Los intereses sociales


LAS ACCIONES FALSAS Y LAS VERÍDICAS

En la práctica de la vida pueden señalarse los aspectos de la conducta, dos grandes orientaciones, según que las acciones converjan a un fin determinado y útil o que solamente se ejecuten sin de antemano tener pensado su resultado. En este último caso, se trata propiamente de un "juego social" o de un convencionalismo al que hay que ajustarse. Vamos a hacer varias descripciones que servirán de ilustración a tal tema.

A un consultorio médico llegan dos mujeres que se pelean y a quienes hay que escuchar separadamente. Se trata de madre e hija. Ésta, llamada aparte, dice al profesor que su madre la martiriza y le hace la vida imposible. La autora de sus días tiene recepciones en su casa todos los martes y hace muchas críticas de su conducta, que siempre se interpreta mal. Toda interrupción se considera como no acertada, por lo que tiene que reducir sus apreciaciones. La madre, en cambio, platica grandemente con todos los que la rodean, a muchos de los que hace peticiones o solicitudes especiales. La pequeña, al notarse aislada, llora y expresa que tiene la convicción de que, si no se la ve en tal estado y sumisa, su progenitora se pone furiosa. Ella tiene que soportar el carácter autoritario materno. Por su parte, la madre dice al facultativo que se conduce en forma excelente con su hija, y que sólo el celo de una magnífica educación es el motivo de las correcciones que impone.

Esta reyerta familiar vamos a cambiarla por otra parecida en el fondo, aun cuando con matiz un poco diverso. Nos referiremos a una vieja novela inglesa. Se trata de un marido cuya esposa es una joven muy bella, pero de la que está en extremo celoso. Por eso le hace reproches terribles: ya porque se asoma a la ventana o ya porque corre el transparente de la misma. Cuando la discusión llega al periodo álgido tira el retrato de la madre política, el que va a caer sobre la cama del niño. Éste, entre paréntesis; cabe decir, que es el ser más razonable de la familia. La esposa protesta porque no se debe arrojar despectivamente la efigie de la venerable dama por el suelo. Entonces, el hombre, furioso, abre la puerta y sale después de haberla cerrado bruscamente. La mujer queda en su domicilio y se figura muchas cosas: "¡él es tan terrible!"; "¡puede en un acceso de desesperación hacerse un grave daño!"; "¡puede abandonarla!"... Pero, "¡oh sorpresa!", no ha pasado mucho tiempo, cuando el esposo regresa y después de una pronta conciliación, ella le sirve té, al que le pone azúcar y que toman los dos juntos. Así es común que terminen las batallas convencionales libradas entre los hombres y las mujeres. El diablo huye a las 5 de la tarde, que es la hora del té, para no ser indiscreto e importuno.

Por lo pronto diremos que de las dos narraciones, en la primera, el llanto en la niña no es sincero, sino sólo es una ficción; y por lo que toca a la segunda, el marido quiere terminar prontamente el supuesto y aparatoso enojo con su compañera. Se trata en ambas historias de acciones falsas.25

Pasemos a otra cosa: toda reunión es un acto social en que los que se agrupan tienen por objeto realizar un designio. Si a la sociedad vamos con ojos nuevos encontraremos siempre una multitud de cosas nuevas. Pero si, por el contrario, nuestra actitud es diversa, entonces sólo se alcanzará a formar parte de actitudes estereotipadas, como en los banquetes oficiales en que, de hecho, se trata de ceremonias alimenticias en las que se obliga a todos a hacer lo mismo.26


EL ARTE DE LA CONVERSACIÓN Y EL FORMULISMO

Pensemos ahora en una reunión de damas que se han congregado para hablar y discutir sobre feminismo, habiendo una directora de la asamblea. Ésta se distingue porque no tiene sombrero, mientras las demás están al mismo nivel y uniformadas: tienen cubierta su cabeza. Una catástrofe está a punto de realizarse cuando se bosqueja el silencio. Pero no bien pronto se inicia éste, cuando, a porfía, se precipitan todas para llenarlo. Constantemente deben escucharse voces. Esto recuerda un poco el fuego sagrado de las vestales, nada más que aquí se trata del culto de la palabra, que hay que conservar a toda costa, no obstante que sea cualquier cosa la que se diga. Otras veces lo que tendremos presente en lugar de un congreso feminista será una agrupación en la que se han unido los individuos para cantar patrióticamente. El motivo del canto forzosamente debe ser un aire consagrado o un himno. No caben entonces variantes.

Viene ahora, como referencia, una costumbre típica que se usa ceremoniosamente en Madagascar. Cada quien de los malgaches, reunidos con su jefe a la cabeza, puede hacer escuchar su voz, pero siempre con la condición de que se trate de un proverbio. Uno de los que integran el cónclave, pregunta, o emite su opinión en la forma referida, es decir, de un proverbio malgache. Un segundo contesta con otro proverbio, y así sucesivamente se van continuando proverbio tras proverbio. Se trata de frases aprendidas de memoria desde tiempo secular y que se repiten siempre las mismas, estando consagradas por el uso y pasando de generación en generación.

En el siglo XVIII, en Francia, en donde el arte de la conversación llegó a su apogeo, la libertad de la palabra era vulnerada en muchos salones. Era muy curioso ver en ellos que a los concurrentes se les hacía perder su tiempo para repetirles los mismos pasajes, tanto por el dueño como por la dueña de la casa, así como por las amistades más íntimas que las extendían a su vez a los demás convidados.

Lo que hemos dicho de los proverbios malgaches y de las pláticas ajustadas a un mismo patrón hace dos siglos, en París, todavía perdura ahí, así como se estila en todo el mundo con el reinado actual de la frivolidad.

Después de salir de una casa a la que hemos concurrido, y en donde el uso de la palabra como "juego" social se conserva protocolariamente, no hemos aprendido nada nuevo, no hemos añadido ningún vocablo más en nuestro diccionario de conocimientos. Las acciones por el hecho de haberse ejecutado, han sido reales; pero por su índole, falsas. Es conveniente que las sepamos distinguir de las verídicas. La acción verídica por su preparación, por su secuela y por su terminación, aprovecha al que la ejecuta, como por ejemplo cuando en un combate o en una lucha la finalidad directa es matar o deshacerse del contrincante.

En las visitas y en las reuniones sociales en que campea la diplomacia, las luchas son simuladas, y entonces se asiste a alguno de los fenómenos curiosos a que nos vamos a referir: uno de ellos es la contradicción a que acostumbran acudir algunas de las personas con quienes trabamos conversación. Ese afán de contradicción no es sino un pequeño ataque que se hace a la persona a quien se contradice; un pequeño insulto para traer el mal o la destrucción del asunto que trata a quien se odia. Es un mecanismo complicado que encierra en la disputa una agresión enmascarada. Si quien nos hace la contradicción es gente desconocida, quizá le contestaremos seriamente, pero esto es dar éxito a la oposición manifestada; en cambio, si la respuesta es amable, ocultando en el fondo un sentimiento de inconformidad, la contradicción fracasó para quien la ensayó, pero entonces se verán nuevos ardides para conseguirla. Algo parecido se produce en aquellos que se enojan o descontentan, efectuando una ruptura cuyo resultado no es sino la excitación de los que intervienen en ella.

Así como los neurópatas engendran seres excitados, de análoga manera en las reuniones a que nos referimos las pláticas provocan excitación. Las señoras nos cuentan pequeñas historias de las que debemos tener paciencia para oír. Esto es a costa de una excitación a la que acompaña el esfuerzo.

En algunos de los capítulos anteriores, hemos hecho la distinción entre la acción primaria y la secundaria o secundarias. Ahora bien, en la acción verídica y que acontece en espíritus normales, la cuestión es complicada, pero en su composición la acción primaria, que llamaremos "P", es esencial, viniendo después las secundarias, que denominaremos S, SI, SII, SIII, SIV, SV......... y que tienen por objeto atenuar o corregir la primera, como por ejemplo la fatiga, el reposo, etc. Esto puede representarse según el esquema siguiente:


En cambio, cuando se trata de acciones falsas, entonces las secundarias adquieren la supremacía y ocupan el principal papel, quedando la acción primaria ahogada o subordinada. El esquema se modifica así:


Como aclaración de esto último, nos referiremos a lo que acontece en una persona, una dama, verbi gratia, que va a concurrir a la ópera, con objeto de escuchar buena música y buenos cantantes. La acción primaria consiste en adquirir la localidad, y las secundarias son: el trasladarse cómodamente y a la hora oportuna, después de haber cenado, hacerlo en agradable compañía, etc. Esto se realiza en la acción verídica; en la acción falsa, la acción primaria queda empobrecida y las secundarias se agrandan. Lo que menos importa es escuchar a la orquesta y a los cantantes; en cambio, la dama se atavía lujosamente, se pone sus joyas, se pinta la cara, y lo que la seduce es que las miradas se fijen en ella cuando llega tarde al espectáculo y éste ha comenzado, así como su principal interés consiste en "flirtear" con conocidos en los entreactos.

Con lo dicho, queda marcada la diferencia entre las acciones verídicas y las falsas, así como la participación que toma en las dos el lenguaje. El lenguaje es acción, sobre todo en el verbo, y de éste principalmente en el imperativo: "hablad", "discutid", "atacad", etc. Las interrogaciones también originan múltiples derroteros de la conducta, nada más que en los salones a que nos hemos referido es común que la señora de la casa no nos permita, para responder, tomar la cosa en serio: "Aquí está prohibido hablar seriamente", nos comunica. ¡Qué diferencia!, como diría Bossuet, cuando tenemos una satisfacción por la seguridad de la acción de pedir lo que queramos y ser obedecidos, o como cuando estamos entre amigos, con toda franqueza y, como vulgarmente se dice, "a nuestras anchas".


LA OBJETIVACIÓN DE LA ACCIÓN

Nuestras acciones se objetivan y las propiedades del mundo para nosotros son las consecuencias de ellas. Procuramos rodearnos de los objetos que nos placen y en cambio los venenosos los rechazamos; nos aproximamos a la mujer bella y huimos del espectáculo horripilante. Libertad de acción y libertad de palabra sin cortapisa alguna, aguzando el ingenio, es lo que pide la acción verídica. Pero como el mundo está diferentemente integrado, de aquí que haya seres para quienes solamente podemos tener acciones simples de política y de cortesía. Otros, para los que tenemos penas y tristezas; y otros más, los preferentes, para los que hay cariño, amor o simpatía. A éstos los hacemos notables e interesantes. El interés del individuo no es tanto por él mismo cuanto por la simpatía que le profesamos. Asimismo, el individuo que nos causa daño nos aleja de él, pero no tanto por ser adversario de nuestro espíritu, sino por la pena que nos provoca. Suprimid la pena y entonces degeneraremos en la indiferencia o llegaremos, según las circunstancias, a la tristeza y a la inacción morosa.



25¿Quién podría hoy menospreciar la agresividad que sostenía en ambos casos la dinámica intrafamiliar?

26 Recuérdese la cantidad de agasajos de esta índole de que fue objeto Janet durante su visita.