LA HISTORIA DE LA CIVILIZACI�N

El Ensayo es, junto con C�ndido (aunque pocos quieran reconocerlo), la obra más considerable de Voltaire. Desde el punto de vista hist�rico apenas merece este lugar. Es algo m�s y algo menos que historia. Es un apretado y sostenido argumento que se basa en la historia, un alegato del humanitarismo contra la intolerancia y contra la religi�n sobrenatural. Es uno de los mayores intentos de persuasi�n que se han realizado, un panfleto en el sentido en que puede serlo la Areopag�tica de Milton, pero un panfleto elevado por su estilo, su ense�aza y su noble pasi�n humanitaria, al nivel de la alta literatura. Consideraremos este �ltimo aspecto en un pr�ximo cap�tulo: ahora nos interesa como ensayo de historia universal. Realmente parece que �sta se limita al periodo comprendido entre Carlomagno y Luis XIII, pero le precede una larga introducci�n que abarca la prehistoria y hace un apresurado resumen de historia sagrada. Pasa por alto la antigüedad cl�sica, excepto algunos cap�tulos sobre Constantino, el auge de la cristiandad y las causas de la decadencia del Imperio Romano. Aunque algunos hombres enterados empezaban a interesarse vivamente por los pueblos primitivos, la antropolog�a, como ciencia, no exist�a a�n. Nuestro moderno conocimiento de las grandes civilizaciones que precedieron a la hel�nica. data s�lo de la vista que hizo a Egipto Champollion como miembro del estado mayor napole�nico. La introducci�n de Voltaire nos recuerda que nuestros propios conocimientos son muy recientes. Voltaire dej� perder una o dos oportunidades de ver muy lejos en el m�s remoto pasado. Entonces Buffon y algunos de sus contempor�neos andaban a tientas presintiendo la teor�a de la evoluci�n. Por otra parte, Voltaire estaba seguro de que las razas que integran la humanidad son absolutamente distintas y en una carta se re�a de los "impostores" que se anticipaban a Darwin adivinando "esa �poca extraordinaria en que nuestros antecesores los brutos se transformaron en hombres". Rechazaba de plano esos extra�os cuentos de Herodoto que la antropolog�a moderna hace veros�miles, notablemente su relato de la prostituci�n en el templo de Melitta en Babilonia.

Por otro lado , hay en este pr�logo notables destellos de adivinaci�n. Voltaire sostiene, frente a Hobbes y su escuela, que en un principio el hombre no fue nunca un "lobo" para con sus hermanos; que no existi� jam�s "un estado de animalidad absoluta", es decir, de aislamiento salvaje y de individualismo. El hombre fue desde el primer momento un ser sociable, dotado con las virtudes indispensables para la vida de relaci�n, la piedad y el sentimiento de justicia. Voltaire, cuando arguye que si los caldeos empezaron sus descubrimientos astron�micos en el a�o 2234 a. C., su cultura debi� estar bastante avanzada muchos siglos antes, se anticipa al moderno reconocimiento de la antigüedad de la civilizaci�n. Y es a�n m�s extraordinario que lance la teor�a difusionista como una brillante adivinaci�n. Observa la frecuencia del rito bautismal en diversos puntos del globo y sugiere que debi� de tener su origen, con todos los dem�s ritos, entre los persas o los caldeos, propag�ndose despu�s hasta los confines del mundo. Sin embargo, alimentaba un gran desprecio hacia los egipcios, �nicamente sobrepasado por su odio a los jud�os, aunque se domina para protestar contra las persecuciones antisemitas.

Voltaire encuentra "el hilo que conduce a trav�s del laberinto de la historia moderna a la larga lucha entre el poder secular y el poder clericial". Este descubrimiento, por el mismo �xito que obtuvo , representaba un peligro para su autor . En realidad constituye una clave inestimable para el conocimiento de la historia pol�tica europea desde la creaci�n del Sacro Romano Imperio hasta la bula "Unigenitus" de su propia �poca . Pero cuanto m�s tentador resulta como lazo de unidad internacional m�s tiende a dejar en sombra la historia econ�mica. Es la perfecta clave para un panfleto anticlerical, pero proyecta un patr�n defectuoso para una amplia historia de la civilizaci�n. Entre la lucha de güelfos y gibelinos, nos conduce confortablemente a trav�s de las Cruzadas a la Reforma y las guerras de religi�n. Pero a Voltaire le tent� insistir sobre el aspecto político e ignorar los cambios sociales y econ�micos que constitu�an el escenario de todos estos sucesos. Dedica un gran espacio a las letras, ciencias y artes, pero menos de lo que su propio concepto de la historia le prescribe . Se excusa por algunas insuficiencias en esta materia, debidas a la p�rdida de una gran cantidad de material manuscrito que �l y Madame du Ch�telet coleccionaron para ilustrar el progreso de la industria y de las artes, y tambi�n de algunas traducciones de poetas italianos y �rabes. Por lo tanto, su aportaci�n a estos temas es bastante exigua, pero hay algunas buenas p�ginas sobre la civilizaci�n �rabe y los primeros triunfos de la f�sica. En general, Voltaire, al tratar de la Edad Media, deja traslucir el desprecio que sent�a su siglo hacia cualquier manifestaci�n del genio g�tico. De los cap�tulos sobre la China y la India s�lo puede decirse que son bien intencionados y van encaminados a corregir nuestra insolencia europea. Poco se sab�a a�n de aquella historia pero sus descripciones del lejano Este resultan instructivas en cuanto los jesuitas entran en escena. Ten�a toda la raz�n al afirmar que hasta el siglo XVII la civilizaci�n oriental igual� o super� a la europea. No sigila el motivo de su entusiasta parcialidad por la China; estaba convencido de que en ese pa�s las clases cultas profesaban el de�smo. Deducci�n tan simplista como elegante.

En su meritorio intento de transformar la historia en un todo coherente �utiliz� Voltaire alg�n sistema de interpretaci�n? Los sistemas no rezaban con �l; su inteligencia era de naturaleza emp�rica. Sin embargo, m�s adelante acepta algunas generalizaciones. Desde un punto de vista superficial no son del todo consistentes, ni consiguen hacer valer las suposiciones que eran por lo com�n la base de su trabajo. Ya hemos visto que le asist�a la fe en el progreso, pero una fe mucho menos dogm�tica que el sistema erigido m�s tarde por la joven generaci�n de "fil�sofos": Helvetius, Condorcet y Godwin. Ve�a en la "opini�n", apoyada a veces en la fuerza y a veces en el fraude, el siniestro poder que trabaja en la historia. Para �l, esta palabra significa el razonamiento err�neo y la superstici�n corriente que se oponen a la raz�n clara y a la "filosof�a". Es la base de ciertas instituciones como el papado y el califato, que pierden su ascendencia a medida que la filosof�a ejerce su imperio sobre la mente humana. Llega hasta ah� pero no m�s lejos, pues no sostiene de modo expl�cito, como hicieron sus pros�litos, que la inteligencia humana es materia maleable, hecha enteramente a imagen y semejanza de las instituciones que la rigen . Sin embargo, implica algo por el estilo, con el confortable corolario del reformador, al decir si un pr�ncipe clarividente cambiara estas instituciones podr�amos confiar como consecuencia en el progreso de la humanidad. Asegura que las condiciones decisivas del progreso se hallan bajo el control humano y rechaza la teor�a fatalista de Montesquieu acerca del clima. Porque, si el clima fuese un factor decisivo, �c�mo se explica que el cristianismo, oriental en su origen, se extinguiera en Asia, su clima nativo, y prosperara en Europa? La m�s clara enunciaci�n de este razonamiento progresivo se halla en la carta rimada a la zarina Catalina II (1771), induci�ndola a conquistar Turqu�a y libertar a los griegos:

A ti te corresponde, gran Reina, cambiar al t�mido y prestar tu valor a los cobardes griegos. El clima no nos hace lo que somos. Pedro hizo hombres; t�, divina en la guerra, h�roes crear�s. Los reyes, por su gracia, modelan la moral de nuestra raza.

Pero esto es tan s�lo el primer boceto, a�n informe, para la doctrina de la Perfectibilidad, y sospechamos que el sentido com�n de Voltaire se re�a de las visiones en las que complacieron sus disc�pulos, pues esperaban que la raz�n vencer�a con el tiempo esas enfermedades gemelas, el sue�o y la muerte . Ridiculiz� en Maupertuis todas esas fantas�as.

Los j�venes que segu�an a Voltaire no eran historiadores en realidad. Diderot, al dirigir la Enciclopedia, siente tal desprecio hacia el pasado, que desde�� la historia como balumba in�til . Al enfrentarse con los hechos concretos de la historia, �pudo suponer Voltaire que la humanidad progresaba a la par que los silogismos? �Era un mejor razonamiento lo que conduc�a a la decadencia de las "opiniones" supersticiosas y al triunfo de la "filosof�a"? �O afirmaremos que las creencias del hombre se suceden como moldes eficaces de la historia, seg�n que los cambios econ�micos favorezcan el auge o la ca�da de la clase a cuyo inter�s particular sirve una actitud intelectual determinada? En este �ltimo aspecto el hecho decisivo no fue el que la ciencia y la filosof�a minasen la "superstici�n" a fuerza de razonar entre las generaciones de Wicliffe y Newton. Ocurri� que cierto n�mero de transformaciones econ�micas aventajaron a la clase media en su rivalidad con las clases feudales, ligadas estrechamente al clero; y esta clase media, para justificar sus propias pretensiones al poder, se dispuso a enfrentarse con todo el edificio de la autoridad, el derecho divino de papas y reyes sobre el cual se apoyan sus contrarios. La "opini�n" decay� cuando lo requirieron los intereses de una clase media suficientemente poderosa. Pero lo cierto es que Voltaire no se enfrent� nunca seriamente con este problema. Sus obras est�n sembradas de sumar�simas generalizaciones que no descubren de modo coherente el mecanismo del movimiento hist�rico. "Tres cosas", dice "ejercen constante influencia sobre la mente humana: el clima, el gobierno y la religi�n; s�lo con estos componentes se podr�a resolver la charada del mundo". Aqu� se nota la omisi�n de las condiciones econ�micas, de la organizaci�n del trabajo y los medios con que el el hombre gana el sustento. Si se le pregunta c�mo explica los cambios en los dos factores variables, religi�n y gobierno, sus repuestas son llanamente contradictorias. A veces se apoya en absoluto sobre la raz�n: "Dios nos dio la raz�n (un príncipe de raison universelle) como le dio plumas a los p�jaros, y piel a los osos.... Al final siempre puede son los tiranos y los supersticiosos impostores... A la larga hasta el m�s simple sabe qu� es lo que le conviene". Algunas veces asocia la fuerza y el dinero. La causa de los Estuardos acab� fracasando, pues estamos en una �poca, "en la que la disciplina militar, la artiller�a y sobre todo el dinero deciden siempre en �ltima instancia". En otros pasajes parece atribuirle al genio de los grandes hombres toda la iniciativa hist�rica. As� nos dice que "Alfredo el Grande ocupa el primer puesto entre los h�roes que sirvieron a la raza humana, que a no ser por estos hombres extraordinarios seguir�a pareci�ndose a las bestias salvajes". En otro p�rrafo sobre Enrique el Navegante escribe: "Rara vez se ha realizado en este mundo algo grande sin el genio y la firmeza de un hombre que lucha contra los prejuicios de la multitud o bien le impone los suyos". En otros lados (especialmente en su Luis XIV), sugiere que hay en el desarrollo humano un ritmo o ciclo natural, de tal manera que a una fecunda eflorescencia del talento sigue necesariamente un periodo de esterilidad. La literatura creadora e imaginativa s�lo puede florecer en una centuria tras la cual viene la �poca de la cr�tica.

Ante esto se ve uno forzado a desistir de arrancarle a Voltaire una interpretaci�n sistem�tica del movimiento hist�rico. Pero cuanto m�s se le lee, m�s impresiona una suposici�n que se repite continuamente. Cree que el hombre obra primeramente por m�viles econ�micos, y hace responsables a los cambios econ�micos del curso de la evoluci�n social y política. Nunca ampl�a esta opini�n: la considera como algo evidente en s�, aceptado por el sentido com�n, aunque luego en sus pinos de teorizante la olvida del todo. De este modo interpreta las Cruzadas en general y particularmente la dirigida en contra de los albigenses: "Su origen resid�a en la codicia por las propiedades ajenas". Al escribir sobre la Reforma nos recuerda en cada p�gina que la iglesia era una amplio mecanismo para recoger dinero: "Reliquias, indulgencias, dispensas, beneficios , todo se vend�a". La rebeli�n de la clase media protestante se interpret� prudentemente como el esfuerzo de un pueblo explotado por librarse de pagar un amargo tributo al poder extranjero. El galicanismo de la Iglesia francesa se reduce a la misma motivaci�n simplista.

Todo esto resulta bastante ingenuo y no muy propio de Voltaire. Pero en otra ocasi�n este instinto para la interpretaci�n econ�mica de la historia le conduce a un an�lisis de mucho m�s inter�s. En las reflexiones con las que da fin a su Luis XIV (cap�tulo 30) atisba las consecuencias sociales de la inflaci�n monetaria (aunque no emplea este vocablo) experimentada en Francia y generalmente en toda Europa durante dos siglos. El dinero en circulaci�n hab�a aumentado de tal modo que el costo de la vida subi� m�s del doble. Sin embargo, los salarios, las pensiones y las pagas de ministros, cortesanos y soldados segu�an invariables. El soldado de infanter�a recib�a a�n sus cinco sous como en tiempos de Enrique IV, aunque el valor real de la moneda hab�a disminuido a un tercio. Si "aquellos hombres ignorantes que vend�an tan barata su existencia" reclamaran lo que se deb�a, los ej�rcitos de Europa tendr�an que reducirse a la tercera parte y la agricultura y la industria ganar�an con ello. "Debemos a�adir que mientras la ganancia comercial ha aumentado y los salarios de los altos cargos han disminuido en su valor real, la riqueza es menor entre los grandes y mayor en la clase media, acortando as� la distancia entre los hombres. Antes el ciudadano modesto no ten�a m�s recurso que servir al poderoso; hoy en d�a la industria ha abierto mil caminos que desconoc�an un siglo antes".

Es todo lo que tiene que decir sobre este tema, pero en este breve y sustancioso pasaje nos descubre la causa �ltima de la revoluci�n en la clase media. Una serie de cambios externos, entre los que se halla la inflaci�n monetaria, aumentaron el poder econ�mico de las clases industriales y mercantiles a expensas de la clase feudal dirigente. A la larga la contradicci�n entre la impotencia pol�tica de la clase media y su fuerza econ�mica se hizo demasiado patente y el feudalismo se qued� rezagado . En esta equilibrada p�gina de Voltaire est� impl�cita la esencia de la interpretaci�n marxista de la historia, pero la parece una cosa tan natural, tan inherente a la experiencia cotidiana, que no percibe su gran inter�s te�rico. Los errores de esta clase no son excepciones en la historia del pensamiento; la teor�a suele rezagarse tras la experiencia. De aqu� resulta que toda una generaci�n de "fil�sofos" viv� ofuscada por la ilusi�n, sin que �sta cesara despu�s de su muerte. La teor�a ense�� a Voltaire que contara para el progreso con el sentido com�n de la humanidad y con la persuasi�n racional. La experiencia y la historia le demostraron que las lentas transformaciones econ�micas, ajenas a veces al control humano, producen las circunstancias que gobiernan el movimiento pol�tico. Pero nunca intent� relacionar su fe optimista en la raz�n con su percepci�n realista de la importancia de los m�viles y la fuerza econ�mica. En resumen , no elabor� ninguna t�ctica del progreso, como tampoco lo hizo ning�n pensador progresista de su generaci�n ni aun de la siguiente. Esto no significa que su magn�fica labor de persuasi�n fuese in�til. Era necesario inspirar confianza y orientar de ese modo a la clase media , que pose�a ya el lastre econ�mico necesario para hacer un acto de autoafirmaci�n decisivo. Era asimismo �til para desmoralizar a la vieja guardia de un orden sentenciado a muerte, haci�ndolo parecer rid�culo y odioso. La vida de Voltaire se consagr� con �xito a esos ataques cara a cara. Solamente cuando lo esperaba todo de la breve actuaci�n de alg�n nuevo ministro bien intencionado, o cuando pretende utilizar para la causa de la reforma las inclinaciones vagamente liberales de una querida del rey, fruncimos el ce�o, no sin simpat�a ante aquel despilfarro de tiempo y de talento . Como todos los fil�sofos liberales, no supo enfrentarse con la ineludible extinci�n del viejo poder. El orden ya caduco no podr�a reformarse sin rendirse . Estas crudas exigencias de la historia son la �ltima realidad que los hombres razonables y sensibles se deciden a ver.

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