NOTA INTRODUCTORIA

La curiosidad de un físico supera a la de un niño. Al jugar con unos de esos perritos cuya base está imantada, el niño se da cuenta de que los juguetes se atraen o se repelen, según se les coloque. El imán tiene dos polos, uno de los cuales llamaremos positivo y el otro negativo. Los polos iguales se repelen y uno positivo atrae a otro que sea negativo. Un día, el niño travieso rompe la base de uno de sus perritos. Para su sorpresa, todo ocurre igual que cuando el imán estaba intacto. Al partir un imán en dos, se obtienen ¡dos imanes! A pesar de que lo hayamos roto, cada pedazo tendrá siempre un polo negativo y otro positivo. Por más que lo parta en mil pedazos, el niño en su travesura nunca logrará separar los dos polos, jamás producirá un imán de un solo polo, no obtendrá un monopolo magnético. Hasta ahora, igual que los niños traviesos que rompen imanes, los físicos no han sido capaces de producir un imán de un solo polo. Sin embargo, el monopolo magnético podría existir e incita, desde hace décadas, la curiosidad de los científicos. No ha de extrañarnos, pues, que muchos investigadores busquen de manera continua al monopolo, y que algunos hayan echado las campanas a vuelo al anunciar, por fin, que el monopolo magnético existe.

En la historia que vamos a relatar se cuenta la búsqueda —hasta ahora infructuosa— del monopolo magnético. Es una historia plena de ideas brillantes, de lucubraciones audaces y de experimentos muy precisos. Para entenderla, habremos de adentrarnos en el mundo misterioso de los fenómenos eléctricos y magnéticos, así como en el asombroso escenario donde actúan las partículas microscópicas que forman la materia.

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