Del entierro de Fernán Arias
Por aquel postigo viejo
que nunca fuera cerrado
vi venir seña bermeja
con trescientos de a caballo;
un pendón traen sangriento,
de negro muy bien bordado,
y en medio de los trescientos
traen un cuerpo finado;
Fernán Arias ha de nombre,
hijo de Arias Gonzalo,
A la entrada de Zamora
un gran llanto es comenzado.
Llorábanle cien doncellas,
todas ciento hijasdalgo;
sobre todas lo lloraba
esa infanta Urraca Hernando,
¡y cuán triste la consuela
el buen viejo Arias Gonzalo!:
¡Callad, mi ahijada, callad,
no hagades tan grande llanto;
por un hijo que me han muerto,
vivos me quedaban cuatro;
que no murió entre las damas,
ni menos tablas jugando:
mas murió sobre Zamora
vuestra honra resguardando!
¡Ay, de mí, viejo mezquino!
¡Quién no te hubiera criado,
para verte, Fernán Arias,
agora muerto en mis brazos!
Ya tocaban las campanas,
ya llevaban a enterrarlo
allá en la iglesia mayor,
junto al altar de Santiago,
en una tumba muy rica,
como requiere su estado.
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Si don Diego retaba sin razón, si todos
los de Zamora estaban enteramente limpios de culpa, ¿cómo
Dios consiente la muerte del defensor de la ciudad? El cielo sólo
puede saber si alguien, la cuitada doña Urraca misma, no estuvo
tan ajena como debiera a la traición de Vellido. Y sigue la
historia contando en este cruel reto que Diego Ordóñez
venció asimismo y mató en el campo a Nuño Arias,
otro hijo de Arias Gonzalo, y que el viejo ayo de doña Urraca,
seguro de la lealtad de Zamora, envió después al tercer
hijo, Pedro Arias, a salvar la ciudad. El caballero leonés
fue también muy malherido por el castellano, y, con las ansias
de la muerte, soltó las riendas para alzar con ambas manos
la espada, y así dio tal golpe a Diego Ordóñez
que le hendió un hombro y tajó al caballo la mitad de
la cabeza. El caballo herido comenzó a huir y sacó a
Diego Ordóñez fuera de los mojones del campo, mientras
Pedro Arias, viendo que su caballo corría también sin
riendas, se derribó de él y cayó muerto dentro
del campo. Don Diego quisiera volver dentro de los mojones a lidiar
con el cuarto hijo de Arias Gonzalo, pero los jueces del reto no se
lo consintieron, pues aunque había matado a Pedro Arias, el
muerto quedaba señor del campo y el vivo había salido
fuera. Y por esto los jueces sentenciaron que no había allí
vencedor ni vencido. Mas Dios sólo conoce el corazón
de doña Urraca y el corazón de su hermano don Alfonso,
el desterrado en la corte mora de Toledo.
Así don Diego Ordóñez quedó
con el prez de su grande hazaña no acabada, y Arias Gonzalo
fue confortado en el duelo de sus hijos, por haber salvado a Zamora
del reto de traición. Y así quedaron castellanos y leoneses
muy honrados, y hermanados de nuevo, después de la infortunada
partición que el rey don Fernando hiciera de sus reinos.
Cuenta en seguida la historia que allá en
Toledo, la morisca corte de Alimenón, recibió el desterrado
rey Alfonso cartas de su hermana doña Urraca avisándole
de la muerte de don Sancho, para que se volviese pronto a Zamora,
a recibir los reinos vacantes por muerte de don Sancho, y que ido
allá Alfonso, los leoneses asturianos, gallegos y portugueses
le recibieron luego por señor; pero los castellanos no lo quisieron
recibir sin que antes jurase no haber tenido parte en la muerte de
su hermano. Mas a la postre, por congraciarse con el nuevo rey, ningún
castellano quiso tomar este juramento si no fue el Cid.
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