Para la cr�a de estas enormes pastor�as era necesaria la tierra. Originalmente los mayordomos de los grandes se�ores de ganados recurrieron al arrendamiento de agostaderos. Pero, al darse cuenta de la inmensidad del nuevo reino, las solicitaron en merced. El gobernador Zavala en sus capitulaciones de 1625, estaba facultado para repartir tierras, solares y ejidos a condici�n de que fuese "sin perjuicio de los indios ni de otro tercero".
La merced implicaba, desde luego, la obligaci�n de poblar, "cada uno por s� o cumplir con vecino casado". Los poderosos nunca lo hicieron personalmente; enviaron a mayordomos y sirvientes con sus familias. Pero pronto se observ� que �stos, "luego que los ganados salen [...] vuelven a salir con sus mujeres y con esto no ha tenido verdadero asiento la poblaci�n". Frecuentemente se lamentan autoridad y vecinos de que con este incumplimiento, "seis meses ocasionan las alteraciones de los indios y los otros seis las dejan despobladas".
Se advirti� tambi�n que quienes solicitaban las tierras lo hac�an s�lo para darlas en arrendamiento a los que entraban cada a�o, y que "los ganados de unos pastan y disfrutan las tierras de los otros". Para evitar esto en auto de 1646 se dispuso que las tierras fueren medidas y que los mayordomos no entraran sin traer poder de los hacendados o los t�tulos correspondientes. La extensi�n de la tierra recibida no era peque�a; los t�tulos expedidos fueron ordinariamente de 25 a 75 sitios (equivalentes cada uno a 1 755 hect�reas) y de determinado n�mero de caballer�as de tierra (equivalentes a 4.80 hect�reas cada una).
El impulso dado a la poblaci�n con el reparto de la tierra fue favorable. El incremento demogr�fico se dej� sentir. Los 22 primeros vecinos de Cadereyta, procedentes en su mayor�a de Huichapan, fueron de extracci�n esencialmente ganadera. Uno de ellos fue el cronista Alonso de Le�n.
El inter�s por obtener tierras se extendi� hasta la gente de nivel pol�tico y econ�mico m�s elevado: oidores de la real Audiencia, oficiales reales y escribanos obtuvieron grandes mercedes. Los gobernadores las otorgaban a algunos personajes de quienes sab�an que habr�an de recibir alg�n beneficio. Luis de Tovar Godines, secretario del virreinato, en carta al gobernador Zavala sobre cierta merced, dec�a que
tendr�n vuestros negocios m�s franco expediente y en los de vuestra merced que llegaren a mi mano y oficio mostrar� siempre el afectuoso deseo que tengo de servir a vuestra merced y de vuestros acrecentamientos y premios.
No s�lo los for�neos recibieron esas donaciones, tambi�n fue form�ndose un grupo social muy poderoso entre los pobladores locales. El capit�n Blas de la Garza fue due�o de las tierras que hoy comprenden los municipios de Apodaca y Pesquer�a; Alonso de Le�n obtuvo las que ahora abarcan los municipios de Montemorelos y General Ter�n; Carlos Cant� cre� un enorme latifundio que empezaba en General Ter�n y comprend�a los vast�simos actuales municipios de China y General Bravo, en una extensi�n de m�s de 200 kil�metros. Por otra parte algunos gobernadores habr�an de favorecer a parientes y amigos, otorg�ndoles las mejores mercedes, no s�lo de tierras sino tambi�n de indios.
La ocupaci�n del territorio del Nuevo Reino de Le�n por este procedimiento fue gradual y obedeci� a la entrada de los ganados. Primero en la regi�n sur, para subir hasta la f�rtil zona del valle del Pil�n (Montemorelos y Linares). M�s tarde, el poniente y el noroeste; y finalmente hasta las que habr�an de ser Mier, Camargo y Reynosa, en las m�rgenes del Bravo.