II. TANATOFILA

�OH MUERTE, en otros d�as, que recordar no puedo
sin emoci�n profunda, te ten�a yo miedo!...
En medio de la noche, incapaz de dormir,
clamaba congojado: "Yo tengo que morir...
�Yo tengo que morir irremisiblemente!"
Y sudores glaciales empapaban mi frente.

�A qui�n tender la mano ni de qui�n esperar?
Estaba solo, solo de la vida en el mar...
Ten�a un formidable aislador: la pobreza,
y ning�n seno de hembra brindaba a mi cabeza
febril una almohada.
Estaba solo, solo; �de qui�n esperar nada?
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Mas pasaron los a�os, y un d�a, una chiquilla
bondadosa me quiso. �Era noble, sencilla;
la fortuna la hab�a tratado con rigor:
nos unimos... y, juntos, nos hallamos mejor!

Entonces, si la muerte volv�a , con su quedo
andar, yo le ten�a ya mucho menos miedo.
Buscaba, despertando, la diestra tan leal
de mi amiga, y con �mpetu resuelto, fraternal,
la estrechaba, pensando: "�Con ella nada temo!
Con tal de marchar juntos, �qu� importan tu supremo
horror y tus supremos abismos, oh, callada
Eternidad?... Con ella no temo nada, nada.

�El infierno? —�El infierno ser� donde ella falte!
�Y el cielo? —Pues donde ella se encuentre... Que me exalte
o me deprima tanto como quiera mi estrella:
�Qu� importa, si desciendo y asciendo yo con ella?
�Que m�s me dan las hondas negruras del Arcano,
si voy por los abismos cogido de su mano?"
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
�Pero tanta ventura enoj� no s� a qui�n
en las tinieblas, y una hoz me seg� mi bien!
Una garra de sombra solapando su dolo,
me la mat�... �y entonces me volv� a quedar solo!
Solo, pero con una soledad m�s terrible
que antes.
                    Sollozando, buscaba a la Invisible
y ped�a piedad a lo desconocido;
abriendo bien los ojos y aguzando el o�do,
en un mutismo tr�gico, pretend�a escuchar
siquiera una palabra que me hiciese esperar...

Mas no plugo a la Esfinge responder a mi grito,
y ante el inexorable callar del Infinito
(tal vez indiferente, tal vez hosco y fatal)
escond� en lo m�s hondo del coraz�n mi mal,
y ap�tico y ayuno de deseo y de amor,
entr� resueltamente dentro de mi Dolor
como dentro de una gran torre silenciosa...

Mis pobres rimas fieles me dec�an: "Reposa,
y luego, con nosotras, canta el mal que sufriste;
ven, duerme en nuestro dulce regazo, no est�s triste.
�A�n hay muchas cosas que cantar..., cobra fe!"

Y yo les respond�a: "�Para qu�! �para qu�!..."
Mas ellas insist�an; en mi redor volaban,
y como eran las �nicas que no me abandonaban,
acab� por o�rlas...
                         Un libro, gota a gota,
se rezum�, con l�grimas y sangre, de la rota
entra�a; un haz de rimas brot� para el Lucero
inaccesible, un libro de tal suerte sincero,
tan �ntimo, tan hondo, que si desde su fr�a
quietud ella lo viese... me lo agradecer�a.

Despu�s de haber escrito, qu�de m�s resignado,
como si en su fiel �nfora hubiese yo vaciado
todo lo crespo y turbio de mi dolor presente,
dejando en la alma s�lo la linfa transparente,
el caudal cristalino, di�fano, de mi pena,
profundo cual la noche, cual la noche serena.

Y aquel fantasma negro, que miraba temblando
yo antes, blandamente se fue transfigurando...
En la p�lida faz del espectro, indecisa
como un albor naciente, brotaba una sonrisa;
brotaba una sonrisa tan cordial, de tal suerte
hospitalaria, que me pareci� la Muerte
m�s madre que las madres; su boca, ayer horrible,
m�s que todas las bocas de hembra apetecible;
sus brazos, m�s seguros que todos los regazos...
�Y acab� por echarme, como un ni�o, en sus brazos!

Hoy, ella es la divina barquera en quien me f�o;
con ella, nada temo; con ella, nada ans�o.
En su gran barca de �bano, llena de majestad,
me embarcar� tranquilo para la Eternidad.

                                          Junio de 1913

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