Apaches de nueva cuenta


LA PACIFICACI�N DE LA FRONTERA, uno de los principales logros de la Comandancia General, comenz� a desmoronarse desde el inicio de la guerra de Independencia. El traslado de soldados presidiales hacia el centro del pa�s a partir de 1810 y la falta de pago puntual de sueldos a esas tropas hab�an minado la defensa contra los ind�genas. En Coahuila los ataques apaches volvieron en 1816 y 1817. En Sonora la situaci�n se deterior� a�n m�s, porque dos grupos de indios sedentarios organizaron varios levantamientos: los �patas, un grupo que hab�a prestado grandes servicios a los espa�oles contra los n�madas, se levantaron en 1819 y luego en 1824, en protesta por abusos de funcionarios y vecinos; m�s tarde, en 1825, los yaquis se sumaron a la rebeld�a. En ambos casos, las autoridades de Chihuahua prestaron auxilio a las de Sonora para sofocar las rebeliones. De igual modo, el gobierno general hab�a dejado de pagar los s�nodos a los misioneros franciscanos de la Tarahumara, por lo que el gobierno chihuahuense hab�a tenido que cubrir esas erogaciones.

En Chihuahua la guerra retorn� a mediados de 1831, cuando una partida de comanches mat� a dos capitanes cerca del r�o Bravo. Los comanches fueron reprimidos, pero respondieron con una insurrecci�n general, a la que se sumaron poco despu�s diversas partidas apaches (gile�os, mimbre�os y mescaleros). Este brote de violencia tuvo su origen en la decisi�n del comandante militar, el coronel Jos� Joaqu�n Calvo, de suspender las raciones y subsidios a los indios pacificados.

El desgaste acarreado por el movimiento insurgente, la misma independencia del dominio espa�ol y el surgimiento del nuevo pa�s organizado en estados soberanos, con gran margen de independencia entre s� y respecto al centro, propiciaron un debilitamiento del sistema militar as� como de los arreglos de paz con los n�madas. Tambi�n contaban el avance norteamericano y el desplazamiento de los comanches hacia el sur, as� como los intercambios comerciales entre n�madas y comerciantes "angloamericanos", como se les llamaba entonces. El resultado fue el retorno de los a�os de violencia intermitente, de los asaltos a haciendas y ranchos, de los secuestros de personas y de los ataques a las caravanas y viajeros.

En octubre de 1831 el comandante Calvo declar� formalmente el estado de guerra contra los n�madas. En enero del a�o siguiente, entre 300 y 400 apaches se hab�an alzado y se dedicaban a atacar y robar en el per�metro comprendido entre Carretas, Concepci�n, Carrizal y San Buenaventura o Galeana. El gobernador Madero obtuvo facultades extraordinarias para hacer frente a la amenaza apache y se tomaron medidas para organizar y armar a los vecinos de los pueblos. En el oto�o de 1834, luego de que la epidemia de c�lera alcanz� a los habitantes de Chihuahua, los n�madas se acercaban a Durango, despu�s de atacar varios puntos del sur chihuahuense, como lo informaba un peri�dico de la ciudad de M�xico.

La reanudaci�n de las hostilidades de los n�madas ten�a lugar en un escenario pol�tico muy distinto al de la �poca colonial. Un incidente ilustra con claridad esas nuevas condiciones. Cuando se presentaron los primeros ataques comanches y apaches, el comandante Calvo organiz� en agosto de 1832 una expedici�n hacia el norte del estado. Al llegar a la hacienda de Encinillas tuvo noticias de que Jos� Urrea, comandante militar de Durango, se hab�a sumado a la rebeli�n encabezada por Santa Anna en contra del presidente Bustamante. Calvo y el gobernador Madero expresaron su lealtad a Bustamante, por lo que Urrea decidi� invadir el estado de Chihuahua. Calvo se vio obligado a dividir sus tropas y a marchar con una fuerza hacia el sur para hacer frente a la amenaza de Urrea. Por fortuna las negociaciones detuvieron el enfrentamiento: el 24 de octubre de 1832 se firmaba un tratado (de la Noria) que cesaba las hostilidades. Este tipo de conflictos era inimaginable en la �poca colonial.

En efecto, la entonces breve vida nacional hab�a exhibido las grandes diferencias existentes entre las �lites y grupos pol�ticos en torno a c�mo organizar al pa�s reci�n independizado y mostraba tambi�n que, a diferencia de la �poca colonial, las inconformidades y pol�micas se resolver�an en buena medida por la v�a de las armas. En las elecciones de 1829, para suceder a Guadalupe Victoria, se hab�a dado la primera gran escisi�n de las muchas que vivir�a el pa�s a lo largo del siglo XIX. En diciembre de 1829, el presidente en funciones, el general Vicente Guerrero, fue depuesto por los seguidores del Plan de Jalapa, que designaba presidente de la rep�blica a Anastasio Bustamante. En Chihuahua el comandante militar y el gobernador Jos� Mar�a Arce apoyaron a Bustamante y reprimieron a los enemigos del Plan de Jalapa. Como resultado, un buen n�mero de chihuahuenses tuvo que abandonar el estado, entre ellos el vicegobernador del estado, el abogado Jos� Mar�a Ram�rez y ocho de los 11 diputados.

Por otro lado, el retorno de los ataques apaches mostr� que el poder pol�tico se hallaba sumido en una profunda crisis y que carec�a de recursos para enfrentarlos. Las solicitudes de Cooperaci�n pecuniaria a los particulares comenzaron a ser cosa com�n despu�s de 1834, ya que el gobierno local carec�a de fondos para las campa�as militares. Ya hab�a quedado atr�s el super�vit fiscal de la d�cada anterior. Adem�s, las divisiones nacionales imped�an al gobierno general apoyar a los gobiernos estatales en su lucha contra los "b�rbaros", como era la denominaci�n com�n que recib�an los n�madas. Ello condujo a un resentimiento creciente de la poblaci�n local contra el gobierno general. En diciembre de 1834 un peri�dico chihuahuense, El Fanal, ped�a de plano la anexi�n a los Estados Unidos para obtener protecci�n; seg�n ese mismo peri�dico, no ten�a sentido seguir vinculado a una federaci�n que era incapaz de aliviar el sufrimiento local.

El estado de guerra impuso un creciente militarismo en la entidad. En septiembre de ese mismo a�o de 1834 el Congreso local nombr� gobernador de Chihuahua al comandante militar, el coronel Jos� Joaqu�n Calvo. De ese modo se unificaban los mandos civil y militar en una sola persona. Calvo tom� diversas medidas contra los n�madas, por ejemplo la prohibici�n del comercio con apaches y comanches, bajo pena de muerte; la devoluci�n a sus propietarios del ganado rescatado a los indios; el cobro de derecho de peaje como contribuci�n de guerra, entre otras; tambi�n foment� la dotaci�n de armamento a los vecinos de haciendas y ranchos y organiz� las milicias urbanas y rurales.

Aunque la guerra contra los "b�rbaros" consum�a buena parte del esfuerzo local, la econom�a, la sociedad e incluso la cultura mostraban signos de vitalidad. A fines de 1835 se descubr�an unas riqu�simas vetas de oro en el rinc�n suroeste del estado, no muy lejos de Batopilas. La noticia, como en la �poca colonial atrajo a gran n�mero de personas, que pronto dieron vida a una nueva poblaci�n: Guadalupe y Calvo. Lo de Guadalupe ven�a del culto guadalupano, mientras que lo de Calvo ven�a del apellido del gobernador y comandante militar. En 1836, inversionistas ingleses instalaban all� la primera m�quina de vapor en la entidad.

Calvo era un ferviente partidario de la educaci�n p�blica. Don� su sueldo de gobernador para apoyar el funcionamiento de diversas instituciones educativas; esa inusitada decisi�n garantiz� la subsistencia de la escuela lancasteriana en la capital del estado, fundada apenas en 1834 y que era dirigida por el profesor Gignour. En marzo de 1835 abr�a sus puertas la escuela preparatoria, con el nombre de Instituto Literario del Estado, a cargo del abogado Jos� Mar�a Bear. El 3 de abril de ese mismo a�o ve�a la luz el primer n�mero del Peri�dico Oficial del Estado, donde se dio espacio a varios poetas locales, como Arellano y De Nava. De esta �poca son tambi�n las primeras obras geogr�ficas sobre Chihuahua: las Noticias estad�sticas, de Jos� Agust�n de Escudero, y el Ensayo estad�stico del estado de Chihuahua, de Pedro Garc�a Conde. Estas dos obras son ahora de consulta obligada para cualquier estudioso; l�stima que no se hayan reeditado �ltimamente.


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