EN
1950, el matem�tico A. M. Turing public� un pol�mico trabajo
d�nde afirm� que "las computadores podr�an imitar perfectamente la inteligencia
humana". En menos de medio siglo la humanidad ha presenciado, si bien no el
cumplimiento literal de aquella sentencia, s� su progresiva demostraci�n: somos
ya testigos de que muchas tareas de anta�o exclusivas de la mente humana ahora
las realizan las computadoras, y en m�s de un foro, oficina o circunstancia
el hombre es considerado un "procesador de informaci�n".
As� como la cer�mica o la escultura definieron a las antiguas culturas, el
reloj con sus horarios distingui� a la Edad Media y las m�quinas de vapor con
sus v�rtigos, a la humanidad del siglo XIX
, nuestro siglo XX
bien podr�a quedar representado por las computadoras. Su r�pido desenvolvimiento
y acelerada perfecci�n han cubierto casi todos los �rdenes de la vida moderna.
Ante esta novedosa y enigmática condici�n de la humanidad, su
ciencia y sus tecnolog�as, el distinguido investigador J. David Bolter public�
en 1984 El hombre de Turing. La cultura occidental en la era de la computaci�n
(FCE
, 1988), del cual presentamos aqu� el cap�tulo referente al
lenguaje electr�nico. La obra de Bolter es un interesante y ameno acercamiento
de la ciencia y las humanidades, que analiza las diversas influencias de la
tecnolog�a electr�nica en la vida del hombre contempor�neo. Adem�s, es una reflexi�n
acerca de las razones que existen para incomodarnos o acostumbrarnos a ser comparadas
con una computadora. Ya en tiempos de Descartes se comparo el intelecto humano
con los mecanismos de un reloj, y m�s de un cacique de la Revoluci�n industrial
consider� al hombre como un mero engranaje de sus m�quinas de vapor.
Bolter afirma que "la computadora es un medio de comunicaci�n a la vez que
una herramienta cient�fica, por lo cual la pueden utilizar tanto los humanistas
como los cient�ficos". Estas p�ginas que el lector tiene en sus manos confirman
que la prosa de Bolter se dirige tanto al experto en sistemas como al ne�fito
navegante de pantallas cibern�ticas. Cualquiera podr� confirmar aqu�, no sin
cierto alivio, que la memoria electr�nica no atenta contra la memoria humana,
de la misma forma como la Enciclopedie de Diderot y D�Alambert no arruin� ni
la memoria ni la imaginaci�n de los hombres del siglo XVIII.
Estas
p�ginas son una cartograf�a que sirve para recorrer los jerogl�ficos del lenguaje
electr�nico y comprender que los complicados signos que se conjugan en los oscuros
laberintos de una m�quina no limitan la magia de la palabra, ni la conformidad
de la prosa imaginativa, ni la belleza de un poema.