SON
leyenda los hombres de letras que se transforman y adquieren
el cuerpo y las maneras de ogros y duendes. Estas transformaciones ocurrieron
hace dos o tres siglos, en medio de la vor�gine de las Luces, y estos duendes
visitaban los salones de las princesas ociosas y tomaban chocolate o caf�, que
entonces eran novedad. Uno de estos hombres fue el doctor Samuel Johnson, un
ingl�s descomunal, presa de escalofr�os tremendos y deforme de tan grande, famoso
por su lengua y sus extravagancias. Tuvo un disc�pulo, James Boswell, que escribi�
la biografia del ogro y dej� memoria de su carrera entre los hombres. Otro de
los transformados fue Voltaire, un franc�s que, con apariencia de caballero,
derramaba su genio en todos los cuartos en los que entraba.
Uno m�s de esos hombres-genio fue Georg Christoph Lichtenberg, profesor de f�sica en una universidad alemana. Era apenas lo suficientemente alto para que no lo llamaran enano; ten�a una joroba y, para disimularla, aprendi� a escribir con gis d�ndole la espalda al pizarr�n. Era hijo de un pastor protestante aficionado a la astronom�a. El don de lenguas le vino del padre, quien una vez habl� desde el p�lpito acerca de la ciencia astron�mica de su �poca. Su auditorio, un templo de campesinos ignorantes, le pidi� por favor: "Vu�lvanos a hablar de estrellas".
Lichtenberg se gan� la vida dando clases y escribiendo almanaques, esos copiosos libros que contienen todo: la moda y los ciclos de la luna. En unos cuadernos fue apuntando sus comentarios a lo largo de los a�os. Al leerlos, conviene recordar que son los comentarios que un duende tiene que hacerle a la vida. Hay sabidur�a y profundidad, buen humor, gracia y, al fin, burlas contra las maneras necias de los hombres.
Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799) es uno de los cuatro escritores alemanes "rescatables", en palabras de Nietzche. Su obra, pacientemente recogida a lo largo de dos siglos, ha impresionado a escritores tan dis�miles como Kant, Freud, Tolstoi y Canetti.