IX. LAS CARACTERÍSTICAS DE LOS SERES MARINOS EN LAS DIFERENTES PROFUNDIDADES

EN LOS océanos, la presión que ejerce la atmósfera aumenta en razón de una atmósfera por cada 10 metros de profundidad. Esto supone, como es natural, la existencia de enormes presiones, que llegan a sobrepasar las 1 000 atmósferas en las mayores profundidades oceánicas, que son de 11 000 metros.

La profundidad media de los océanos es de 4 000 metros y está sometida, por lo tanto, a una presión de 400 atmósferas. La presión hasta la que se han encontrado la mayor cantidad de organismos marinos es de 600 atmósferas, es decir, a los 6 000 metros de profundidad, ya que en los fondos mayores, hasta los 11 000 metros, la cantidad disminuye y se localizan principalmente algunos invertebrados y bacterias.

Se había considerado que a tales profundidades no se podía encontrar vida, ya que las presiones, al ser muy grandes, tenderían a aplastar a los organismos, además, no permitirían la existencia de gases disueltos por lo que se dificultaría la respiración al faltar el oxígeno. Sin embargo, conforme se avanzó en el diseño de aparatos para estudios de oceanografía y se pudieron obtener muestras a más de 5 000 metros de profundidad, se fueron desvaneciendo tan erróneas creencias, ya que fueron llegando a las manos de los biólogos investigadores extrañas criaturas de las más raras contexturas, y éstos empezaron a contestarse las preguntas que se habían planteado: ¿qué mundo maravilloso encerrarán los abismos oceánicos?, ¿cómo serán los seres vivos de tales profundidades?

Cuando los ingeniosos aparejos de pesca científica traían muestras de este inquietante mundo con apariencia fantasmal, todo un universo desconocido y fantástico aparecía ante sus ojos; peces de formas aberrantes, cangrejos extraordinarios, pólipos bellísimos, seres animados de arcaica estructura semejantes a los que vivieron en otras épocas de la historia de la Tierra, y cuyos vestigios fosilizados han llegado hasta la actualidad para goce de científicos y estudiosos.

Por ejemplo, entre los años de 1950 y 1952, cuando se realizó la expedición del Galathea, barco de investigación oceanográfica de la Real Marina Danesa, fueron colectados en las profundas fosas oceánicas del Pacífico, en la costa oriental de Filipinas, anémonas de mar, holotunas o cohombros de mar, bivalvos y poliquetos, a profundidades de más o menos 10 000 metros.

El oceanógrafo suizo Jacques Piccard y el estadunidense Don Walsch, en la fosa Challenger localizada al este de las islas Marianas, observaron desde el batiscafo Trieste, un pez plano de 30 centímetros de longitud y un pequeño camarón rojo a casi 11 000 metros de profundidad, lo que ha venido a demostrar que algunos organismos marinos presentan capacidad para adaptarse a las grandes presiones que se producen en estas profundidades.

Estos hallazgos sobre el vivir submarino fueron un estímulo para que los naturalistas se dedicasen con mayor ahínco al estudio de todos los abismos del océano, y encontraron que las enormes presiones que se presentan en estas profundidades están perfectamente compensadas por la existencia de iguales presiones en los fluidos oceánicos de los seres marinos que viven en ellas, lo que permite un equilibrio al igualarse la presión del medio ambiente y la del medio interno del organismo.

Uno de los problemas que se les presenta a los seres vivos que habitan en estas profundidades es que algunas especies necesitan realizar migraciones o desplazamientos verticales, para llevar a cabo sus funciones o defenderse, por lo que tienen que adecuar la presión de su medio interno a la existencia en los diferentes niveles del océano a que se trasladen. Muchas especies hacen este tipo de migraciones recorriendo hasta 400 metros, lo que equivale a soportar cambios hasta de 40 atmósferas.

Varios son los peces de los abismos que a diario, generalmente por la noche, ascienden hasta la superficie, y aunque se ignora el tiempo que tardan en realizar la ascensión, es indudable que no ha de ser mucho, y que pueden ir adecuando su presión poco a poco.

Cuando la ballena es arponeada, desciende rápidamente hasta 800 metros de profundidad tratando de escapar y, después, si lo logra, sube nuevamente a la superficie para poder respirar.

Estos organismos poseen un mecanismo especial de compensación muy rápido que les permite hacer los cambios sin sufrir las consecuencias que puedan traer las variaciones rápidas de presión en el mar. Basta pensar, para reconocer la velocidad de este mecanismo, que cuando el hombre desciende con escafandras de buzo a profundidades de menos de un centenar de metros, precisa realizar una ascensión muy lenta, con frecuentes y prolongados periodos de descompensación, ¡y se trata de presiones que no llegan a 10 atmósferas!.

Algunos peces que viven en aguas someras y que cambian con alguna frecuencia y rapidez de profundidad dentro de límites no muy grandes presentan transformaciones mínimas en su estructura, conservando el cuerpo su forma pisciforme típica en los buenos nadadores, como es el caso de la merluza y el bacalao, o formando una cubierta protectora del cuerpo para poder esconderse entre las piedras de los fondos, como el mero.

Los peces están dotados de un órgano hidrostático, la vejiga natatoria, que les sirve para equilibrar la presión y para flotar. El pez, cuando necesita subir o bajar en el seno del agua, contrae o dilata la vejiga natatoria, lo que le permite tener mayor o menor flotación y realizar sus movimientos de ascenso y descenso sin utilizar sus órganos locomotores. Al mismo tiempo, como la presión aumenta o disminuye, esta vejiga absorbe las diferencias de presión externa, compensando la presión interna del animal.

Si un pez que es capturado sube rápidamente a la superficie, se observa la acción que la vejiga natatoria ejerce sobre la presión del agua, ya que ésta no tiene tiempo de acomodarse a la disminución de la presión, por lo que se dilata extraordinariamente comprimiendo las otras vísceras del pez, y hace que su esófago y estómago salgan por la boca y que el contenido estomacal sea expulsado por ella.

Cuando los pescadores quieren mantener vivo uno de estos peces de profundidad, inmediatamente después de sacarlo le pican un costado con una aguja hipodérmica gruesa, para facilitar la salida de los gases de la vejiga, y es común que los peces así tratados puedan seguir viviendo para cultivarlos; esto se hace en las Canarias con los peces llamados corvinas.

Los peces que tienen su esqueleto formado de cartílago ocupan diferentes profundidades en el océano y muestran la tendencia a aplanar su cuerpo; sin embargo, este proceso no se ha realizado bruscamente sino que se han presentado una serie de etapas sucesivas según las zonas del océano que han ocupado sus antecesores durante la historia de su vida.

El primer paso de este largo camino se puede considerar representado por algunos tiburones, cuyo cuerpo presenta la forma pisciforme característica de los animales marinos nadadores, pero que viven en el fondo alimentándose de los animales que allí se localizan sin necesitar desplazarse a grandes distancias y sin realizar ascensos; éste es el caso de los llamados "tiburones dormidos" que viven, principalmente, en fondos arenosos a profundidades comprendidas entre los 10 y 90 metros, permaneciendo inactivos durante el día y cazando en la oscuridad.

Otros parientes de estos tiburones son los que penetran en aguas dulces, manteniéndose permanentemente en este medio. El caso más típico de ellos es la especie que vive en el Lago de Nicaragua.

El segundo estadio en la posible adaptación a la vida en los fondos por parte de los tiburones está representado por los llamados "tiburones cerdo", denominados así porque sus orificios nasales o narinas se colocan laterales a la boca, que es frontal, y su cabeza tiene el aspecto de un cerdo; además, su aleta dorsal presenta una espina conectada con una glándula venenosa característica, que marca una fuerte especialización bentónica, ya que en los peces de fondo se manifiesta esta adaptación de presentar dispositivos punzantes y venenosos para su defensa debido a su pasividad.

Se cree que la especie que ha conseguido la mejor adaptación a las profundidades entre los tiburones es el "tiburón jaspeado", que, además de tener su cuerpo una coloración y textura semejante al fondo del mar, lo que lo hace prácticamente invisible, presenta la región anterior que comprende la cabeza y la primera parte del cuerpo, totalmente aplanada, por lo que se empieza a señalar la forma de las rayas. Los tiburones alfombra pasan la mayor parte de su vida inmóviles sobre los fondos.

El proceso de adaptación a la vida de las profundidades o vida bentónica alcanza su máxima expresión en los peces cartilaginosos como las rayas y sus afines, por ejemplo, el pez guitarra y los torpedos. Las rayas tienen su cuerpo aplanado de la región dorsal a la ventral y nadan exclusivamente ondulando sus grandes aletas pectorales, de tal forma que la cola no interviene. Algunos de ellos desarrollan un largo aguijón venenoso en la región anterior a la cola, que puede ser movido en todas direcciones para repeler cualquier tipo de ataque en acción de defensa. Viven en los fondos de grava, arena o fango.

Los peces planos cartilaginosos rubrican sus dotes de adaptación con la llamada "mantarraya gigante", uno de los animales más grandes del mar, que puede llegar a medir hasta 18 metros de punta a punta de sus "alas" o aletas pectorales y pesar hasta 2 000 kilogramos, siendo muy abundante en los mares subtropicales y templados. En contraste con su extraordinario y aterrador porte, esta mantarraya es un tranquilo comedor de los pequeños organismos que flotan, formadores del plancton. Aunque generalmente se encuentra posado sobre el fondo, es capaz de dar grandes saltos fuera del agua produciendo un fuerte sonido al caer, y posiblemente lo hace para eliminar los parásitos de la superficie del cuerpo.



Figura 22. Mantarraya gigante.
Cortesía de la Revista Técnica Pesquera

Los peces que viven a grandes profundidades también van complicando su estructura de manera gradual. Un primer ejemplo que apenas manifiesta ligeras variaciones sería la merluza, que presenta largas aletas dorsales y que vive en las zonas areno-fangosas hasta 800 metros de profundidad. Al contrario de lo que sucede con otros peces de fondo, la merluza es muy activa. También en estos lugares se encuentran los meros, las chernas y sus afines que habitan, sobre todo, los grandes fondos de los mares tropicales, presentando su cuerpo coloraciones rojo oscuro.

Uno de los grupos de peces óseos que exhiben las transformaciones más acentuadas, considerados como los de mayor adaptación entre ellos a la vida de las profundidades, son los lenguados y platijas, en los que el cuerpo sufre un aplanamiento tomando la forma de una lámina posada sobre el fondo del mar, y sus ojos y la abertura branquial se desplazan hacia la cara del cuerpo que queda dirigida a la superficie del mar, por lo que parece que sólo tienen estas estructuras en uno de los lados de su cuerpo, mientras el otro es de color pálido y no presenta órganos de la vista o la respiración; por ello también se les llama "peces uno".



Figura 23. Lenguado cuyo cuerpo se aplana hasta formar una lámina.

Estos peces colocan sus huevos en la superficie del agua y de ellos sale la cría con aspecto de un pez con simetría bilateral, el cual, después de un mes, coloca la cara izquierda de su cuerpo sobre el fondo, e inicia los cambios adaptativos. Primero se observa que el ojo y la agalla o branquia del lado izquierdo se trasladan hasta colocarse junto al ojo y la agalla derechos; la pigmentación desaparece en la cara inferior, mientras en la superior se acentúa pudiendo cambiar según el tipo de fondo en el que vive, y se alimenta de los gusanos, crustáceos y moluscos que ahí se encuentran.

Otro tipo de arquitectura del cuerpo de los peces que parece haber obtenido un gran éxito en la adaptación a la vida de los fondos en donde se tiene que soportar grandes presiones atmosféricas es el que se ha llamado "anguili-forme", representado, sobre todo, por las llamadas morenas, formidables depredadores que tienen un aspecto serpentiforme.

Muchos grupos de peces óseos han logrado una perfecta adaptación a la vida de los fondos oceánicos. La diversidad de estos originales peces es inmensa; por ejemplo, se encuentra a los simpáticos "peces erizo", que tienen su cuerpo cubierto por protuberancias espinosas y son capaces de hincharlo cual globos vivientes para defenderse.

La mayoría de los peces de las zonas profundas del océano son relativamente pequeños, mientras que los invertebrados que se localizan en los fondos presentan tamaños más grandes que los de aguas someras.

Esto se ha observado, por ejemplo, con las anémonas colectadas en las fosas del Océano Pacífico, que han llegado a medir hasta dos metros, en lugar de unos cuantos centímetros que tienen las de la zona costera.

Los calamares gigantes del género Architeuthis son los mayores invertebrados que se encuentran en las grandes profundidades oceánicas, por lo que son poco conocidos por los investigadores y sólo se han podido estudiar los que varan accidentalmente en las costas. El de mayor tamaño que se ha reportado es uno que llegó a la costa neozelandesa, en el año de 1886, que medía 18 metros de longitud total, correspondiendo a sus tentáculos solamente 12 metros.

En las mayores profundidades del océano, la misma presión puede resultar una ventaja, ya que los seres marinos se acomodan a ella utilizando varios aspectos de su ciclo vital, como la alimentación. Los seres abisales suelen alimentarse de detritos, es decir, restos vegetales y animales en descomposición, que les caen de niveles más altos. Estos detritos tienen un peso que los obliga a descender; su caída es más rápida cuanto más aumenta la presión, ya que ésta contrae al cuerpo de los restos, lo que los hace más pesados y por esto se hunden.

Una de las causas que podrían dificultar la vida de los seres marinos de grandes profundidades es la carencia de los gases respiratorios, como el oxígeno; sin embargo, se ha demostrado que este gas se reparte de manera uniforme en el agua del mar de acuerdo con sus movimientos, oleaje, mareas y corrientes. Esto hace que la respiración de estos organismos se pueda realizar a cualquier profundidad, en las mismas circunstancias que en la superficie.

El hombre, para explorar las grandes profundidades del océano, no se ha conformado con obtener sólo sus muestras sino que ha tratado de llegar a ellas; sin embargo, tiene que tomar una serie de precauciones, por lo que ha diseñado una gran cantidad de instrumentos para tratar de lograrlo.

Uno de ellos es la escafandra autónoma, elaborada por el famoso comandante Cousteau, que tiene depósitos de aire comprimido de 200 atmósferas equivalentes a una profundidad de 2 000 metros en el mar. Cuando el buzo va bajando a diferentes regiones y soportando la presión del interior de su cuerpo con la del medio ambiente, puede descender sin peligro alguno. Pero tendrá que hacer el retorno a la superficie con la lentitud necesaria, realizando periodos de parada que permitan la descompresión, ya que, de no hacerlo así y subir rápidamente, se producirían burbujas en la sangre capaces de provocar la muerte.

La tranquilidad y el reposo de las aguas de los profundos abismos del mar hace que los seres abisales no tengan que contrarrestar la acción de las corrientes y, mucho menos, la del oleaje, que no se dejan sentir. Sin embargo, tienen que adaptarse a la acción de las grandes presiones que ahí se encuentran, lo que ha hecho que su cuerpo se aplane y que su morfología se acomode para que los animales puedan desarrollar sus funciones; haciendo más diversa la forma de su cuerpo y las características de sus estructuras.

El estudio de estos fenómenos que se presentan en los animales de los fondos marinos de acuerdo con las presiones que soportan, permitirá al hombre satisfacer su anhelo de contemplar este maravilloso mundo introduciéndose en él, para gozar del espectáculo de las aguas profundas, de los paisajes sin luz de los abismos impresionantes y de los animales condenados, de por vida, a no saber lo que es el Sol.

Se puede asegurar que se está muy cerca de que se pueda bajar, en viajes de turismo, hasta unos cuantos miles de metros de profundidad, para observar la diversidad de seres vivos que se han adaptado a vivir en las profundidades.

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