A TIRSA

¡AH! ¿QUÉ mucho que al sol que subía
se pluguiera en divino esplendor
alma en quieto remanso la mía,
por abril entre ramos en flor?

No cayera por brusca pendiente
y sería, como antes quizá,
linfa pura y festiva el torrente
que frenético y túrbido va.

Envidiosos me culpan con saña
y me niegan al par honra y fe...
¡Estupenda y horrible patraña
triunfa, puesto en mi cólera el pie!

Y un consuelo has escrito a mis penas,
y la tinta consagra el favor,
si es carmín que ha corrido en tus venas
y por mí no ha pintado un rubor.

¡Con qué brotes la planta retoña!
La fortuna es infausta y no cruel
pues que al mísero escancia ponzoña
y unge al vaso en el borde una miel.

Un misterio me asombra e infatua:
la ternura de un buen corazón
y que un viento derribe la estatua
y no logre apagar el blandón.

¿Esperanzas? La suerte me abruma.
El oleaje deshizo el bajel
y a la orilla del ponto la espuma
sólo arroja marchito laurel.

Trovo aún por venganza en la escoria.
A rivales mi prez causó mal
y en mi afrenta redoro mi gloria
y en la herida reclavo el puñal.

Sueño y rimo. La noche adelanta.
Su prestigio parece de ti.
A lo lejos un pájaro canta
y, ay, me dice que lloras por mí.

Una estrella fugaz viene al suelo
deshilando en la sombra un fulgor.
Una lágrima rueda en el cielo...
¡Es del ángel que acude al dolor!

Noviembre de 1892