles con objeto de eliminar las variaciones de corto periodo.

Sequ�as

Estrechamente relacionada con la cantidad de precipitaci�n se encuentra la ocurrencia de sequ�as. Entendemos por sequ�a un prolongado periodo seco en una regi�n en la cual se espera lluvia o ca�da de roc�o normalmente pero donde �sta se encuentra ausente o por debajo de lo normal. Las sequ�as m�s importantes se han dado, en este siglo, en la regi�n de las altas planicies y los estados del medio oeste en EUA. Basado en los resultados de otras investigaciones, W. O. Roberts ha mostrado que existe una marcada tendencia de las sequ�as a repetirse con intervalos de 20 a 22 a�os durante el pasado siglo y medio en la regi�n de las altas planicies, y su ocurrencia mantiene una fase m�s o menos constante con el doble ciclo solar (Figura 34).

Figura 34. Periodos de sequ�as en Nebraska, EUA entre 1740 y 1970

Temperatura

Las temperaturas del mes de julio en Inglaterra central, durante el periodo 1750-1880, exhiben una oscilaci�n de aproximadamente l° C en fase con el doble ciclo solar, es decir, las temperaturas son m�ximas durante los a�os de m�ximo n�mero de manchas en la mitad positiva de un ciclo de Hale y m�nimas durante los a�os de m�ximo n�mero de manchas en la mitad negativa del ciclo (figura 35).

 

Figura 35. Medias suavizadas de las temperaturas de julio en Inglaterra central comparadas con el doble ciclo de manchas solares. El periodo incluye doce m�nimos de manchas solares. Desde 1880 la influencia del doble ciclo solar sobre la temperatura de Inglaterra ha sido menos aparente que la influencia del ciclo de 11 a�os. Al igual que en la figura 33, los datos han sido suavizados empleando medidas m�viles.

 

Presi�n atmosf�rica

Con respecto a la presi�n atmosf�rica, los resultados encontrados sobre correlaciones de este par�metro con el doble ciclo solar son contradictorios. La influencia del doble ciclo solar parece manifestarse en la presi�n atmosf�rica de manera diferente en diferentes regiones geogr�ficas y depende tanto de la longitud como de la latitud. De aqu� que sea mejor concentrar la atenci�n en la periodicidad de 11 a�os y en las respuestas de corto periodo, cuando lo que se busca son los mecanismos f�sicos que nos vinculan los cambios en la presi�n atmosf�rica con la actividad solar.

 

INVERSIONES Y FALTAS DE CORRELACI�N

En un buen n�mero de casos hemos visto que las correlaciones entre par�metros meteorol�gicos y las manchas solares han desaparecido o, aun, invertido despu�s de varios ciclos solares. Aunque esto podr�a deberse a varias causas, como por ejemplo un an�lisis mal realizado, la posibilidad de que ciertas condiciones en el Sol, no reflejadas en el mismo n�mero de manchas, pudieran haber experimentado ciertos cambios seculares debe ser considerada. Adem�s, otros aspectos meteorol�gicos, como por ejemplo el �rea de hielo que cubre los casquetes polares, que no est�n relacionados directamente con la actividad solar, podr�an cambiar el papel que desempe�an de uno menor a uno dominante cuando tratamos con periodos de tiempo largos.

Es por lo tanto de inter�s revisar los principales casos en que ha habido un cambio o inversi�n de la correlaci�n y determinar si ellos comparten un periodo de tiempo com�n, de manera que otros indicadores de la actividad solar diferentes de las manchas solares pudieran ser examinados para el mismo periodo de tiempo. Si se va a postular un mecanismo f�sico que vincule la variable actividad solar con posibles respuestas meteorol�gicas, estos cambios o inversiones de la correlaci�n deben ser tomados en cuenta al igual que todas aquellas correlaciones significativas que hemos citado. Con base en estas fallas en la correlaci�n, a menudo se ha argumentado que no existe una relaci�n f�sica entre el tiempo/clima y el Sol variable, y que las fallas se deben simplemente a cambios de largo periodo en la troposfera. Por otro lado, puede ser que esas fallas contengan informaci�n vital para identificar el v�nculo real.

Los a�os o periodos de inversi�n o falla de la correlaci�n estad�stica entre el n�mero de manchas solares y par�metros meteorol�gicos o clim�ticos est�n resumidos en el cuadro 4. En �l se puede ver que la d�cada de los a�os veinte es un periodo crucial para la mayor�a de los par�metros meteorol�gicos listados.

La curva del n�mero de manchas solares dada en la figura 9 no muestra nada raro en su comportamiento c�clico durante ese periodo; el a�o 1922 fue un a�o de m�nima actividad que coincidi�, por otro lado, con el final de la mitad positiva de un doble ciclo de Hale. Est�, sin embargo, cerca del m�nimo de un ciclo de Gleissberg de alrededor de 90 a�os, aproximadamente a la mitad de los prominentes m�ximos de 1871 y 1958.

Es aparente, por lo tanto, que para interpretar las inversiones de las correlaciones en t�rminos de la actividad solar, quiz�s sea necesario utilizar otros par�metros solares, diferentes del n�mero de manchas.

CUADRO 4. Inversiones (I) o fallas (F) en las correlaciones entre el n�mero de manchas solares y varios par�metros meteorol�gicos

 


Parámetros Fechas de las inversiones o fallas

Temperatura
 I
global
Temperatura en
F
I
Inglaterra
       
central            
Temperatura      
I
   
tropical      
   
Precipitación        
I
 
en Fortaleza        
�¢
 
Precipitación      
I
   
en la zona      
   
50° - 60° N            
Precipitación     F   I  
en la zona        
40° - 50° N            
Nivel de agua        
F
I
lago Victoria        
Oscilaciones        
F
 
este-oeste        
 
del bajo de            
Islandia            

Año
1830
1850
1900
1950

 

RESPUESTAS DE LA BAJA ATM�SFERA A FEN�MENOS SOLARES DE CORTA DURACI�N

En a�os recientes, los resultados de diversos an�lisis han mostrado que fen�menos solares de corta duraci�n pueden disparar una respuesta en la baja atm�sfera. Por ejemplo, se ha visto que la capa de los 500mb de presi�n46 [Nota46]cambia considerablemente, en el hemisferio norte, durante las primeras 24 horas despu�s de una r�faga solar. Los cambios muestran un alza en la altura de esa capa en la regi�n del polo geomagn�tico y un descenso en su altura en una regi�n muy amplia que coincide con la zona auroral. Otros resultados han mostrado que el flujo de aire estratosf�rico hasta el nivel de los 3 km se incrementa en el segundo o tercer d�a despu�s de una r�faga solar con emisi�n de rayos X.

Resultados como �stos muestran que la circulaci�n de la baja atm�sfera se modifica significativamente despu�s de r�fagas solares.

Como ya vimos, los fen�menos geomagn�ticos tienden a repetirse con periodos del orden de 27 d�as, el periodo sin�ptico de rotaci�n del Sol, el cual se encuentra cercano al periodo de m�xima fluctuaci�n de los vientos del oeste a latitudes medias y altas. Un comportamiento parecido no se observa a bajas latitudes.

Tambi�n se ha informado sobre asociaciones entre la actividad magn�tica y los fen�menos en la baja atm�sfera, mientras que otros han mostrado que los incrementos y decrementos en la circulaci�n atmosf�rica tienen lugar en un periodo que puede estar relacionado con el periodo medio de rotaci�n solar en la zona ecuatorial (solar).

Finalmente, para terminar este cap�tulo, pasaremos a describir otro fen�meno, El Ni�o, el cual pensamos forma parte del conjunto de fen�menos meteorol�gicos asociados con la variabilidad solar y forma parte de las relaciones solar-terrestres.

 

UN NI�O QUE RETOZA EN TIERRA Y MAR

Anualmente, por diciembre o enero, hace su aparici�n en las costas ecuatorianas y peruanas una corriente marina cuya temperatura es ligeramente m�s alta, 1 o 2° C, que la temperatura promedio del Oc�ano Pac�fico de esa zona. Como esta corriente surge en la �poca navide�a los pescadores de la regi�n la han llamado El Ni�o, en alusi�n al ni�o Jes�s de la tradici�n cat�lica. En ciertos a�os, el aumento de temperatura de esa corriente es mayor, de 5 a 6° C, y es a este fen�meno, anormalmente caliente, al que para fines cient�ficos se le denomina El Ni�o.

Al parecer, El Ni�o representa s�lo el aspecto oce�nico de un fen�meno m�s complejo que tiene tambi�n una manifestaci�n meteorol�gica conocida con el nombre de Oscilaci�n del Sur. Cuando la perturbaci�n oce�nica aparece, lo hace acompa�ada de la meteorol�gica, sin que sea todav�a posible determinar, con los datos disponibles, cu�l precede a cu�l. Esto ha dado pie a que algunos investigadores al referirse a este fen�meno global le llamen ENSO (El Ni�o/Southern Oscillation). Asimismo, se ha observado que este fen�meno no est� restringido a la regi�n del Pac�fico ecuatorial.

 

LAS TRAVESURAS DE EL NI�O

Para darnos una idea de la importancia que tienen las travesuras de El Ni�o, es suficiente decir que produce la mayor�a de las alteraciones clim�ticas que no son atribuibles a las estaciones, no s�lo en las regiones ecuatoriales, sino hasta latitudes como las de nuestro pa�s. Su influencia se manifiesta especialmente en las variaciones del r�gimen subtropical de lluvias. Como ejemplo basta recordar que El Ni�o de 1982-1983 provoc� tremendas sequ�as en �frica del sur, Indonesia, Filipinas y Australia, mientras Ecuador se ahogaba bajo un diluvio y la pen�nsula de Baja California era azotada por violentos huracanes. M�s recientemente, en 1990, tuvimos un muy largo periodo de lluvias en nuestro pa�s debido a El Ni�o de ese a�o. Todo esto afecta, adem�s, considerablemente los ecosistemas y nos indica que las repercusiones de este ni�o malcriado sobre la vida del planeta pueden ser devastadoras.

El fen�meno de El Ni�o ya ha sido adecuadamente descrito, con base principalmente en los datos recabados durante el evento de 1982-1983. En cuanto a las causas que lo producen, se piensa que tienen su origen en el propio Oc�ano Pac�fico, o incluso en el �ndico, al comprobarse que ah� tambi�n se manifiestan las perturbaciones meteorol�gicas asociadas con �l. Otros investigadores han propuesto que puede originarse alternativamente en el Ant�rtico o en el �rtico, lo cual le dar�a a este fen�meno una escala planetaria. No obstante, ninguna de las proposiciones hechas explica de manera satisfactoria el o los mecanismos que dan lugar a tal evento.

 

EL SOL ES EL CULPABLE

Otra posibilidad ser�a que esta clase de eventos fuera originada por causas externas al sistema oc�ano-atm�sfera, y en este caso lo obvio ser�a pensar en nuestro Sol como el culpable. De hecho se ha observado que los Ni�os m�s intensos coinciden con periodos de actividad solar poco com�n, es decir, periodos fuera del m�ximo solar durante los cuales se presenta un n�mero anormalmente alto de manifestaciones de la actividad solar, tales como r�fagas y manchas solares.

Contar con registros de El Ni�o desde 1726, ha permitido estudiar la distribuci�n de estos acontecimientos a lo largo de veintid�s ciclos solares. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que clasificar un evento determinado como El Ni�o en los siglos anteriores al XX es dif�cil. Para elaborar la serie de Ni�os, los investigadores tuvieron que recurrir a recuentos anecd�ticos, la relaci�n de campa�as militares, las descripciones hechas por misioneros y exploradores o los anuarios sobre la cosecha de granos.

Al estudiar la serie de Ni�os con respecto al n�mero de manchas solares, se encuentra que en efecto El Ni�o est� relacionado no con el n�mero de las manchas, sino con sus cambios, es decir, con los gradientes en el n�mero de manchas, adem�s, se encuentra que los eventos tienden a ocurrir cerca del m�nimo de actividad solar.

No intentaremos describir en detalle la manera en que esta interacci�n da como resultado el desarrollo de El Ni�o, no es la intenci�n de este libro, pero s� decir que este fen�meno parece ser uno m�s de los resultados de las relaciones solar-terrestres que hemos visto.

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