Diálogo con un retrato

SURGES amarga, pensativa, 
profunda tal un mar amurallado; 
reposas como imagen hecha hielo 
en el cristal que te aprisiona 
y te adivino en duelo, 
sostenida bajo un mortal cansancio 
o bajo un sueño en sombra, congelada. 
En vano te defiendes 
cuando tus ojos alzas y me miras 
a través de un desierto de ceniza, 
porque en ti nada existe que delate 
si por tu cuerpo corre luz 
o un efluvio de rosas, 
sino temor y sombra, la caída 
de una ola transformada 
en un simple rocío sobre el cuerpo. 
Y es verdad: a pesar de ti desciendes 
y no existe recuerdo que al mundo te devuelva, 
ni quien escuche el lánguido sonar de tus latidos. 
Eres como una imagen sin espejo 
flotando prisionera de ti misma, 
crecida en las tinieblas de una interminable noche, 
y te deslíes en suspiros, en humedad y lágrimas 
y en un soñar ternuras y silencio. 

Sólo mi corazón te precipita 
como el viento a la flor o a la mirada, 
reduciéndote a voz aún no erigida, 
disuelta entre la lengua y el deseo. 
De allí has de brotar hecha ceniza, 
hecha amargura y pensamiento, 
creada nuevamente de tus ruinas, 
de tu temor y espanto.
Y desde allí dirás que amor te crea, 
que crece con terror de ejércitos luchando, 
como un espejo donde el tiempo muere 
convertido en estatua y en vacío. 
Porque ¿quién eres tú sino la imagen 
de todo lo que nutre mi silencio, 
y mi temor de ser sólo una imagen?

Índice Anterior Siguiente