1. La hostilidad contra la corona

1. La hostilidad contra la corona


CON EL NUEVO SIGLO vendr�an nuevos problemas a la Nueva Espa�a, y en Tabasco aparecieron signos inequ�vocos de malos presagios: otra vez se presentaron las inundaciones, y los plant�os de las tierras que quedaron secas fueron arrasados por la langosta. La carest�a fue tan alta que el 27 de mayo de 1805, seg�n Mario Humberto Ruz, los p�rrocos pidieron que se hiciera una "rogaci�n general" por el buen �xito de una solicitud hecha a Nueva Orle�ns para que les surtieran 2 000 barriles de ma�z, 200 de harina, carne, manteca de cerdo y aceite sin el pago correspondiente a derechos reales y municipales, para alentar a los vendedores, y se establec�a que s�lo en el caso de que el rey no aprobara el pedido, �ste deber�a ser pagado con los fondos de la provincia.

El pueblo, sobresaltado, mostraba por otra parte una actitud hostil hacia la Corona, lo que suced�a no s�lo en las colonias, sino en la misma Espa�a, donde se desencadenaba el conflicto pol�tico que suscit� la invasi�n napole�nica de 1807, a ra�z de la cual Carlos IV abdic� un a�o despu�s en favor de su hijo Fernando VII; pero otro a�o m�s tarde, en 1809, Napole�n impuso como monarca a su hermano Jos� —llamado por los espa�oles Pepe Botella por su fama de bebedor— para mantener su influencia sobre los tronos de Europa.

La deposici�n de Fernando VII coincidi� con la instalaci�n en Villahermosa del primer ayuntamiento, cuando Tabasco contaba con 60 000 habitantes, distribuidos en 50 poblados de diferentes tama�os. Mientras tanto, en Espa�a, en ausencia de un monarca leg�timo, se establecieron las juntas provinciales de Sevilla, Asturias y Galicia. Pero, al mismo tiempo, la nobleza y el clero, preocupados por que la soberan�a estuviera en manos del pueblo, convocaron a Cortes el 29 de enero de 1810. A ellas deber�an asistir diputados elegidos en representaci�n de 50 000 habitantes.

Cuando a�n los ecos de los ca�ones de la Independencia no se escuchaban en Tabasco, comenzaba a descollar la figura de Jos� Eduardo de C�rdenas, quien resultar�a diputado electo por esa provincia. Su precocidad e ingenio hicieron que su fama se extendiera r�pidamente. Recibi� la tonsura sacerdotal cuando todav�a no sal�a de la adolescencia, y despu�s de estudiar filosof�a y recibir las �rdenes mayores en la ciudad de M�xico parti� a la Real y Pontificia Universidad de Guatemala, donde curs� el doctorado en teolog�a. Luego de su regreso, acept� en 1805 el nombramiento de vicario in capite y juez eclesi�stico honorario de toda la provincia tabasque�a.

Seis a�os antes se hab�a visto involucrado en la denuncia contra uno de los �ltimos procesados por la Inquisici�n, y su prestigio hab�a crecido tanto a partir de entonces que recibi� apoyo un�nime para que saliera de su curato en Cunduac�n y se convirtiera en uno de los 33 diputados que en las Cortes de C�diz representaron a Am�rica. Para llamar la atenci�n sobre su tierra, el 24 de julio de 1811 present� su Memoria a favor de la Provincia de Tabasco.

Una de las partes m�s sobresalientes de su alocuci�n concern�a a lo deplorable del trabajo eclesi�stico debido a su dependencia con el obispado de Yucat�n. Los curas enviados a las parroquias tabasque�as consideraban "estos destinos como �nfimos escalones para subir a los m�s altos de su provincia donde empieza o donde termina y habiendo venido pobres y empe�ados, se tornan bastante desahogados y aun ricos". Desde luego, lo que buscaba De C�rdenas era la autonom�a del clero tabasque�o respecto del obispado de Yucat�n, al cual aportaba la nada despreciable suma de 30 000 pesos anuales. Sus colegas, fortalecidos al final del siglo XVIII, hab�an intentado la autonom�a en diferentes ocasiones; incluso, el asunto hab�a sido ya sometido a consideraci�n desde el reinado de Felipe II, pero sin alcanzar el �xito.

Jos� Eduardo de C�rdenas propuso varias iniciativas de importancia, como la anexi�n a Tabasco de la regi�n de los Agualulcos, con lo cual la provincia ampliar�a sus l�mites hasta el r�o Tonal�. Tambi�n propuso el establecimiento de la ense�anza p�blica y gratuita para todas las clases sociales, sin excluir a los indios, as� como la organizaci�n de sociedades agr�colas y arreglos para la hacienda local. Tambi�n propugn� por la libertad de comercio, por la creaci�n de ayuntamientos mediante elecciones populares y por la divisi�n del gobierno en tres poderes: Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Pero nadie ten�a la certeza de que Fernando VII pudiera ser restituido, y cuando sucedi�, en 1814, restableci� el absolutismo y cancel� el r�gimen constitucional; someti� a los diputados y partidarios de las Cortes a una vigilancia estrecha y a vivir con grandes dificultades. No obstante, el monarca fue constre�ido a aceptar la Carta Fundamental de 1812 el 5 de marzo de 1820. De C�rdenas, quien hab�a regresado a su iglesia de Cunduac�n luego de proclamarse la Constituci�n, por medio de la cual se crearon ayuntamientos y cabildos y se introdujo la elecci�n de funcionarios, vivi� en ella para ver el final del proceso, y muri� ah� en los �ltimos d�as de 1821.

Los primeros anuncios del periodo que se avecinaba fueron dados por el gobernador Andr�s Gir�n, quien el 21 de febrero de 1811 informaba de la falta de organizaci�n en todos los ramos de la provincia y confiaba en que �sta pudiera contar en abril con cerca de 1 000 hombres de infanter�a y caballer�a con rudimentarios conocimientos sobre la disciplina militar, y a los que se unir�an solteros y otros vecinos. Antes de terminar el a�o asegur� que hab�a rehabilitado el batall�n de milicias tabasque�as y la Compa��a de los voluntarios patriotas de Fernando S�ptimo.

Como probable reacci�n a los intentos restauradores, varias personas se hab�an agrupado en defensa de la Carta de C�diz, lo cual les vali� el nombre de constitucionalistas. Entre ellos destacaban el mismo De C�rdenas y otros que con el tiempo llegar�an a ser ampliamente conocidos, como Agust�n Ruiz de la Pe�a, Jos� Puich, Jos� P�rez Medina y Fern�ndez, y Antonio de Serra y Aulet.


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