La lengua es el principal baluarte de identificación cultural. Si puede por tanto ser considerada como la conciencia del grupo, toda interferencia lingüística es, quiérase o no, una transculturación. Toda interferencia, como cualquier otro fenómeno lingüístico, comienza siendo una innovación, esto es, un acto individual. Será precisamente la adopción por parte de un importante grupo de hablantes la que convierta la innovación en cambio lingüístico. Lo que importa destacar es que hoy se dan mayores posibilidades que en tiempos pasados de que las innovaciones se conviertan en cambios debido a la presencia actuante de los llamados medios de comunicación masiva. Dependerá sin duda del grado de poder de que disponga determinado medio para que una innovación se generalice en un alto número de hablantes. Piénsese en efecto que la televisión, sea por caso, puede en muy poco tiempo extender un neologismo o un extranjerismo por amplias zonas y entre un elevadísimo número de personas. Algo semejante sucede con los demás medios de comunicación: la radio, los carteles callejeros, la prensa. No me referiré aquí a medios cuya influencia es decisiva, tal el caso de la televisión, la radio o el cine. Deseo reflexionar un poco sobre otros medios, aparentemente menos influyentes, pero que sin embargo denotan con clara evidencia el avasallador influjo, casi siempre nocivo, que las culturas de pueblos más fuertes y prósperos pueden ejercer sobre otros, en este caso, México. Uno de estos medios lo constituyen los anuncios impresos, particularmente de cosméticos, que aparecen en ciertas revistas pensadas para el consumo femenino en los niveles de clase media y alta. De los mensajes publicitarios que allí aparecen, dejemos a un lado los errores ortográficos (uso indiscriminado de mayúsculas, acentuaciones indebidas, ausencia del signo que abre interrogación o admiración), las impropiedades sintácticas o de traducción (suceso por éxito, por ejemplo), los neologismos absurdos (asertividad, iniciante, ofertísima...), las expresiones ilógicas en su pretensión de novedad ("dinamizar la estatura", "maquillaje en colores alta costura"), el abuso de adjetivos incoherentes ("maxi-húmedos", "maxi-inquietantes"), etc., y refirámonos a los extranjerismos. Entre ellos predominan muy ampliamente los anglicismos y casi nunca constan de una sola palabra sino que, en un solo anuncio, pueden aparecer hasta diez sintagmas de mediana extensión se pueden encontrar hasta de seis vocablos en inglés o francés sin traducción alguna. Sobresalen los anuncios que ofrecen artículos de belleza o cosméticos. Véanse algunos ejemplos: "fresh cover-moisture response" (capa fresca, reacción humectante), "savage sands, wild fires, primitive corals" (arenas salvajes, fuegos indómitos, corales impetuosos, tonos de pintura de uñas), "skin-dew, moisturizing emulsion" (rocío para la piel, loción humectante), "re-testuring whole egg masque" (mascarilla de huevo entero para reafirmar tejidos), "skin polishing sluffing masque" (mascarilla limpiadora para la piel flácida), "sunset coral polished performance lipstick", etc., etc. Pueden aparecer en francés estas descripciones: "lotion hypo-allergique", "lait corporel". No faltan extranjerismos que anuncian otro tipo de productos, y en otras lenguas: "moda di sole....... moda di mare (para prendas de vestir), "love-seat" (asiento doble, para muebles), "corn-flakes" (con su traducción, "hojuelas de maíz" en letras pequeñas), entre muchos otros. Vale la pena preguntarse qué se persigue con este indiscriminado uso de lenguas extranjeras, sin traducción alguna generalmente, en especial en lo tocante a cosméticos. Puede pensarse que los publicistas o bien dan por descontado que su público domina el inglés o el francés o bien que tiene obligación de conocerlos. Esto supondría una ignorancia grave por parte de un gremio (los encargados de la publicidad) que, si por algo se caracteriza, es precisamente por su profundo conocimiento del público al que se dirige. No, yo creo que es totalmente consciente el uso de extranjerismos, muchos de. ellos de meditada complejidad, con el claro objeto de que, por una parte, el cliente (o mejor la cliente) no se dé cuenta bien a bien de lo que va a adquirir y, por otra, y de manera primordial, para explotar el profundo malinchismo de buen número de mexicanos, en particular de niveles socioeconómicos altos. Las incautas entonces creen adquirir cosméticos norteamericanos o franceses porque en la publicidad y en el producto mismo aparecen largos sintagmas en inglés o francés, sin fijar la atención muchas veces en que en letras muy pequeñas se proporciona también la obligatoria leyenda "Hecho en México". |