1. PROSIGUE LA BATALLA

Quedaban entregados a su propia pujanza
en la batalla horrísona aqueos y troyanos,
y a una y otra parte el vuelo de las lanzas
desde el Janto hasta el Símois iba cubriendo el llano.
Áyax el Telamonio, antemural de aqueos,
la falange troyana logró romper al cabo,
y un rayo de esperanza brilló para sus bravos
cuando Acamas Eusórida, el tracio giganteo,
rodó con la cimera de crines traspasada,
partido por el cráneo y extinta la mirada. 

Pronto al grito de guerra, acometió Diomedes
a Axilo, hijo de Teutras, opulento vecino
de la sólida Arisbe, que al lado del camino
a todos hospedaba y hacía mil mercedes.
Lo veneraban todos, mas ese aciago día
no lo amparó ninguno, ni de nada valdría
contra la muerte lúgubre: a él y a su escudero
Casio, que sus brutos a la sazón regía,
los recogió la tierra en el trance postrero. 

Mató Euríalo a Dreso y a Ofeltio, y en seguida
fue tras Esepo y Pédaso, hijos de Bucolión
(bastardo y primogénito del rey Laomedonte
a quien secretamente su madre dio a la vida).
La náyade Abarbárea y el preclaro varón
los hubieron antaño, en su lecho del monte
donde él acostumbraba apacer su rebaño. 

Mellizos eran ambos, de hermosa condición;
mas pudo el Mecestíada con su sin par bravura,
y arráncó de sus hombros las recias armaduras. 

A Astíalo derriba Polipetes el fiero;
Odiseo, al percosio Pidites; el arquero
Teucro tiende en el polvo al bello Aretaón;
Antíloco el Nestórida, al enemigo Ablero;
y el pastor de los hombres, el rey Agamemnón,
a Élato el de Pédaso, la ciudad eminente
alzada junto al Sátniois de diáfana corriente.
Leito el heroico alcanza a Fílaco en la huida
y Eurípilo a Melantio arrebata la vida.
Menelao se adueña de Adrasto. Los bridones,
que espantados llevaban el carro entre empellones,
contra un tamarisco quebraron el timón
y tras los fugitivos corrieron hacia Ilión.
Adrasto, ya de bruces y en las ruedas cogido,
vio venir al Atrida lanza en mano; al instante,
abrazado a sus piernas y anheloso el semblante: 

—Aprisióname, Atrida, es todo lo que pido
—le decía—, y en pago ganarás un tesoro!
Mi padre abunda en bronces, hierro labrado, oro.
Al saberme cautivo de las naves aqueas,
mandará rescatarme con valiosas preseas. 

Movióse Menelao, y ya con su escudero
lo mandaba encerrar en los raudos veleros,
cuando acude y lo increpa Agamemnón a gritos:

—¡Ah dulce Menelao! ¿Por qué tal compasión?
¿Tanto honraron tu casa los teucros? Yo no admito
que escape de la muerte ningún hijo de Ilión.
¡Mueran los prisioneros, mueran las criaturas
que palpitan aún en el claustro materno
y el abandono eterno sea su sepultura! 

Frenó al piadoso hermano con tal exhortación,
y Adrasto, repelido, fue a caer en las manos
del rey Agamemnón, que al punto se abalanza,
pasa el flanco y derriba de espaldas al troyano,
y pisándole el pecho desencajó la lanza. 

En tanto, a voces Néstor fustigaba a su gente:
—¡Oh, ministros de Ares y dánaos valientes!
Combatamos ahora, nadie se quede atrás
por hacinar despojos, ya llegará el momento
de acarrear cadáveres y armas además
hasta nuestros navíos y nuestro campamento.

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