Entre Papantla y Zamora había un camino real que era de 
        herradura; o sea, para puro caballo. 
       Y, yendo por él, había que atravesar una llanura a la que llamaban "la 
        sabana del ahorcado". 
       Una vez, me tocó ir de noche desde Papantla hasta Zamora y tuve que pasar 
        a fuerza por aquella planicie. 
       Cuando me estaba acercando a ella, comencé a sentir miedo, porque, según 
        contaban, solía atravesarse un charro por el camino y luego aparecía colgado 
        de un árbol. 
       En eso volteé hacia el lugar donde decían que se aparecía el ahorcado 
        y lo vi clarito colgando del árbol. 
       Tardé en darme cuenta de que se trataba de un gusano medidor que pendía 
        del ala de mi sombrero. 
       Todavía me pregunto si fue a causa de la luna, del sereno o del miedo.  
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