8. Los tiempos hist�ricos

8. Los tiempos hist�ricos


Durante los siete primeros siglos despu�s de Cristo la gran ciudad de Teotihuacan, nacida dos siglos antes de la era cristiana, en un valle pr�ximo a la actual ciudad de M�xico, fue la metr�poli de la mayor parte de lo que es ahora la Rep�blica Mexicana. Fue muy influyente en el centro y en el sur de nuestro actual pa�s, hasta Yucat�n y Am�rica Central. Pero nuestro occidente es una zona en donde las muestras de cultura teotihuacana son escasas; parece que no hab�a contacto directo entre esas regiones. Mientras la gran ciudad marcaba el paso a muchas naciones, los pueblos del occidente vivieron por su lado, sin llegar a constituir reinos grandes o imperios. Tampoco tuvieron un arte monumental gigantesco (la llamada pir�mide de Ixtl�n es chiquita), se quedaron con sus tumbas de tiro, impulsaron la alfarer�a, para la cual ten�an mucho talento, pero no la escultura mayor. Como dice un refr�n: "Se dignifica el obrero porque en la industria del barro Dios fue el primer alfarero y el hombre el primer cacharro".

Es dif�cil se�alar la distribuci�n de los grupos que habitaron el territorio nayarita en los tiempos anteriores a la llegada de los espa�oles, pues esta tarea se ve entorpecida por la escasez de fuentes de informaci�n. Los historiadores y los cronistas son demasiado lac�nicos se circunscriben a dar noticias de los pueblos inmediatos a Tenochtitlan, capital del gran imperio mexica, fundado en 1325.

Entre los escritores regionales ocupa un lugar preferente fray Antonio Tello, autor de la Cr�nica Miscel�nea de la Santa Provincia Franciscana de Santiago de Xalisco (1652), que conserv� para nosotros los valiosos relatos del cacique Pant�catl.

Nos sirven tambi�n las otras antiguas cr�nicas franciscanas de la Nueva Galicia, las de fray Nicol�s de Ornelas y de fray Francisco Mariano de Torres. Tambi�n la cr�nica del obispo Alonso de la Mota Escobar y la conocida como "Frejes", que refieren algunos aspectos de Ahuacatl�n e Ixtl�n.

En tiempo precolombino, "la poblaci�n asentada en el occidente daba a conocer sus variadas y variables oleadas �tnicas (razas) y ling��sticas, con sus matices coloreados a veces con firmeza y otras con tenuidad, reveladores de tr�nsitos, contactos y vecindades realizadas a trav�s de los tiempos; pero ya en la �poca de la conquista excepcionalmente exist�an grupos con unidad racial y de lenguaje, que hubieron escapado a la penetraci�n general ejercida por los n�huatl de M�xico-Tenochtitlan (Jos� Ram�rez Flores).

La tradici�n ind�gena recogida por los cronistas espa�oles nos habla de peregrinaciones de norte a sur, y efectivamente los estudios que se han hecho sobre las lenguas de las poblaciones nayaritas, como los coras o los huicholes, confirman sus lazos con el noroeste: yaquis, seris, apaches, etc. Pero como en nuestras tierras el mexicano era el idioma de mayor penetraci�n y arrastre, atrajo hacia �l a los m�s d�biles, que lo adoptaron come la lengua internacional, un poco como el ingl�s hoy, al mismo tiempo que hac�an evolucionar el idioma oficial, en el momento en que las palabras quedaban asimiladas, originando un mexicano propio del occidente.

Jos� Ram�rez Flores da como ejemplo de ello el nombre del ave de plumaje negro que llamamos zanate y se alimenta de semillas. El mismo p�jaro recibe los siguientes nombres: en cahita, chana o zana; en pima, zazani; en tepehuan, zazane, en cora, zan�. Tzana significa levantar el ma�z en la cosecha. El zanate es el cosechador, y el idioma n�huatl adopt� la palabra cora.


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