MOROS Y MORISCOS |
El último rey moro salió de Granada, rumbo al destierro
de África, en el año de 1492, con su familia y su séquito.
Los centenares de miles de pobladores de la ciudad y del reino se quedaron
en sus casas, a merced de los vencedores ciertamente, pero haciendo
lo que habían estado haciendo, y hablando la lengua que habían
estado hablando, o sea el árabe. En Granada no había cristianos,
y del romance mozárabe no quedaban más huellas que las
voces adoptadas por el árabe. No había habido en Granada
el fenómeno de convivencia de cristianos, musulmanes y judíos
que hizo la grandeza de ciudades como León en el siglo X y Toledo
en el XII. Desde mucho antes de 1492 la cultura cristiana española se
había divorciado de la árabe. Cuando aun existía
el flujo de ésta a aquélla, la suerte de los cristianos
que vivían entre los moros (es decir, los mozárabes)
había sido tolerable. Ahora que se había cortado ese
flujo, la suerte de los moros que vivían en tierras cristianas
(es decir, los mudéjares) era muy dura. El cristianismo español
se había ido haciendo más y más reacio a la tolerancia
y a la convivencia. Por razones religiosas y políticas a la
vez, lo árabe había dejado de ser admirable para hacerse
despreciable y odioso. Es notable cómo Juan de Mena, en su
empeño de dignificar la lengua, la cargaba de latinismos al
mismo tiempo que la "limpiaba" cuidadosamente de arabismos.
(La idealización del moro es [...] un fenómeno tardío.)
Estas palabras se imprimieron en 1606. Pero el "problema morisco"
llevaba tan pocos visos de resolverse, que en 1609 Felipe III adoptó
la "solución final" de la expulsión en masa,
censurada en silencio (pues eran tiempos de callar y obedecer) por
muchos ilustres españoles, y llorada por esos hombres, llámados
Abd al-Kárim Pérez, Bencácim Bejarano, Francisco
Núñez Muley o Juan Pérez lbrahim Taibilí,
que, tan españoles "como el que mejor", se veían
arrancados de su tierra y de su cultura. Fueron más de 300
000 los expulsados entre 1609 y 1614. * Nótese la aclaración en letra castellana. Quiere decir que los vocablos árabes se han transcrito en caracteres latinos. El Vocabulista se dirige a personas que apenas comienzan a saber árabe y que van a estar en contacto, no con la lengua escrita, sino con la hablada. Los evangelizadores acudían a él cuando oían una palabra desconocida, y la buscaban en el orden alfabético familiar para ellos. También en el título del Arte hay una aclaración: es una gramática "para ligeramente saber la lengua aráviga": para saberla de oídas, no por escrito; una gramática muy elemental, pero urgente. Desde la toma de Toledo, en 1085, la corona de Castilla había estado en contra de la conversión forzada de los moros. Pero a fines del siglo XV esto había cambiado, y fray Hernando de Talavera, antes de la toma de Granada, se había visto obligado a protestar, en su Cathólica impugnación, contra la conversión forzada, contra los procedimientos inquisitoriales de que eran víctimas los moros y contra la discriminación que los conversos, españoles nuevos, sufrían de parte de los españoles viejos. Talavera fue un apóstol de la conversión por la razón, no por la fuerza. En 1496 publicó una Breve doctrina que contenía lo esencial del cristianismo, y después auspició la traducción de un libro escrito en latín que, con argumentos, "convencía" de la falsedad del Corán (Reprobación del Alcorán, 1501). En Granada organizó cursos de árabe, destinados a los predicadores. Hasta hizo imprimir libritos con algunas misas y algunos pasajes de los evangelios en traducción árabe. Es difícil saber qué logros obtuvo. Pero, si el contacto lingüístico hubiera abarcado el árabe escrito (y el mahometismo es una "religión del Libro"), su empresa habría tenido mucho mejor éxito. Desgraciadamente no había aún tipografía árabe. En todo caso, muy pronto cambió el viento: se decretó la conversión forzada, y libros como la Cathólica impugnación quedaron prohibidos. Hay que observar que el cardenal Cisneros mandó quemar en una plaza de Granada miles de libros árabes. |