De un plumazo Felipe II concedi� a Carvajal, en el norte de la Nueva Espa�a, un enorme cuadrado de 200 leguas por lado, que habr�a de llamarse Nuevo Reino de Le�n. Habitado originalmente por grupos semin�madas de quienes s�lo han quedado petroglifos y pinturas rupestres, el poblador blanco no encontr� la riqueza minera de otras regiones; en un medio geogr�fico hostil, a la vez que aislado por la infranqueable cordillera de la Sierra Madre, logr� sobrevivir dedicado a actividades agropecuarias. Durante m�s de dos siglos la econom�a consisti� en la trashumancia de millones de cabezas de ganado menor, que entraban a pastar desde el interior de la Nueva Espa�a.
A mediados del siglo XVIII, debido al �xodo de las familias que colonizar�an Nuevo Santander, sobrevino la despoblaci�n de Monterrey y otros lugares; sin embargo, varios descubrimientos mineros y la creaci�n del obispado restituyeron su antigua poblaci�n. La apertura del Colegio Seminario, por otra parte, combin� la presencia del libro con la del arcabuz y la del rifle.
La lucha constante con los naturales hizo de �sta una "tierra de guerra viva", que se proyect� a la casi totalidad del siglo XIX, contra los comanches y lipanes de las praderas del sur de los Estados Unidos, que habr�an de asolar la regi�n al acercarse la frontera en 1848. Ello y la cr�a de ganado mayor forjaron al hombre de a caballo, actor destacado en las luchas nacionales del siglo XIX.
Israel Cavazos Garza, en su Breve historia de Nuevo Le�n, contribuye de manera significativa a explicar la participaci�n decisiva de esta entidad en la vida nacional. En la Independencia, con Fray Servando; en 1846, resistiendo la primera agresi�n extranjera; y, durante los movimientos de Ayutla, la Reforma, La Noria, Tuxtepec y la Revoluci�n, aportando relevantes caudillos.
La capital, Monterrey, tuvo durante siglos proporciones de aldea. Se advirti�
luego un sesgo hacia el comercio y, venido a menos este florecimiento, el tes�n
del hombre del noreste vir� el rumbo hacia la instalaci�n de talleres de una
industria incipiente. Despu�s, factores internos y externos propiciar�an el
despegue de la gran industria al finalizar la d�cada de 1880. La metamorfosis
fue radical para el surgimiento del Nuevo Le�n de nuestros d�as, cuyo pasado
se intenta plasmar en esta obra.