I
Orillas del Papaloápam
ADIVINO los fértiles parajes
que baña el río, y la pomposa vega
que con su linfa palpitante riega,
desmenuzado en trémulos encajes;
la basílica inmensa de follajes
que empaña la calina veraniega
y la furiosa inundación anega
en túmidos e hirvientes oleajes.
Cerca de allí cual fatigado nauta
que cruza sin cesar el océano,
reposo tu alma halló, serena y cauta.
Allí te ven mis ojos, soberano
pastor, firme en tu báculo, y la flauta
que fue de Pan, en tu sagrada mano.
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II
Una estepa del Nazas
¡Ni un verdecido alcor, ni una pradera!
Tan sólo miro, de mi vista enfrente,
la llanura sin fin, seca y ardiente,
donde jamás reinó la primavera.
Rueda el río monótono en la austera
cuenca, sin un cantil, ni una rompiente,
y, al ras del horizonte, el sol poniente
cual la boca de un horno, reverbera.
Y en esta gama gris que no abrillanta
ningún color, aquí, do el aire azota
con ígneo soplo la reseca planta,
sólo, al romper su cárcel la bellota
en el pajizo algodonal levanta
de su cándido airón la blanca nota.
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