TALLE y sabor,
palmeras y tamarindos,
dénselo al río
talle y sabor; dánzalo, río,
líbalo.
Palmeras y tamarindos,
dicen las voces
anaranjadas del mediodía
que el sol madura.
Por mi garganta
verde-limones gotas adulan
sabor dorado que tiene estrías.
Es la saliva
del tamarindo que en lides ácidas
es amarilla.
Hay una sombra de tamarindos
adormecida.
El río escurre
su vidrio tibio
y en sus orillas de vidriería
varó el jacinto su balsa verde
jardín de ojeras
en que una gota de alcohol se quema
al fuego soplo del mediodía.
Una palmera:
acción al vértice
que impulse curvas a todos lados.
Lo vertical
girado en círculos que alcen columna,
y arcos y flechas
a cielo surjan.
Una palmera
suspende el ramo del mediodía
y lo hechicera.
Talle sin túnica,
cuello sonoro,
palma palmera.
Los palmerales junto a los ríos
en grupos firmes
su vida templan.
Una palmera
es un objeto sin nombre; algo
que el mediodía sostiene y llena.
¡Con cuánto acento
yo lo dijera
si yo pudiera!
Palmeras y tamarindos
viven al río
junto a jacintos.
Se redondea
la luz, y suda
la luz desnuda del mediodía.
Arde la esfera
frutal del trópico.
La banderola de un airecillo
promueve frotes
sobre la copa de un tamarindo.
El sol, al centro de cuanto vive,
se paraliza.
En un momento,
no queda nada.
Y en otro instante, todo reinicia,
y el tiempo brota por todas partes
en un tremendo trajín de vida.
Talle que cumple
goce perfecto:
tú eres, palmera,
paisaje esbelto.
Sabor de luces
baja a la tierra:
árbol entero
te saborea.
Algo en mi sangre
se dice dueño...
Palmeras y tamarindos:
aquí los traje, y aquí los tengo.
Tabasco, 1943
|
|