V. SU TRENZA

BIEN venga, cuando viniere,
la Muerte: su helada mano
bendecir� si hiere...
He de morir como muere
un caballero cristiano.

Humilde, sin murmurar,
�oh Muerte!, me he de inclinar
cuando tu golpe me venza;
�pero d�jame besar,
mientras expiro, su trenza!

�La trenza que le cort�
y que, piadoso guard�
(impregnada todav�a
del sudor de su agon�a)
la tarde en que se me fu�!

Su noble trenza de oro:
amuleto ante quien oro,
�dolo de locas preces,
empapado por mi lloro
tantas veces..., tantas veces...

Deja que, muriendo, pueda
acariciar esa seda
en que vive a�n su olor:
�Es todo lo que me queda
de aquel infinito amor!

Cristo me ha de perdonar
mi locura, al recordar
otra trenza, en nardo llena,
con que se dej� enjugar
los pies por la Magdalena...

              19 de marzo de 1912

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