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VENGO a mirar aquí la madrugada; 
a las fauces de humo, donde el fuego 
se tuerce; al horno que se abre, no edificio 
para el trigo, sí puerta 
al resplandor del sacramento 
inicial que me desnuda el rostro. 

¿Quién, pues, el adversario; el que dialoga 
conmigo? ¿A quién la tierra pertenece? 

Mi mujer una sólo; 
una sólo mi nieta, una mi hermana; 
una, mi casa en donde vivo; 
en mi contra y siempre de mi parte. 

Y aunque no se me diera el regocijo 
de sábanas ilustres, ni la mesa 
de un existir tranquilamente, 
ni el atributo cálido de hablarle 
de la lluvia exterior, disimulada 
por cerrojos y puertas. 

Almohada, creciente de latidos 
en la oreja sin sueño, lo que oía; 
reloj de ciego, desangrándose 
gota por gota; vértigo; aleteo 
tenaz de mariposa traspasada, 
de mariposa negra contra el muro. 
Y mi alma y mi lengua. 

Mal agüero la noche, mala el agua 
en los huesos metida, su ponzoña 
como niebla en los huesos. 

Espero la salida en donde miro; 
en donde ahuman, a lo lejos, 
las llamas; hacia el rumbo donde sube 
el parido sangriento, y su familia 
de encarnizados pájaros lo sigue.

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