Nuevo mineral, nueva población


LA B�SQUEDA DE NUEVAS VETAS era uno de los motores primordiales de la ocupaci�n espa�ola de las tierras americanas. Y al decir ocupaci�n espa�ola se entiende tanto el inter�s de la Corona, el inter�s gubernamental o p�blico, como el inter�s de los particulares, el inter�s privado.

No hay duda de que as� como las minas de Zacatecas hab�an contribuido con gran fuerza a hacer posible la expansi�n espa�ola hacia Durango y Sinaloa, y as� como Santa B�rbara hab�a hecho posible la ocupaci�n de Nuevo M�xico, as� las riqu�simas minas de Parral contribuyeron en gran medida a configurar el espacio de lo que m�s tarde ser�a Chihuahua. Veamos este tramo con m�s detenimiento.

En el verano de 1631 comenz� la primera bonanza de la miner�a de lo que poco despu�s se llamar�a San Jos� del Parral. Se trataba de dep�sitos superficiales de plata excepcionalmente ricos, as� como de vetas m�s profundas de sulfuros de plata. Destacaba la veta originaria denominada "La Negrita", m�s tarde conocida como "La Prieta". Estos dep�sitos mostraron r�pidamente su riqueza y pronto la noticia corri� como reguero de p�lvora. Llegaron vagos, indios, comerciantes, operarios y mineros de Durango, Zacatecas, Guadalajara y Michoac�n, y m�s tarde de Sonora (yaquis y �patas). Adem�s, indios de los alrededores, tepehuanes, tarahumaras, conchos y hasta tobosos, comenzaron a trabajar en las minas y haciendas de beneficio. Como hab�a ocurrido en otros lados, esos habitantes se acomodaron de manera descuidada en las faldas de los cerros y paulatinamente fundaron un nuevo n�cleo de poblaci�n, en este caso, un nuevo real de minas. Para 1632 el nuevo mineral, llamado San Jos� del Parral, florec�a con sus casi 300 vecinos, muchos m�s que los habitantes de Santa B�rbara y el Valle juntos. Muy pronto fue formada una nueva jurisdicci�n al mando de un alcalde mayor. En 1635 ten�a ya 5 000 habitantes; en 1637 hab�a 37 comerciantes establecidos en el lugar, y en 1642 sumaban ya 47. A Parral llegaba az�car de Cuernavaca, Cuautla y sobre todo de Sinaloa, de donde llegaban tambi�n limones y naranjas; el arroz se tra�a de Michoac�n y Jalisco; el aceite de oliva y una parte de los vinos se importaban de Espa�a; la otra llegar�a m�s tarde de Parras y El Paso. Las mantas de algod�n proven�an del sur y del norte: de Oaxaca, Michoac�n y Puebla, y de Nuevo M�xico. Los 600 000 pesos anuales de mercanc�as que compraba Parral a la ciudad de M�xico en 1673 mostraban la fortaleza de la miner�a local, pero tambi�n la importancia de los comerciantes de la capital del virreinato. Ese comercio aprovechaba y consolidaba la ruta abierta por las expediciones de Ibarra de los a�os de 1550-1560 entre el centro del virreinato y los incipientes asentamientos de la porci�n norte�a de la Nueva Vizcaya.

La potencia demogr�fica de Parral era impresionante, lo que indicaba las grandes posibilidades econ�micas que ofrec�an sus vetas. En 1745 la poblaci�n de Parral se estimaba en 10 000 habitantes. El tama�o de esta poblaci�n se aprecia mejor si se considera que por esos a�os la ciudad de M�xico contaba con 40 000 habitantes. Hasta el gobernador de la Nueva Vizcaya, Gonzalo G�mez de Cervantes, decidi� mudarse a la nueva poblaci�n en 1632, sin que le importara mucho abandonar la sede de su gobierno. Este cambio virtual de la capital de la Nueva Vizcaya se mantuvo hasta 1739. La decisi�n del gobernador G�mez de Cervantes era indicio del poderoso movimiento de poblaci�n, que vaciaba n�cleos antiguos y que concentraba a sus habitantes en el nuevo centro de explotaci�n minera. Por ello no es exagerado se�alar que el auge de Parral hizo tambalear a Durango, cuyas autoridades se quejaban de la actitud de los gobernadores (que viv�an en Parral, a pesar de los repetidas �rdenes en contrario) y advert�an sobre el riesgo de que Durango desapareciera ante la notable migraci�n hacia el nuevo mineral. Advert�an tambi�n que el obispado de Durango, creado apenas en 1620, pod�a ver amenazada su existencia.

La miner�a de Parral era preponderantemente extensiva, ya que aprovechaba yacimientos superficiales. Sin embargo, para 1650 en Minas Nuevas hab�a tiros con una profundidad de m�s de 200 pies. La extracci�n de mineral se hac�a con energ�a de sangre, es decir, con base en trabajo humano y de bestias. Conforme las minas se hicieron m�s profundas comenzaron a sufrir inundaciones. En 1671 nueve de las 22 minas parralenses enfrentaban ese problema. Los malacates eran desconocidos en Parral en estos a�os, por lo que el desag�e se hac�a con cubos de madera transportados en las espaldas de los trabajadores. El beneficio de los minerales, la obtenci�n de la plata pura, se hac�a con base en los dos sistemas m�s usuales de la �poca: la fundici�n y la amalgamaci�n. El uso de uno o de otro depend�a de las caracter�sticas del mineral. El primero se usaba en minerales conocidos como galenas; es decir, minerales de alta ley; el segundo, en cambio, era id�neo para beneficiar grandes cantidades de mineral de bajo contenido de plata. El primero usaba hornos y fuelles y requer�a plomo. El segundo requer�a mercurio, sal y cobre, que se mezclaban con el mineral previamente triturado; esta masa era colocada en un patio donde se dejaba durante meses; en ese lapso ocurr�a el proceso de amalgamaci�n que separaba la plata del resto del mineral. De all� su nombre de "sistema de patio". Este m�todo requer�a de una gran cantidad de agua y por esa raz�n las haciendas de beneficio se instalaron a las orillas del r�o Parral. La importancia del mercurio en el proceso de amalgamaci�n era decisiva. Uno de los principales problemas de los mineros parralenses fue precisamente la escasez de este insumo, cuya producci�n y distribuci�n eran controladas celosamente por la Corona.

Las minas, las haciendas de beneficio, los comercios, los transportes, la alimentaci�n de una numerosa poblaci�n, exigieron m�s y m�s trabajadores. Una parte de �stos llegaron por su cuenta y riesgo; eran mexicanos, tarascos, yaquis, �patas, "sinaloas" y algunos tepehuanes y tarahumaras. Otros, como se se�al� atr�s, llegaron por la fuerza: tanto por capturas de indios de los alrededores (sobre todo tobosos) como por el repartimiento de tarahumaras y conchos. En algunos casos se les pagaba con ropa y dinero; en otros, se les endeudaba mediante pagos adelantados que los trabajadores nunca pod�an pagar. Un fen�meno interesante, caracter�stico de los reales de minas del septentri�n novohispano, fue el asentamiento de barrios, seg�n el lugar y la etnia de origen. As�, en Parral se formaron barrios de yaquis, de tarascos, de tarahumaras. Esto mismo ocurrir�a d�cadas despu�s en Chihuahua.

De esta manera, durante sus primeros 10 a�os de vida, Parral se constituy� en la principal poblaci�n de espa�oles al norte de Zacatecas. Sus habitantes, ricos y pobres, espa�oles e indios y algunos negros, junto con mestizos y mulatos, se acomodaron en torno al r�o (llamado entonces San Gregorio) y junto al cerro de Las Minas. Los diversos barrios se formaron en ambas m�rgenes del r�o y pronto habr�a varios puentes para unir las dos partes de la ciudad. En 1642 se establec�a una alh�ndiga, en donde se almacenaban granos y dem�s alimentos para el consumo local. M�s tarde, en 1673, se inici� la construcci�n de la iglesia parroquial, que se concluy� 14 a�os despu�s.


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