EL MISTERIO nocturno era divino.
Eudora estaba como nunca bella
y tenía en los ojos la centella,
la luz de un gozo conquistado al vino.
De alto balcón apostrofóme a tino
y rostro al cielo departí con ella
tierno y audaz, como con una estrella...
¡Oh qué timbre de voz trémulo y fino!
¡Y aquel fruto vedado e indiscreto
se puso el manto, se quitó el decoro
y fue conmigo a responder a un reto!
¡Aventura feliz! La rememoro
con inútil afán, y en un soneto
monto un suspiro como perla en oro.
Julio de 1900
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