CRIT�N-S�CRATES

S�CRATES.—�C�mo aqu� a esta hora, Crit�n? �Acaso no es todav�a muy temprano?

CRIT�N.—Por supuesto que lo es.

S�CRATES.—�Qu� hora es, poco m�s o menos?

CRIT�N.—Entre dos luces.

S�CRATES.—�Que extra�o! �Como ha podido hacer caso a tu llamado el guardi�n de la c�rcel?

CRIT�N.—Debido a mis frecuentes visitas a esta casa, es ya amigo m�o. Y, adem�s, tiene en su haber algunas atenciones que con �l he tenido.

S�CRATES.—�Has llegado ahora mismo o hace largo rato?

CRIT�N.—Hace bastante.

S�CRATES.—�Y por qu� no me despertaste al llegar, sino que has permanecido sentado junto a m� sin decir palabra?

CRIT�N.—�No, por Zeus, S�crates! Yo por mi parte tampoco querr�a estar en vela en medio de una situaci�n tan lamentable. Pero es que, adem�s, estoy maravillado desde hace largo rato de ver cu�n pl�cidamente duermes, y de modo deliverado no te despertaba, a fin de que lo pases lo m�s gratamente posible. Por cierto que ya antes, en muchas ocasiones desde que te conozoco, te he considerado feliz por tu car�cter, pero muy especialmente en la adversidad actual, convencido de que la sobrellevas con estereza y buen �nimo.

S�CRATES.—As� es, Crit�n: estar�a fuera de lugar a mi edad el disgustarse por el hecho de tener que morir en fecha pr�xima.

CRIT�N.—Tambi�n otros de esa edad se ven presos en infortunios semejantes, pero en modo alguno les libran sus a�os irritarse contra su mala ventura.

S�CRATES.—Cierto. Pero dime, �por qu� has venido tan temprano?

CRIT�N.—Triste es la noticia que vengo a traerte, S�crates. No para ti, seg�n veo claramente; pero s� es triste y cruel para m� y para todos tus amigos. Es, a mi juicio, la noticia que m�s dolor puede producirme.

S�CRATES.—�Qu� noticia es �sa? �Tal vez ha arribado de Delos la nave15 [Nota 15]cuya llegada es necesaria para que yo muera?

CRIT�N.—Todav�a no ha regresado, pero creo que lo har� hoy, a juzgar por lo que han manifestado algunos que han llegado del cabo Sunio16 [Nota 16]y que la han dejado all�. Claro est� pues, como digo, de acuerdo con esos testimonios que llegar� hoy y ma�ana ser� forzoso que mueras, S�crates.

S�CRATES.—Sea en buena hora, Crit�n. Si as� place a los dioses, as� sea. Mas no creo que llegue hoy la nave.

CRIT�N.—�De d�nde sacas esa conjetura?

S�CRATES.—Ver�s. Yo debo morir en el d�a que siga al de la llegada de la nave, �no es eso?

CRIT�N.—Al menos eso dicen, como es sabido, los que tienen potestad sobre estos asuntos.

S�CRATES.—Pues bien, creo que no llegar� en el d�a que entra, sino en el siguiente. Lo deduzco de cierto sue�o que he tenido esta noche, hace poco. Y me parece que has obrado oportunamente al no despertarme.

CRIT�N.—�Qu� sue�o ha sido �se?

S�CRATES.—So�� que una hermosa y linda mujer, vestida de blanco, se acercaba a m� y me dec�a:

S�crates, al f�rtil pa�s cuyo nombre es Ft�a ir�s, creo yo, en el tercer d�a. 17 [Nota 17]

CRIT�N.—Extra�o es el sue�o, S�crates.

S�CRATES.—Pero, a mi parecer, claro, Crit�n.

CRIT�N.—S�. Ojal� no fuera tan claro como parece. Mas dejemos eso, sublime S�crates, y escucha lo que te digo: todav�a tienes tiempo de obedecerme y de salvarte. Piensa que si mueres ser� doblemente desgraciado, pues adem�s de quedar privado de un amigo de tal condici�n, que jam�s tendr� otro semejante, por si fuera poco, muchos hombres que no nos conocen suficientemente a ti y a m� creer�n que fui negligente, convencidos de que yo te habr�a salvado si hubiese querido desprenderme de alg�n dinero. Y, en verdad, �qu� fama puede ser m�s vergonzosa que la del hombre que, seg�n la opini�n general, prefiere el dinero a los amigos? En efecto, la gente no creer� que fuiste t� mismo el que no quiso partir de aqu�, a pesar de nuestros buenos deseos.

S�CRATES.—Pero, buen Crit�n, �a qu� preocuparnos tanto de la opini�n de la gente? Ten en cuenta que los m�s discretos —de cuyo parecer vale m�s la pena de preocuparse— creer�n que los hechos han acontecido tal y como sucedan.

CRIT�N.—Pero t� est�s viendo ahora, amigo S�crates, que es preciso cuidarse tambi�n de la opini�n del vulgo. Elocuente es por s� solo lo que ahora ha ocurrido:18 [Nota 18]bien a las claras manifiesta que la masa es capaz de realizar, no ya los m�s peque�os da�os, sino seguramente los mayores, cuando alguien ha sido calumniado ante ella.

S�CRATES.—Ojal� fuese la masa capaz de hacer los m�s grandes males, pues, en ese caso, tambi�n podr�a acometer las mejores acciones. Bien estar�a eso. Pero la verdad es que son tan incapaces de lo uno como de lo otro. Quienes obran al azar no pueden obrar la prudencia ni la imprudencia de nadie.

CRIT�N.—Admitamos eso. Pero ahora, amigo S�crates, dime si es verdad esto: yo supongo que no estar�s previniendo el que yo y tus restantes amigos, si t� sales de aqu�, suframos el acoso de los sicofantas,19 [Nota 19]por haberte sacado furtivamente, y nos veamos obligados a perder todos nuestros bienes, o, al menos, abundante dinero, o a sufrir adem�s alg�n otro da�o. Si tal temor tienes, m�ndalo a paseo; justo es que nosotros corramos ese riesgo, y aun otro mayor si fuese preciso, por salvarte. Hazme caso, pues, y no obres de otro modo.

S�CRATES.—No s�lo trato de prevenir eso, sino otras muchas cosas, Crit�n.

CRIT�N.—Pues bien, no temas eso: no es mucho el dinero que algunos apetecen para disponerse a sacarte de aqu� y salvarte. En segundo lugar, �no ves que son gente barata esos sicofantas y que en modo alguno se necesitar�a mucha cantidad para cerrar sus bocas? A tu disposici�n tienes mi capital, que, seg�n creo, bastar�; ahora bien, si por alg�n miramiento hacia m� no crees oportuno que sea empleado, dispuestos est�n a gastar esos extranjeros que tenemos entre nosotros. Hay uno entre ellos, el tebano Simias, que incluso ha tra�do una suma de dinero suficiente para este fin; resuelto est� tambi�n Cebes y otros much�simos. Por consiguiente, no temas eso, como antes te dec�a, y no desistas de salvarte; por otra parte, no veas aquella embarazosa situaci�n de que hablaste ante el tribunal: que, saliendo de Atenas, no sabr�as c�mo vivir. Piensa que te estimar�n en muchos lugares a donde vayas, y, concretamente, si quieres ir a Tesalia, tengo all� muchos hu�spedes20 [Nota 20] que te tendr�n en alta estima y te proporcionar�n una estancia al abrigo de todo riesgo, de modo que ninguno de los habitantes de Tesalia te har�n da�o.

Por otra parte, S�crates, ni siquiera me parece justo lo que est�s llevando a cabo: entregar tu propia vida, cuando puedes salvarla. Y precisamente lo que tus amigos pueden buscar diligentes —y buscaron de hecho—, con la intenci�n de perderte, eso procuras afanosamente que te ocurra. Adem�s de esto, yo creo que tambi�n est�s traicionando a tus propios hijos, a los cuales abandonar�s con tu marcha,21 [Nota 21]cuando est� a tu alcance el llevar hasta su t�mino su educaci�n y crianza, y, privados de tu ayuda, vivir�n como buenamente puedan, y, como es natural, les tocar� en suerte el g�nero de vida que suelen tener los hu�rfanos. O no se debe tener hijos, o si se tienen, hay que sufrir con ellos todas las cargas de su crianza y educaci�n. Mas t�, a mi juicio, eliges el partido m�s f�cil, cuando el que se debe seguir, m�xime si se trata de un hombre que anda diciendo que a trav�s de toda su vida se ha cuidado de la virtud, es el que abrazar�a un hombre de bien. Verg�enza siento por ti y por nosotros tus amigos; temo que todo lo que te ha sucedido parezca haber tenido cumplimiento merced a una carencia de hombr�a de bien por parte nuestra: el paso de la causa a la jurisdicci�n del tribunal; c�mo pas�, a pesar de que pudo evitarse; c�mo se desarroll� la propia vista de la causa...22 [Nota 22]

Y, para colmo de todo, me abochorno al pensar en lo que ser�a la parte burlesca de lo sucedido: que creyesen que nosotros hemos rehuido tu salvaci�n por cobard�a y falta de entereza, cosa que har�an al ver que no te la procuramos, ni t� a ti mismo, a pesar de ser posible y hacedera, de haber alg�n inter�s, por poco que fuera, por nuestra parte. Procura, por tanto, evitar, amigo S�crates, junto con la muerte, la verg�enza que todo eso acarrear�a a ti y a nosotros. Decide, pues... Pero m�s bien puede decirse que no es ya tiempo de decidir, sino de tener tomada la decisi�n. Y la resoluci�n que tomes no admite ya rectificaci�n, pues en la noche pr�xima ha de estar hecho todo eso. Y si nos retrasamos algo, ya no ser� posible llevarlo a cabo. Ea, pues, S�crates; hazme caso sin reservas y no obres de otro modo que como te he dicho.

S�CRATES.—Estimable celo el tuyo, querido Crit�n, de contar con la compa��a de cierta rectitud razonadora. En caso contrario, cuanto mayor, tanto m�s impertinente. Lo que hemos de hacer, pues, es reflexionar si debemos llevar a cabo lo que dices, o no; porque yo, no s�lo ahora, sino siempre, he sido un hombre dispuesto a obeceder, entre todo lo que se me alcanza, a la raz�n que en mis meditaciones se me muestra como la mejor. Ahora no puedo rechazar, porque me haya sucedido esto, las razones que hasta la fecha he repetido, sino que casi por entero las veo del mismo modo, y mi veneraci�n y mi estima se inclinan por las mismas que antes; si no podemos aducir ahora otras mejores que �sas, puedes estar seguro de que no estar� de acuerdo contigo, ni aunque el poder de la multidud nos atemorice, como si fu�ramos ni�os, con espantajos m�s numerosos que los de ahora, disponiendo contra nosotros cadenas, muertes y confiscaciones de bienes. Pues bien, �c�mo resolveremos la cuesti�n del modo m�s conveniente? Creo que en primer lugar debemos volver a examinar la sugerencia que haces acerca de las opiniones. �Ha estado siempre bien dicho que debemos tomar en consideraci�n ciertas opinones y otras no, o no lo ha estado? �Tal vez estaba bien dicho antes de que yo me viese en trance de muerte, y ahora, contrariamente, se ha visto del todo claro que eran vanas palabras, hablar por hablar, especie de infantil pasatiempo y fr�vola ch�chara? De coraz�n deseo, Crit�n, examinar justamente contigo si esas palabras debo verlas de otro modo, por encontrarme en esta situaci�n, o del mismo, y si habremos de mandarlas a paseo o prestarles obediencia. Sobre poco m�s o menos, los que se tienen por personas de palabra sensata sol�an decir lo que yo manifestaba ahora; que de las opiniones que tienen los hombres, unas deben ser muy estimadas y otras nada. Por los dioses, Crit�n: �no te parece bien dicho esto? T�, al menos, seg�n lo que puede humanamente conjeturarse, est�s lejos de tener que morir ma�ana, y siendo as�, no debe inducirte a error la coyuntura presente; dime, pues: �no te parece que es con toda raz�n, como se dice, que no debemos estimar las opiniones todas de los hombres, sino unas s� y otras no; ni las de todos, sino las de unos s� y las de otros no? �Qu� dices? �No est� bien dicho esto?

CRIT�N.—S� lo est�.

S�CRATES.—�Y verdad que hay raz�n para afirmar que merecen aprecio las buenas y no las malas?

CRIT�N.—As� es.

S�CRATES.—�No te parece que son buenas las de los prudentes y malas las de los insensatos?23 [Nota 23]

CRIT�N.—�C�mo no?

S�CRATES.—Veamos, pues. �Qu� sentido ten�an esas palabras? Un hombre que quiere hacer ejercicio f�sico y se dedica a ello, �presta atenci�n al reproche, a la censura y a la opini�n de cualquier hombre o de s�lo aquel que es m�dico o maestro de gimnasia?

CRIT�N.—De s�lo aqu�l.

S�CRATES.—Seg�n eso, debe temer las censuras y recibir con alegr�a las alabanzas de s�lo aqu�l y no las de la mayor�a de los hombres.

CRIT�N.—Evidentemente.

S�CRATES.—Y, por tanto , tiene que comportarse, ejercitarse, comer y beber como lo crea oportuno aquel hombre solamente, o sea, el maestro, el entendido y no como parezca bien a todos los dem�s hombres.

CRIT�N.—As� es.

S�CRATES.—Bien. Mas si desobedece a ese hombre y desprecia su opini�n y sus alabanzas, en tanto que estima las del vulgo que no es entendido, �verdad que sufrir� alg�n da�o?

CRIT�N.—�C�mo no?

S�CRATES.—�Y qu� da�o es �se?, �a qu� resultados conduce?, �a cu�l afecta de los elementos del desobediente?

CRIT�N.—Por supuesto que al cuerpo, ya que es �ste el que se arruina

S�CRATES.—Dices bien. Y las restantes cosas —no hace falta citarlas todas— son del mismo modo. Y, concretamente, con relaci�n a lo justo y lo injusto, lo vergonzoso y lo honesto, lo bueno y lo malo, que son la materia de nuestra presente reflexi�n, �debemos seguir la opini�n de la mayor�a y temerla, o s�lo la del m�s entendido, aquel a quien haya que respetar y temer m�s que a todos los dem�s juntos? Pues si no le obedecemos, quebrantaremos y arruinaremos aquello que con la justicia se hac�a mejor y con la injusticia se corromp�a. �O tal vez es eso algo insignificante?

CRIT�N.—No lo considero insignificante, S�crates.

S�CRATES.—Y ahora veamos: si, por no hacer caso de la opini�n de los entendidos, corrompemos aquello que mejora de condici�n merced a un r�gimen sano y se arruina con uno insano, �ser�n buenas nuestras condiciones de vida, estando eso corrompido? Al decir "eso" he aludido al cuerpo, �no es as�?

CRIT�N.—S�.

S�CRATES.—Pues bien, �ser�n buenas nuestras condiciones de vida con un cuerpo vil y corrompido?

CRIT�N.—De ninguna manera.

S�CRATES.—�Y lo ser�n si tenemos corrompido aquello que es da�ado por la injusticia y favorecido por la justicia?24 [Nota 24]�O tal vez estimamos que aquello, sea lo que fuere entre las cosas que nos pertenecen, y a lo cual afecta la injusticia y la justicia, tiene menos importancia que el cuerpo?

CRIT�N.—De ning�n modo.

S�CRATES.—�Tiene m�s entonces?

CRIT�N.—Mucho m�s

S�CRATES.—Por tanto, amigo m�o, en modo alguno debemos cuidarnos tanto de qu� dir� acerca de nosotros la gente; nuestra sola preocupaci�n ha de ser qu� dir� acerca de lo justo y de lo injusto el entendido, s�lo el, junto con la verdad misma.25[Nota 25] As� pues, en primer lugar, no aconsejas bien al pretender que debemos cuidarnos de la opini�n del vulgo en relaci�n con lo justo, lo honesto, lo bueno y sus contrarios. Mas sin duda alguna podr� decir alguien: "Pero el vulgo es capaz de darnos muerte".

CRIT�N.—Claro que s�. Podr� decirlo, S�crates. Dices verdad.

S�CRATES.—Pero, amigo, el razonamiento que hemos desarrollado sigue igual que antes, al menos a mi parecer. Y ahora considera si esta otra aserci�n contin�a en pie para nosotros o no: "no es el vivir lo que ha de ser estimado en el m�s alto grado, sino el vivir bien".

CRIT�N.—S�, contin�a en pie.

S�CRATES.—�Y puedes decir lo mismo de esta otra: "el vivir bien, el vivir honestamente y el vivir justamente son una misma cosa?

CRIT�N.—As� es.

S�CRATES.—Pues bien, de acuerdo con lo convenido, he aqu� lo que debemos reflexionar: si es justo que yo trate de salir de aqu� sin la anuencia de los atenienses, o no lo es. En el caso de que lo veamos claramente como justo, intentemos mi evasi�n; en caso contario, no. En cuanto a las consideraciones que t� me haces acerca del gasto de dinero, de la opini�n y de la crianza de los hijos, ten cuidado, amigo Crit�n, no sean como las determinaciones de los que f�cilmente condenan a muerte y resucitar�an con la misma facilidad a sus v�ctimas, si pudieran, sin ning�n fundamento; es decir, de esa masa. Nosotros, ya que la raz�n as� lo manda, no examinaremos otra cuesti�n que la que ahora mismo mencion�bamos, es decir, si obraremos justamente pagando dinero y prodigando favores a los que me han de sacar de aqu�; siendo nosotros fugitivos, am�n de c�mplices de la huidad, o cometeremos verdaderamente injusticia al hacer todo eso; si resulta evidente que tal conducta ser�a injusta, no deberemos pararnos a considerar ni si ser� forzoso que muramos por permanecer aqu� cruzados de brazos, ni si habremos de sufrir lo que quiera que sea, con tal de no obrar con injusticia.

CRIT�N.—Me parece que son acertadas tus palabras, S�crates. Y ahora considera qu� debemos hacer.

S�CRATES.—Reflexionemos juntos, amigo m�o, y si puedes de alg�n modo refutar mis aserveraciones, hazlo y te obedecer�. En caso contrario, deja ya, buen Crit�n, de repetirme una y otra vez el mismo tema, es decir, que debo salir de aqu�, en contra de los deseos de los atenienses. Desde luego, estoy inclinado a no tomar una decisi�n sin persuadirte antes; no quiero obrar en contra de tu voluntad. As� pues, mira ahora si te parece que ha quedado bien sentado el principio de nuestra reflexi�n, y procura responder a mis preguntas del modo que mejor te parezca.

CRIT�N.—Tratar�, pues, de hacerlo.

S�CRATES.—�Afirmamos que de ning�n modo se debe obrar voluntariamente con injusticia, o que de cierto modo s�, de cierto modo no? �Es cierto que el cometer injusticia no es bueno ni honesto, como hemos reconocido ya muchas veces antes de ahora? �O tal vez aquellos acuerdos nuestros anteriores a estas fechas se han desvanecido en estos pocos d�as, y resulta, por lo visto, amigo Crit�n, que desde hac�a tiempo convers�bamos seriamente unos con otros, sin advertir que, pese a nuesta edad, en nada nos diferenci�bamos de los ni�os? Y, de no ser as�, �nuestra afirmaci�n es la misma de anta�o: "tanto si el vulgo lo afirma como si lo niega, tanto si hemos de sufrir una suerte m�s dura que la presente como si hemos de tener una m�s halag�e�a, pese a quien pese, el cometer una injusticia es malo y vergonzoso para el que la comete"? �Podemos sostener esto?

CRIT�N.—Podemos sostenerlo.

S�CRATES.—As� pues, de ning�n modo se debe obrar injustamente.

CRIT�N.—De ning�n modo, por supuesto.

S�CRATES.—Por tanto, tampoco el que es v�ctima de una injusticia debe devolverla, pese a la opini�n del vulgo, ya que en ning�n caso debemos hacer cosa injusta.

CRIT�N.—Evidentemente.

S�CRATES.—Bien. �Y es l�cito hacer mal a alguien o no lo es, Crit�n?

CRIT�N.—No lo es, por supuesto, amigo S�crates.

S�CRATES.—Bien. �Y es justo o no es justo que el sufre un da�o lo devuelva? La gente cree que s�.

CRIT�N.—De ning�n modo es justo.

S�CRATES.—Porque da�ar a otro en nada se diferencia de ser injusto, �no es eso?

CRIT�N.—Verdad es lo que dices.

S�CRATES.—As� pues, no se debe devolver injusticia por injusticia ni hacer da�o a hombre alguno, ni aun en el caso de que recibamos de ellos un mal, sea el que fuere. Y ahora, Crit�n, ten cuidado, no sea que al reconocer esto, lo hagas en contra de tu opini�n. Te lo digo, porque s� que los de este parecer son y ser�n pocos. Por otra parte, no tienen un com�n criterio los que creen as� y los que piensan de modo contrario, y por fuerza se desprecian mutuamente al considerar los unos el sentir de los otros. Reflexiona, pues, tambi�n t� con mucha atenci�n si est�s de acuerdo y opinas igual que yo, y, en caso afirmativo, comencemos a discutir, partiendo de ese principio, o sea, de que en ninguna ocasi�n el obrar injustamente, el devolver injusticia por injusticia y el defenderse del da�o que uno recibe, motivando a su vez un perjuicio, son modos rectos de obrar. �O tal vez te apartas de ese principio y no quieres convenir en ello? Yo, por mi parte, opino as� desde hace mucho tiempo y as� sigo haci�ndo hoy, pero si la cosa te parece de otro modo, d�melo, expl�camelo. Mas, si te mantienes en lo que en anteriores ocasiones sosten�amos, escucha lo que sigue.

CRIT�N.—Persisto en lo dicho y soy de tu mismo parecer. Habla, pues.

S�CRATES.—He aqu� lo que te digo, o mejor dicho, te pregunto: �se ha de hacer o se ha de burlar aquello que convenimos con alguien y que es justo?

CRIT�N.—Debe hacerse.

S�CRATES.—Mira, pues, lo que de aqu� se deduce. Si nosotros escapamos de aqu� sin haber convencido previamente a la ciudad, �nos portamos mal con alguien, y precisamente con quienes menos deber�amos, o no?, �permanecemos fieles a aquello que convinimos y que es justo, o no?

CRIT�N.—No puedo responder, S�crates, a lo que me preguntas; no lo entiendo.

S�CRATES.—Sigue, pues, este razonamiento. Si, proyectando nosotros fugarnos de aqu�, o como haya que llamar a esto, se nos acercasen las leyes y los gobernantes de la ciudad y nos preguntasen: "dinos, S�crates, �qu� piensas hacer?, �verdad que con lo que te propones llevar a cabo intentas destruirnos a nosotros, las leyes y a la ciudad entera en lo que est� de su parte?, �o tal vez te parece posible que siga existiendo, que no se venga abajo aquella ciudad en la cual no tienen fuerza alguna las sentencias prounciadas, sino que pierden su autoridad y son aniquladas por obra de los particulares?" �Qu� diremos, Crit�n, a estas razones y a otras semejantes? Pues, en efecto, muchos argumentos podr�an esgrimirse, sobre todo, si fuera un orador el encargado de ellos, en defensa de esta ley en trance de ser violada, de la ley que determina que las sentencias pronunciadas son inamovibles. �Diremos acaso que la ciudad era injusta con nosotros y que no sentenciaba con rectitud? �Diremos esto o no ?

CRIT�N.—Esto, por Zeus, amigo S�crates.

S�CRATES.—Y qu� responderemos si las leyes dicen: "S�crates, �es �se acaso el convenio estipulado entre t� y nosotras?, �no te comprometiste a someterte a las sentencias que la ciudad pronunciase?" En caso de que sus palabras nos causasen extra�eza, seguramente a�adir�an: "S�crates, no te maraville lo que te decimos, y responde, ya que tambi�n t� sueles recurrir al sistema de preguntas y respuestas. Ea, pues, dinos: �cu�l es el motivo de queja que tienes con repecto a la ciudad y nosotras y qu� te mueve a intentar aniquilarnos? Veamos, para empezar: �no te trajimos al mundo nosotras, ya que por nuestra mediaci�n cas� con tu madre tu padre y te engendr�? Di, pues �tienes alg�n motivo de disgusto con aquellas de nosotras que son leyes relativas a los matrimonios, por considerar que no son buenas?" "No", responder�a yo. "Y con las leyes concernientes a la crianza y educaci�n del ni�o, que t� tambi�n disfrutaste?, �tal vez no eran buenas las prescripciones de aquellas de entre nosotras a las cuales compete este cometido, cuando ordenaban a tu padre te hiciese instruir tanto en lo espiritual como en lo f�sico?" "Si, eran buenas", responder�a yo. "Pues bien, si naciste, fuiste criado e instruido merced a nosotras, �puedes sostener que no eras nuestro hijo y nuestro esclavo,26 [Nota 26]t� y tus antepasados? Y, si esto es as�, �crees tener los mismos derechos que nosotras y consideras que te est� permitido obrar con las leyes como ellas intenten obrar contigo? Con respecto a tu padre —y lo mismo dir�amos con respecto a tu amo, si lo hubieses tenido— no dispon�as de una igualdad de derechos que te permitiera tratarlos de igual forma que ellos a ti: no pod�as, pues, aunque hablasen mal de ti, hablar mal de ellos, ni golpearles, aunque te golpeasen, etc. �C�mo, pues, vas a disfrutar de esa igualdad con respecto a tu patr�a y sus leyes, de suerte que si nosotras tratamos de quitarte la vida, por considerarlo justo, intentes tambi�n t�, en la medida de tus fuerzas, matarnos, para defenderte, a nosotras, las leyes y la patria, y digas que esa conducta es justa, t�, un hombre que siente verdadera preocupaci�n por la pr�ctica de la virtud? �Tal vez eres tan sabio que se te oculta que la patria es m�s digna de respeto que la madre, el padre y los antepasados todos, y m�s venerable, sagrada y considerada tanto entre los dioses como entre los hombres sensatos, y que hay que adorarla, ceder ante ella y halagarla, cuando est� enojada, m�s que al padre, y persuadirla o hacer lo que mande, y sufrir de buen talante lo que ordene sufrir, tanto si se trata de recibir golpes o de aguantar cadenas, como si nos conduce a la guerra a correr el riesgo de ser heridos o muertos? �Ignoras que hay que hacer eso, que as� lo exige la justicia, que no hay que ablandarse, retroceder ni abandonar el puesto, sino que en la guerra, ante el tribunal y en todas partes hay que llevar a cumplimiento lo que la ciudad y la patria ordenen, o convencerlas de acuerdo con las exigencias de la justicia? �Desconoces acaso que no es piadoso maltratar a una madre o a un padre, y mucho menos a�n a la patria?" �Qu� responderemos a eso, Crit�n? �Que dicen verdad las leyes o que no?

CRIT�N.—Que dicen verdad.

S�CRATES.—"Pues bien, S�crates —a�adir�an tal vez las leyes—, piensa si decimos verdad al afirmar que no es justo lo que tratas de hacernos. Veamos: nosotras te traijamos al mundo, te criamos y educamos, hicimos part�cipes de todos los bienes que nos fue posible a ti y a todos los dem�s ciudadanos, y, no obstante, tenemos concedida licencia (y as� lo advertimos) para que, despu�s de alcanzar los derechos de ciudadan�a y de conocernos a nosotras, las leyes, y todo lo concerniente a la ciudad, pueda todo ateniense a quien no le agrademos marchar con sus cosas a dondequiera. Y ninguna de nosotras, las leyes, es obt�culo ni proh�be, en el caso de que alguno de vosotros quiera marchar a una colonia, o establecerse en calidad de extranjero domiciliado donde quiera que sea, por no gustarle la ciudad y nosotras, que vaya a donde le plazca con sus bienes. Pero cuando uno de vosotros, conociendo nuestro modo de hacer justicia y de gobernar a la ciudad en los restantes aspectos, permanece en ella, creemos que se ha comprometido de hecho con nosotras a cumplir aquello que le ordenemos, y consideramos, si es desobediente, que delinque por tres motivos, ya que no obecede a sus progenitoras, que somos nosotras, ni a sus nodrizas, que somos tambi�n nosotras, y porque habi�ndose comprometido a obecedernos, ni lo hace ni nos convence de que sea mala nuestra conducta en alg�n punto, y eso que todas nuestras �rdenes carecen la acritud, y permitimos elegir entre dos cosas, o convencernos o cumplir lo que mandamos, cosas ambas que no realiza, como hemos dicho."

�stas son, S�crates, las acusaciones que creemos van a recaer sobre ti tambi�n, si haces lo que proyectas, y no en menor grado que sobre cualquier otro ateniense, sino en el grado m�s alto. Pues bien, si yo les preguntase: "�por qu�?, sin duda me reprender�an con raz�n, manifestando que yo he sido el ateniense que mayormente ha contra�do con ellas el referido compromiso. Y he aqu� lo que alegar�an: "S�crates, grandes son las pruebas que tenemos de que la ciudad y nosotras te �ramos gratas. En efecto, no pasar�as en Atenas m�s tiempo que cualquier otro ateniense, si no te agradase m�s, pues la verdad es que jam�s saliste de la ciudad ni siquiera para acudir a una fiesta, salvo una vez que fuiste al Istmo. A ninguna otra parte has ido, si exceptuamos algunos lugares a los que fuiste en expedici�n militar. Fuera de eso, jam�s hiciste, como los dem�s cuidadanos, un viaje, ni sentiste el deseo de conocer otra ciudad y otras leyes, sino que nuestra ciudad y nosotras te bast�bamos: tal era la fuerza de tu preferencia por nosotras y hasta tal punto estabas conforme con ser ciudadano seg�n nuestras normas. Y entre todo lo que hiciste en esta ciudad, merece menci�n el hecho de que tus hijos nacieron aqu�, lo cual fue as� porque la ciudad era de tu agrado. Pero hay algo m�s: en el mismo proceso te era l�cito proponer para ti la pena de destierro, si quer�as y pod�as conseguir entonces con la anuencia de la ciudad lo que ahora intentas en contra de su voluntad, pero en aquella ocasi�n te vanagloriaste de no sentir disgusto porque hubieses de morir y, seg�n dijiste, prefer�as la muerte al destierro Y he aqu� que ahora ni respetas aquellas palabras ni tienes miramiento alguno para con nosotras, las leyes, ya que tratas de aniquilarnos y tu conducta es la que observar�a el m�s vil esclavo, al tratar de fugarte con quebranto de los convenios y de los acuerdos conforme a los cuales te comprometiste a vivir. Y ahora en primer t�rmino resp�ndenos a esto: �decimos verdad al sostener que t� contrajiste de hecho, aunque no de palabra, el compromiso de acomodar a nuestras normas tu vida ciudadana, o no decimos verdad?" �Cu�l ser� nuestra respuesta, Crit�n?�Les daremos la raz�n?

CRIT�N.—Es forzoso.

S�CRATES.—Pues he aqu� lo que seguir�an diciendo: "�Verdad que, si tratas de quebrantar los acuerdos con nosotras concertados, no es porque contrajeras tales compromisos constre�ido por una necesidad, ni enga�ado, ni obligado a tomar una decisi�n en breve tiempo? En cuanto a este �ltimo punto son setenta los a�os que has dispuesto para marcharte de la ciudad, si nosotras no �ramos de tu gusto o los acuerdos no te parec�an justos. Pero ni Lacedemonia ni Creta preferiste (y eso que dices a cada paso que ambas gozan de buenas leyes), ni ninguna otra ciudad griega o b�rbara; lejos de eso, te ausentaste menos de Atenas que los cojos, ciegos y dem�s impedidos: hasta tal punto la ciudad te agradaba m�s que a los retantes atenienses, y tambi�n nosotras, evidentemente, pues �a qui�n puede gustar una ciudad, si no le satisfacen tambi�n sus leyes? �Y ahora nos sales con que no vas a ser fiel a lo convenido? Ea, S�crates, obed�cenos y evita el rid�culo que har�as saliendo de la ciudad.

"Efectivamente, considera qu� beneficio vas a depararte a ti mismo o a tus amigos al violar los referidos compromisos, al quebrantar cualquiera de ellos. Pues es evidente, creo yo, que tambi�n tus amigos correr�n el riesgo de ser desterrados y quedar privados de sus derechos c�vicos, o de perder su fortuna; en cuanto a ti, veamos en primer t�rmino: si vas a alguna de las ciudades m�s cercanas, Tebas o M�gara —ambas tienen buenas leyes—, llegar�s a ellas, S�crates, como enemigo de su r�gimen de gobierno, y todos cuantos miran por el bien de su ciudad te ver�n con desconfianza, por considerarte un violador de las leyes, y har�s buena la opini�n de tus jueces, de suerte que parecer� justo su fallo, pues el que atent� contra las leyes muy bien puede parecer que ha hecho da�o a los j�venes y a los hombres poco sensatos. Y siendo esto as� �huir�s de las ciudades de buenas leyes y de los hombres m�s honestos? Y si obras as�, �valdr� la pena de vivir? �O tal vez te acercar�s a ellos y tendr�s la desverg�enza de hablarles... de qu�, S�crates? �Les dir�s quiz� lo mismo que aqu� dec�as: que la virtud y la justicia, las normas tradicionales de conducta y las leyes han de gozar de la m�xima estimaci�n de los hombres? Mas �no crees que ese modo de obrar de S�crates parecer� a todas luces chocante? Forzosamente hay que creerlo.

"Pero supongamos que no permaneces all�, sino que abandonas esas ciudades y marchas a Tesalia, en busca de los hu�spedes27 [Nota 27] de Crit�n. All� existe gran libertinaje y vida licenciosa, y sin duda oir�n con gusto de tus labios el jocoso relato de tu fuga de la c�rcel, con los detalles del disfraz o de la zamarra o de cualquiera de las prendas que suelen encajarse los fugitivos, am�n del cambio de las propias facciones. �Y crees que no habr�n quien saque a relucir el hecho de haberte atrevido, a tu avanzada edad, con poca vida por delante, como es natural, a quebrantar las leyes m�s sagradas por un excesivo apego a la vida? Tal vez no lo digan, si a nadie eres enojoso; pero, en caso contrario, oir�s muchas cosas indignas de un hombre como t�. Y vivir�s adulando a todos y siendo su esclavo, y, por otra parte, no har�s otra cosa que regalarte, como quien ha ido a Tesalia a un banquete. �Y d�nde se nos quedar�n aquellos razonamientos sobre la justicia y la restante virtud?28[Nota 28]

"Ahora bien, �quieres tal vez vivir pos tus hijos, para terminar su crianza e instruirlos. �Y qu�? �Piensas llevarlos a Tesalia y educarlos all�, haci�ndolos extranjeros, para que obtengan tambi�n ese beneficio?29 [Nota 29]�O no tienes esa intenci�n, pero s� piensas que si vives t�, su educaci�n y crianza estar�n mejor atendidas que si mueres, aun admitiendo que se habr�n de criar en Atenas y que, por tanto, no estar�s con ellos? Son tus amigos los que cuidar�n de ellos. �Acaso lo har�n s�lo en el caso de que vayas a Tesalia y no si vas al Hades?30 [Nota 30]Debemos pensar que en ambos casos lo har�n, a poco que puedan los que se precian de ser amigos tuyos.

"Ea, pues, S�crates; obecede a tus nodrizas, que somos nosotras, y no estimes a tus hijos, ni el vivir ni otra cosa alguna por encima de la justicia, para que puedas, cuando vayas a la mansi�n de Hades, alegar todo esto en tu defensa ante los que all� gobiernan. Es evidente que, si obras como pretend�as, la cosa no es aqu� para ti ni para ning�n otro de los tuyos mejor, ni es m�s justa ni m�s piadosa; ni tampoco ser� mejor cuando llegues all�. Ahora bien, es cierto que ahora vas a marchar al Hades, si es que vas, víctima de una injusticia (te la han ocasionado los hombres, no nosotras, las leyes); pero, si escapas de la ciudad, devolviendo tan vergonzosamente injusticia por injusticia, mal por mal, quebrantando los convenios y acuerdos que con nosotras concertaste y da�ando a quienes menos deber�as da�ar, es decir, a ti mismo, a tus amigos, a tu patria y a nosotras, en ese caso nosotras seremos duras contigo, mientras vivas, y all� nuestras hermanas, las leyes de la morada de Hades, no te acoger�n con benevolencia, sabedoras de que hiciste lo posible por acabar con nosotras. As�, pues, que no te persuada Crit�n a hacer lo que dice, m�s que nosotras."

Ten por seguro, mi querido Crit�n, que, al modo como los coridantes31 [Nota 31]creen o�r las flautas, me parece o�r todo eso, y que en mi interior resuena el clamor de esas palabras y hace que no pueda escuchar cualesquiera otras. Sabe, pues, que, al menos mi actual modo de pensar, si hablas en contra de eso, lo har�s en balde. No obstante, si crees que algo vas a conseguir, habla.

CRIT�N.—Pero nada puedo decir, S�crates.

S�CRATES.—Ea, pues Crit�n; obremos as�, puesto que as� lo indica la divinidad.

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