I. CONOCIMIENTO Y M�TODO: LOS V�RTICES DEL JUEGO

EL ORIGEN Y LA FUNCI�N DEL CONOCIMIENTO

EL CONOCIMIENTO es una informaci�n sutil y formidable, personal y colectiva que buscamos, atesoramos y utilizamos. Es la esencia de la cultura y de las universidades, ya que lo que en aqu�lla se cultiva es el �rbol que el mito b�blico llam� de la ciencia, y lo que define a �stas no son sus edificios, sino el lugar donde se genera, trasmite y difunde el conocimiento. Es un objetivo para el que tenemos disponible una energ�a intensa y misteriosa. La misma que impulsa a cualquier animal a informarse acerca de un lugar novedoso a pesar del riesgo. La que lo impulsa a mirar, o�r, oler o tocar para, con esos datos, trazarse un mapa del mundo que le permita habitarlo y usarlo, en una palabra: adaptarse. As�, la funci�n �ltima del conocimiento es la adaptaci�n, un asunto de vida o muerte.

El deseo de saber y su satisfacci�n, conocer, son el teatro de la vida misma, un drama permanente de conflicto y resoluci�n que no s�lo ha dado origen a la ciencia; mucho antes har�a florecer a la filosof�a, y aun antes, en la aurora del ser humano, al arte y a la t�cnica. Y tambi�n, aqu� y all�, produjo sabidur�a. Es as� que aquellos pueblos que cultivaron el �rbol del conocimiento cosecharon civilizaciones, culturas acabadas de sello propio, y aquellos individuos que lo labraron produjeron filosof�as y ense�anzas, individuos y ense�anzas que han matizado y en m�s de un sentido impelido el devenir de los seres humanos sobre la Tierra.

Conocimiento y como consecuencia adaptaci�n. Adaptaci�n y como consecuencia evoluci�n. Si este es el caso parecer�a de importancia capital detenerse a reflexionar sobre que es el conocimiento.

Desde anta�o se dice que en esencia el conocimiento es una relaci�n que se establece entre un sujeto y un objeto. En tal relaci�n el sujeto capta propiedades o caracter�sticas del objeto y constituye una imagen o representaci�n. Ahora bien, pronto nos damos cuenta de que, lejos de ser un mero receptor pasivo, el sujeto se comporta activamente para que pueda darse el conocimiento: debe orientarse hacia el objeto, percibirlo, valorarlo, razonarlo, imaginarlo, manipularlo. Adem�s, es en la acci�n donde mejor se manifiesta el papel activo del sujeto, ya que el conocimiento se revela en un cambio conductual del individuo en referencia al objeto, cambio que refleja el proceso mismo de su adquisici�n y que llamamos aprendizaje. En una palabra: es s�lo en un proceso activo de interacci�n entre objeto y sujeto que puede surgir el conocimiento. Quiz�s podr�amos decir que el conocimiento es el esquema din�mico de tal interacci�n.

Hasta aqu� he dado una descripci�n com�nmente aceptada del fen�meno del conocimiento sin adentrarme en los m�ltiples problemas que surgen de la sola formulaci�n. La tarea de la teor�a del conocimiento, llamada epistemolog�a (del griego episteme, comprensi�n, conocimiento y logos, tratado) desde los cl�sicos, es precisamente abordar estos problemas. La epistemolog�a ha sido recientemente alcanzada por una nueva y vigorosa interdisciplina que promete impulsar el estudio y la comprensi�n del conocimiento por un camino m�s cient�fico y m�s amplio. La moderna ciencia cognitiva es una s�ntesis de la inteligencia artificial, la filosof�a de la mente, las neurociencias, la ling��stica y la psicolog�a cognitiva que ha retomado a la epistemolog�a desde un punto de vista emp�rico y ha dado una nueva ruta a su larga indagaci�n. A esta prometedora transdisciplina corresponde ahora abordar las dificultades tradicionales de la epistemolog�a. Veamos algunas de ellas.

El primer problema de la epistemolog�a se refiere a la posibilidad misma de conocer y puede parecer a primera vista espurio, dado que, sin lugar a dudas, todos captamos objetos y nos relacionamos con ellos. Sin embargo, un an�lisis superficial empieza a descubrir las dificultades. Sabemos que captamos los objetos por la percepci�n, la imaginaci�n o el pensamiento, pero sabemos tambi�n que �stos son falibles y, en el mejor caso, parciales. Sabemos tambi�n que lo que captamos de los objetos es indirecto, aspectos o fen�menos y no esencias o naturalezas. Con todo esto la pregunta de la posibilidad de conocer es leg�tima, tanto as� que muchos pensadores llamados esc�pticos, niegan tal posibilidad. Seg�n ellos, como todo conocimiento es limitado y subjetivo, es decir, individual y variable, no puede haber conocimiento verdadero. En los fil�sofos llamados positivistas y en los que se denominan agn�sticos hay un escepticismo que se refiere a la posibilidad de conocer entes metaf�sicos, como Dios, el ser, el absoluto o el alma, pero, en cambio, afirman la verdad de la ciencia, del saber intersubjetivo, lo cual es garant�a de objetividad. Para muchos otros existe una limitaci�n en la validez del conocimiento en el sentido de que toda verdad es relativa, por ejemplo, a una cultura o a una �poca hist�rica determinadas. Vemos f�cilmente que todas estas son formas atenuadas de escepticismo. Hay, desde luego, una actitud m�s firme en lo que se refiere a la posibilidad del conocimiento: la posici�n cr�tica promulgada por Immanuel Kant (1724-1804) y que examina cada afirmaci�n para establecer sus justificaciones particulares de veracidad.

En relaci�n con el origen del conocimiento se han planteado, desde los primeros fil�sofos hasta nuestros d�as, dos posibilidades: o bien el conocimiento surge de los sentidos y de la experiencia o bien del pensamiento y la raz�n. La doctrina que enfatiza el papel del pensamiento y la raz�n se denomina racionalismo. Es una doctrina convincente: s�lo la raz�n tiene la capacidad de juzgar la validez de un concepto, incluso sin el recurso de los sentidos. Si digo "todos los cuerpos tienen peso" no necesito pesar todas las cosas, la raz�n me dice que esto es as�. Resulta significativo que muchos de los racionalistas m�s destacados, como Descartes y Leibniz, hayan sido matem�ticos, ya que la matem�tica es fundamentalmente conceptual y muchas de sus verdades y de sus pruebas son abstractas. Pero frente a los racionalistas se ubican otros pensadores no menos formidables: los empiristas. Para �stos el conocimiento surge de la experiencia; en �ltimo t�rmino de los sentidos que proporcionan informaci�n sobre el mundo, la cual es, posteriormente, reconstruida por la raz�n. Y a diferencia de los racionalistas matem�ticos de Alemania y Francia, muchos de los empiristas cl�sicos han provenido de Inglaterra y de las ciencias naturales, como otro de los grandes pioneros de la epistemolog�a moderna, John Locke, que era m�dico.

Hay dos intentos de integrar estas dos posiciones aparentemente irreconciliables. El primero dice, con Arist�teles y Tom�s de Aquino, que la experiencia sensorial y el pensamiento juntos forman el conocimiento. El segundo, m�s audaz, afirma que el conocimiento tiene elementos previos a la experiencia. El proponente de esta idea es tambi�n Kant, para quien la materia (es decir, el contenido) del conocimiento procede de la experiencia, pero la forma (es decir, la estructura) de la raz�n. A estas formas pertenecen las categor�as m�s generales, como espacio, tiempo, materia o causa. Estas nociones ser�an, de alguna manera, innatas, propiedades, dir�amos hoy, codificadas en el sistema nervioso. Es interesante mencionar que la doctrina de Kant ha recibido respaldo emp�rico en los estudios del ginebrino Jean Piaget sobre el desarrollo del intelecto en los ni�os. Kant hizo tambi�n el papel de mediador entre los realistas y los idealistas al proponer que los objetos existen, pero que de ellos no captamos su esencia sino su apariencia. Con todo esto, la menuda figura de este legendario profesor de K�nisberg se erige como una de las piezas clave en la historia de la epistemolog�a.

La doctrina de Kant nos indicar�a que la relaci�n entre sujeto y objeto que denominamos conocimiento es una unidad din�mica con dos polos. Por un lado el objeto determina la representaci�n del sujeto: es algo real que es reconstruido por �ste. Por otro lado est�n la conciencia y la raz�n que caracterizan al sujeto y que de una manera activa establecen y producen la imagen o representaci�n del objeto. Vemos entonces que una clave fundamental del conocimiento est� en el concepto de representaci�n, el cual tambi�n entra�a obst�culos espinosos, como veremos repetidamente a partir de lo que sigue.

LA UBICUIDAD DE LA INTELIGENCIA

La evoluci�n de la vida sobre el planeta es, esencialmente, un proceso de ganancia de conocimiento. La cognici�n o el conocimiento en su acepci�n m�s amplia que va desde el paramecio que evade un obst�culo hasta la �ltima f�rmula sobre las fuerzas subat�micas es una funci�n vital en el sentido estricto del t�rmino: algo necesario para la vida. En vista de esto no es de extra�ar que varias teor�as del conocimiento sean de tipo evolutivo, es decir, que la cognici�n, como cualquier otra funci�n vital, deba de haber sido seleccionada durante la evoluci�n por su valor adaptativo. En este sentido est� impl�cito que el conocimiento presupone una imagen adecuada del mundo, la cual le permite al organismo actuar sobre el medio de forma eficiente y sobrevivir. Deber�a entonces existir una correspondencia entre los objetos del entorno y las estructuras cognitivas del organismo, a veces llamadas significativamente "mapas" o "representaciones".

A pesar de que esta idea se antoja evidente ha sido repetidamente criticada, pues el organismo aparece en este sentido totalmente pasivo y separado del medio ambiente. Por el contrario, sabemos que todo organismo vivo es, por definici�n, activo, que conforma una unidad din�mica con su entorno y que la evoluci�n opera en todos los niveles y no se detiene en el individuo. Por ejemplo, existe una evoluci�n del interior del organismo que favorece ciertas estructuras y funciones m�s eficientes sobre otras. Los cambios evolutivos no son s�lo movimientos de poblaciones sino tambi�n transformaciones gen�ticas que resultan en nuevas estructuras y funciones capaces de contender mejor con el medio. Los organismos vivos son sistemas de �rganos y sistemas jerarquizados (sometidos a modulaci�n y control por otros), autorregulados (capaces de modularse a s� mismos) y autopot�ticos (que se reproducen). Por lo tanto, su evoluci�n no s�lo est� determinada desde fuera por las presiones del cambiante medio, sino que est� tambi�n dirigida y limitada desde dentro.

En este caso, y en vista de que "conocimiento es "vida", se sigue que la representaci�n no es simplemente una imagen del mundo, sino una reconstrucci�n del propio organismo. Con esto no quiero decir que el organismo inventa al mundo sino que lo reconstruye activamente y que, como hemos confirmado desde Kant, est� predestinado con esquemas para reconstruirlo. En apoyo a esto recordemos que ning�n organismo percibe el mundo de manera absoluta, sino que tiene un acceso restringido a partes del entorno y sus objetos, seg�n sus aparatos sensoriales, su historia y su perspectiva. Consideremos simplemente las diferencias que deben existir entre la visi�n que varios animales de distintas especies pueden adquirir de un mismo lugar. Ninguno de ellos tiene la "verdad" o bien la poseen todos en la medida en que esa visi�n, sin duda parcial y restringida por muchas limitantes, les es �til para sobrevivir. Me detengo en este punto porque es crucial para entender lo que es el conocimiento. La imagen o representaci�n del mundo que cl�sicamente se considera la esencia del conocimiento resulta que no es su parte medular, al menos cuando la representaci�n se entiende como una especie de foto o de mapa del objeto almacenada pasivamente en alguna parte del cerebro. Por ejemplo, seg�n la escuela chilena de Humberto Maturana y Francisco Varela, lo que define mejor al conocimiento no es la representaci�n, sino la acci�n apropiada o, a mi entender, un esquema cambiante de representaci�n-acci�n. Veamos ahora con mas detalles por qu� la conducta es parte intr�nseca del conocimiento.

Muchas especies comparten el mismo nicho ambiental pero lo enfrentan con mecanismos conductuales enormemente distintos. La mejor manera de entender la cognici�n de esos organismos, algo que hasta hace poco parec�a imposible de penetrar con las t�cnicas existentes, se hace mucho m�s accesible si consideramos que el an�lisis del comportamiento del organismo en referencia a su medio nos da una clave fundamental para evaluar lo que el organismo sabe de ese mundo. �ste ser�a el postulado central de una ciencia tan actual como la etolog�a cognitiva, que pretende inferir la conciencia y el pensamiento animal mediante el an�lisis del comportamiento. As� podemos decir que si el conocimiento es vida, la conducta es conocimiento y, por lo tanto, la conducta es vida.

En este punto se presenta una diferencia sustancial con la concepci�n darwiniana cl�sica de la evoluci�n, ya que no es simplemente la sobrevivencia o la muerte de los organismos lo que finalmente expresa si sus conocimientos son verdaderos o falsos, sino, espec�ficamente, el �xito o el fracaso de sus actos. De esta manera, la conducta no puede ser considerada simplemente la salida de informaci�n o el efecto de la cognici�n del organismo sobre el medio, sino un mecanismo intermediario entre �ste y su entorno. La conducta no es s�lo acci�n sobre el medio. Muchos de los movimientos de los organismos est�n destinados a modular la percepci�n, es decir, a incrementar o reducir la entrada de informaci�n. Otros est�n destinados a modular estados internos, como las posturas que se adoptan para relajarse o para actuar. As�, la conducta es una funci�n ejercida por el sistema musculoesquel�tico por medio de la cual el sistema nervioso se comunica, de ida y vuelta, con el mundo.

Lo que existe es una coevoluci�n del organismo y el medio; en un sentido general, vemos que el organismo es un sistema, pero que tambi�n el medio ambiente lo es. En el caso de los seres humanos decimos que el medio ambiente es un sistema ecol�gico y social. Como todos los organismos, los seres humanos intercambiamos informaci�n con nuestro medio, lo cual produce una intensa interdependencia de elementos entre el medio y el organismo. De hecho, desde cierto punto de vista las fronteras se pierden y el organismo queda integrado en un organismo mayor que es el propio entorno, de la misma manera que nuestros �rganos se acoplan funcionalmente para formar nuestro organismo. La evoluci�n de los elementos de ese macroorganismo es mutua e interdependiente, o sea, es una coevoluci�n. En este esquema queda claro que cualquier especie que destruya su medio se destruye a s� misma. Pero volvamos ahora al problema del conocimiento con esta perspectiva.

En esta concepci�n el conocimiento es una interacci�n entre el sujeto y su medio, que tiene lugar en la totalidad del organismo, no en una peque�a y misteriosa parte de su cerebro. Esto no implica que el cerebro no sea determinante en el conocimiento; sin duda alguna lo es (cap�tulo IX), y mucho se conoce sobre la neurolog�a de la percepci�n, de la memoria o —bastante menos— de la imaginaci�n y el significado. Pero, seg�n esta concepci�n, es en el organismo �ntegro, con todos sus �rganos y flujos de informaci�n, incluidos sus mecanismos conductuales, donde reside el conocimiento. A�n m�s, se antoja incluso dif�cil localizar al conocimiento en el individuo �ntegro, ya que mediante su conducta el conocimiento se imprime en el medio ambiente y lo modifica. De esta suerte podr�amos decir que los ecosistemas, con sus complejos nichos ambientales y la intrincada red de informaci�n en la que est�n inmersos, son inteligentes, una sorprendente idea desarrollada, entre otros, por el antrop�logo y psiquiatra sistemista Gregory Bateson.

LOS TIPOS DE CONOCIMIENTO

Recapitulemos. El conocimiento es, en esencia, una relaci�n que se establece entre un sujeto y un objeto por medio de la cual el sujeto desarrolla esquemas de representaci�n-acci�n y, en consecuencia, una proposici�n adecuada sobre el objeto que, a su vez, modifica su acci�n y es modificada por �sta de manera adaptativa. En esa relaci�n intervienen de manera central un conjunto de datos por los cuales el sujeto considera que su saber es v�lido y una serie de creencias que sustentan sus conclusiones. Las creencias tienen que ver con la confiabilidad de la fuente de informaci�n que el sujeto usa para afirmar su conocimiento.

En el lenguaje corriente el sujeto expresa su conocimiento en frases del tipo "yo s� que tal y cual", siendo "tal y cual" una proposici�n como "yo s� que existe el monte Everest". Ahora bien, si analizamos las frases que tienen esta forma notaremos que los criterios de acceso y de veracidad que utiliza el sujeto son distintos. Esto quiere decir que hay diversos tipos de conocimiento, lo cual es de importancia capital para determinar su validez y entender las formas de conocer.

Empecemos a deslindar los diversos tipos de conocimiento haciendo una s�ntesis de las ideas del finland�s Timo Airaksinen y el mexicano Luis Villoro. El primero es el conocimiento perceptual. Si yo veo un monte a lo lejos puedo afirmar con gran convicci�n que el monte existe y tiene tales y cuales caracter�sticas. Es evidente que ya en este tipo elemental de conocimiento interviene algo m�s que la percepci�n. Hay elementos de la memoria que me permiten reconocer el objeto y, probablemente, elementos de la voluntad seg�n los cuales ese monte me es significativo porque, por ejemplo, lo quiero escalar o lo debo eludir. A pesar de su notoria inmediatez y evidente claridad, el conocimiento perceptual no es totalmente certero. Supongamos que alguien m�s no ve el monte. Esto me pone en un predicamento y debo usar nuevos criterios o datos para asegurarme de que yo o el otro tenemos la verdad. Quiz�s alguno tom� un alucin�geno, o estoy so�ando, o el monte es un espejismo visible s�lo desde mi perspectiva. En cambio, si el otro confirma mi percepci�n, el conocimiento adquiere mayor fuerza y ya no es solamente perceptual, es un conocimiento por consenso. Mientras m�s sean las confirmaciones de la existencia de ese monte, digamos dibujos o mapas, m�s seguro y completo es este conocimiento y, lo que es lo mismo, es m�s dif�cil refutarlo. En muchas ciencias se usa el procedimiento que conocemos como acuerdo entre observadores" para certificar que un fen�meno sutil, como una conducta o un s�ntoma cl�nico es identificado por varios sujetos. En �ltimo an�lisis toda la ciencia se puede considerar un conocimiento por consenso. Un tercer tipo es el conocimiento aceptable y tiene que ver con la verosimilitud que le otorguemos a nuestras fuentes de informaci�n. Yo no he visto el monte Everest y, aun suponiendo que no conociera a nadie que lo hubiera visto, s� que existe y s� d�nde est� porque hay m�ltiples evidencias confiables que lo confirman. Tambi�n tengo la seguridad de que existi� una persona llamada Napole�n Bonaparte, aunque nadie vivo lo haya conocido, ni falta que hace. La documentaci�n disponible es suficiente para darle una gran certeza a este conocimiento. Hay, sin embargo, objetos sobre los que cabe abrigar dudas, como los fantasmas, los OVNI o la existencia hist�rica de Robin Hood. Se necesitan datos m�s convincentes para aceptar su existencia, aunque algunos aleguen tener conocimiento perceptual de ellos. Es m�s, aun si yo mismo tuviera contacto perceptual con estos entes abrigar�a las dudas inherentes al primer tipo de conocimiento.

Una categor�a distinta de las tres anteriores es el conocimiento aprendido, que est� constituido por las habilidades y las experiencias particulares de un sujeto adquiridas de acuerdo con sus vivencias. Conviene distinguir tres formas diferentes de este tipo de saber. La primera es el conocimiento operacional, que se refiere al "saber hacer", como saber abrocharse las agujetas, manejar un auto, operar una computadora o una nave espacial. Este es, se puede decir, un conocimiento conductual. El desarrollo de habilidades motoras y la adquisici�n de pericia son sus caracter�sticas particulares, aunque, desde luego, notamos que tiene elementos perceptuales y de consenso. Este tipo de conocimiento es general para las actividades humanas, desde la mec�nica hasta la m�sica, desde la ciencia hasta la agricultura, y constituye, seg�n Piaget, la primera de las etapas de desarrollo intelectual en el ni�o que empieza a aprender a manipular cosas. El conocimiento operacional de una habilidad particular llega a su expresi�n m�s acabada en quienes llamamos peritos para las t�cnicas o virtuosos para las artes.

Hay otras formas de conocimiento que tienen que ver fundamentalmente con la memoria, m�s que con la percepci�n o la conducta. El saber muchos n�meros telef�nicos o retener datos hist�ricos es un conocimiento almacenado, quiz�s el que normalmente identificamos al decir que alguien "tiene muchos conocimientos" y tiene su expresi�n m�s terminada en las personas que llamamos eruditos. La tercera forma de conocimiento aprendido es la m�s personal y tiene que ver con la experiencia �nica de cada quien en su relaci�n con el mundo. Ciertas vivencias de nuestras relaciones interpersonales o con la naturaleza, algunas experiencias de la actividad laboral, profesional o de la cultura, ciertos episodios de dificultades o periodos de descubrimiento nos dejan una ense�anza de importancia capital para vivir, para discernir lo valioso, discriminar entre opciones diversas y elegir lo m�s adecuado. �ste es un conocimiento integral que abarca la esfera de la raz�n, de la emoci�n y la motriz; es un saber eminentemente pr�ctico, el m�s dif�cil de refutar y el que m�s usamos para resolver nuestra existencia: es un conocimiento vivencial o disposicional, que llega a su m�xima expresi�n en los ancianos y, particularmente, en las personas que llamamos sabios.

Ahora bien, a pesar de lo aparentemente dis�mbolo de todos los tipos de conocimiento, hay elementos comunes que nos mantienen la noci�n general de conocer. Una persona adquiere la certeza de la veracidad de algo por medios directos, sean �stos la percepci�n, la confirmaci�n de otros, las fuentes de informaci�n humana, la manipulaci�n de un objeto, la afinaci�n de un movimiento o la vivencia de una situaci�n. La refutaci�n de un conocimiento es tambi�n una experiencia directa. Es decir, el conocimiento se da siempre en un contexto y es este contexto la clave para que ocurra. El conocimiento surge de una relaci�n de circunstancias, con lo cual confirmamos que es, por su naturaleza misma, ecol�gico.

Entonces, �en qu� consiste la experiencia directa? El sujeto entra en una relaci�n con un objeto en ciertas circunstancias y construye un esquema pl�stico de representaci�n-acci�n. Insisto, la representaci�n-acci�n no es una imagen pasiva, como una fotograf�a almacenada en un sitio cerebral, es una construcci�n, o mejor, una reconstrucci�n del objeto en la que entran de manera indisoluble tanto la situaci�n circunstancial como el moldeamiento de su conducta. Todo esto, adem�s, le justifica al sujeto la veracidad de proposiciones como: "yo se manejar", "yo s� que existe el monte Everest", "yo conozco Par�s", "yo s� anatom�a". Hay, en todos estos casos un compromiso de veracidad. Se dice entonces que el conocimiento es verdadero o no es conocimiento. Una creencia falsa no es conocimiento: es ignorancia.

Sin embargo, bien sabemos que la verdad, entendida por la epistemolog�a cl�sica como la correspondencia entre la mente o el pensamiento y el objeto, por desgracia, nos elude constantemente. Ni siquiera la descripci�n m�s exhaustiva puede pretender constituirse en una verdad absoluta. Conocer ser�a m�s bien la b�squeda de respuestas a los enigmas que nos confrontan, b�squeda que se acompa�a de la formaci�n de esquemas continuamente perfectibles. En una palabra: conocer es un proceso de adquisici�n y uso de esquemas de representaci�n-acci�n.

Ahora bien, adem�s de los tipos de conocimiento existen tres aproximaciones distintas al saber, que se han ido separando a pesar de que en ellas se entremezclan todas las formas de conocimiento que hemos delineado. Me refiero a la ciencia, el arte y la sabidur�a. Es posible, aunque habr�a que establecerlo con cuidado, que en cada una de estas aproximaciones predominen unos tipos de conocimiento sobre otros, pero el privilegiar una sobre las dem�s y el mantenerlas r�gidamente separadas no s�lo ha sido una p�rdida de recursos y potencialidades humanas invaluables, sino que es, como se puede advertir, conceptualmente un error. Hagamos a continuaci�n un esbozo del conocimiento cient�fico.

EL RECURSO DEL M�TODO

Un joven estudiante polaco de visita en Italia en los albores del siglo XVI se impregn� de las traducciones de los eruditos �rabes y de la tradici�n herm�tica, las cuales, a diferencia del cristianismo medieval, daban al hombre un papel central en la creaci�n, ya no s�lo como criatura sino como creador en el sentido de que deber�a penetrar los misterios de la naturaleza para utilizarla. El estudiante, de nombre Nicol�s Cop�rnico, regres� a Polonia con la idea de actualizar el sistema astron�mico de Ptolomeo que a�n reg�a desde hac�a milenios. El resultado de sus estudios se public� en el a�o de su muerte (De evolutionibus orbium coelestium, 1543) y ah� demostr� que era el Sol, y no la Tierra, el centro del cosmos. Cuando digo demostr� quiero decir que justific� esta aseveraci�n mediante observaciones y c�lculos. Esta sola tarea hizo que apareciera en Europa un movimiento intelectual de consecuencias formidables: el surgimiento de un m�todo particular de observaci�n, demostraci�n y conocimiento, el cual ten�a una larga trayectoria en la ciencia isl�mica y que es una de las marcas del inicio de la Epoca Moderna. El m�todo fue usado despu�s por Galileo, quien, armado de un peque�o telescopio, anunci� en 1632 que hab�a monta�as en la Luna, sat�lites alrededor de J�piter, manchas en el Sol y que la V�a L�ctea estaba constituida por incontables estrellas. Al mismo tiempo, en 1627, Kepler en Alemania demostr� que las �rbitas de los cuerpos celestes no eran circulares sino el�pticas, se pregunt� sobre la causa del movimiento de las esferas y propuso que la fuerza magn�tica emanada del Sol empujaba a los planetas en sus �rbitas.

Con estas evidencias no s�lo se tambale� el mundo de Arist�teles en lo que se refiere a la idea del cosmos, sino que surgi� durante el barroco una nueva filosof�a natural definida en su esencia por la duda met�dica. Correspondi� a Ren� Descartes, el gran fil�sofo de La Haye, Francia, sistematizar este programa en el Discurso del m�todo aparecido en 1637. Con su esfuerzo se establecen varios requerimientos del conocimiento cient�fico como lo conocemos hoy para aproximarse a la naturaleza: hay que estar armado con un sistema riguroso y justificado de an�lisis y con herramientas matem�ticas para demostrar las aseveraciones.

De esta manera, en 1687 aparecen dos obras fundamentales de la ciencia con las que culmina el esfuerzo iniciado por Cop�rnico y se plasma el m�todo cartesiano. Se trata de Philosophiae Naturalis Principia Mathematica, los Principios de Newton y De humani corporis fabrica de Andr�s Vesalio. Dotado de uno de los genios matem�ticos m�s sorprendentes de la historia, Newton logr� producir sus tres leyes del movimiento y el principio de gravitaci�n universal, con lo cual el mundo macrosc�pico parec�a ajustarse a un sistema comprensible. La conformidad entre la observaci�n y la predicci�n fue tomada como una evidencia de la veracidad de la teor�a, otro requisito que se incorpor� para siempre al m�todo cient�fico. En el camino Newton tambi�n hab�a utilizado el experimento, es decir, la intervenci�n deliberada del investigador para confirmar sus predicciones.

Poco a poco se agregaron otros componentes al flamante m�todo. Los fil�sofos naturales, como generalmente se conoc�a en el siglo XVII a los cient�ficos, necesitaron asegurarse de que los descubrimientos tuvieran confirmaci�n independiente. Ni siquiera Newton era digno de cr�dito absoluto y el conocimiento por consenso se volvi� la piedra de toque de la objetividad. Por esta raz�n surgieron sociedades cient�ficas en Italia, Inglaterra y Francia. Los cient�ficos ten�an entonces un foro donde reunirse, discutir y examinar descubrimientos y teor�as. Para cristalizar y formalizar estas discusiones las sociedades empezaron a publicar revistas y libros. Algunas de ellas contin�an apareciendo, como las Memorias de la Academia de Ciencias de Par�s. El ideal de la ciencia fue entonces la corroboraci�n y comprensi�n universales de los descubrimientos y teor�as.

Con todo esto, en el siglo XVII hab�an nacido y madurado los componentes de observaci�n acuciosa y exacta, de intervenci�n experimental, de demostraci�n l�gica y matem�tica de los postulados y de confirmaci�n independiente caracter�sticos del m�todo cient�fico. Poco m�s tarde se agregar�a la necesidad de ordenar el mundo de informaci�n que explotaba en todas las direcciones. Los criterios para clasificar objetos se vieron como requerimientos necesarios para sistematizar, generalizar y unificar el lenguaje de la ciencia y se fueron haciendo cada vez menos arbitrarios. Al ordenarse y sistematizarse una porci�n del mundo surgieron ciencias particulares con sus m�todos y sus especialistas. Es as� que la introducci�n de un sistema racional para designar y clasificar a los seres vivos fue propuesto por el sueco Carl von Linne en 1753. Esta clasificaci�n implicaba que exist�a un parentesco gen�tico entre las especies, lo que condujo a Jean Baptiste Lamarck a sugerir hacia 1800 que las especies cambiaban y evolucionaban a trav�s del tiempo, lo cual fue debidamente demostrado por Charles Darwin, aunque el mecanismo que �ste propuso era opuesto al pensado por el franc�s. Dentro de la misma tendencia, los elementos at�micos fueron arreglados de acuerdo con sus pesos y reacciones en una tabla peri�dica por Dimitri Mendeleiev hacia 1870. Y tambi�n esta taxonom�a tuvo aplicaciones inmediatas al facilitar la comprensi�n de las propiedades f�sicas y qu�micas de los �tomos de acuerdo con su lugar en la tabla y predecir la existencia de otros a�n desconocidos y que vendr�an a ocupar sitios por el momento vac�os.

Un aspecto m�s del m�todo cient�fico que lo afirm� en el siglo pasado como un elemento fundamental de la cultura fue su conexi�n con la econom�a mediante la producci�n de artefactos. La tecnolog�a, que hab�a precedido a la ciencia por milenios, recibi� un impulso decidido a partir de la Revoluci�n Industrial, cuando la observaci�n y la experimentaci�n sistem�ticas se incorporaron a la industria. As�, la metalurgia se desarroll� a partir de las aleaciones producidas por la f�sica, la industria de los colorantes se benefici� de la qu�mica, y la electricidad y el magnetismo, que hab�an sido analizados cuidadosamente por los cient�ficos, fueron controlados y utilizados en dinamos o motores. A la inversa, el an�lisis cient�fico del motor engendra a la termodin�mica, una de las teor�as f�sicas de mayor influencia en el siglo XX. A su vez, los nuevos instrumentos ensancharon el horizonte de los cient�ficos y los impulsaron a continuar la indagaci�n sobre mundos cada vez m�s lejanos o cada vez m�s peque�os.

De esta manera el m�todo cient�fico fue modific�ndose con el tiempo hasta erigirse en un recurso depurado y particular para obtener conocimiento. Su propio devenir nos recuerda que es un producto hist�rico con debilidades y fortalezas, con fundamentos s�lidos que no s�lo cambian con las m�s trepidantes revoluciones sino que tiene manifestaciones un tanto diversas para cada disciplina y cada �poca.

LAS REGLAS DEL JUEGO

El m�todo cient�fico vigente es el conjunto de procedimientos aceptados que se usan en la investigaci�n para resolver un problema o explorar un enigma. Los pasos usuales de tal m�todo son la selecci�n del problema, la elaboraci�n de la hip�tesis, el procedimiento para obtener los datos, y la interpretaci�n de los resultados. Esta separaci�n del procedimiento se manifiesta en el resultado final de la investigaci�n, que queda plasmado en el art�culo cient�fico. Los dos primeros estadios se elaboran conjuntamente en una secci�n que se titula "Introducci�n", el procedimiento se explica en una secci�n de "Material y m�todos" en la que se puntualizan los sujetos, objetos y t�cnicas usadas, en tanto que en otra de "Resultados" se manifiestan de manera sistem�tica los datos obtenidos. Finalmente, la interpretaci�n de los resultados constituye la "Discusi�n". De esta manera el art�culo cient�fico, como la obra del artista, es la expresi�n concreta y p�blica del quehacer del investigador y contiene los elementos con los que podemos juzgar el m�todo, la teor�a y el contexto te�rico, metodol�gico y social en el que se elabora el trabajo.

El planteamiento del problema es la manifestaci�n de una poderosa tendencia a la exploraci�n que caracteriza a todas las especies animales. La actitud inquisitiva y la curiosidad son atributos indispensables de los seres vivos para reconocer y adaptarse al medio ambiente. En la ciencia esto se manifiesta en un territorio que est� m�s o menos explorado y en una frontera m�s all� de la cual est� lo ignoto. El avance de esa frontera del conocimiento es paulatina, aunque hay exploradores extraordinarios que hacen penetraciones profundas en la regi�n del misterio.

La selecci�n que hace un investigador de la inc�gnita que ha de abordar es un paso determinante en su quehacer. En tal selecci�n deber� ponderar la trivialidad contra la profundidad de la pregunta, a sabiendas de que la primera es de m�s f�cil soluci�n pero menos trascendental que la �ltima. Ahora bien, aunque la libertad de selecci�n es supuestamente infinita, el cient�fico est� restringido por su entrenamiento, su informaci�n previa, sus recursos materiales e intelectuales y la tendencia de su escuela y grupo de trabajo. En cualquier caso, una vez seleccionado el problema, el investigador ha de formularlo con toda precisi�n, lo cual implica que est� familiarizado con la bibliograf�a cient�fica existente sobre el caso (que significativamente se le llama literatura en los c�rculos de ciencia) y que tenga una clara percepci�n de d�nde se encuentra la frontera, de cu�l es exactamente la inc�gnita y, en particular, de cu�les son sus probabilidades reales de resolverla seg�n sus medios intelectuales y f�sicos.

Una vez seleccionada la inc�gnita el cient�fico aventura una respuesta posible, es decir, una conjetura. A esa conjetura se le llama hip�tesis y, para ser adecuada, deber� estar cuidadosamente fundamentada. Se trata de una especulaci�n en la que intervienen la intuici�n, la inducci�n y la deducci�n, como muchas hip�tesis que hacemos en la vida diaria, pero la hip�tesis cient�fica ha de ser precisa, s�lida, veros�mil y, sobre todo, contrastable, es decir, probable o refutable por la observaci�n o el experimento. Las hip�tesis son as� gu�as que resumen, interpretan y justifican la labor del cient�fico.

Con base en el planteamiento del problema y la naturaleza de la hip�tesis el investigador realiza un dise�o y un proyecto, toma decisiones espec�ficas sobre los objetos o individuos que ha de usar, las variables que debe controlar y las t�cnicas que aplicar� para poner su hip�tesis a prueba. Hasta este momento el investigador no ha hecho operaci�n alguna que no sea leer o escribir y sobre todo pensar e imaginar, pero si ha realizado estos procedimientos con cuidado, est� listo para pasar a la observaci�n, la piedra de toque de la ciencia pr�ctica. La observaci�n cient�fica es un acto intencional (conscientemente dirigido), informado (enmarcado en conocimientos previos), selectivo (restringido a un aspecto de la naturaleza) e interpretativo (razonado y explicativo) que resulta en datos. Para obtener informaci�n se puede ir desde la lectura de textos, la descripci�n y clasificaci�n sistem�ticas, hasta la medici�n por conteo directo o mediante instrumentos de objetos o eventos. La intervenci�n controlada que constituye un experimento es una forma elaborada de observaci�n en la cual varios grupos homog�neos de individuos se usan para que, en algunos de ellos, llamados experimentales, se aplique un est�mulo y se compare sus rendimientos contra los grupos no estimulados que se denominan controles. Los resultados de la observaci�n son entonces datos objetivos en el sentido de que son p�blicos, porque cualquier otro observador deber� obtenerlos si reproduce el procedimiento. Y, sin embargo, los datos no son m�s que el resultado crudo de la observaci�n y tienen poco valor por s� mismos. Para hacerlos valiosos el investigador tiene que elaborarlos y ponderarlos, es decir, elige los que fueron obtenidos en las mejores condiciones, identifica los que son significativos mediante procedimientos estad�sticos y los sistematiza, con lo cual hace posible su presentaci�n en citas, tablas o gr�ficas. S�lo entonces los datos son aut�nticos resultados.

Finalmente, el cient�fico deber� hacer una interpretaci�n de sus resultados, es decir, deber� mostrar si son evidencias a favor o en contra de la hip�tesis, si prueban, confirman o refutan otras hip�tesis o teor�as, si son consistentes o no con resultados obtenidos por procedimientos similares o diferentes. Pero, m�s a�n, deber� decir por qu� �ste es el caso; es decir, deber� darles una explicaci�n. Para conseguirlo deber� ir de lo particular a lo general y hacer deducciones sobre sus resultados refiri�ndose a otros dominios de la ciencia y utilizando operaciones l�gicas elementales. En muchas ocasiones, con los datos y los resultados se produce un modelo, una simulaci�n del objeto de estudio que permite comprenderlo mejor. Con todo esto el investigador hace predicciones y adelanta posibilidades, plantea los nuevos problemas que sus resultados implican, atisba nuevas inc�gnitas para empujar la frontera de lo conocido y as� seguir penetrando en la oscuridad de lo ignorado.

El m�todo es universal, porque se aplica, aunque con diferencias importantes de forma, en todas las ciencias y en todas partes, pero es cambiante, como lo demuestran las grandes diferencias entre art�culos cient�ficos de �pocas incluso cercanas; es humilde porque no puede aplicarse a todas las cuestiones, pero es penetrante. Por �ltimo, no todo depende de la aplicaci�n adecuada de la receta ni de las facilidades t�cnicas que se tengan, sino del propio investigador, de su preparaci�n, habilidad, experiencia y especialmente de un factor misterioso e imponderable: su creatividad. La receta en este caso es m�s elaborada y menos precisa. Veamos algunos ingredientes: concebir nuevas ideas, seleccionar con prudente audacia, dise�ar con imaginaci�n, observar en detalle y con desapego, proceder con destreza y sagacidad, notar la oportunidad, conocer la relevancia, intuir el significado. M�zclense y apl�quense estos factores al m�todo descrito. Descubrimiento garantizado.

EL JUGUETE DE LA CIENCIA Y EL TEATRO DEL MUNDO

Pocas son las palabras t�cnicas de uso com�n para todas las ciencias. La m�s ubicua y frecuente de todas ellas es modelo. En efecto, si revisamos los t�tulos de los art�culos cient�ficos en las revistas internacionales especializadas encontraremos que esta palabra es de las m�s usuales. Esto lo sabemos porque existe un �ndice semanal de los contenidos de las revistas cient�ficas (el Current Contents) que usamos para localizar y solicitar los art�culos de inter�s. Al final de cada n�mero de este �ndice aparecen ordenadas alfab�ticamente las palabras t�cnicas de los t�tulos, con lo cual se facilita la b�squeda. En los n�meros correspondientes a las ciencias biol�gicas las palabras m�s frecuentes en los t�tulos son "rata", "humano", "c�lula", "rat�n" "prote�na", "gene" y "modelo", mientras que en los n�meros que tratan a las ciencias sociales y de la conducta, las palabras m�s usadas son "nino", "econom�a", "trabajo", "pol�tica", "mujer" y "modelo." Vemos que los t�rminos reflejan el objeto sobre el que se realiz� el estudio, aunque no su objetivo, que est� indicado por el t�tulo entero. Notoriamente la palabra modelo es el t�rmino te�rico de mayor uso en las ciencias m�s diversas. Y es que el modelar es una parte fundamental del procedimiento que utilizan todos los investigadores, independientemente de que sean te�ricos, experimentales, observacionales o tax�nomos. Y bien, �qu� es el modelo en la ciencia?.

En su sentido m�s general la palabra modelo indica un prototipo que contiene los rasgos distintivos de un objeto que deseamos entender. Cuando decimos "el cobre" no hablamos de este o aquel pedazo de metal, hablamos del prototipo, de aquello que es propiedad general del cobre, independientemente de su car�cter particular. Hablamos, pr�cticamente, del arquetipo, del cobre de todos los cobres. Esta funci�n de prototipo es com�n a todos los usos de la palabra modelo. As�, en el arte, el modelo es el objeto para ser copiado y en la ciencia, a la inversa, el modelo es la copia del objeto. Es decir, en la ciencia el modelo es una simulaci�n, una met�fora que nos ayuda a entender esa parte del mundo que es el objeto de nuestra curiosidad. El modelo es, con toda precisi�n, un juguete que el investigador usa de manera an�loga al ni�o que manipula un cochecito. Es por medio de la manipulaci�n que el ni�o y el cient�fico adquieren informaci�n y comprensi�n del objeto y sus propiedades. Sucede entonces que el juego y el modelo son un campo din�mico de representaci�n, un teatro del mundo. Y, como el ni�o en sus momentos m�s creativos, el investigador debe producir su juguete y �ste, si es una representaci�n adecuada, tendr� un valor general.

Veamos ahora cu�les son los elementos que componen un modelo cient�fico. Hay cuatro sistemas que se ponen en juego. El primero es, desde luego, el objeto, aquella estructura o fen�meno que nos interesa estudiar y que puede ser una estrella, un electr�n, un rayo, la circulaci�n de la sangre, una revoluci�n popular, la memoria o cualquier sector del mundo sobre el que podamos obtener datos. Tales datos deben ser observables, es decir, necesitamos un tipo de informaci�n sobre el objeto que pueda ser corroborada por otros, lo cual es la condici�n emp�rica —que no empirista— de la ciencia. Con esos datos se configura una percepci�n del objeto, la imagen resultante de la experiencia, que incluye fundamental, pero no exclusivamente, elementos sensoriales. Tal percepci�n es una imagen parcial, porque no es posible obtener una informaci�n completa de un objeto, as� sea una mesa que podemos ver, tocar, oler y explorar con instrumentos. Adem�s, sabemos tambi�n que la percepci�n no es comparable a una pel�cula virgen sobre la que se inscribe una imagen. La percepci�n esta condicionada en mayor o menor grado.

En cualquier caso, con los datos de la percepci�n, de la memoria y de otras operaciones cognoscitivas se construye una representaci�n del objeto, un sistema de im�genes, ideas o juicios que integran efectivamente su representaci�n, es decir, la construcci�n de esquemas din�micos indisolublemente ligados a la teor�a y al acto. En un siguiente paso el cient�fico produce una serie de acciones que desembocan en la fabricaci�n de un artefacto a partir de su representaci�n. Tal artefacto es la maqueta o el juguete que le permite realizar una labor particularmente satisfactoria, el juego favorito de muchos investigadores: la contrastaci�n, es decir, la comparaci�n entre su artefacto y el objeto original. El juego es din�mico y el juguete nunca estar� acabado: hay que corregirlo continuamente. Un cient�fico creativo se distingue entre otras cosas por su capacidad para generar modelos interesantes. Es un maestro del juego: el Magister Ludi en la afortunada definici�n de El juego de los abalorios de Hermann Hesse.

Ahora bien, los artefactos (en el sentido de modelos y no de instrumentos) que produce la ciencia toman muchas formas. Los m�s elementales son los modelos concretos que tratan de reproducir a escala las caracter�sticas del objeto. Un mapa es un modelo, como lo es una maqueta. Producimos otros modelos concretos en sistemas ya existentes y los usamos para hacer analog�as; se trata de modelos experimentales. En este caso se inducen, por ejemplo, ciertos padecimientos en animales que permiten entender la misma enfermedad en el ser humano, pero teniendo un control mucho m�s riguroso y con una base �tica, si bien debatible, m�s justificable. Gracias a esos modelos ha sido posible entender varios padecimientos y disminuir el sufrimiento humano asociado a ellos. Por otro lado se emplean profusamente modelos figurativos: diagramas, esquemas o formas que intentan representar sistemas y fen�menos. El dibujo del �tomo como un min�sculo sistema solar, las cartas de parentesco, las f�rmulas qu�micas y muchos m�s casos son modelos de este tipo que frecuentemente se difunden en la poblaci�n general por su intenso valor educativo y de comprensi�n. Finalmente est�n los modelos m�s depurados y abstractos: los conceptuales y los matem�ticos. A partir de Descartes, la mayor�a de los cient�ficos consideran a estos modelos los m�s "formales", ya que est�n elaborados en el lenguaje m�s universal de la ciencia.

Consideren ahora que una descripci�n como �sta puede ser aplicada tambi�n, con ajustes, desde luego, a la cultura en general. En esencia la cultura es un sistema de conceptos, valores y representaciones com�n a un conjunto humano que se manifiesta por la producci�n de artefactos (construcciones, obras de arte, utensilios) y se trasmite por medio del conocimiento. El procedimiento m�s com�n, el m�s justificado y el m�s peligroso de la arqueolog�a es precisamente el de inferir la representaci�n general del mundo que tuvieron grupos de personas extintas, a partir de las cosas que produjeron.

La ciencia y el modelo cient�fico constituyen una parte esencial de la cultura, y la peculiar representaci�n del mundo que tiene la ciencia puede ser inferida de los modelos.

UN CASO EJEMPLAR: LA NATURALEZA DE LA HERENCIA

La ciencia es una aventura en el sentido estricto del t�rmino: implica la participaci�n de exploradores, el reconocimiento sucesivo de terrenos ignotos, la acumulaci�n de experiencias extraordinarias, la construcci�n y demolici�n de teor�as, la aplicaci�n de audacia y de ingenio. Como muestra de ello voy a contar de manera muy resumida una de las pel�culas de aventuras m�s espectaculares de la filmoteca de la ciencia: la que trata sobre la herencia.

La primera hip�tesis que conocemos sobre la manera como se heredan los caracteres f�sicos es de Hip�crates y se conoce con el nombre de pang�nesis. La hip�tesis asume que cada parte del cuerpo produce "semillas" que son trasmitidas a la descendencia durante la concepci�n. Un siglo m�s tarde, y haciendo gala de su depurada l�gica, Arist�teles hizo preguntas demoledoras para esta hip�tesis. Si los hijos se parecen a los padres, no s�lo en sus rasgos f�sicos sino en la voz o en la manera de caminar, �c�mo es que estos factores no estructurales podr�an originar el material de la simiente? El estagirita tambi�n not� que los ni�os pueden parecerse ya no a los padres sino a los abuelos, con lo cual la sustancia de la simiente deber�a pasar a trav�s de generaciones. Con estas observaciones qued� rechazada la pang�nesis, pero se abrieron nuevas inc�gnitas: �cu�l es el factor que pasa a trav�s de generaciones y reproduce tanto caracteres f�sicos como funcionales y conductuales?

El asunto no se retoma hasta veinte siglos despu�s con el advenimiento del microscopio y el trascendental descubrimiento de que todos los seres vivos est�n constituidos por c�lulas. Inmerso en la multifac�tica cultura del barroco, en 1667 Leeuwenhoek inform� a la Real Sociedad de Londres que el semen conten�a peque�as criaturas. Pronto se demostr� que estos "animales del esperma" (espermatozoides) penetraban el �vulo durante la fertilizaci�n. En ese momento se generaliz� la idea de que deber�an existir gametos transmisores de la informaci�n heredada y que �stos deber�an estar contenidos en estas c�lulas sexuales. Nueva inc�gnita: �en qu� consisten los gametos y de qu� manera est�n incluidos en las c�lulas? Por esa �poca cundi� la hip�tesis equivocada del hom�nculo, es decir, la idea de que un ser humano diminuto habitaba la cabeza del espermatozoide y se desarrollaba en el �tero. Una hip�tesis, como todas las de la ciencia, hija de su tiempo.

El origen de las c�lulas fue un asunto pol�mico. Schwann, uno de los padres de la citolog�a, pensaba que las c�lulas se constru�an por partes. Sin embargo, nuevas observaciones revelaron que las c�lulas se divid�an y Rudolf Virchow en 1855 acu�� la ley de que omnis cellula e cellula ("toda c�lula proviene de c�lula"). En 1873 A. Schneider detall� los cambios que ocurren en la c�lula cuando �sta se divide. El n�cleo es el protagonista de una vistosa danza de elementos celulares que culmina en su partici�n o mitosis. Durante el proceso aparecen corp�sculos coloreados o cromosomas que muchos tomaron inicialmente por artefactos. Sin embargo, los cromosomas surgieron como los posibles elementos f�sicos de la herencia, especialmente al notarse que su n�mero era constante para cada especie. La inc�gnita se reformul�: �qu� hay en los cromosomas que trasmita la informaci�n gen�tica de c�lulas madres a las c�lulas hijas? Por la misma �poca la teor�a de Darwin del surgimiento de especies nuevas por selecci�n natural depend�a totalmente de una fuente constante de variantes gen�ticas que se trasmiten de generaci�n en generaci�n y sobre las que pod�a actuar la selecci�n. �C�mo y d�nde estar�an esas variantes gen�ticas?

Estas preguntas impulsaron una investigaci�n ya diferenciada, pero no fue sino hasta el a�o de 1900 cuando podemos decir que nace la gen�tica como ciencia. Fue un parto retardado y lo precipit� la revaloraci�n de un art�culo basado en las conferencias que diera un monje agustino muerto quince a�os atr�s y que fueran publicadas sin ninguna trascendencia inmediata en 1865. El monje se llamaba Gregorio Mendel y el trabajo versaba sobre experimentos en la producci�n de h�bridos de ch�charos de color amarillo o verde y de superficies lisas � rugosas, realizados en la huerta de su monasterio. Mendel encontr� que los h�bridos de estas variedades ten�an el car�cter de uno solo de los padres. A ese car�cter le llam� dominante y al que no aparec�a recesivo. Mayor sorpresa le caus� encontrar en la generaci�n siguiente la aparici�n de los caracteres recesivos en una proporci�n constante que suger�a dos leyes de la herencia: la primera tiene que ver con la segregaci�n de las unidades dominante (D) y recesiva (r) y su probabilidad de aparici�n de 3 a 1 en la descendencia; en la segunda se infiere que cada gameto contiene un par de unidades (DD, Dr, rD y rr).

En 1902 Walter Sutton logr� unir dos ramas, la gen�tica y la citolog�a, cuando el joven de 25 a�os demostr� que las unidades hereditarias de Mendel —los llamados genes desde entonces— eran partes de los cromosomas. Simult�neamente, E. B. Wilson encontr� que s�lo dos de los cromosomas (los X y Y) eran responsables del sexo del producto, lo cual, adem�s, confirmaba que los caracteres externos eran trasmitidos por los cromosomas. En el mismo pasillo del laboratorio de Wilson de la Universidad de Columbia estaba el de Thomas Morgan, al cual llamaban "el cuarto de las moscas". Morgan analizaba algunos aspectos de la herencia de caracteres f�sicos en las peque�as moscas de la fruta (Drosophila melanogaster), que se reproduc�an en grandes n�meros y a gran velocidad, con lo cual pod�a observar y experimentar sobre la herencia r�pidamente y con m�nimo subsidio. Para 1915 Morgan ten�a datos sobre la herencia de 85 genes distintos y evidencias posteriores apuntaron a que cada gene ocupaba un lugar definido del cromosoma: el locus. Nueva pregunta: �qu� son y c�mo operan los genes?

Para responderla se empezaron a usar organismos a�n m�s simples, como el hongo rojo del pan (Neurospora crassa), cuyo cultivo s�lo requer�a peque�as cajas de vidrio dotadas de un medio nutricio apropiado. En este momento estaba ya claro que los genes deber�an ser grandes mol�culas qu�micas que produc�an otras mol�culas encargadas de conformar y hacer funcionar a las c�lulas. La carrera por encontrar la mol�cula de la herencia se aceler� en los a�os cuarenta. En 1944 Avery, MacLeod y McCarty purificaron una enorme mol�cula, el �cido desoxirribonucleico (ADN), a la cual consideraron responsable de la codificaci�n gen�tica. Los detalles de c�mo �sta mol�cula podr�a dividirse en dos durante la mitosis forman parte de una de las aventuras m�s espectaculares de la ciencia del siglo XX que culmin� en un trabajo te�rico de una p�gina sobre la estructura molecular del ADN realizado por Watson y Crick y publicado en 1954. Con este trabajo quedaba mejor explicada la base f�sica de la herencia y nac�a la biolog�a molecular con la formidable inc�gnita de c�mo est� codificada y de qu� manera se expresa la informaci�n del ADN para dar origen a los caracteres f�sicos heredados. Est� en curso la culminaci�n de la biolog�a molecular con el proyecto del genoma humano, el cual, una vez completado a finales del siglo, habr� identificado la estructura molecular exacta de los 100 000 genes de nuestra especie.

Este apretado resumen nos ilustra el hecho incontrovertible del progreso del conocimiento en la ciencia. Examinar� en su momento la controversia respecto a las caracter�sticas de tal proceso.

LECTURAS

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Bunge, M. (1981), La ciencia, su m�todo y su filosof�a, Siglo Veinte, Buenos Aires.

Hessen, J. (1940/1989), Teor�a del conocimiento, vig�simo segunda edici�n, Espasa Calpe, M�xico.

Moore, J. A. (1986), Science as a way of knowing — Genetics, Education Committee of the American Society of Zoologists, pp. 583-748.

Varela, F. J. (1990), Conocer, Gedisa, Barcelona.

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Wuketits, F.M. (1991), "Life, cognition, and ‘intraorganismic selection"’, Journal of Social and Biological Structures 14, pp. 184-189.

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