Código de Manú


L
os arios indos no son los primeros habitantes del Valle del Ganges. Vinieron del Norte, y maravillados de la belleza del país, en él se instalaron. Es preciso imaginarse cómo es aquella comarca en todos sus aspectos diversos y opuestos: montañas inmensas, las más altas del Globo, de las que descienden torrentes aprisionados en el fondo de lúgubres gargantas; después, pantanos y espesuras siniestras; en la parte oriental del Sind, el desierto con sus soledades fantásticas; luego, el rico valle del Ganges, de soberbia vegetación; el Ganges mismo, río sagrado "cuyo origen está en el cielo", según dicen las leyendas.

Hay que representarse también a los arios, pueblo de imaginación viva, de sensibilidad siempre en emoción, penetrando en las selvas del Sikkin, en donde la luz del sol apenas puede filtrarse entre las ramas de árboles gigantescos, enlazados por bejucos y helechos monstruosos; en donde el suelo y los vegetales transpiran una humedad mortal, "en donde innumerables sanguijuelas parecidas a débiles filamentos fluyen de las hojas con la lluvia...", y, más al Sur, planicies de flores de perfumes acres y violentos.

Los arios debieron identificarse con ese estado natural; debieron amar sus manifestaciones deslumbradoras, terribles, suaves, melancólicas, poéticas siempre. Aquellos amantes de lo maravilloso, aquellos contempladores de lo infinito, debían de adorar el sol, la lluvia, el aire, el agua. Sus dioses debían de ser el dios del fuego, el dios de la luna, el dios de los vientos, el dios de las pedrerías, de los cuales, en línea descendente, se derivó una innumerable cohorte de divinidades secundarias; de 33 dioses el número pasó a 3 300; después a 33 000; más adelante a 330 000 000...

Los dioses supremos se desdoblan en divinidades femeninas, apsaras, cortesanas de los dioses, bailarinas.

Los sacerdotes, que formaban entre los arios una casta poderosa, dieron a sus antepasados, los richis o risis, el rango de dioses. Esos richis llegaron a ser considerados por la leyenda como los hijos de Manú Suayambú, el más grande de los 14 Manús: ese Manú, especie de regenerador de la humanidad después del diluvio, les dio una ley sagrada que él había recibido de Brahma, creador del universo.

Las leyes teocráticas indas provienen, pues, de Dios mismo, según los brahmanes.

La introducción de ese Código grandioso, llamado Darma-Sastra, es la historia de la génesis del mundo:

Manú, en reposo, se entrega a la meditación... El mundo yacía entonces envuelto en espesas tinieblas y sumergido en sueño por todas partes. Entonces Suayambú, el Ser existente por sí mismo, en cuanto los sentidos extremos pueden comprender, hizo perceptible el universo mediante los cinco elementos primitivos, se manifestó, y, resplandeciendo con la claridad más pura, disipó la oscuridad...

Habiendo decidido él solo, el Ser Supremo, hacer que todas las cosas emanaran de su propia sustancia (de la sustancia del Ser), hizo que surgieran las aguas y en ellas depositó un germen fecundo.

Ese germen se transformó en huevo de oro, brillante como astro de mil rayos luminosos, y en el cual el Ser Supremo se reveló en la forma de Brahma...

Por medio de partículas sutiles emanadas del Ser se constituyeron los principios de todas las cosas que formaron este mundo perecedero, derivado del Ser imperecedero. Cada uno de los elementos primitivos adquiere las cualidades de todos los que le preceden: de ese modo un elemento cualquiera, mientras más separado esté en la serie, más cualidades reúne.

El Ser Supremo atribuyó a cada criatura una categoría distinta, y con arreglo a esa categoría, actos, funciones y deberes diversos.

Así fueron creados los seres de todas clases.

Esos seres, en virtud de actos anteriores, nacen entre los dioses, los hombres o los animales, y experimentan sus transformaciones sin fin a través del mundo que se destruye y se renueva sin cesar.

Después de haber creado el universo de esa manera, Aquel cuyo poder es incomprensible desapareció de nuevo, absorbido en su alma y remplazando el tiempo que pasa por el tiempo que viene. Cuando ese dios vela, el Universo realiza sus actos; cuando duerme, su espíritu queda absorbido por un profundo letargo y el Universo se destruye a sí mismo. Y por medio de esos sueños y de esos reposos alternativos el Ser inmutable, sin cesar y sin fin, hace vivir o morir al conjunto de criaturas inmóviles o vivientes.

Un día de Brahma comprende más de 4 000 millones de años humanos y se divide en 14 épocas: cada una de esas épocas está presididas por un Manú y terminada por un diluvio que todo lo destruye.

Cuando el día de Brahma concluye, la noche de Brahma comienza: entonces el mundo no existe porque todo entra en la nada (en lo indeterminado).

Un día y una noche de Brahma forman un Kalpa, 360 Kalpas constituyen un año divino. Al término de cien años de esa clase, el Universo se disolverá de nuevo y el mismo Brahma entrara en la nada (en lo indeterminado) del Ser Supremo, del Ser que sólo existe en Sí.

Después, el Ser que existe en Sí da nacimiento a un nuevo Brahma, y las creaciones comienzan de nuevo.

Al meditar acerca de esa sucesión fantástica de creaciones, de diluvios, de millones de años que se extinguen, para que después de ellos otros periodos de millones de años renazcan y se prolonguen, siempre bajo la perspectiva incesantemente fugitiva de lo porvenir, se cree uno haber penetrado en esos maravillosos templos de la India, en los que las salas, semejantes las unas a las otras, se suceden en el silencio de los subterráneos, a lo largo de vastos y sombríos claustros donde varios dioses de piedra presencian la lenta huida de los años.

El Darma Sastra comprende seis grandes divisiones:
1ª El Veda;
2ª El Vedanta, sistema filosófico;.
3ª El Achara, ceremonia del culto religioso y preceptos de la vida doméstica;
4ª El Vyavahara, código de leyes políticas y civiles;
5ª El Prayas Sitta, tratado de las expiaciones;
6ª El Karma-Phala, que determina la sucesión de los actos en el desarrollo de las existencias.

El primer cuidado de la ley es el establecimiento de las castas. Cada una tiene sus deberes perfectamente definidos: a los brahmanes corresponde el estudio de los Vedas y la celebración de los sacrificios; los chatrías o guerreros deben proteger al pueblo; los Vaisías, labrar la tierra y criar los animales domésticos; los Parias no tienen más que un deber, y es el de servir a las clases precedentes.

El Vedanta expone los deberes de los anacoretas; cuando el jefe de familia ve que su piel se arruga y sus cabellos blanquean, debe retirarse a la selva confiando antes su mujer a sus hijos.

Una vasija de barro, el tronco de grandes árboles por habitación, un traje humilde, una soledad completa, una manera de portarse igual con todos, tales son los signos que distinguen a un brahmán que espera el término final.

El brahmán no debe desear la muerte ni la vida... Que purifique el agua de beber filtrándola en un paño, si bien con el temor de que perezcan los animalículos que en ella se encuentren, que purifique sus palabras por medio de la verdad... y si le dirigen injurias, que responda con dulzura...

Que permanezca en la espera de la beatitud eterna, meditando con delicia en el alma suprema, no teniendo necesidad de nada, inaccesible a todo deseo, sin otra sociedad más que él mismo.
Un brahmán debe llevar, según la ley, un bastón de vilva o de palasa; ese bastón debe ser bastante largo para que le llegue a los cabellos; el bastón de un chatría debe alcanzar hasta la frente; el de un vaisía no debe pasar de la altura de la boca.

Esos bastones deben ser derechos, sin tacha, agradables a la vista, revestidos de su corteza natural y no atacados por el fuego.

El brahmán, provisto de su bastón, después de haberse colocado de cara al sol y de haber dado una vuelta alrededor del fuego, marchando de izquierda a derecha, debe ir a mendigar su subsistencia.

El iniciado que pertenezca a la primera clase de las tres regeneradas, al pedir la limosna a una mujer, debe comenzar su demanda por la palabra "Señora". El que pertenezca a la clase militar, debe colocar dicha palabra en medio de la frase y el vaisía al final.

Debe pedir primeramente los medios de subsistencia a su madre, a su hermana o a la hermana de su madre, o bien a cualquiera otra mujer por quien no pueda ser rechazado.

Después de haberse recogido y purificado, lavándose la boca, debe tomar su alimento, dirigiendo su rostro hacia el Oriente.

Aquel que come mirando hacia el Oriente prolonga su vida; si mira hacia el Mediodía, adquiere gloria; volviéndose hacia el Occidente alcanza felicidad, y dirigiéndose hacia el Norte obtiene la recompensa de la verdad.

Que tome siempre sus alimentos con reconocimiento y los mastique sin repugnancia; que al verlos se regocije, se consuele cuando tenga algún pensar, y que haga votos por tener siempre su subsistencia.

Que haga enseguida la ablución de su boca; que el brahmán haga siempre la ablución con la parte pura de su mano consagrada al Veda, es decir, con aquella parte próxima a la raíz del dedo pulgar. La parte perteneciente al Creador es la inmediata a la raíz del dedo meñique; la de los dioses está en la punta de los dedos; la de los Manes se halla entre el dedo pulgar y el índice.

(LIBRO II)

[...]
El joven novicio debe pronunciar siempre el monosílabo sagrado al principio y al fin del estudio de la Santa Escritura; toda lectura que no se haya hecho preceder de Aum se borra poco a poco, así como la que no haya sido seguida de ese monosílabo.

La letra a, la letra u y la letra m, que reunidas forman el monosílabo sagrado, han sido sacadas por Brahma de los tres libros santos.

De los tres Vedas, el Señor de las criaturas ha extraído también, estrofa por estrofa, la invocación dirigida al Sol, y que comienza por la palabra Tad.

Repitiendo mil veces, en un sitio apartado, la triple invocación compuesta del monosílabo sagrado y de las tres palabras Bur, Buva y Suar; un Duidjá se descarga en un mes de un gran pecado, como una serpiente se despoja de su piel.

(LIBRO II)

[...]
El hombre que quiere casarse debe evitar unirse a una esposa que pertenezca a una de las familias siguientes aunque sean muy ricas:
La familia que descuide los sacramentos; la que no procree hijos varones; aquella cuyos individuos tengan el cuerpo cubierto de largos vellos o que padezca de hemorroides, de tisis, de dispepsia, de epilepsia, de lepra blanca o de elefantiasis.

Que tampoco se case con una joven de cabellos rojizos, o que tenga un miembro de más, o enfermo, o que no tenga vello, o que sea muy velluda, o insoportable por su charla, o que tenga el pelo rojo.

Que tome por esposa una mujer bien formada, cuyo nombre sea agradable de pronunciar, que ande con la gracia de un cisne o de un elefante joven, y que tenga cabellos finos, dientes pequeños y miembros de cierta dulzura voluptuosa.

Un padre que conozca la ley no debe recibir la menor gratificación al casar a su hija, porque al hombre que por codicia acepta una retribución semejante, se le considera como si hubiese vendido a su hija.

(LIBRO II)

[...]
La alimentación dada a un vendedor de soma para los sacrificios se cambia en inmundicia; la que se da a un médico se convierte en pus y en sangre; la que se proporciona a un encargado de mostrar los ídolos es perdida; la que se da a un usurero, no recibe la sanción de los dioses.

Si un hombre despreciable fija los ojos en personas honorables convidadas a un banquete, el anfitrión no obtiene en el otro mundo recompensa alguna por la parte del festín correspondiente a los individuos sobre los cuales aquel hombre haya posado su mirada.

Un ciego que se haya encontrado en el sitio desde el cual un hombre despreciable hubiera podido ver a las personas honorables que toman parte en un banquete, anula para el anfitrión el mérito del servicio hecho por éste a 90 convidados honorables; un tuerto, el de 60; un leproso, el de 100; un tuberculoso, el de 1 000.

El brahmán, para cumplir las sagradas reglas, debe procurar que se hagan ofrendas en honor de los dioses; el que incurra en la menor transgresión renacerá en otra existencia bajo la forma de un puerco.

Durante el tiempo en que los platos se conservan calientes y en que los comensales comen en silencio, sin hablar de las cualidades de esos platos, los manes toman parte en el festín.

Conviene que no vea comer a los brahmanes ningún hombre impuro, ni un puerco, ni un gallo, ni un perro, ni una mujer enferma, ni un eunuco. Lo que esos seres vean no produce el resultado apetecido; el puerco lo destruye con su fetidez; el gallo con el viento de sus alas; el perro con su mirada, el hombre vil con su contacto.

(LIBRO IV)

[...]
Se prohíbe leer los libros santos: durante la noche, cuando el viento sopla; durante el día, cuando el viento levanta polvo; cuando relampaguea, truena, llueve, o sobrevienen grandes cataclismos del cielo o de otras partes. Si se produce un ruido sobrenatural, o un temblor de tierra, o un eclipse, la lectura debe aplazarse para la misma hora del día siguiente.

El brahmán no debe estudiar tendido en una cama, ni teniendo los pies sobre una silla, ni estando sentado y con las piernas cruzadas, ni estando vestido con traje que cubra sus rodillas y sus riñones, ni después de haber comido carne cocida o arroz que se hayan repartido con ocasión de un nacimiento o de una muerte.

Ni cuando hay neblina; ni cuando se percibe el silbido de flechas disparadas o el ruido de lucha; ni durante los momentos que preceden o siguen a la aparición y a la puesta del sol, ni durante el día de la luna nueva, ni el día décimo cuarto lunar, ni el día octavo.

(LIBRO IV)

[...]
El hombre que consiente en la muerte de un animal, el que lo mata, el que lo corta en pedazos, el que lo compra, el que lo vende, el que prepara la comida con sus carnes, el que la sirve, y, en fin, el que la come son considerados como coautores de la muerte de aquel animal.
[...]

La ley de Manú reglamentó la suerte de las mujeres: fue hecha bajo curiosas y sutiles preocupaciones; pero sirve para darnos a conocer la condición de dependencia moral absoluta aunque mezclada de respeto, en que se hallaban las mujeres de la India.

El nombre de la mujer debe ser de fácil pronunciación, dulce, claro, agradable; debe terminar en vocales largas y parecerse a palabras de bendición.

Procrear hijos, educarlos y ocuparse en los cuidados domésticos, tales son los deberes de las mujeres.

Una niña, una joven, una mujer de edad avanzada, en ningún caso, ni aun en su propia casa, deben hacer nada por sugestión exclusiva de su voluntad.

Nunca debe gobernarse a sí propia una mujer: en su infancia depende de su padre; en su juventud de su marido; y cuando su marido muere depende de sus hijos.

La mujer siempre debe mostrarse de buen humor, conducir con habilidad los asuntos de la casa, cuidar esmeradamente los utensilios del menaje, y proporcionar a su marido un grato bienestar con el menor gasto posible.

Toda familia en la que el marido se complace con su mujer y la mujer se complace con su marido, tiene asegurada para siempre la felicidad.

Aunque la conducta del esposo sea censurable, porque éste se entregue a otros amores o porque se halle desprovisto de buenas cualidades, la mujer debe permanecer virtuosa y seguir reverenciando a su marido como si fuera un dios.

No hay sacrificios, ni prácticas piadosas, ni ayunos que conciernan particularmente a las mujeres; una mujer casada debe querer y respetar a su marido, y eso le basta para ser honrada en el cielo.

Después de haber perdido a su marido, la mujer debe procurar enflaquecer voluntariamente su cuerpo, viviendo de flores y de frutos puros; y jamás debe pronunciar el nombre de otro hombre.

Una mujer infiel a su marido se reduce a la ignominia durante toda su vida terrestre. Después de su muerte, renace del vientre de un chacal, o bien es atacada de elefantiasis o de tisis.

Todo hijo dado a luz por una mujer que haya tenido comercio carnal con otro hombre distinto de su marido, no es hijo legitimo de esta mujer; de igual modo, el hijo engendrado por un hombre en una mujer ajena, no pertenece a ese hombre.
La mujer virtuosa que después de la muerte de su marido se conserva perfectamente casta, va derecha al cielo, aunque no haya tenido hijos.

Pero la viuda que por el deseo de tener hijos es infiel a su marido, después de la muerte de éste, incurre en el desprecio de las gentes y será excluida de la mansión celestial donde habrá sido admitido su esposo.

(LIBRO V)

[...]
La tierra y el agua purifican lo que está manchado; un río se purifica por su corriente; una mujer que haya tenido pensamientos culpables se purifica por la enfermedad; la inteligencia se purifica por el saber.

Las telas de seda o de lana se purifican por medio de tierras mezcladas con sal; los tapices de lana de Nepal, con los frutos del jabonero; las túnicas y las capas, con los frutos del vilva; los tejidos de lino, con granos de mostaza blanca macerados.

La hierba, la leña y la paja se purifican regándolos con agua; una casa, barriéndola e impregnándola de boñiga de vaca.

Una cosa picoteada por un pájaro, husmeada por una vaca, o que haya sido tocada por el pie, o sobre la cual se haya estornudado, o bien que haya sido manchada por el contacto de un piojo, queda purificada mediante una aspersión de tierra humedecida.

La mano de un artesano es siempre pura, mientras aquél trabaja; también lo es toda mercancía expuesta a la venta.

La boca de la mujer es siempre pura; un pájaro es puro en el momento en que hace caer un fruto; un animal es puro mientras mama; un perro lo es cuando se dedica a la caza de animales bravíos.

Las moscas, las salpicaduras que se escapan de la boca, la sombra de una persona impura, una vaca, un caballo, los rayos del sol, el polvo, la tierra, el aire y el fuego que hayan tocado objetos impuros, a pesar de eso, deben considerarse como puros. Después de haber dormido, después de haber estornudado, después de haber comido, después de haber escupido, después de haber dicho mentiras, el individuo debe lavarse la boca aun cuando se encuentre en estado de pureza.

(LIBRO V)

[...]
Un rey, por su poder y en sus actos, debe esforzarse en emular a los dioses...

Castigando a los malvados y recompensando a las gentes de bien es como un rey se purifica; y los pueblos correrán hacia él como los ríos hacia el océano.

El mundo privado de reyes era, por todas partes, presa de temor: entonces el Señor creó un rey, tomando partículas eternas de la sustancia de Indra, de Anila, de Yama, de Surva, de Agni, de Varuna y de Chandra.

Un rey sobresale en magnificencia, a todos los demás mortales, porque está formado de partículas de la esencia de aquellos principales dioses.
Cuando el rey, en su benevolencia, reparte los favores de la fortuna, y con su valor decide la victoria y con su cólera causa la muerte del hombre injusto, reúne toda la majestad de los guardianes del mundo.

El rey nunca debe separarse de las reglas que le sirven para determinar lo lícito y lo ilícito.

Después de haber deliberado con sus ministros acerca de todo lo que concierne al Estado, después de haber hecho los ejercicios que convienen a un guerrero y de haberse bañado al mediodía, que entre el rey en sus habitaciones interiores para comer.

Allí debe tomar los platos preparados por servidores devotos de su persona y dotados de una fidelidad inalterable; sus alimentos deben ser examinados escrupulosamente, consagrados por oraciones que neutralicen el veneno, y mezclados con antídotos.

Que mujeres cuyos vestidos y adornos hayan sido examinados con antelación, por temor de que oculten armas o sustancias tóxicas, vayan a abanicarlo.

Después de haber comido, que se distraiga con sus mujeres en el departamento interior conveniente, y cuando se haya regocijado durante un tiempo regular, que se ocupe nuevamente en los negocios públicos.

Que pase en revista a las gentes de guerra, a los elefantes, las armas y los carros.

Por la tarde, que se retire provisto de sus armas a un lugar adecuado del palacio, para oír los informes secretos de sus espías.

Después deberá volver rodeado de las mujeres que le sirvan, al departamento interior, para tomar la cena.

Luego que haya comido por segunda vez en cantidad moderada, puede entregarse al reposo, cuando sea oportuno.

Tales son las reglas que debe seguir un rey, para conducirse bien. Cuando se sienta enfermo, debe confiar a sus ministros el cuidado de sus asuntos.

(LIBRO VII)

[...]

La ley usa palabras severas acerca del castigo.

El castigo es un rey dotado de energía; es un administrador hábil, un sabio dispensador de la ley.

Gobierna y protege al género humano, y vigila mientras todo duerme; es la justicia.

El castigo, aplicado con circunspección y oportunidad, asegura la felicidad de los pueblos; empleado sin consideración destruye los reinos hasta en sus fundamentos.

Si el rey no castigase sin reparo a aquellos que merecen castigo, los más fuertes llegarían a ser víctimas de los más débiles. El guerrero no debe emplear contra sus enemigos armas pérfidas ni flechas envenenadas, ni dardos dentados, ni saetas inflamadas.

Tampoco debe golpear a su enemigo si éste se halla a pie y aquel va en su carro; ni debe maltratar a aquel que junta las manos para pedirle merced; ni a aquel que le dice: "Soy tu prisionero".

(LIBRO VII)

[...]
Aquel que pronuncia un falso testimonio con la esperanza de obtener algún beneficio, debe ser condenado a 1 000 panas de multa; si mintió por temor, la multa debe ser de 150 panas; si obedeció a la amistad, pagará 1 000 panas; si habló contra la verdad por concupiscencia, 2 500 panas; por cólera, 1 500; por ignorancia, 200; por aturdimiento, 100 panas solamente...

(LIBRO VII)

La ley es severa para el adulterio.

Si una mujer que se enorgullece de su familia es infiel a su esposo, el rey debe hacerla devorar por perros en una plaza pública.

El hombre cómplice de la mujer adúltera será condenado al fuego, que sufrirá tendido en un lecho de fuego calentado al rojo por lumbre hecha con bambúes secos.

Por adulterio con una mujer de la clase de los brahmanes, un vaisía será privado de sus bienes después de un año de detención; un chatría sufrirá la pena de 1 000 panas de multa, y su cabeza será rasurada y regada con orines de asno.
[...]

Que el rey se guarde muy bien de matar a un brahmán, aunque éste haya cometido todos los crímenes imaginables; que lo destierre fuera del reino, pero dejándole todos sus bienes.
[...]

Una esposa, un hijo, un esclavo, por efecto de la ley, no poseen nada por sí mismos; todo lo que puedan adquirir es de la propiedad exclusiva de aquel de quien dependan.

Un brahmán, al hallarse necesitado, puede con toda tranquilidad de conciencia apropiarse lo que pertenezca a su esclavo, sin que el rey pueda castigarlo.

(LIBRO VIII)

[...]
Las mujeres, aunque estén encerradas en su casa bajo la vigilancia de hombres fieles y devotos, no quedan bien guardadas: solamente puede haber seguridad en ellas cuando ellas mismas, y por su propia voluntad, se guarden.

[...]
A causa de su pasión por los hombres, de la inconstancia de su carácter y de la falta de afección que les es natural, por mucho que se las guarde con vigilancia, pueden ser infieles a sus esposos.

Manú dio en repartición a las mujeres el amor del lecho, de los atavíos, de la concupiscencia, de la cólera, de las malas inclinaciones, del deseo de hacer mal y de la perversidad.

Una mujer estéril debe ser remplazada al cabo de ocho años; una, cuyos hijos todos hayan muerto, debe reemplazarse a los diez años; aquella que no da al mundo más que hijas, al año undécimo; la que habla con aspereza, inmediatamente.
Cuando no se tienen hijos, la progenitura que se desea puede lograrse mediante la unión de la mujer convenientemente autorizada por el esposo, con un hermano o con otro pariente.
[...]

Por crímenes cometidos en esta vida o por faltas de una existencia precedente, algunos hombres de corazón perverso padecen ciertas enfermedades o deformidades: el que ha robado oro a un brahmán padece una enfermedad de las uñas; el bebedor de licores espirituosos prohibidos tiene los dientes negros; el asesino de un brahmán sufre una consunción pulmonar; el hombre que ha mancillado el lecho de su padre espiritual es mutilado.

El que se complace en divulgar las malas acciones tiene un fétido olor de nariz; el ladrón de granos tiene un miembro de menos; el que hace adulteraciones, un miembro de más.

Un brahmán que sepa de memoria el Rig-Veda todo entero no será tachado de ningún crimen aunque hubiese matado a los habitantes de los tres mundos o pedido la subsistencia a un hombre vil.

(LIBRO XI)

[...]
Los vegetales, los gusanos y los insectos, las serpientes, las tortugas, los ganados y los animales salvajes tienen las condiciones más bajas de la cualidad de oscuridad.

Los elefantes, los caballos, los sudras, los bárbaros despreciados, los leones, los tigres y los jabalíes forman los estados medios de la cualidad de oscuridad.

Los bailarines, los pájaros, los hombres que son mentirosos por oficio, los gigantes y los vampiros componen el orden más elevado de la cualidad de oscuridad.

Los jugadores de palos, los titiriteros, los actores, los maestros de armas, los hombres entregados al juego o a los licores embriagadores constituyen los estados más bajos de la cualidad de pasión.

Los reyes, los guerreros, los consejeros espirituales de los reyes y los hombres muy hábiles en la controversia forman el orden intermedio de la cualidad de pasión.

Los músicos celestes, los genios que siguen a los dioses y las ninfas celestes son los más elevados de las cualidades de pasión.

Los anacoretas, los brahmanes, las legiones de semidioses en los carros aéreos forman el primer grado de las condiciones de la cualidad de bondad.

Los sacrificadores, los santos, los dioses, los genios de los Vedas y las divinidades de los años componen el grado intermedio que conduce a la cualidad de bondad.

Brahma, el creador del mundo, el genio de la virtud, y las divinidades que presiden el principio intelectual y el principio invisible, son el supremo grado de la cualidad de bondad.

(LIBRO XI)

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