EN ESTOS días tristes y nublados
en que pesa la niebla sobre mi alma
cual una losa sepulcral, ¡ay! cómo
mis ojos se dilatan
tras esos limitados horizontes
que cierran las montañas,
queriendo penetrar otros espacios,
cual en un mar sin límites ni playas.
¡Pobre pájaro muerto por el frío!
¿Para qué abandonaste tus campañas,
tu cielo azul, tus fértiles praderas
y viniste a morir entre la escarcha?
¡Oh, mi naturaleza azul y verde!,
¿dónde están tus profundas lontananzas
en qué otros días engolfé mi vista,
anhelante de sombras y de ráfagas?
¿Dónde están tus arroyos bullidores,
tus negras y espantosas hondonadas
que poblaron mi espíritu de ensueños
o a los hondos abismos lo arrojaban?
He de morir. Mas, ay, que no mi vida
se apague entre estas brumas. La tenaza
del odio, de la envidia el corvo diente
y el venenoso aliento de las almas
por la corte oprimidas, aquí sólo
podránme dar, al fin de la jornada,
la desesperación más que la muerte,
¡y yo quiero la muerte y pálida!
Y allá en tus verdes bosques, madre mía,
bajo tu cielo azul, madre adorada,
podré morir al golpe de un peñasco
descuajado de la áspera montaña,
o derrumbarme desde la alta cima
donde crecen los pinos y las águilas
viendo de frente al sol, labran el nido
y el corvo pico entre las grietas clavan,
hasta el fondo terrible del barranco
donde me arrastren con furor las aguas.
Quiero morir allá: que me triture
el cráneo un golpe de tus fuertes ramas
que, por el ronco viento retorcidas,
formen, al distenderse, ruda maza;
o bien, quiero sentir sobre mi pecho
de tus fieras los dientes y las garras,
madre naturaleza de los campos,
de cielo azul y espléndidas montañas.
Y si quieres que muera poco a poco,
tienes pantanos de aguas estancadas...
¡Infíltrame en las venas el mortífero
hálito pestilente de tus aguas!
|
|