La economía rural merece toda la atención de la policía, no sólo porque ella provee las materias primeras, sino también el grano que los súbditos necesitan para subsistir; porque, aunque pueda procurarse por medio del comercio, pueden acontecer una infinidad de casos en que falte este recurso; y un país que no produzca bastante trigo para la subsistencia de sus habitantes, depende siempre de sus vecinos. Es menester mantener la agricultura en tal estado, que se tengan no sólo bastantes granos para los súbditos, sino también más de los necesarios, a fin de poder almacenar alguna parte de ellos y procurarse un recurso seguro en tiempo de necesidad.
El primer cuidado del Gobierno debe ser el de los bienes del campo o de las tierras; y como las tierras grandes y medianas sirven de sustento a las pequeñas, igualmente a los pobres, es conveniente mantener la nobleza y los propietarios de los señoríos grandes en sus derechos y privilegios, en caso que el pueblo bajo no lo padezca, y no cargar sus tierras con tallas, censos y otras cosas semejantes. Es preciso también velar a la conservación de los bienes de los labradores y dar a cada uno cierto número de fanegas de tierra, que no puedan enajenar, aunque sobrasen en el distrito, porque siempre se está en estado de venderlas cuando se quiere.
Estas diferentes tierras particulares, deben ser proporcionadas a las diferentes partes de la agricultura y es menester darlas a los que no las tienen por derecho de promesa, u otro semejante. No habiendo cosa más favorable a la economía rural, como la correspondencia que reina entre estos diferentes ramos, y teniendo la agricultura y el alimento del ganado una estrecha trabazón entre sí, se debe hacerse de manera que nada halla en el distrito que pueda dañar a la una, ni al otro, y emplear para este uso los baldíos que hay sobrantes. El Ministerio debe tener libros o mapas en donde se noten las diferentes especies de tierra, sus calidades, el número de fanegas que contienen, la extensión de los baldíos, para que se sepa de lo que ha de cuidarse y que las cosas jamás varíen.
No puede florecer la agricultura cuando el paisano está oprimido de impuestos y tallas; al contrario, se debilita en los países los más fértiles, como de ello se tiene un triste ejemplo en el estado eclesiástico, y en otros parajes de la Italia. Los impuestos deben estar arreglados de forma que de ningún modo dañen a la labor, y por la misma razón no es menester sujetar a los labradores a contribuciones y trabajos públicos sobrado penosos, por temor de no distraerles de los suyos.
Toda otra economía rural, toda otra disposición es dañosa a la agricultura. La caza de cualquiera especie que sea, no debe ser sobrado continua, como desgraciadamente lo es en ciertos países; y en el caso de que se descubran o caben las minas, es menester obrar con grande circunspección, manejarse sobre el terreno con el mayor miramiento y abrirle todo lo posible.
Se debe impedir cuanto sea dable, que los paisanos se ocupen en otros negocios y oficios, que a la agricultura, y no permitirles otro comercio que el que consiste en la venta de sus mercaderías.
Se debe acostumbrar a las mujeres a hilar durante el invierno, lino o lana, para el uso de las manufacturas. Es fácil al Ministerio hacer obrar a los labradores según sus intentos, por medio de cortas gratificaciones de remisiones, gracias a la recaudación de sus derechos y otros medios semejantes.
Cuando se intenta hacer florecer a la agricultura, es menester hacerlo de modo que los labradores apliquen en ella todos sus cuidados y fuerzas, y no debe olvidarse cosa alguna que pueda inspirarles el gusto de esta utilísima aplicación. Para este efecto, el Ministerio debe manifestar sus agrados a los que se distinguen en ella, a los que hacen algún descubrimiento útil, y animar a los demás con su ejemplo. En cuanto al pueblo ínfimo, puede animarsele por medio de cortas recompensas y premios, que no sean onerosos al Estado.
Como la economía rural no se limita simplemente en proveer a los habitantes el grano que necesitan para subsistir, sino que también se extiende a las materias necesarias para las manufacturas y el comercio, es preciso para hacerla florecer, empeñar a los labradores a cultivar el lino, cáñamo, rubia o granza, azafrán, etc., disminuyéndoles los impuestos a proporción de la cantidad de estas cosas que ellos facilitan y proveen.
Es menester que, cuanto sea posible, tengan las mercaderías toda la bondad compatible con la naturaleza del terreno, a lo que debe contribuirse con buenos reglamentos de policía. Por el mismo medio, pueden procurarse lanas superiores a las que se han tenido hasta aquí.
Se puede servir útilmente de inspectores económicos, quienes, cuando están bien instruidos sobre la agricultura, se hallan en estado de poder dar a los labradores infinidad de instrucciones y consejos útiles. Deben, sobre todo, tener cuidado en mantener una unión perfecta entre todos los ramos de la economía rural, velar en que no quede rincón alguno de tierra inculta, prevenir las inundaciones; en una palabra, remediar a todo lo que pueda dañar a las labores de la campiña.
Para estas ocasiones, son necesarios los reglamentos. Se debe fijar
la extensión de los campos, tanto para facilitar la cobranza de
los impuestos, como para prevenir los procesos, y arreglar los salarios
de los jornaleros. En un país no debe haber más que un mismo
peso y medida. Este es el medio para prevenir los yerros y las inadvertencias,
y por otra parte, esta uniformidad facilita la ejecución de
las leyes de la policía.2
Es preciso arreglar, aún en detalle, lo que debe observarse
para hacer las tierras fértiles, como también la conducta
que se debe tener acerca a estos que dejan sus campos erialesIII o sin
sembrar, o que causan daño a sus vecinos, agujereando los diques,
o de cualquiera otra manera que sea. Se debe, igualmente, fijar lo que
concierne a los barbechos, siegas y otros trabajos del campo, el salario
de los mozos, segadores, trilladoras, etc.
Todas las demás producciones que influyen sobre las manufacturas y el comercio, como la gualda, granza, azafrán, etc., piden reglamentos particulares que contribuyen a su bondad y su despacho. Igualmente debe procederse respecto del lino y el cáñamo.4
La atención de la policía debe igualmente extenderse sobre los frutos de la campiña y sobre este objeto debe hacer los reglamentos que juzgue más convenientes. Se debe castigar severamente a los que hurtan coles, rábanos y otras hortalizas. Que estrujan las espigas, que espigan, siegan y vendimian antes del tiempo señalado. Que hacen pasar sus acarreos, transportes, carruajes y acémilas por los campos; en una palabra, que causan daño a los bienes de la campiña. Se deben también evitar los estragos y desperdicios que causan los ganados por la negligencia de los pastores, pájaros, topos, ratones, etc.
El mantenimiento o conservación del ganado pide, asimismo, por muchos respectos la atención de la policía. No sólo se debe multiplicarle y empeñar a los súbditos a que apliquen a él todos sus cuidados y fuerzas, sino también aplicarse a conocer la especie que es propia para cada terreno. Aún es menester arreglar todo lo que concierne a los mercados, examinar si es conveniente o no permitir la salida del ganado, principalmente de caballos; relativamente a las circunstancias en que se halle, prohibir la de los cueros crudos y hacerlos trabajar en el país.
La policía debe velar, asimismo, sobre todo lo que concierne a las praderas, pastos y dehesas, prevenir las inundaciones, obligar a los habitantes a sangrar los estanques y lagunas, fijar hasta a que punto deben ser inundadas las praderas, no permitir de modo alguno que los ganados sean conducidos a pasturar indistintamente en los baldíos y reservar algunos para sembrarlos de esparceta, de trébol, de mielga, etc.
También debe ocuparse en lo que concierne a las huertas y ver si producen todas las especies de frutas y legumbres de que se puede tener necesidad, tanto en la campiña como en las ciudades. La policía debe hacerlas cultivar con cuidado, tanto para que no falten legumbres, como por no verse en la necesidad de hacerlas venir de fuera. Ella a nadie debe estrechar sobre el uso del terreno, atendido que acontece algunas veces que tal pedazo de tierra es más propio que otro para huerta. Ella debe impedir, por buenos reglamentos, que se hurten las frutas y las legumbres, y obligar a los particulares a destruir los insectos y, principalmente, las orugas.
Pasemos ahora al segundo ramo de la economía rural; quiero
decir la madera y los bosques. Siendo una cosa la madera, que sin ella
no puede pasarse absolutamente por ser necesaria para calentarse las personas
y componer nuestro sustento, y para otros usos que se hace de ella, es
fácil sentir que la policía nunca velará demasiado
sobre este artículo. Su primer cuidado debe ser calcular si la madera
que hay en el país basta para las urgencias de los habitantes; ella
debe hacerse dar su detalle y ver la cantidad que puede cortarse cada año,
a fin de saber si basta o no.5
Cuando se consume más de lo que dan los bosques, deben
hacerse plantar nuevos árboles en los campos y los parajes que no
son propios a la labor. Entonces debe conservarse, quemar turba y carbón
de tierra, y prohibir su salida. En caso que halla más de la que
se consume, se pueden convertir en tierras de labranza los lugares donde
la hay, como queda dicho en el primer libro.
Sobre todo debe impedirse que la leña vaya sobradamente cara, por causa de la influencia que tiene sobre muchas otras cosas, y del perjuicio que acarrea el comercio; y para este efecto, es menester velar a que no se degraden los bosques, ni se ponga fuego en ellos, arreglar el uso de ellos deben hacer los particulares; atender a la abundancia de carbón y cenizas que de ellos se pueden sacar, prohibir a los propietarios su corte sin el permiso de los celadores de las aguas y bosques, obligarles a dejar la cantidad de árboles fijados por las ordenanzas y, de ningún modo, dejar entrar en ellos mucho ganado. El más seguro medio para prevenir la carestía de leña es fijar su precio y permitir a los habitantes, particularmente a los que abren minas, el comprarla a los extranjeros.
El producto más útil que se saca de los bosques es la madera viva, de la que una parte sirve para la carpintería y construcción de los navíos, y la otra para las diferentes suertes de muebles. Por esto, los guardas de los bosques deben no sólo dejar en pie el número de troncos que sirven para estos usos, sino también hacer plantar otros. Vale mucho más construir molinos serradores y hacer cortar por sí mismo su madera relativamente a los usos a que se destina, que venderla en tronco o en el monte. Se puede aún emplear la madera para hacer bardas, lo que yo de ningún modo aconsejo, y la corteza del nogal para hacer casca.
La pez, brea, resina, humo de estampa y potasa, son igualmente producciones de los bosques y las maderas, en las cuales no soy de dictamen que nos detengamos en este país, en donde son tan raros los bosques. La mayor parte de estas cosas que usamos en el comercio, nos vienen de la Rusia, en donde los bosques son abundantísimos por ser infinitos. Se puede, no obstante, en los parajes donde se hace carbón, hacer también brea. Las fábricas de vidrio son dañosísimas a los bosques; pero como no se puede pasar sin vidrio y esta mercadería hace salir mucho dinero del país, es menester establecer hornos de vidrio en los parajes de donde no puede sacarse la madera, ni la leña, por causa de la dificultad de los caminos.
Aún pueden sacarse muchas cosas más de los bosques, entre las cuales la pellejería y el cuerno de ciervo no son muy importantes en nuestro país. Tampoco se saca gran partido de las abejas salvajes en Alemania, pero podría conseguirse sin que lo padecieran los bosques.
En fin, ya hemos llegado al tercer ramo de la economía rural, que es a saber las minas y las herrerías. Como las montañas producen no solo oro y plata, sino también infinidad de cosas útiles al comercio y merecen una atención particular por parte del Ministerio.
El descubrimiento y beneficio de las minas exige muchos conocimientos que se hallan entre los sabios, por cuyo motivo nada debe emprenderse sobre este particular sin consultarles.
Como el objeto de este género de trabajo no es solamente sacar
el oro y la plata de la tierra, sino también metales comunes, sales,
colores minerales y una infinidad de cosas útiles al comercio, el
Gobierno debe velar en que sean de buena calidad y sellarlas con un punzón
para que los extranjeros las compren con confianza.6
Las salinas son utilísimas en un país porque evitan
la pena de tomar sal del extranjero e impiden la extracción del
dinero. Tiene, pues, obligación la policía de hacer buscar
los manantiales de la agua salada y mandar hacer la cantidad de sal necesaria
para el uso de los habitantes, haciéndolo de suerte, sin embargo,
que no se desperdicie la leña. El nitro es a veces de muy grande
necesidad, por causa de las guerras a que está la Europa expuesta
y nunca podrá tener el Gobierno sobrado cuidado en hacerlo fabricar.7
Cuanto mejores mercaderías tiene un país, está en mayor proporción para proveer no sólo a sus habitantes, sino también a los extranjeros, extender su comercio y enriquecerse. Él, les procura por este medio una ocupación útil que les provee y facilita las comodidades de la vida. Las manufacturas y las fábricas son la base de la economía rural, y sin ellas son inútiles las riquezas y la fertilidad de un país. Por esto merecen estas toda la atención de la policía.
Un ministro sabio y prudente debe, por consiguiente, tener siempre estas dos máximas a la vista: la primera, sacar del país todo lo que es necesario a la subsistencia y las comodidades de sus habitantes, tanto cuanto la naturaleza del clima y del terreno lo permitan; y la segunda, hacer manufacturar en su país, y lo mejor que sea posible, las mercaderías para el uso de sus súbditos y servicio del comercio extranjero; y no dejar salir alguna materia primera. Para este efecto debe tener un registro exacto de los derechos y los impuestos, de todas las mercaderías que se fabrican en el Reino y de las que salen de él, para saber si las materias que se exportan están en crudo o maniobradas.
Estas dos reglas son extremadamente extendidas y resultan de ellas muchas ventajas. Cuando se quiere procurar a un país todas las cosas necesarias a sus habitantes, se debe tener cuidado en hacer entrar en él todas las materias crudas o medio obradas que sea posible, y hacerlas trabajar y perfeccionar por sus habitantes. Por este medio se provee no sólo la subsistencia de los habitantes, sino también se impide que el dinero salga del Reino. Por la misma razón, se debe hacer fabricar en el país toda la herramienta, instrumentos y utensilios que sirven para la agricultura, y hacer que tengan el más alto grado de perfección que sea posible.
Para obrar con seguridad en esta materia, se debe tener un registro exacto, que contenga los nombres de las manufacturas y las fábricas del Reino, que especifique el número de los principales fabricantes, maestros, mancebos y aprendices, y de los que trabajan bajo su dirección -por ejemplo: los cardadores e hiladores de lana-; la naturaleza de las materias primeras y segundas, su precio; si se sacan del país o del extranjero, la herramienta, los instrumentos y los utensilios de que se sirven, lo que cuestan, si se fabrican en el país o en otra parte. Estos mismos registros deben aún contener la cantidad de mercaderías ya maniobradas, su precio, si se consumen en el país o si se llevan al extranjero. Estas suertes de estados, cuando en ellos se ha añadido un detalle de los derechos y los tributos, sirven de base a los reglamentos y las ordenanzas sobre el hecho de las manufacturas y de las fábricas.
Se deben anotar en otro registro las cosas que la economía rural provee para las manufacturas, las fábricas y el comercio, y lo que cuestan. Estos registros, comparados con el que debe tenerse de las mercaderías que salen del Reino, lo que se sabe por la lista de los derechos, pueden proveer al Ministerio muchas instrucciones útiles. Igualmente se sabe por el estado que se ha hecho dar de la economía rural, los parajes que son a propósito para proveerlas. Por el mismo medio, se consigue establecer manufacturas en los lugares más proporcionados para las materias que ellas emplean, lo que no contribuye poco para hacerlas florecer.
Para que el Ministerio pueda obrar con mayor conocimiento en los reglamentos que da sobre las manufacturas y fábricas, voy a reducirlos a tres. Los primeros miran a su establecimiento, los segundos la conducta que debe tenerse para ponerlos en vigor, y los terceros todo lo que concierne a su régimen y administración.
Nada anima más el establecimiento de las fábricas y
manufacturas, como la dulzura del Gobierno y la buena fe que reina en el
comercio. No se debe cargar a los fabricantes de tasas, ni de impuestos,
si se quiere que los súbditos tomen gusto a esta profesión.
Se debe manifestar agrado y consideración a los primeros, y hacer
sentir a los segundos que éste es un medio de enriquecerse.
Cuando se quieren establecer en un país, manufacturas
y fábricas, de las cuales los habitantes no tienen conocimiento
alguno, se deben hacer venir extranjeros que sean capaces de instruirles
de todo lo que las concierne, darles un buen trato y acogida, y concederles
toda la protección que necesiten. Ahora se trata de averiguar si
vale más establecer cuerpos grandes de manufacturas y de fábricas,
bajo la dirección de un emprendedor, a quien haga el Estado sus
avances o préstamos necesarios, o bien si es menester dejar este
cuidado a un maestro solo, que él mismo ponga los fondos para estas
suertes de establecimientos.
Es cierto que un maestro fabricante que está enterado de
su oficio y que tiene bajo su dirección a muchos obreros inteligentes,
puede levantar en poco tiempo una manufactura o una fábrica, y ponerla
en un perfectísimo pie; pero yo discurro que un establecimiento
semejante es menos durable y útil al Estado. La mayor parte de los
que toman empresas semejantes se encallan y caen por falta de experiencia,
y por falta de fondos; de modo que el Estado pierde a menudo todos los
avances que el ha hecho. También sucede, muchas veces, que los padres
hacen tomar oficio diferente a sus hijos, con cuyo medio estas manufacturas
caen por sí mismas. Yo añadiré a esto, que los monopolios
y los derechos que exigen estos emprendedores dañan al Estado y
hacen que las mercaderías sean más caras. Nada debe pues
esperarse de bueno de estas suertes de establecimientos, porque los que
los hacen pagan tan mal a los maestros y los obreros, apartan a los extranjeros
y disgustan a los naturales del país para abrazar la misma profesión.8
Cuanto más medios tienen los súbditos para ganar y enriquecerse,
cuanto más dinero está repartido entre un número crecido
de personas, tanto florece más el Estado. Igualmente, cuanto más
particulares hay que establezcan manufacturas y fábricas, más
seguras son y duraderas. Ello es cierto aún, que de ningún
modo conviene confiar a un solo particular empresas que exigen gastos considerables
y que abracen muchos ramos de un golpe, como el oro, la plata, la porcelana,
los cristales, etc.
Sin embargo, es menester conceder que los avances que hace el soberano o el Estado son muy arriesgados, o al menos exigen mucha precaución cuando se hace a un grande número de particulares; en lugar que ellos son raras veces necesarios, cuando no han de hacerse sino a una sola persona. Cuando, a ejemplo del famoso Colbert,IX se da un precio a cada pieza de ropa que se fabrica, según la fineza, calidad, anchura y largura prescrita, cuando se obliga a los súbditos a no comprar otras mercaderías que las del país; en fin, cuando se procura a los fabricantes los socorros necesarios, se puede esperar ver florecer bien presto las manufacturas.
Algunos soberanos han querido establecer manufacturas a costa suya, y atribuirse todo su lucro; pero raras veces les han salido bien, porque los gastos que ellos están obligados a hacer excedían al provecho que de ellas podían sacar; y, por otra parte, estas suertes de establecimientos pecaban contra la regla que dejamos establecida, que un soberano no debe mezclarse en el comercio. Estas suertes de manufacturas no deben tener lugar, sino cuando se trata del servicio de las tropas y puede confiarse su dirección a particulares, con tal que se vele sobre su conducta.
Es máxima de los comerciantes y fabricantes, que antes de establecer manufacturas debe asegurarse la salida o despacho de las mercaderías que producen, pero el Gobierno no debe regularse con ella. Se debe empezar por establecerlas, sin prohibir por esto la entrada de las mercaderías extranjeras que son de la misma naturaleza que las suyas; y el señor Hörnick X exige, me parece un poco demasiado, cuando prohíbe la importación de todas las mercaderías extranjeras, sobre todo las de Francia; pero esto no impide que el Estado no deba facilitar el despacho de las suyas, estableciendo almacenes, y obligando a las tropas a comprarlas.
Veamos ahora el modo con que el Gobierno debe manejarse, para hacer florecer las manufacturas y las fábricas. Para conseguirlo, debe portarse de modo no sólo que tenga bastantes mercaderías para las urgencias de los habitantes, sino también que las tenga de sobra para poder mantener un comercio útil con los extranjeros. Cuando se tiene cuidado en observar las reglas que tengo sobre esto prescritas, que se de exención a los fabricantes de una parte de los impuestos y demás cargas públicas, que la agricultura está en vigor, que de ningún modo faltan las materias, que se impida su exportación, puede prometerse verlas en poco tiempo en el estado que se desea.
El éxito de estas suertes de establecimientos depende aún del despacho que tienen las mercaderías, tanto en el propio país como en el extranjero. El lucro resultante de ellas es el alma del comercio y cae en el momento que los hombres no hallan más ganancia que hacer. Es conveniente, pues, examinar las reglas que deben observarse para hacer florecer el comercio.
El más seguro medio para apresurar el despacho de las mercaderías que se fabrican en el Reino, es que la corte misma las emplee para sus usos y que el soberano manifieste sus agrados a los que siguen su ejemplo; pero esto no basta. Él debe, aún, impedir que los extranjeros introduzcan otras semejantes; poner derechos crecidísimos sobre las que traen y no atender por camino alguno a los clamores de los negociantes que hallan su negocio en venderlas.
Como los derechos de entrada y salida influyen mucho sobre las manufacturas y el comercio, yo voy a hablar una palabra sobre el modo de conducirse en este punto. Todas las mercaderías extranjeras, especialmente las que impiden el despacho de las del país, y que no sirven más que al lujo, deben pagar entradas fuertes; pero deben disminuirse las de las materias que no pueden pasarse las manufacturas y las fábricas. Las mercaderías que se llevan al extranjero, sea que sean necesarias o superfluas, deben pagar un derecho de salida mediocre si se quiere ganar con ellas alguna cosa. Ninguno deben pagar las del país. Debe obrarse de otra manera acerca de las materias en bruto, o que no están trabajadas, y, asimismo, prohibir absolutamente su salida. Estas suertes de derechos deben de ser menos crecidos para los súbditos, que para los extranjeros, a fin de que ellos solos hagan el comercio, a menos que los tratados que se han hecho con las naciones vecinas u otras razones no obliguen a obrar de diverso modo.
La bondad de las mercaderías contribuye mucho al despacho de ellas, tanto en el propio país como en el extranjero; porque no teniendo las calidades requisitas, o se pasa uno sin ellas, o se sacan de fuera del Reino. El Gobierno nunca será sobrado vigilante sobre estos dos artículos, él debe hacerse dar muestras y emplomar los cajones y las balas, sardos y lios, para que los que las compran estén con la seguridad de no ser engañados.
Independiente de la bondad, es menester que las ropas sean de un gusto,
de un dibujo y un color que agraden, si se quiere que se tengan buen despacho.
Estas calidades son las que hacen buscar a las de Francia y debe velar
el Gobierno a que las que se fabrican en el país tengan todas las
que necesitan, para agradar a los extranjeros y los nacionales.
Otro medio seguro para despachar prontamente las mercaderías
es darlas baratas, pero para poderlo hacer es menester moderar el precio
de las mercaderías y fijar el salario de los jornaleros.
Lejos de hacer pagar derechos de salida a las mercaderías fabricadas en el Reino, es menester, al contrario, conceder una recompensa a los que procuran su despacho con el extranjero, principalmente cuando hace de ellas un grande consumo. Los tratados de comercio tienen de ventajoso el abrir la entrada a las mercaderías en otros estados y la exención de los derechos de entrada. El Gobierno debe hacerlo de suerte que los pueblos de donde compramos las mercaderías tomen también las nuestras; pero querer, como lo aconseja el señor Zinke, que tomen la mitad sobre las que ellos traen, sería exigir demasiado.
El despacho de las mercaderías depende aún de la novedad de las modas que se inventan, como de esto se tiene ejemplo de las franelas de Sajonia, y como la mayor parte de nuestros vecinos nos las traen con este intento, debemos nosotros imitar su ejemplo para apresurar el despacho de las nuestras.
Los mismos medios que facilitan el comercio, contribuyen también a hacer florecer las manufacturas y las fábricas. Se puede poner en este número la hermosura de los caminos, el establecimiento de las postas y la facilidad de la navegación.
Pasemos ahora al tercer artículo, que concierne la dirección de las manufacturas y fábricas. Esta parte es extremadamente importante para el Estado y no se puede velar sobre este asunto sin un Colegio particular, que debe hacer parte del de comercio. Aunque no es conveniente admitir indistintamente en él a los comerciantes, sin embargo, en él son necesarios algunos de ellos: los más hábiles y experimentados.
Debe haber en todas las ciudades en donde hay manufacturas, un inspector que conozca de la naturaleza y las calidades de las mercaderías que en ellas se fabrican, y vele con cuidado sobre todo lo que las concierne. Siendo imposible que no sobrevengan disputas entre los fabricantes, debe también haber en ellas un tribunal particular compuesto de inspector y algunos principales fabricantes. Estos últimos son absolutamente necesarios, porque no puede juzgarse de estas suertes de disputas, no conociendo los diferentes géneros de labores de que se ocupan las manufacturas o fábricas.
Aunque no es conveniente, absolutamente, eregir las fábricas ni los oficios en comunidades, ni gremios, esto no impide, sin embargo, el hacer reglamentos que prescriban el modo con que los maestros, compañeros y mancebos deben portarse los unos con los otros, y el respeto que deben guardarles los jornaleros que trabajan bajo de su dirección; el tiempo en que pueden retirarse, y la conducta que deben tener hacia los artífices y fabricantes que vician, seducen o distraen a los obreros de sus compañeros.
Después de haber hablado de los reglamentos de policía, que miran a las manufacturas y a las fábricas, quedan por examinar sus ramos más importantes e indicar lo que debe observarse sobre este punto relativamente a la Alemania. No hay duda que pueden establecerse en ella manufacturas de seda. No solamente es bastante templado su clima para criar en él los gusanos de seda, sino también alcanzamos sobre la materia muchas ventajas sobre los países cálidos; y, por otra parte, nos es fácil tenerlas por medio del comercio. No es un misterio el arte de hilar, y en cuanto a dibujadores nosotros los tenemos tan hábiles como la Francia y cualquiera otra nación. Tampoco nos faltan operarios y los tenemos bastante hábiles para poder establecer estas suertes de manufacturas.
Tampoco nos es difícil establecer manufacturas de paños y otras ropas de lana. La tenemos bellísima en muchos cantones de la Alemania y aún puede mejorarse por medio de buenos reglamentos. En cuanto a la España, de que se sirven los ingleses y los holandeses para los paños finos, la podemos tener como ellos por medio del comercio y fabricarlos tan buenos. Nuestros tintes son muy buenos, y aún pueden perfeccionarse. En cuanto a la tierra de pelaire,XI la hallaremos en nuestro país tan buena como la de Inglaterra, cuando queramos tomarnos la pena de buscarla.12
Las manufacturas de telas son igualmente fáciles de establecer;
nosotros tenemos hermosísimo lino y los holandeses no pueden pasarse
de nuestro hilo. En cuanto al blanqueo, no nos es más difícil
a nosotros, que a ellos.
Nuestras fábricas tampoco son inferiores a las de las
demás naciones y también me atrevo a asegurar que nosotros
entendemos más en excavar las minas y trabajar los metales, que
ningún otro pueblo de la Europa.XIII Si en alguna cosa les cedemos,
es en el pulimiento y fineza de la herramienta, pero nosotros aprovecharemos
sobre esta materia tanto como ellos, cuando queramos tomarnos la pena de
aplicarnos a este trabajo y a él nos animará el Gobierno.
Se trata ahora de saber, si estas comunidades o gremios son útiles o no al público. Muchas personas defienden que deben suprimirse enteramente, por causa de muchos abusos que resultan de ellos; pero, aunque las razones que ellos alegan parezcan bien fundadas, sin embargo, parece que habría muchos inconvenientes en suprimirlos por causa de la dificultad que los compañeros tendrían en viajar, aunque esto les sea absolutamente necesario para perfeccionarse en sus profesiones.15
Se debe, no obstante, impedir que las manufacturas y fábricas nuevamente establecidas se erijan en comunidades y gremios, como que también que los artesanos hagan innovación alguna perjudicial a la sociedad. El derecho de maestría no debe comprarse a precio de dinero, sólo es preciso acordarla al mérito de saber. Los maestros deben aplicarse a instruir bien a sus aprendices y nada deben exigir de ellos para su mantenimiento. La policía, por su lado, debe impedir todo lo que tiende al monopolio; por ejemplo, que los compañeros y mancebos estén con las viudas de sus maestros, y cedan sus derechos y sus privilegios a otros.
Se pueden dividir a los artesanos en diferentes clases, según las obras que hacen u artefactos finos o groseros, que se sirvan del fuego o de la mano, etc. Pero como esta diferencia interesa poco la atención de la policía, yo voy a dividirles en otras dos que piden otra de más particular. Los artesanos trabajan simplemente para el país, en donde hacen artefactos que envían al extranjero, de suerte que ellos de un golpe son trabajadores y comerciantes, o simplemente trabajadores o jornaleros.
Los registros que he dicho en el capítulo precedente, que la policía debía tener de las manufacturas y fábricas, son igualmente necesarios para los artesanos; y como deben observarse respeto de sus artefactos que salen del país, las reglas mismas que para los demás, la policía debe portarse de suerte que estas que se necesitan no falten jamás, permitiendo no obstante a los obreros o artistas llevar a otra parte lo que tienen de sobra, con tal que las materias no falten en el país.
Las obras o artefactos que se hacen para las ferias piden más atención, que las que se hacen por encargo o mandado. Los primeros jamás serán sobradamente perfectos, y en cuanto a los segundos se debe tasar el precio; y lo mismo debe hacerse respecto a los jornaleros o artistas que comercian en cosas que tienen una ligazón inmediata con las mercaderías.
Las ciudades deben ser la morada ordinaria de los artesanos y no deben permitirse en la campiña, sino los que son absolutamente necesarios a la agricultura, a menos que la proximidad de las materias no exija lo contrario, prohibiéndoles tener aprendices. Respecto de los que residen en las ciudades, se debe impedir que se mezclen en la agricultura y las mercancías, porque esto les distraería de sus ocupaciones.
La policía debe emplear todos los medios posibles para
empeñar a los artífices, para hacerse hábiles en sus
profesiones respectivas. El medio para conseguirlo es manifestarles estimación,
establecer escuelas públicas para la juventud, dar a los más
aplicados y distinguidos por sus obras, certificados de capacidad, y recompensar
a los que hacen algún descubrimiento útil al público.16
Asimismo, se deben hacer reglamentos para contener a los artífices
en los límites de su deber, impedirles el dejar sus maestros antes
que haya expirado el tiempo definido, castigar severamente a los que insultan
y faltan al respeto; en una palabra, hacer de suerte que ellos vivan entre
sí con buena inteligencia y armonía, y que no cometan desorden
alguno. No es preciso atenerse de tal modo a los reglamentos de las comunidades,
que no se haga en ellos cuando se juzgara a propósito las mudanzas
que se crea ser necesarias para el bien del público. Es menester
que las personas que se ponen por cabezas de sus cuerpos, estén
perfectamente instruidas de lo que concierne a sus profesiones, a fin de
que ellas puedan regular todas las cosas, del modo que les es más
ventajoso.
En cuanto a las diferencias que sobrevienen entre sí, de ningún modo debe restringirse al tenor de la letra de las certificaciones de maestría, atendido que el soberano tiene derecho para hacer en ellas las mudanzas que mejores le parezcan; sino terminarlas del modo que lo exigen la naturaleza de sus trabajos y el bien del Estado. De ningún modo debe permitirse que sus procesos duren mucho, antes hacer de modo, que sean decididos y sentenciados prontamente, y sin parcialidad.
El fin del comercio es poder cambiar las cosas superfluas y aquéllas sin las cuales podemos pasar, con otras que son absolutamente necesarias a nuestras necesidades, sean reales, sean imaginarias, y se reduce a procurar su despacho, o por cambio, o por compra en dinero efectivo. Consistiendo la riqueza del Estado en la cantidad de mercaderías que se recoge y en los artefactos que se fabrican,XIX es fácil ver que el comercio y el tráfico son sus principales apoyos y que por tales merecen una atención particular por parte del Gobierno.
Hay dos suertes de comercio, el uno que se hace en el interior del país y el otro con el extranjero. El primero no podría enriquecer al Estado, porque las mercaderías no salen de él y no hacen más que pasar de una mano a otra, lo que sólo es, propiamente hablando, un simple tráfico, pero esto no impide que ellas sean la base del que se hace con el extranjero; y es la cantidad de mercaderías que se tiene y la facilidad que se halla en procurarlas, lo que contribuye a hacerle florecer. Sin embargo, puede decirse que el tráfico que se hace en el interior del Estado hace su riqueza y que el despacho de las mercaderías provee a los habitantes los medios de suplir a sus necesidades y procurarse las comodidades de la vida.
El Gobierno debe aplicarse a recoger cuantas mercaderías pueda y facilitar su despacho en el interior del Reino. El medio de conseguirlo es proteger a la agricultura, las manufacturas, las fábricas, etc., de que he hablado en la primera sección. Nada contribuye más a este despacho como la población y el consumo que de ellas hacen los ricos. También puede decirse que el gasto y el lujo de ningún modo dañan al Estado, cuando no se emplea para satisfacer sino mercaderías del país.
Sobre todo deben arreglarse los impuestos y los subsidios, de modo que aumenten el despacho en lugar de disminuirle y de ningún modo deben imponerse sobre las mercaderías, cuyo número quiere aumentarse y facilitar la renta; y sobre todo por ningún término se ha de oprimir a los comerciantes por las dificultades y dilaciones que se hacen nacer en los negocios que les conciernen. En cuanto a los que se imponen sobre los bienes raíces, no deben regularse sobre la cantidad de lo que fructifican, sino sobre su valor real.
Se debe establecer una perfecta correspondencia entre los diferentes ramos del comercio y desde el momento que se percibe, que alguno se debilita y extenúa, reponerle en vigor por medio de franquicias e inmunidades. Asimismo, deben hacerse reglamentos para todo lo que concierne al tráfico y de ningún modo permitir que los que se ocupan en él se usurpen y desacrediten unos con otros; por ejemplo, que los fabricantes no vendan sus mercaderías en detalle, o por menor, porque esto los distraería de sus ocupaciones y dañaría a su despacho.
Siendo la ganancia el único objeto de los comerciantes, y el alma del negocio, la policía debe arreglar el que puede hacerse legítimamente, porque cuantas más personas ganan en una misma cosa, más floreciente es el Estado. La carestía sólo daña en las mercaderías necesarias y en las que se exportan y no en el comercio que se hace en el interior del reino. El defecto de ganancia y las pérdidas reiteradas, engendran la desconfianza y hacen caer al comercio; y el despacho de las mercaderías y la circulación de las especies se disminuyen. El Gobierno debe pues impedir la desconfianza y el defecto de crédito, exigir la buena fe en el comercio, velar sobre los pesos y las medidas, y sobre todo, de ningún modo sufrir que se exijan intereses sobrado crecidos.
Asimismo, debe hacer reglamentos que contribuyan al aumento y al despacho de las mercaderías. Para esto sirven las ferias y los mercados, y facilitando ellos la venta en todas las provincias del Reino, nada debe despreciar para asegurar su establecimiento, concediéndoles exenciones y privilegios. Los encantes,XX públicas almonedas y pujas o posturas, son igualmente útiles para procurar este despacho, y puede añadirse a esto los canales, la navegación de los ríos, la bondad de los caminos, los coches, carruajes y barcos de alquiler por tierra y agua, y los escritorios de correspondencia.
Como el comercio interior del Reino sirve de apoyo al que se hace con el extranjero, asimismo, nada contribuye más a hacer florecer el primero como el buen estado del segundo, atendido que por su medio se deshace cualquiera de las mercadería superfluas y se entretiene y conserva el tráfico. Se puede dividir el comercio exterior en tres ramos. Porque llevamos lo sobrante de nuestras mercaderías al extranjero, o dejamos entrar en nuestro país las que necesitamos, o bien sacamos del extranjero mercaderías para venderlas a otras naciones.
El objeto del comercio extranjero es conducir nuestras mercaderías sobrantes a los pueblos que sabemos las necesitan y traernos las cosas que nos faltan, o aquéllas que creemos que sin ellas no podemos pasar. El más dichoso es aquél país que produce más cosas necesarias de la vida humana y el más rico el que saca menos mercaderías del extranjero; y esto a proporción que el que provee mayor cantidad de cosas sobrantes y superfluas a sus vecinos. La base, pues, del comercio extranjero es que una nación saque o despache mayor cantidad de mercaderías, que ella no tome de afuera y que tenga la balanza de su parte. Esta balanza es, o general respectivamente a todos los pueblos con los cuales comerciamos, o particular habido respecto a la nación con quien mantenemos comercio. Poco importa que tal o tal pueblo tenga la balanza sobre nosotros, con tal que en general esté de nuestra parte.
Un pueblo que quiere tenerla debe ser diligente y laborioso. Esta balanza depende de la abundancia de mercaderías que se exportan o de las mercaderías que se sacan del extranjero para venderlas a otras naciones, con ventaja. Sólo por medio del trabajo pueden procurarse las cosas necesarias y se hace florecer el comercio en una comarca estéril. No hay cosa que haga más laborioso a un pueblo como la esperanza de la ganancia y de poderse procurar las comodidades de la vida. La policía, pues, debe mantenerle en esta esperanza por la sabiduría de sus reglamentos y remediar a todo cuanto tiene de defectuoso en las leyes que impida a los súbditos el ser laboriosos.
La libertad es el alma del comercio. Debe ser permitido a cualquiera ejercer aquél que juzga convenirle más a sus intereses, sin que le sea impedido por los monopolios, las compañías y los privilegios exclusivos y otras suertes de violencias. Sobre todo no debe atacarse, ni dañarse por camino alguno a las leyes del comercio, cuando nada tienen contrario a las leyes del Estado. Sin embargo, esta libertad debe tener sus límites; porque hay ciertas mercaderías cuya importación y exportación dañan al Estado y es menester que el comerciante haga su comercio de un modo ventajoso al bien público. Se puede, no obstante, permitir la exportación restringida a los navíos de la nación y ciertos puertos francos.
Debe anunciarse este amor por el trabajo por medio de distinciones y miras a favor de los comerciantes, y de todos los súbditos que se hacen útiles al Estado. Estos atraen a los extranjeros al país y debe gratificarse a los que hacen florecer el comercio. Por este medio se obliga a los hijos a abrazar las profesiones de sus padres, en lugar que cuando ellos toman otras privan al comercio de sumas considerables. Todos los que la ejercen deben igualmente tener parte en esta estimación, y en estas recompensas y gratificaciones; y no nos debemos limitar en enriquecer a algunos. Es conveniente que las riquezas del Estado estén repartidas, y diez comerciantes que todos juntos poseen diez millones tienen infinitamente más crédito y actividad que otro que goza solo de esta misma suma.
Igualmente debe excitarse la industria y la actividad de la nación por la exportación de las mercaderías del país y la importación de las que se puede necesitar. La primera es la base del comercio y el origen de las riquezas del Estado, y este origen es otro tanto más abundante cuanto más perfectas son las mercaderías exportadas. No debiéndose permitir la de las materias crudas o medio obradas; se debe facilitar la de las mercaderías manufacturadas y animarlas también por medio de recompensas. La exención de derechos es el medio más poderoso de que puede servirse para facilitar la exportación; pero no se sigue de aquí, que deban eximirse de estos derechos todas las mercaderías que salen del país. Esto se debe arreglar sobre la necesidad que tienen de ellas los extranjeros y sobre el precio a que se venden a las naciones vecinas.
Después de estar asegurada la exportación, se debe principalmente aplicar a las mercaderías de las cuales no pueden pasarse los extranjeros; y en cuanto a aquellas, cuyo precio depende del capricho de los hombres y de la necesidad imaginaria, es menester arreglarse sobre su gusto y sus perjuicios. En general, una nación comerciante debe aplicarse a conocer aquélla con quien comercia, igualmente la pérdida y la ganancia que con ella puede hacer.
No hay cosa que contribuya más al despacho de las mercaderías como su bondad y el gusto con que están fabricadas, como queda dicho en el artículo de las manufacturas y las fábricas. La baratura contribuye mucho al despacho y depende, independiente del precio bajo de las mercaderías, de la extrañeza de ellas, del poco gasto del artefacto o maniobra, de la modalidad de los gastos de transporte y de la de los intereses que son las consecuencias ordinarias de un comercio floreciente y extendido.
Es menester hacerlo de suerte que la exportación sea tan extendida como sea posible; y para este efecto no debe servirse sino de navíos de la nación. Esto depende de la marina de un Estado y ella es la que hace florecer o debilitar el comercio. Una nación que hace poco comercio no tarda en verle pasar a sus vecinos. Por esto, se ve cuan importante es la marina, y como la pesca es la base y eficacia de la navegación; ella merece, asimismo, una atención particular por parte del Gobierno. Una marina numerosa facilita el comercio extranjero, y le pone en estado de comprar en su país mercaderías y despacharlas con ventaja; y a menos de esto es imposible que una nación haga jamás un comercio floreciente.
Cuantas más mercaderías tiene una nación de las cuales no puedan pasarse sus vecinos, más necesidad tienen de ella, y a ella recurren más a menudo. Un pueblo comerciante no debe perder ocasión alguna de traficar en mercaderías extranjeras y debe aplicarse a todo lo que puede producirle alguna provecho. Es una máxima general del comercio emprender todo lo que se puede, jamás estar ocioso y de ir siempre adelantado. Mientras que un comerciante está con los brazos cruzados, se le atrasan sus negocios y no está muy lejos su caída.
Estas son las máximas generales del comercio, fundadas sobre su esencia interior; pero quedan hacer otros reglamentos para hacerle floreciente. En primer lugar, se deben tener puertos y ciudades marítimas que le favorezcan y es fácil de decidirse sobre la elección una vez que está bien establecido. Sobre todo debe facilitarse por medio de franquicias y de inmunidades.
Las compañías contribuyen mucho a hacer florecer el comercio, pero el Ministerio debe velar sobre ellas atendido que su caída da muy a menudo al Estado golpes mortales. Ordinariamente no se establecían sino para el comercio que se hace con países apartados, pero yo no comprendo porque no han de establecerse también para las manufacturas y fábricas del país, atendido que hay en ellas menos riesgos que por el mar. Ello es cierto, que son pocas las que no hayan tenido muy buen afecto.
Los establecimientos que se hacen en los países apartados son siempre ventajosos a las compañías de comercio, pero hoy en día son más difíciles que no lo eran otras veces. Ellos, sin embargo, no deben hacerse costosos, principalmente en su principio, a menos que quieran arruinarse. Generalmente hablando, las colonias son útiles a una nación comerciante. Las mercaderías que de ellas saca son otras tantas producciones de que se aprovecha, ellas facilitan el despacho de las que tiene y el comercio se hace más lucrativo y más extendido.21
El comercio no puede florecer si la navegación no está segura y jamás el Gobierno velará demasiado sobre este asunto. Para este efecto, debe no solamente tener buena marina, sino también prevenir, por medio de tratados de comercio y neutralidad, los peligros a que pueden estar expuestos sus navíos. Pueden ponerse en el mismo rango las aseguraciones, para las cuales debe tener una cámara o tribunal.
El objeto más importante para una nación comerciante,
son los tratados ventajosos con los estados vecinos. Ella debe procurarse,
por su medio, la entrada y despacho de sus mercaderías y una disminución
de los derechos de entrada; en una palabra, un comercio sólido y
ventajoso. Las personas que se emplean para negociar estas suertes de tratados,
deben conducirse con mucha prudencia, estar bien instruidos en el comercio,
y pesar las ventajas y perjuicios que de ellos pueden resultar a las dos
naciones contratantes. Cuanto más poderoso es un Estado, y respetado
de sus vecinos, tiene más proporción para gozarlos y concluirlos
más ventajosamente.22
Un Estado que quiere hacer florecer su comercio no puede estar
sin un banco, en donde los comerciantes puedan ir a recibir el pago de
las sumas que les son debidas. Un establecimiento semejante exige mucha
rectitud y un crédito bien establecido. Como lo supone fondos considerables,
es conveniente que los que se encargan de hacerlos, y principalmente los
aseguradores se obliguen a establecer su crédito de manera que el
banco jamás llegue a faltar.23
El objeto de estas suertes de bancos, es prevenir el daño
que causa al comercio la carestía de dinero; y, en efecto, influye
tan fuertemente sobre él, que el Gobierno jamás pondrá
sobrada atención sobre este artículo. El debe no solamente
hacer registrar las especies para que tenga la seguridad que llevan el
quilate definido, y su valor intrínseco, sino también prohibir
el curso de monedas extranjeras que no sean de buena ley, para prevenir
los abusos del cambio y otros semejantes.24
Siendo el alma del comercio, el crédito y la buena fe,
el Gobierno debe hacer una ordenanza que regule el cambio, como también
todo lo que concierne la navegación, y sobre todo hacer observar
una justicia exacta e imparcial en todos los negocios del comercio. Él
debe tener almirantazgos y tribunales que los regulen, en los cuales los
comerciantes no deben de ser admitidos por jueces, cuidando que todo corra
con orden y de modo más ventajoso para el público.
Aún conviene hacer otros reglamentos de comercio, entre otros para los corredores, que les obliguen a cumplir sus deberes del modo más exacto y más íntegro. La policía, por su parte, debe velar por la seguridad de los campos y procurar a los viajeros las comodidades necesarias; en una palabra, nada debe desperdiciarse de cuanto puede servir de ventaja al comercio.25
Todo esto no puede excusarse sin una cámara, junta o tribunal
particular de comercio, al que no deben ser admitidos los comerciantes,
porque una cosa es comerciar y otra decir las disputas y negocios que conciernen
a este ramo de la economía política. Esta cámara es
de suma importancia para confiar su dirección a un Ministro solo
y es tan constante que en la misma Francia en donde todos los negocios
y litigios pasan por manos del Ministro, no ha podido dispensarse establecer
allí una de esta clase.26
La dificultad del cambio ha obligado a los hombres a emplear oro y plata
para fijar el valor de las cosas, o a lo menos pagarlo; y para evitarles
la pena de asegurarse de la bondad de estos metales, los soberanos se han
empleado en cortarlos en piezas de diferente magnitud y de diversa forma,
a las que han pegado un precio fijo e invariable: y a estas suertes de
piezas se da el nombre de dinero o moneda. Estas especies no son señales
del valor de las mercaderías, como algunos se lo han falsamente
imaginado, lo que les ha motivado a sacar consecuencias falsas y absurdas.
Porque aún que las mercaderías tengan un valor intrínseco,
no puede conocerse sino por comparación, en lugar que no es lo mismo
en cuanto el oro y la plata. Finalmente, la circulación de dinero
no depende absolutamente del despacho de las mercaderías, atendido
que se emplea a todo otro uso fuera del comercio. Tampoco es más
que un simple signo de su valor, atendido que si esto fuera, los súbditos
no podían contribuir a los gastos de Estado; y estos pagos se hacen
en estas especies de dinero, y son según el modo con que están
regulados, y se les hace entrar y salir de la caja del Estado los que hacen
la circulación del dinero más o menos fuerte.
Siendo pues el dinero un medio general para procurarse las cosas
necesarias en nuestras necesidades o imaginarias, es fácil ver que
debe haber una relación entre ellas, según el uno, o la otra,
sea más o menos abundante. La circulación del dinero es,
pues, para los comerciantes un medio inagotable para procurarse las cosas
necesarias según la relación que el dinero tiene con ellas,
y consiste en que el dinero nunca falte y que cada uno le tenga para hacer
de él, el empleo que considere a propósito para sus intereses.
Para que haya una relación igual entre el dinero y las mercaderías y otros efectos, es preciso que ni uno ni otros varíen jamás, porque si esto sucede, poco importaría entonces que el dinero fuese o no abundante. Un Estado que no tuviese comercio alguno con sus vecinos, y cuyos súbditos gastasen igualmente sus bienes, vería sin cesar circular el dinero en su país. Este sería tan fuerte, tan poderoso y tan dichoso como otro igualmente poblado, y que tuviese diez veces más dinero que él. Pero como no hay Estado semejante en el mundo, suceden a menudo en el precio del dinero y las mercaderías variaciones cuyo efecto voy a explicar sobre la circulación de las especies.
Cuando disminuye la circulación del dinero, estamos obligados necesariamente a abstenernos de una infinidad de mercaderías que necesitamos; éstas bajan de precio y esta disminución influye sobre todo el resto. Los artífices no pueden hacer la misma ganancia y haciéndose el dinero más raro de día en día, no hallan espacio y mueren de hambre. Sucede lo contrario cuando la circulación de las especies aumentan. Las cosas necesarias aumentan de precio, porque de ellas se hace mayor consumo. Haciéndose el dinero más común, bajan los intereses, las mercaderías se multiplican, su precio disminuye, se exportan muchas más a los países extranjeros y la actividad de los artífices aumenta.
Cuando faltan las mercaderías en un país, aunque la circulación sea la misma, es preciso atribuirlo a la fortuna o al Gobierno. Esto sucede, por ejemplo, cuando se atropella a los súbditos, cuando se enerva su industria, cuando se desprecia a los comerciantes y artesanos, cuando se adquiere dinero por medios fáciles, o que muchas personas se apliquen a una misma profesión. En todos estos casos, la circulación disminuye, nos vemos precisados a sacar de los extranjeros las mercaderías que necesitamos, las especies bajan también y todo el Estado lo padece. Al contrario, el aumento de las mercaderías hace más fuerte la circulación. Ellas bajan de precio, los extranjeros sacan más y el Estado se enriquece.
Se sigue pues, que el Gobierno nunca estará sobrado vigilante para la circulación del dinero, atendida la influencia que tiene sobre las mercaderías, y obviar todo lo que puede disminuir su abundancia. Siendo fácil remediar aquellos males, cuya causa se conoce, voy a examinar las que aflojan y relajan la circulación o que disminuyen la cantidad de especies.
No hay cosa que afloje más la circulación que la desconfianza y el temor que se tiene de que el dinero y las mercaderías no tengan una igual proporción. Las causas de esta desconfianza son, o externas, o internas. Yo pongo en el número de las primeras las guerras, las piraterías que se ejercen en el mar, etc. Yo he indicado en el capítulo precedente los medios para obviar estos accidentes. En estos casos son necesarias las aseguraciones. Cuantos más aseguradores o compañías de seguros hay, más personas tienen recurso a ellas; cuanto más disminuyen las aseguraciones, más aumenta la confianza. La riqueza de la nación y las leyes favorables a los aseguradores, son dos cosas utilísimas en el caso de que se trata.
Las causas internas de la desconfianza son tan numerosas, como las faltas que puedan cometerse contra las reglas del Gobierno. El defecto de leyes afloja la circulación del dinero. Las más considerables son los impuestos, que exponen a los comerciantes a pesquisas y vejaciones continuas, la tiranía de los soberanos y la mala administración de justicia, de que no se sirve sino para chupar la subsistencia de los súbditos, el defecto de crédito, la mala fe, intereses exorbitantes, y en fin, el defecto de orden en la acuñación de la moneda, la mala calidad de las especies y las variaciones a que están sujetas.
La ganancia que se hace fuera del comercio es también un obstáculo grande para la circulación; porque desde que los hombres hallan mayor provecho en otra profesión, se aplican a ella enteramente. De este número puede contarse la suerte, o el azar, por cuyo medio nos enriquecemos sin trabajo; por ejemplo, las loterías que deben absolutamente prohibirse, la usura, la fullería, y otros medios de vivir ilícitos; y como no es solamente la ganancia, sino también el honor el que hace obrar los hombres, es menester poner el comercio en honor a fin de que los que se han enriquecido por este medio continúen en ejercerle. La Inglaterra es el sólo país en donde no hay falsos perjuicios contra esta profesión. El comerciante es allí tan honrado como el hidalgo.27
Otra causa que relaja la circulación del dinero, son las sumas considerables que salen del Reino. Cuando el comercio exterior se extenúa, porque la nación esta obligada a pagar todos los años la balanza en dinero contante, cuando para subvenir las urgencias del Estado para sostener una guerra ruinosa y proveer a los súbditos, salen crecidas sumas del país que el soberano procura en llenar sus arcas a cualquier precio que sea; que los favoritos, los ministros y los empleados aprovechan y se valen de la riqueza del Gobierno para enriquecerse por caminos ilícitos, y hacen impunemente parada y ostentación de sus riquezas, necesariamente es preciso que la circulación disminuya.
Las causas que impiden la circulación del dinero, siendo tales como acabo de decir, es fácil ver que para ponerla en vigor es forzoso hacer renacer la confianza en el comercio, hacer de modo que los comerciantes hagan una ganancia honesta e impedir que el dinero salga del Reino. Ved aún otros medios para aumentar la circulación.
Es preciso, luego examinar en qué estado se haya la circulación. De ella se juzga por la mayor o menor extensión del comercio y por el precio de las mercaderías. Para tomar un medio justo y conocer la cantidad de dinero que circula, es preciso examinar la balanza durante una veintena de años y más, conocer el valor de las tierras, los víveres, la naturaleza de los intereses, las sumas que provienen de los impuestos, atendido que ellos estén bien arreglados.
Si las sumas que circulan no son bastante crecidas, es preciso aumentarlas. La dificultad esta en saber ¿si es conveniente, que el soberano pida prestado dinero a los extranjeros, para hacerle circular en el Reino?. Algunas personas tienen este medio por utilísimo; pero yo defiendo que no debe recurrirse a él, sino en la postrera extremidad. Porque sin contar los intereses que hacen salir todos los años crecidas sumas fuera del Estado, y que le empobrecen de más a más, la nación se hace dependiente de otra y el Estado se haya en termino más lamentable y digno de compasión, cuando los extranjeros llegan para retirar sus fondos y capitales.
El establecimiento de una compañía de comercio, a la que interesen los extranjeros, es mucho más útil. Su dinero se hace propio del Estado y los intereses que ellos sacan no es más que una simple ganancia que el comercio les procura, y cuya mayor parte queda en el país. El medio más seguro para hacer circular el dinero es la excavación y beneficio de las minas, y el comercio con los extranjeros. Este último medio hace que su dinero se extienda igualmente sobre todas las mercaderías y que la circulación aumente.
No hay una cosa más útil para el mismo efecto, que el establecimiento de un banco. La circulación aumenta y el comercio recobra un vigor nuevo; es menester solamente observar que nada más tiene que esperar un Estado, cuando una vez ha perdido la confianza de sus súbditos.
Cuando un Estado es rico y poderoso, y que no se trata sino de hacer circular el dinero que tiene en sus cajas, el medio es mucho más fácil. Un monarca que tiene prudencia y ve que los tesoros que ha amontonado impiden la circulación, puede reponerla en vigor aumentando el número de sus tropas, abriendo canales, construyendo plazas y por otros medios semejantes. Cuando se remonta al origen de la desconfianza que reina, puede disiparse por medio de buenos reglamentos; y por otra parte, un soberano puede dar vigor a la circulación, empeñado a las personas ricas a hacer gastos proporcionados a sus facultades.
Se observará, en fin, que es muy bueno hacer de modo que el dinero circule igualmente en todas las provincias de Estado. El dinero fluye naturalmente en la capital, por cuyo medio las provincias apartadas se hayan desproveídas, lo que produce consecuencias bien funestas. Las mercaderías bajan de precio, y por falta de poderlas despachar, se desprecia y olvida la agricultura. Pertenece, pues, a la prudencia del Gobierno, el hacer circular el dinero por todas ellas, enviándolas tropas de cuartelas, haciendo campamentos y dándolas gobernadores que hagan buenos gastos; y en fin, estableciendo en ellas manufacturas y fábricas.
La seguridad del prestador está fundada, o sobre la persona, o sobre las cosas. La primera consiste en la confianza que el tiene de que sus negocios están en buen estado, que tiene prudencia, orden, economía y probidad. La segunda es ampararse o tomar en prenda los bienes, muebles o inmuebles del deudor, sea poniéndose actualmente en posesión, sea asegurándose de su deuda por actos, papeles u otros medios semejantes. Aunque la primera sea más cierta que la segunda ella, sin embargo, está sujeta a tantas dificultades y contratiempos, que tiene más extensión que la otra en el comercio y el tráfico. La policía debe pues aplicarse en establecer bien la primera, y cuando las leyes tienen cuidado de providenciar sobre el asunto, la seguridad de las personas es tan cierta como la que está fundada sobre las cosas.
El cambio que se de un tan grande recurso para hacer florecer el comercio y facilitar la circulación del dinero, es el efecto de un crédito fundado sobre la seguridad de las personas. Hay dos suertes de cambios, el uno consiste en el transporte de una deuda y un pago a otro; el otro, en una promesa por escrito de pagar dentro de cierto tiempo y lugar determinado la suma o partida que se ha convenido.
El primero tiene lugar en el comercio entre todas las naciones y su fin es ahorrar los gastos que costaría la remesa de las especies. Él supone una deuda real y que dos comerciantes en correspondencia y teniendo cuentas que arreglar, usan pagar los billetes que se dirigen recíprocamente. Dos cosas hay aquí que observar, el número de cambio y su curso. Por medio del número se conoce el valor intrínseco de dos monedas diferentes, comparándolas entre sí; por ejemplo, lo que valen cien libras esterlinas pagadas en Hamburgo. En cuanto al curso, depende en parte de las deudas que un Estado ha contraído y parte del crédito que tiene. Unidas estas dos circunstancias, son lo que se llama curso del cambio; y no hay ramo alguno del comercio sobre el cual tenga mayor influencia el Gobierno, que sobre este, y por esto pide una particular atención de su parte.
La segunda especie del cambio, o las promesas por escrito por las cuales nos obligamos a pagar cierta suma en el tiempo convenido (que llamamos vales), tienen igual fuerza de dinero y en esta calidad puede pasar de una mano a otra. Estas suponen una circulación de dinero y piden, asimismo, la atención del Gobierno. Por ejemplo, a él toca velar sobre las deudas de los comerciantes, sobre sus libros de cuentas, etc.
En general, el Gobierno debe hacer sobre estas dos especies de cambios los reglamentos necesarios para mantener el crédito y facilitar la circulación de las especies. Sobre todo, en todas las dificultades que sobrevienen a este objeto, debe observar la justicia más exacta y la más imparcial; porque un cambio bien establecido aumenta el crédito de la nación en el extranjero y sobre este punto habría muchas cosas que decir. Una nación que está obligada a pagar con dinero contante, pierde a proporción que el curso del cambio es más bajo.
El crédito que cada particular tiene, se llama un crédito particular. Este mismo crédito cuando tiene lugar entre la mayor parte de los súbditos, y que está asegurado por las leyes, se llama un crédito general y facilita el comercio con el extranjero, igualmente que la circulación del dinero. Nunca el Gobierno está a sobrado atento sobre este particular. Los deudores deben ser obligados a pagar y castigadas severamente las bancarrotas fraudolosas. Como la usura daña al crédito y al comercio, y nada al contrario, le facilita más que la modicidad de los intereses, se debe impedir la usura y todos los contratos usurarios. Sin embargo, no deben fijarse sobradamente bajos porque esto dañaría al crédito.
El crédito común se diferencia del crédito nacional, en que este está fundado parte sobre las compañías de comercio, los bancos u otros fondos del Estado, y parte sobre el del soberano. Es útil, pues, que haya bancos y otros fondos públicos en donde las gentes ricas puedan poner su dinero a interés. Porque teniendo dificultad en poner a interés sus capitales, el defecto de estos fondos públicos es a menudo causa que el dinero sale del Reino, y que el crédito y la circulación caen enteramente.
Para que las acciones, los billetes del banco, asimismo que los de las compañías de comercio, no dañen al crédito ni a la circulación, es menester hacer de suerte que tengan curso y que pasen del mismo modo que el dinero de una mano a otro; y para este efecto el Gobierno debe ponerles en crédito. La confianza que hay en ellos depende de la seguridad que en ellos mismos se encuentra; y nada puede establecerse de cierto sobre este punto, porque depende de la riqueza del Estado, del valor de los impuestos, de los gastos que está obligado a hacer, en una palabra, de infinidad de accidentes que no se pueden prever; pero esto no impide que no se deba tener fe en ellos, cuando el Estado está bien gobernado, que las compañías se mantienen y que se pagan exactamente los intereses. El Gobierno nada debe omitir sobre este objeto, porque cuando los fondos públicos pierden su crédito nos privamos de infinidad de recursos en las necesidades.
Un soberano nunca velará sobrado para conservar su crédito.
Todo hombre que pierde el suyo, nada más tiene ya que esperar; pero
aún es una desgracia mayor para el primero no poder hallar las mismas
que puede necesitar y esto por no haber sabido manejar su crédito.
El medio de establecerle es pagar exactamente los intereses del dinero
que pide prestado, cumplir las obligaciones que ha contraído con
sus súbditos y de ningún modo abusar de su autoridad para
hacerles daño.
Pongo en el primer rango el precio moderado de las mercaderías
y las demás cosas necesarias a la vida. Yo he mostrado arriba la
influencia que tenían sobre las mercaderías, la agricultura
y el tráfico, y principalmente sobre el orden económico;
y puede añadirse la población. La carestía de las
mercaderías es, sobre todo, perjudicial a los pobres y hace que
infinidad de gentes se expatrien por la dificultad que hallan es subsistir,
no obstante las penas infinitas que se toman para lograr su sustento. Aún
hay más: las personas ricas principalmente las que viven de sus
rentas, están muy distantes de amar un país en donde la carestía
de los víveres les obliga a privarse de infinitas comodidades, de
que no se pueden abstener.
La mayor parte de las gentes se imagina que la carestía
de víveres es una secuela de la riqueza de un país, y esto
es verdad, como yo le he probado hablando de la circulación del
dinero; pero no debe creerse que ella sola sea el origen de la carestía
de las mercaderías; muchas otras cosas pueden contribuir a ella.
Independiente de algunas desgracias accidentales que hacen encarecer los
víveres por cierto tiempo, puede aún provenir de los impuestos
establecidos sobre las mercaderías, de la pereza de los habitantes,
del mal estado de la agricultura, de la excesiva codicia de ganancia, de
las preferencias que se dan a los mercados y otros abusos semejantes.
Los impuestos están tan mal arreglados en la Alemania
y en la mayor parte de los otros pedazos de la Europa, que se ponen sobre
las mercaderías y sobre las cosas más necesarias a la vida.
Es verdad que las arcas de los príncipes sean provecho de ellos,
pero el orden económico padece mucho por esta causa porque las mercaderías
no se venden; mientras no se tome otra ruta, no hay que esperar ver floreciente
el orden económico. Nuestros príncipes alemanes infelizmente
se han aprovechado demasiado del ejemplo de los holandeses; ellos deberían
haberse percibido del daño que los impuestos que han establecido
sobre los víveres han causado a su país. Ellos no lo han
sentido mientras han sido dueños del comercio de Europa, y si no
lo son hoy en día, a esto sólo deben dar la culpa. El de
los ingleses ha ido siempre en aumento, porque han seguido otras máximas
en el establecimiento de los impuestos y los demás estados deberían
aprovecharse de su ejemplo.
Para que las mercaderías sean baratas, es menester que sean abundantes y no pueden serlo a menos que la agricultura no esté en vigor. Los ingleses, con el objeto de animar la agricultura y moderar el precio del trigo, han imaginado un medio que a primera vista parece que debe producir un efecto todo contrario. En lugar de cargar el grano de imposiciones, o de prohibir su salida, han concedido una recompensa a los que extraigan más, con tal de no excederse un cierto precio. En consecuencia de este reglamento, la agricultura se ha hecho floreciente, el trigo ha quedado siempre en un precio moderado y el de las mercaderías jamás ha aumentado. Este expediente es el fruto de una grande sagacidad de una prudencia consumada, pero no es practicable sino en Inglaterra, porque es un Reino aislado. En cuanto a la Alemania, que está dividida en diferentes estados independientes los unos de los otros, se debe para hacer florecer allí la agricultura, emplear los medios que yo he indicado arriba.
Este expediente de los ingleses fuese practicable entre nosotros, no debe esperarse que nosotros prohibamos la salida de los granos, ni que hagamos leyes contra los gorgojos, ni que establezcamos almacenes; y es la razón que nosotros creemos estar siempre en ocasión y a tiempo de tenerlos a un precio moderado, y que miramos a la Alemania como un granero público; pero esto no debe impedirnos de seguir los reglamentos que tengo prescritos, no sólo relativamente al trigo, sino también respecto de la mayor parte de las demás mercaderías.
Por ejemplo, la policía debe de tasar las mercaderías absolutamente necesarias, como el pan, la carne y la cerveza, y jamás dejar a los negociantes la libertad de venderlas al precio que les parezca. Ella debe, sin embargo, tener cuidado en que los reglamentos que hace sobre este objeto no dañen, ni a los negociantes, ni a los artífices, y para este efecto debe hacerse dar las instrucciones necesarias; debe aún por medio de compras bien manejadas, procurar que las mercaderías sean cada vez más baratas. Estas suertes de tasas son igualmente necesarias para las drogas y una infinidad de otras cosas de que absolutamente no podemos abstenernos.
Siendo la madera y la leña un artículo extremadamente esencial para las cosas caseras, es menester también tasarla como queda arriba dicho, relativamente al país en que se vive; y aunque estas suertes de tasas parece que no pueden tener lugar por relación al alquiler de las casas, deben, sin embargo, impedirse que sea demasiado caro, porque cuanto más necesarias son estas cosas, más su carestía influye sobre el comercio extranjero y el orden económico.
La influencia que en las ciencias y las artes tienen sobre el orden
económico, es tan grande que yo no puedo dispensarme de decir aquí
de ellas alguna cosa, aunque yo debo tratar de ellas largamente en el tercer
libro. Más de que los sabios pueden dar a los manufacturadores,
los fabricantes y los artesanos muchos avisos útiles, puede asegurarse
que sin las artes y las ciencias, un Estado jamás podrá florecer,
ni los que ejercen las profesiones llevarlas al punto de perfección
que se requiere. El conocimiento del tiempo que se adquiere por medio de
las ciencias, es útil a todos los diferentes estados de la vida
y provee a los obreros y artistas el medio para adquirir mil conocimientos
útiles y para perfeccionar sus obras.
Otro establecimiento muy útil que se ha hecho en nuestro
siglo, son las gacetas, los diarios y los papeles periódicos, por
cuyo medio se sabe todo lo que se pasa en todas las diferentes partes del
mundo, y también los descubrimientos que sea han hecho. Los sabios
pueden servirse de ellos para dar infinidad de instrucciones útiles
a los artífices y los comerciantes.
Los montes de piedad son también muy útiles a la sociedad. Como los usureros no presten ordinariamente su dinero, sino por muy crecidos intereses, es muy ventajoso para los pobres artífices que se hallan en necesidad, poder hallarle por un módico interés. Yo quisiera solamente que se exigiese el cuatro o cinco por ciento de interés y que se señalen bastantes fondos a estas suertes de establecimientos para que los fabricantes y artífices tuviesen siempre la proporción de hallar este recurso; porque la mayor parte de ellos muchas veces no pueden trabajar por falta de avances, lo que causa que el comercio se minore y extenúe.
En cuanto a las desgracias públicas, pertenece a la sagacidad del Gobierno preverlas y evitarlas cuanto la prudencia humana puede permitirlo. Una vez sucedidas, y que no es posible evitarlas, él debe hacer todo lo posible para hacerlas más soportables y detener su progreso del modo más pronto y eficaz. En estas ocasiones, es cuando un soberano debe hacer uso de los tesoros que el puede haber amontonado. Si los portugueses hubiesen seguido estas máximas, la desgracia que acaba de suceder a Lisboa, no hubiese tenido consecuencias tan funestas.
La guerra es uno de los mayores azotes que puede padecer la sociedad. Se sienten presto sus funestos efectos cuando se hace sobre las fronteras del Estado; y también cuando se hace fuera, ella no deja de dañar al orden económico por la abundancia de dinero que hace salir fuera del Reino. Ella obliga por otra parte a hacer fuertes levas de hombres; por consiguiente, un soberano que ama a sus súbditos jamás debe de emprender alguna sin extrema necesidad. En los casos en que no puede absolutamente evitarla, debe prevenir sus consecuencias, proteger el comercio, impedir la despoblación de sus estados, la que es ordinariamente seguida de la hambre; en caso que la guerra se haga en los países extranjeros, sacar la subsistencia de sus tropas del mismo país que es su teatro.
La carestía de los víveres cuando es ocasionada por la falta de las cosas necesarias, o por otras causas semejantes, es prejudicialísima al orden económico. Un accidente semejante no es de temer, cuando la agricultura está en vigor. Después de 80 años que la Inglaterra permite la salida de granos, ella a sabido de tal modo la agricultura, que los víveres han estado siempre en corta diferencia en el mismo precio, habiendo encarecido en todas las demás partes. Independientemente de los almacenes de que he hablado en el primer libro, debe la policía en tiempo de carestía hacer buscar el trigo que hay en el Reino, disminuir el consumo prohibiendo el aguardiente y los demás licores que se extraen, e impedir su salida.
Los incendios causan muchas veces tan grandes ruinas, que la policía jamás velara sobrado para prevenirlos. Raras veces suceden cuando las casas son de piedra están las chimeneas bien hechas y los propietarios tienen cuidado de limpiarlas a menudo. Si, sin embargo, sucede alguno, es menester sacar los muebles y otras materias combustibles, soltar y llevar agua a las calles, emplear las bombas y jeringas, y recompensar a los primeros que acudirán a dar socorro.
Para remediar el perjuicio que causa el fuego, es conveniente establecer en todas las ciudades una caja o fondo a la que se debe obligar a contribuir a todos los propietarios, a prorrata del valor de sus casas; dejándole, sin embargo, dueños de hacer la estimación por sí mismos y comprender en ella sus efectos, atendido que están obligados a contribuir en el reparo de los estragos y desperdicios que pueden haber causado los incendios.
Yo no veo que es lo que podría impedir el establecimiento de semejantes cámaras o tribunales de aseguraciones, para reparar los daños que causan las inundaciones, la piedra, el granizo y otro accidentes que suceden en la campiña. Nadie ignora que, con frecuencia, causan a los labradores pérdidas considerables, más también es igualmente cierto que una desgracia se hace mucho menos sentida cuando más repetida está entre un gran número de personas. Un cuanto a las demás plagas que están sujetos los bienes del campo, entre los cuales las orugas no son la menor, la policía debe velar en dulcificarlos, disminuyendo los impuestos y por otros medios equivalentes.
En cuanto a la segunda especie de obstáculos, que nacen de la
deformidad de las leyes y de los reglamentos de la policía, no se
puede dudar que la holgazanería, los excesos, el juego, la prodigalidad,
la mendicidad, etc., causan gravísimos perjuicios a la sociedad.
Debiendo hablar de estos abusos en el libro siguiente, tratando del orden
y de la disciplina que se debe establecer entre los súbditos, yo
me limitaré en indicar aquí algunos otros que sin influir
sobre la disciplina, no dejan de ser infracciones manifiestas de las leyes
de la policía.
Los monopolios y generalmente todos los privilegios exclusivos,
son de tal manera dañosos al orden económico que no debe
absolutamente sufrírseles, no solamente en el comercio, las manufacturas
y las fábricas, sino también en cualquiera otra especie de
tráfico. No hay tráfico por despreciable que parezca,
que no tenga su utilidad y aunque no consistiese más que en vender
cañoncillos de plumas, debe ser libre a cada uno el ejercerlo. Todo
hombre debe ser dueño de abrazar el género de comercio, que
cree serle el más ventajoso. A lo menos a los buhoneros y los revendedores
se les debe eregir en comunidades y gremios, como acaba de hacerse en Austria.
El buen orden exige solamente que todos los que ejercen un oficio se hagan
inscribir en la policía, a fin de que ella sepa el modo con que
cada ciudadano subsiste.
La buhonería es también dañosísima a la
sociedad, porque a más de los que se emplean en este modo de vivir
cometen una infinidad de abusos, que a la policía no le es posible
poderlos remediar. Ellos venden más las mercaderías al pueblo,
lo que impiden que los comerciantes despachen las suyas aunque sean infinitamente
mejores. Sobre todo debe prohibirse a los judíos, ni tampoco permitirlos
en el país, hasta tanto que ejercen el mismo genero de comercio
que los demás ciudadanos.
Cuando no se tiene cuidado en socorrer a las personas, cuyos
negocios están decaídos, ni se les procuran los medios con
qué poder subsistir, es imposible que el orden económico
no lo resienta. Estas gentes, lejos de ser miembros útiles a la
sociedad, le son extremadamente perniciosos. Es conveniente procurarles
socorro a estos que han caído en desgracia, a los enfermos, a los
que les faltan fondos para trabajar prestarles dinero a moderado interés,
o bien procurarles ocupación o lugar en las manufacturas y fábricas,
haciendo de suerte que allí encuentren ellos las mercaderías
y los avances que puedan necesitar para restablecer sus negocios.
El Gobierno debe igualmente velar el mantenimiento de las viudas y yo sería de parecer que se señalase un fondo público para proveer a su subsistencia a ejemplo del de los ministros, profesores y militares, que lo han establecido en algunos países para las de sus viudas pobres, dejando a cada uno la libertad de contribuir a él según sus facultades y su generosidad. Pero un proyecto semejante no puede ejecutarse, sino después de haber calculado rectamente el número de hombres que mueren todos los años.