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Al lagarto le brillaron los ojos, pues se imaginó lo rico que sería comer conejo fresco. Claro que sí, amigo conejo. Yo te llevo, pero en la otra orilla te como. Está bien, lagarto. Pero sólo me puedes comer hasta que hayamos llegado le dijo el conejo. El lagarto acercó su cola a la orilla, el conejo se subió en ella y le rascó el lomo. ¡Ah, pero qué rasposo estás, amigo lagarto! dijo en voz baja el conejo. ¿Qué tanto hablas que no te oigo? preguntó molesto el lagarto. Que estás lisito, lisito, lagarto. |
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No me molestes conejo, por que te como, dijo el lagarto. Avanzaron un poco más y el conejo abrió la boca de nuevo. ¡Además eres un apestoso, lagarto! ¿Que soy qué? gritó enojado el lagarto. Que huele muy rico tu lomo contestó el conejo. |
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