Cuando los n�meros hablan


DESDE QUE EL GOBERNADOR Manuel Gudi�o D�az estren� sexenio (1943-1949), la vida y milagros del estado de Colima y sus gentes comenzaron a tener nuevo estilo.

Quedaron atr�s las viejas discordias por la tierra —el �ltimo gran aliento dado a la reforma agraria fue con L�zaro C�rdenas—. Los pol�ticos constituyeron su propia clase social cocinando ansias y expectativas, en tanto que la gente com�n y corriente —agricultores y ganaderos, comerciantes y campesinos, amas de casa, los escasos obreros y los artesanos— dieron la espalda al quehacer c�vico y tan s�lo en �pocas de elecciones algo se desentum�an, como cuando en v�speras de las presidenciales de 1952 tom� fuerza la Federaci�n de Partidos del Pueblo Mexicano (FPPM), postulando al general Miguel Enr�quez Guzm�n, o cuando Jes�s Robles Mart�nez, c�lebre l�der magisterial, a la saz�n diputado federal pri�sta por Colima, quiso ningunear a Rodolfo Ch�vez Carrillo dando la pelea por la gubernatura, a mediados de la d�cada de los cincuenta.

Mientras los gestores p�blicos limosneaban apoyos ante el poder central, la ciudadan�a se empe�aba en el trabajo y el jolgorio. As�, en pocas palabras, el desarrollo social y econ�mico de Colima fue tomando carne y nervios al tiempo que la poblaci�n crec�a inmisericorde y el espacio se reduc�a. Las cifras hablan por s� solas: 112 321 habitantes en 1950, 164 450 en 1960, diez a�os despu�s 241 153, en 1980 eran 346 293 y, en el censo de 1990, 428 510. En pocas palabras: en 50 a�os, la poblaci�n colimense se quintuplic�.

Varios factores tienen que ver con estos n�meros. Disminuye la tasa de mortalidad y se eleva el promedio de vida. Por otra parte se eleva tambi�n la tasa de natalidad a pesar de que los j�venes y las parejas conocen con detalle toda clase de triqui�uelas para cortar alas a la cig�e�a. Adem�s, la tradicional sangr�a de los que van a probar fortuna, cede puntos al denso flujo de los inmigrantes, que escogieron Colima como tierra de promisi�n. De hecho, casi un tercio de los habitantes de la entidad no ha nacido en ella.

Colima, cuyo territorio de 5 545 km² es el quinto m�s peque�o de la geograf�a nacional, censa 18 localidades que superan los 2 500 habitantes y captan 83.3% de la poblaci�n total del estado. El resto es una significativa di�spora que da vida a 930 pueblos, de los que 801 tiene menos de 100 habitantes. Hablando de concentraci�n, a 68.2% del casi medio mill�n de hombres y mujeres le ha dado por apretarse en Colima, Manzanillo y Tecom�n, tres de sus diez municipios, ocupando as� el s�ptimo lugar nacional en cuanto a poblaci�n urbana, ni m�s ni menos que el sexto en cuanto a la poblaci�n econ�micamente activa (PEA), y medalla de bronce por tasa de ocupaci�n.

Este proceso de urbanizaci�n tiene muchas aristas: no s�lo se cambia el caballo por el autom�vil cuando se puede y el hogar de le�a por la estufa de gas. Se dejan atr�s las casas de tejas y adobes —amplias, silenciosas, refrescantes, con su corral y sus mangos, limones y tamarindos— , para encerrarse en dos piezas de cemento que revientan de calor y ruido. El hombre, se�or del tiempo —y del impreciso "ahorita voy"—, se hace esclavo del reloj y de la prisa. La tertulia con los amigos se trueca por la soledad y el silencio. El olor del campo, la "paloma" de leche en la orde�a del amanecer, la tuba a la hora de la calor o el tejuino, las largas conversas cuando el sol se ha puesto sobre fantasmas y aparecidos, el paso del diablo y los muertos de rayo, son cosas del ayer, perdidas en el bosque de antenas de televisi�n y videoclubes. Del mundo de anta�o apenas quedan rescoldos: sopes y sopitos, atole y tamales, los pl�tanos dulces, los elotes tiernitos, la tienda de la esquina, los repiques de campanas en d�as de novenario, el guadalupismo fervoroso, los "mojigangos" de la Villa, el toro de "once", y el br�o del Colorado Naranjo y su orquesta.

La urbanizaci�n salta a la vista con el incremento en los ramos de los servicios y del comercio, pero un buen n�mero de colimenses se resiste a abandonar la tierra y sigue viviendo anclado en el sector agropecuario. Los n�meros de todas maneras van menguando si en 1960 este sector aportaba 42.5% del producto interno bruto (PIB), en 1985 se hab�a desplomado a 17%. En cambio, el sector terciario ascend�a en su aportaci�n de 43.1% en 1960 a 52.2% en 1980, y sigue in crescendo.

Mapa que marca la divisi�n municipal de Colima en 1960. Existe un proceso de urbanizaci�n, se cambia el caballo por el autom�vil, la le�a por la estufa de gas, se cambian las casas de tejas y adobes, por cemento. Hay un crecimiento en el ramo de los servicios y del comercio, pero sigue el sector agropecuario. Cuadro que marca la relaci�n de 9 municipios y la superficie que abarca cada uno, con el n�mero de habitantes.

MAPA 4. Divisi�n municipal de Colima en 1960. Dibujo basado en Juan Oseguera Vel�zquez, Colima en panorama. Monograf�a hist�rica, geogr�fica, pol�tica y sociol�gica, Colima, imprenta al libro mayor, 1967, p. 26.

As�, de ser un estado productor y autosuficiente en cuanto a alimentos se refiere —el colmo es que hasta de lejos traen lim�n y pl�tanos cuando aqu� se tiran—, a partir de la d�cada de los ochenta Colima comenz� a importar la despensa, porque la agricultura lugare�a se dise�aba para la exportaci�n.

A pesar del alto potencial econ�mico del estado de Colima —tanto en lo agr�cola, ganadero, pesquero, forestal, minero y tur�stico— y de su estrat�gica situaci�n geogr�fica en los bordes del Pac�fico, el ritmo de crecimiento se vio abatido. Esta perspectiva fue atacada por el Plan Colima, punto �ste que por cierto obliga a un breve alto en el camino y a hilar algunas consideraciones.

El Plan Colima fue firmado por el presidente de la Rep�blica Miguel de la Madrid el 25 de agosto de 1983, durante una gira de trabajo por la entidad. Carlos Salinas de Gortari, a la saz�n secretario de Programaci�n y Presupuesto, dijo que el Plan era un proyecto integral que pretend�a cubrir "los aspectos pol�ticos, econ�micos, sociales y culturales del crecimiento de la entidad, evitando la formaci�n de un solo polo basado en una sola actividad o en un solo sector". Colima era un escenario ideal —una entidad peque�a, rica en recursos naturales, con una infraestructura aceptable en todas las actividades econ�micas y, sobre todo, con una sociedad tradicionalmente bien integrada— para experimentar "la primera instrumentaci�n de un proyecto gubernamental de acci�n regional".

Una constante del Plan Colima fue su preocupaci�n por modernizar el aparato productivo con vistas a abrir la regi�n y el pa�s en mejores condiciones al mercado mundial. Para ello, fincado en la planeaci�n y racionalizaci�n de los recursos, se quer�an alcanzar tres metas: incentivar la productividad, capear los agobios sociales en la medida de lo posible generando empleos, construyendo viviendas, mejorando los servicios p�blicos, etc�tera, y, sobre todo, creando una s�lida infraestructura para el porvenir. �ndice de esta pol�tica fueron los recursos inyectados en desarrollo social, por una parte; tambi�n los canalizados hacia el polo de Manzanillo con el objeto de convertirlo en el m�s importante puerto comercial y atunero del Pac�fico y base naval estrat�gica para vigilar la zona econ�mica exclusiva en la costa occidental. Esto llev� a las transformaciones portuarias de las que hoy somos testigos. Se deline� tambi�n un programa integral de desarrollo urbano para aquel municipio, cre�ndose con este objeto reservas territoriales, previendo por igual la expansi�n industrial y tur�stica. Y, por �ltimo, las comunicaciones, en particular por carretera —ocho de las diez cabeceras municipales est�n unidas por carreteras de cuatro carriles—, que vinculan la entidad con el resto del pa�s.

El impacto del Plan Colima, coordinado desde un principio por Ricardo Raphael Escogido, fue decisivo y marca un hito entre lo que se hab�a venido haciendo y lo que se har�a posteriormente. De hecho, con algunos ajustes, los proyectos realizados en el �ltimo sexenio (1988-1994) han seguido bord�ndose sobre los cimientos que entonces fueron colocados.

Antes de concluir el t�pico, un apunte. A nuestro juicio, contra algunas err�neas expectativas lugare�as, sea por las grav�simas circunstancias que atravesaba el pa�s, sea por razones de principio, Miguel de la Madrid no cedi� a la tentaci�n de la obra suntuaria, al capricho de legar a su posteridad en Colima un monumento a la estulticia o a la mera vanidad. Hizo por su tierra lo que pod�a y ten�a que hacer: abrir futuro. Ser� tarea de otros construirlo.

Este proceso recorrido durante medio siglo tuvo sus saldos, de los que se�alamos los m�s caracter�sticos: el trasiego incesante del campo a los principales n�cleos de poblaci�n —ciudad de Colima, Villa de �lvarez, Tecom�n y Manzanillo— la formaci�n pausada pero sostenida de una clase media, aunque venida muy a menos en los �ltimos a�os; la lenta y constante capacitaci�n profesional de las nuevas generaciones; la expansi�n agr�cola del valle de Tecom�n, primero con el cultivo extensivo de palmas de coco, platanares, c�tricos y otros frutales, y luego con la apertura creciente de m�s y m�s hect�reas al riego y la instalaci�n de algunas agroindustrias; las siembras cada d�a mayores de ca�a de az�car en los municipios de Cuauht�moc, Coquimatl�n, Colima y Villa de �lvarez, para alimentar el ingenio de Queser�a; los intentos por explotar racionalmente el at�n con Pescado de Colima, empresa francomexicana (1986); el auge minero, primero con la planta peletizadora de Alzada (1971), y luego en Minatitl�n, con la creaci�n del consorcio Pe�a Colorada y su planta de Tapeixtles (1974), esta �ltima en 1991 produjo 2.7 millones de toneladas de pelets, lo que representa 35% de la producci�n total en el pa�s; el trazado de caminos y carreteras vinculando uno tras otro los municipios al tiempo que se han venido electrificando; las ya citadas mejoras en el puerto de Manzanillo que abrieron m�s posibilidades al comercio; la puesta en marcha de la planta termoel�ctrica General Manuel �lvarez y de los aeropuertos de Manzanillo y Colima, internacional y nacional respectivamente; las considerables inversiones canalizadas tanto por el capital privado como por el sector oficial en el ramo tur�stico, etc�tera.

Desde esta perspectiva, hay que dejar patente por otra parte un dato: los menguados presupuestos que el estado y sus municipios han podido venir manejando, auxiliados con las obligadas partidas que la Federaci�n distribuye, siempre han lucido. Al ser peque�o el territorio estatal, lo poco que se pod�a hacer se iba haciendo y los resultados saltaban a la vista. No siempre esta derrama de recursos aprovech� al parejo a los diversos segmentos de la sociedad; en mayor o menor medida, los beneficiarios resultaron ser quienes ten�an la oportunidad de negociar directamente.

Ejemplos de ello pueden ser los siguientes: la infraestructura para la irrigaci�n del campo y las inversiones en Manzanillo. Acerca del primer caso, basta comparar los mapas de los ejidos y del riego, para sacar conclusiones; en efecto, se confirma que es escasa y aun nula la participaci�n del ejido en los beneficios del riego.

El campesinado de Colima en su mayor�a ha estado y est� bajo control de la Liga de Comunidades Agrarias y Sindicatos del Estado, de la Confederaci�n Nacional Campesina (CNC). Sin embargo, hubo y existen otras organizaciones independientes. Entre 1971 y 1982 surgieron brotes de inquietud agraria, sobre todo a partir de algunas movilizaciones que tuvieron por objeto la ocupaci�n de algunos predios en los municipios de Tecom�n, Armer�a y Manzanillo, principalmente. Cuando el campo es una de las zonas de mayor impacto, cuando campesinos y propietarios ven desfilar los recursos hacia otros sectores, o padecen la pol�tica comercial que abre las fronteras e importa los mismos productos que con su sudor cosechan, y cuando, adem�s, sufren los efectos de los altos costos financieros, la situaci�n se exaspera, nace el malestar y puede derivar en nuevos conflictos.

El segundo indicador —los recursos derramados en torno a Manzanillo— tambi�n es elocuente. A Manzanillo se le puede ver de dos maneras. Desde arriba, aupado en los cerros, el panorama parece de ensue�o: las obras del puerto, el bulevar coste�o, la ampliaci�n del sistema de agua potable y electrificaci�n, la urbanizaci�n de los pueblos aleda�os a la zona tur�stica, la construcci�n del aeropuerto internacional de Playa de Oro y los recursos canalizados por la iniciativa privada en el sector hotelero. Si bien todo esto beneficia a la poblaci�n y se generan fuentes de trabajo —la actividad tur�stica di� lugar en 1990 a 7 200 empleos directos (5.3% de la PEA ocupada)—, aprovechan sobre todo a un reducido grupo de inversionistas, en su mayor�a for�neos.

Tambi�n se puede mirar a Manzanillo desde abajo, caminando entre los contenedores del puerto, por el bulevar y por la zona hotelera. Desde abajo, y mirando hacia los cerros, m�s arriba del caos urbano de la ciudad de Manzanillo, se puede comprobar, tal y como lo escriben Bolio y Ram�rez Inzunza, que muchos de estos logros han "ocasionado un desarrollo ilusorio o un crecimiento con pobreza".

A la vista de todos Colima entr� de lleno en la modernidad.

La edificaci�n de nuevos y amplios locales destinados a la educaci�n, las espl�ndidas obras en el puerto de Manzanillo, la construcci�n de grandes plantas industriales, el trazado de las nuevas v�as de comunicaci�n, los canales de riego y las presas, las. instalaciones de la Feria Regional, el embellecimiento de los principales centros urbanos de la entidad, los palacios Legislativo y Judicial, la Casa de la Cultura en Colima, los museos, aeropuertos, mercados, vecindades y conjuntos habitacionales —obras todas ellas realizadas en los �ltimos 25 a�os—, saltan a la vista y provocan por esto un constante estado an�mico de optimismo y esperanza, echando a las espaldas los resentimientos y la conciencia de r�mora.

Como siempre, los colimenses miran el futuro y vuelven a so�ar. De vez en cuando, por desgracia, los cataclismos naturales —ciclones, como el del 27 de octubre de 1959 que tantos estragos causara en Manzanillo y Minatitl�n, y el estribillo de. los sismos— o las fobias fiscales de Hacienda —que por ejemplo se empe�� en que Paco Zaragoza pagase tenencia y placa para los carros viejos de su museo—, interrumpen el proceso y menguan los �nimos.

Aunque la anatom�a de esta tierra ha cambiado durante los �ltimos decenios —la danza de los n�meros y porcentajes acumulados as� lo muestran—, Colima ha perdido la autonom�a y su estilo de vida, nacido al calor de la marginalidad. Muestra hoy en su rostro palidez a causa de los alarmantes s�ntomas de deterioro social y creciente dependencia de otros n�cleos econ�micos y comerciales que vienen invadiendo la geograf�a estatal desplazando los centros de decisi�n, y haciendo quebrar microindustrias y otras empresas familiares.

De hecho, el capital for�neo ha sido mucho m�s agresivo que el local—baste recordar lo invertido en el ramo del turismo, la miner�a y los grandes almacenes comerciales—. Por ello, los riquillos de casa vislumbran con angustia el futuro, sienten mermados sus amplios m�rgenes de utilidad y cuotas de poder, pagan cara la miop�a y falta de agallas que les afect� para gestar; o al menos acompa�ar, el proceso modernizador de la entidad.

En torno a la dolorosa fractura entre los beneficiarios de este desarrollo es significativo el caso del municipio de Minatitl�n; como bien se ha se�alado, aun cuando ocupa el primer lugar nacional en la producci�n de hierro, est� considerado entre los m�s pobres de Colima, pues presenta uno de los �ndices m�s bajos de bienestar social.

La situaci�n de la econom�a colimense, agravada por los a�os de vacas flacas que paseaban por el pa�s y la regi�n desde 1982, tambi�n oblig� a las familias a buscar formas complementarias para su sostenimiento: por todas partes pulularon "fayuqueros" y, despu�s, tras la dr�stica apertura comercial al exterior, cenadur�as y puestos ambulantes de tacos, hamburguesas y hot-dogs, por indicar algunas de estas alternativas.

Fen�menos paralelos y dram�ticos de este proceso son, entre otros, la aparici�n de los ni�os callejeros, "forjados a golpes de intemperie", las pandillas juveniles, el mayor consumo y tr�fico de drogas, el doliente lamento de los jubilados, y un c�nico resurgir de la criminalidad, sobre todo, en lo m�s duro de la crisis que estallaba durante la gesti�n del gobernador El�as Zamora Verduzco (1985-1991).


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