IV. EL PROGRAMA VITAL

"VED LA SEMILLA DE MOSTAZA..."

UNA parábola evangélica invita a considerar como una pequeñísima semilla se transforma en un arbusto donde anidan los pájaros. Es un hecho maravilloso y vale la pena considerarlo con cierto cuidado.

El cuerpo de la planta de mostaza, como el de toda otra planta o animal, viene de una célula, oosfera en las plantas y óvulo en los animales, que en el hombre mide menos de medio milímetro. Cuando la oosfera o el óvulo son fecundados empiezan a dividirse una y otra vez hasta formar un cuerpo cuyo peso puede ser de muchos kilogramos. En este proceso de desarrollo del individuo ocurren dos fenómenos diferentes pero simultáneos: el crecimiento y la diferenciación.

El óvulo fecundado se divide en dos células que crecen al tamaño de la célula madre, dividiéndose luego para dar cuatro células que crecen al tamaño de la madre y se vuelven a dividir y crecer, y así una vez tras otra. Quien crea que este proceso de duplicación es muy lento para formar el cuerpo de un elefante con miles de millones de células; deberá releer la anécdota atribuida al inventor del ajedrez que pidió como premio que en cada casilla del tablero se duplicara el número de granos de trigo de la casilla anterior empezando con uno... y no pudo hacerse ni aun dándole todo el trigo del reino. Este fenómeno da por resultado el aumento en tamaño y peso del individuo, lo cual se denomina, estrictamente, crecimiento. Si siempre estuviéramos en crecimiento, nuestro cuerpo sería una masa de células iguales entre sí. Tal es el caso de las algas, hongos y esponjas, pero en los animales y plantas superiores las células que forman el cuerpo han seguido diferentes destinos: unas tienen gruesas paredes y dan firmeza al cuerpo del vegetal, otras poseen cloroplastos o plastos fabricantes de almidón (amiloplastos) y fabrican los alimentos básicos, otras son muertas, huecas, y se unen unas a otras formando tuberías por donde discurre el agua y las sales del suelo, etc. Lo mismo ocurre en el animal, aunque, por supuesto, las formas y funciones de las células —los tejidos celulares— son diferentes. Este fenómeno de diversificación y especialización celular se denomina diferenciación.

Tanto en vegetales como en animales las células, además de diferenciarse y especializarse, se organizan entre sí para dar un todo integrado y armónico: un individuo. El problema de la forma del ser vivo es bastante misterioso aún. El óvulo de una jirafa, un fresno o una muchacha hermosa es una célula esférica; a partir de ella irá tomando forma un animal o planta con un cuerpo determinado, invariable en sus rasgos fundamentales aunque las condiciones del medio varíen. Por cierto, es un cuerpo adaptable a las circunstancias por medio de pequeñas variaciones pero no pierde sus características y su forma básica. Es una buena lección ésta de saber adaptarse para sobrevivir, sin por ello perder la autenticidad orgánica fundamental

¿Cómo es que de una célula esférica surge un cocodrilo y de otra célula al parecer casi idéntica se forma una reina de belleza? Es el plano de división de las células el que va conformando el cuerpo del individuo: si las células se dividen siempre en un plano formarán una cinta, si lo hacen en dos planos originarán una superficie y si se dividen en tres planos se formará un volumen, un cuerpo tridimensional. De modo que para formar una nariz las células sufren tantas divisiones en esta dirección ahora tantas otras en dirección diferente, como las señoras cuando tejen diez puntadas a la derecha, cinco en reversa... pero operando en las tres dimensiones del espacio.

Pero ¿quién y cómo ordena a las células la posición del plano de división, los cambios de dirección y ritmo? En principio, los genes. Todos sabemos que de una gata nacen gatitos y de las semillas del nogal surgen nogalitos; las órdenes son hereditarias y van en las largas fibrillas de ADN que se rodean de cromatina formando los cromosomas, que se alojan en el interior del núcleo celular. Tenemos, plantas y animales, dos juegos de cromosomas: uno ha venido del padre y el otro de la madre, de modo que para cada característica tenemos dos genes o sea dos oportunidades, dos caminos de diferenciación, lo que es un seguro para el correcto desarrollo. Pero además de las órdenes genéticas en el destino que siga una célula influyen los mensajes químicos que reciba de las células vecinas cuando aún es muy "infantil". Los experimentos de los embriólogos han demostrado que si bien cada célula lleva, en principio, la posibilidad de formar cualquier tipo de tejido y estructura celular, su destino de hecho está normado por las relaciones con las células vecinas, de modo que la mayoría de sus posibilidades quedan reprimidas y solamente unas pocas se hacen realidad (véase el apartado "Información para la vida" en este mismo capítulo).

PAREJAS... PAREJAS... PAREJAS

En la cultura occidental regalar una flor siempre ha significado que se ama a la persona a quien se da. El amante lleva flores a la amada, y qué bien que sea así, pues además de hermosa y poética una flor es el órgano sexual de la planta, así que el simbolismo es más profundo, aunque esto quizá parezca poco delicado a los románticos ñoños (¿quedarán aún ejemplares?).

Si se mira con atención una flor se verán unos filamentos con una cabecita generalmente amarilla; son los estambres, forman el aparato sexual masculino y en las cabecitas se encierra el polen, células que llevan el gameto masculino y que forman un polvo amarillo. Como las personas, las flores pueden ser unisexuales o bisexuales, así que puede ser en otra flor diferente, o en la misma que lleva los estambres, donde se encuentre un filamento casi siempre más largo que ellos —a veces más corto—, sin cabeza amarilla y el cual parte de una esferita que hay en su base; es el pistilo u órgano sexual femenino y la esferita es el ovario que contiene los óvulos, estructuras en que, a su vez, se encuentra la oosfera o gameto femenino.

El polen puede caer sobre el pistilo de la misma flor, ocurriendo una autofecundación, o ir a parar a otra flor llevado por el viento o por insectos. Al caer sobre el pistilo se hincha con la humedad del ambiente y al romperse la cubierta deja escapar una célula con dos núcleos, uno vegetativo y otro germinativo que es el gameto masculino. Entonces esta célula empieza a labrarse un túnel a lo largo del pistilo; va comiendo los tejidos y horadando su camino en busca del óvulo. Para que esto suceda el pistilo debe "dar el sí" y dejarse comer: por ejemplo, si un grano de polen de una especie, pongamos por caso el huizache (Acacia), cae sobre un pistilo de otra especie, por ejemplo de naranjo, no hay compatibilidad química, el pistilo no se deja comer y el polen muere.

Si el pistilo es receptivo al polen, éste labra su túnel que se llama tubo polínico pero podría llamarse con propiedad túnel del amor para que finalmente la célula masculina penetre en el ovario y se dirija a un óvulo. En este momento, si es que no había sucedido antes, el núcleo vegetativo desaparece y el germinativo o gameto se divide en dos. Es curioso que aunque la flor esté colgante o erecta y sin soportar la posición de los óvulos dentro del ovario, los gametos masculinos van a ellos sin cerrar camino como si los olfatearan; y así es, más o menos, pues los perciben por medio de hormonas especiales.

Llegando ambos gametos masculinos a los óvulos se fusionan con las células femeninas para dar lugar a la semilla: un gameto fecunda a la oosfera o gameto femenino y el otro se fusiona con dos núcleos formando un trío. De la oosfera fecundada se formará el embrión y luego la planta hija; del trío se forma una masa de células que se llena de alimentos y constituye la reserva de nutrientes para posibilitar la germinación y el crecimiento de la plantita hasta salir del suelo. Muchas veces, por supuesto, la semilla es comida por ratones, aves o por el hombre para aprovechar su almidón, proteínas o aceites grasos.

Al fusionarse las células se fusionan también los núcleos en cuyo interior van los cromosomas. Éstos son cadenas largas y finísimas de ADN (ácido desoxirribonucleico) donde están registradas químicamente las características heredables del individuo, o sea los genes. El que la planta sea alta o baja, precoz o tardía, de flores rojas o blancas, todo va previsto en el ADN que dará órdenes a la maquinaria química celular para que se ponga a fabricar tales o cuales moléculas. El ADN lleva registrada también la secuencia en que se comunicarán las órdenes y el tiempo en el que, en el futuro, se harán operativas.

Las células madres de los gametos tienen cada cromosoma por duplicado (estado diploide), pues uno estaba en la oosfera y el otro en el gameto masculino; antes de la apertura del botón floral las células madres de los gametos sufren cambios y reducen sus cromosomas a la mitad, y cada gameto se queda con sólo un cromosoma de cada clase; así es que cada gameto masculino o femenino lleva órdenes completas para todas las características del individuo pero en una sola edición (estado haploide). Al fusionarse los núcleos se conjuntan los cromosomas de ambos gametos y se vuelve al estado diploide; de tal manera, para cada carácter hereditario el óvulo fecundado —y por tanto el individuo que de él se forma— tiene una doble oportunidad; puede ser así o asá. Claro que en el caso de una flor que se autofecunda ambos juegos genéticos son iguales y no existen alternativas hereditarias.

Las células del óvulo empiezan a dividirse en dos, cuatro, ocho, dieciséis... Pero ya desde antes de la fecundación el óvulo "sabía" lo que iba a suceder, pues el aporte de productos químicos del polen le advierte sobre su presencia; entonces la planta empieza a movilizar los nutrientes de las hojas y la raíz hacia las flores y el ovario se fija fuertemente a la rama y empieza a desarrollarse, fenómeno que el horticultor llama prendimiento o cuaje del fruto. El ovario va a formar el fruto y los óvulos forman las semillas constituidas por el embrión (que viene de la oosfera fecundada) y el endospermo, una masa de células con nutrientes. Sucede a veces que los óvulos fracasan en su desarrollo abortando las semillas, pero como ya el ADN había girado las órdenes para ello, se desencadenan los procesos orgánicos, el ovario sigue su desarrollo y se forma un fruto sin semilla. Si no ocurre aborto sino que todo procede normalmente, se forma un nuevo ser en la planta madre, un embrión —o muchísimos de ellos— cuyas células llevan el ADN con las instrucciones necesarias para que se desarrolle una nueva planta de frijol, o un roble (o una avestruz, o una belleza como... la mujer de sus sueños).

El hombre ha llegado a conocer las hormonas que intervienen en el cuaje del fruto de modo que en muchos casos puede aplicarlas a las plantas para obtener frutos sin semilla o para hacer que las flores "peguen" en mayor porcentaje. Ésta es una de las aplicaciones de las hormonas más utilizadas.

INFORMACIÓN PARA LA VIDA

La información para la vida está muy bien resguardada. Dentro del cuerpo del individuo están sus órganos sexuales, dentro de ellos están las células reproductoras o gametos y en el interior de ellos se encuentra el núcleo que guarda las cadenillas de ADN donde se codifican las características hereditarias, o para hablar con mayor precisión, las órdenes para que se realicen las características individuales heredables. Éste es un proceso un tanto complicado que se expondrá en forma superficial y esquemática.

Cuando la célula termina de dividirse queda en disposición de llevar a cabo el proceso de transmisión de la información para la vida; en este periodo los cromosomas, que durante la división celular tenían las cadenas de ADN recubiertas por una capa de proteína y semejaban salchichas, pierden dicha capa quedando el ADN expuesto directamente al medio del interior del núcleo. Entonces ocurre el proceso:

1) Cada cadena de ácido desoxirribonucleico (ADN) se duplica en otra de material muy parecido: el ácido ribonucleico (ARN). La duplicación se efectúa tomando materiales del jugo celular, los cuales se van ordenando de manera que cada gene del ADN pasa a quedar impreso en el ARN.

2) Así se forman dos clases de ARN. Una es el ARN mensajero que sale al protoplasma en forma de largas cadenas que llevan impreso el mensaje del ADN. La otra es el ARN de transferencia que sale al protoplasma en forma de cadenitas muy cortas que difieren una de otra en un detalle de su composición química; cada tipo de cadenita se liga a un aminoácido determinado de los que se encuentran en el plasma celular.

3) Las cadenillas del ARN de transferencia con su aminoácido ligado se van colocando a lo largo de la cadena larga de ARN mensajero, y se sitúan en un lugar determinado por la configuración química. Así, los aminoácidos se van colocando en lugares precisos determinados por el ARN, el cual se constituyó conforme a la configuración del ADN.

4) Finalmente, los aminoácidos se ligan entre sí y se desprenden del ADN para constituir una proteína estructural o una enzima característica del individuo en cuestión. Así, las órdenes hereditarias (genes) en el ADN se hacen operativas dando un modo de ser al individuo.

Aquí surge una dificultad que fue un problema desde que Morgan estableció la teoría cromosómica de la herencia. Todas las células del individuo provienen de la multiplicación del óvulo fecundado, por tanto, todas tienen los mismos cromosomas y genes; entonces ¿por qué no son todas las células iguales entre sí? ¿Por qué existen diferencias no sólo entre los diversos grupos celulares, sino también a través del tiempo? Para poner un ejemplo, si el óvulo del que provengo llevaba el gene para formar pelo ¿por qué no tengo pelo en todas las células, en todo el cuerpo como un hombre lobo. Y por otra parte, si llevaba el gene para ser barbado ¿por qué a los cinco años no poseía grandes bigotes y poblada barba, si los genes estaban presentes?

La explicación se debe a dos franceses, Monod y Jacob, y se conoce como teoría del operón o de la represión génica. Esta teoría postula que además de los genes que ordenan formar tales o cuales clases de proteínas, llamados genes operadores, existen otros genes llamados genes reguladores, cuyo papel es reprimir la acción del gene operador. Los genes represores están en interacción con los agentes del medio externo; así, bacterias que pueden sintetizar enzimas para digerir diversas clases de azúcares solamente hacen aquella enzima apropiada para deshacer la única clase de azúcar que hay en el medio, y así los genes que ordernan la síntesis de las otras clases de enzimas quedan inactivos. Se pensó que el azúcar, por sí misma, le "dice" a la bacteria qué tipo de enzima debe fabricar, pero no es así: como lo expresa Jacob (El juego de lo posible, Editorial Grijalbo) "...El azúcar actúa simplemente como una señal para iniciar la síntesis de la proteína (enzima) poniendo en marcha una serie de procesos regulados por los genes hasta el mínimo detalle". Este sistema operador-regulador se conoce con el nombre de sistema operón.

Es satisfactorio y aleccionador darse cuenta de que en los fundamentos mismos de la vida se encuentra un "cogobierno". El gene operador no opera a su libre arbitrio, sino que sobre él se encuentra un represor que a su vez actúa, podría decirse, como "a petición de... ", y conforme a las necesidades del medio. Hay pues una correspondencia entre las posibilidades genéticas —si no hay gene operador la característica no puede aparecer— y las necesidades que impone el medio, y esta armonía asegura la eficiencia y buena marcha de la sociedad de organillos que es la célula. Una lección que muchos gobiernos y muchos empresarios, para quienes sus gobernados y obreros únicamente deben callar y obedecer, no han podido asimilar.

Entre las moléculas del medio que actúan sobre el sistema operón son muy importantes en los seres multicelulares las que fabrican las células vecinas. El conjunto celular actúa sobre cada célula particular reprimiendo unos genes y activando otros para dirigir el destino de cada célula en función de un destino común: formar un todo armónico, un individuo a cuya organización se supeditan las potencialidades de cada célula.

En principio, cada célula procedente del óvulo fecundado lleva todas las potencialidades de formar un individuo completo puesto que lleva todos los cromosomas con sus genes; sin embargo, las represiones génicas las incapacitan para ello y las células del embrión vegetal o animal han perdido incluso la capacidad de permanecer con vida si se les separa de sus compañeras. Sin embargo, en la actualidad se han desarrollado técnicas que permiten a un conjunto de pocas células establecerse en un medio de cultivo en un frasco de vidrio en el laboratorio y desarrollarse hasta dar una plantita. Con células animales aún no se puede llegar a tener un nuevo individuo pero sí pueden conservarse y reproducirse en condiciones controladas; tal es la técnica de cultivo de tejidos. La masa de células en cultivo puede seccionarse una y otra vez y así obtener muchas plantitas idénticas entre sí, pues todas vienen de una célula o de unas pocas células; esto es lo que se denomina clonación y ya tiene muchas aplicaciones en floricultura y horticultura.

El cultivo de tejido y la clonación han dado a los escritores de ciencia la posibilidad —ya prevista por Huxley en su libro Un mundo feliz— de tener una legión de hombres-robot que ejecuten los trabajos rutinarios o indeseables. Aún no existen, realmente, técnicas para hacerlo pero es muy posible que en el futuro lleguen a hacerse realidad. Entonces habrá grandes discusiones sobre la dignidad esencial del hombre, la libertad individual, el derecho a la realización de la persona y toda esa clase de cosas que molestan a los tecnólogos porque no pueden pesarse en una balanza analítica ni observarse por medio de un espectómetro... Aunque tal vez algún día aprendamos a hacerlo.

EL CAMINO DE LA VIDA

Plantas y animales inician su vida como una célula fecundada que se divide una y otra vez dando lugar a un embrión. ¿Cuándo el nuevo ser es ya un individuo aparte de la madre? Genéticamente, desde el momento de la fecundación, puesto que a partir de ahí existe un conjunto de genes y por tanto de características individuales únicas, diferentes a todas las que existen o hayan existido. Es cierto que las características no se han hecho una realidad anatómica o fisiológica pero ya existen como realidad bioquímica y celular, y la bioquímica celular es la base de la vida. Anatómicamente el nuevo ser empieza a existir cuando es reconocible como tal; al principio, tanto un roble, como un hipopótamo, como un hombre son una pelotilla compuesta por un número creciente de células; poco a poco van esbozándose las formas específicas y llega el momento en que cualquiera puede decir —en algunos casos tal vez se precise de un real conocedor— qué clase de planta o animal es. Funcionalmente el embrión va formando sus órganos pero es dependiente de la madre, planta o animal, de donde le llegan alimentos, oxígeno, agua y que le brinda cubiertas protectoras; está unido al cuerpo materno por alguna estructura anatómica, y hasta que nace se separa de la madre de manera anatómica y funcional y se tiene sin lugar a dudas un individuo diferente. En el caso de los animales lo que era un óvulo se independiza y se transforma en un nuevo ser; en el caso de las plantas se independiza todo el ovario, que forma el fruto. La estructura sobreviviente, la semilla, proviene del óvulo, y estrictamente hablando proviene de una de las células del óvulo, la oosfera fecundada, que es la que forma al embrión. El problema de cuando el nuevo ser es un individuo y no una parte del cuerpo materno ha dado lugar a muchos debates en el caso de la especie humana.

Al microscopio todas las células del embrión vegetal se miran iguales y no parecen tener "pies ni cabeza". Pero sí tienen: si se corta un embrión transversalmente por el medio y se pone cada mitad en un medio de cultivo, una de ellas se desarrollará dando un talluelo sin raíz y de la otra se formará un radícula sin tallo. Esto prueba que, aunque no se detecte al microscopio, las células son diferentes en su estructura molecular y tienen ya represiones génicas diversas; fisiológicamente ya está inscrito su destino futuro. El término técnico es que se han diferenciado, y este proceso se hará evidente en cuanto la semilla germine pues cada grupo de células formará diferentes estructuras. Se forman así los diversos tejidos de la planta: los que conducen agua y sales (xilema) o alimentos elaborados (floema), los que fabrican y almacenan los nutrientes (parénquimas), los que afirman el cuerpo del vegetal (fibras de colénquima y esclerénquima) y los protectores del cuerpo (epidermis y peridermo). Los tejidos se organizan entre sí para formar la raíz, el tallo con sus ramas, las hojas y más tarde las flores y frutos, que son los órganos vegetales. Todo ello sucede de modo secuencial, armónico, de manera que de la diversidad celular se forma un todo único: el individuo. Éste es el proceso de morfogénesis cuyo lema sería ex pluribus unum.2 [Nota 2]

El proceso de diferenciación y morfogénesis ha hecho surgir de nuevo la antigua disputa sobre el finalismo. Aristóteles explicaba la existencia de las estructuras orgánicas por su finalidad. Al rechazar a Aristóteles los racionalistas del siglo XVIII repudiaron todo finalismo y sus herederos positivistas se dieron a rebuscar estructuras inútiles como el apéndice intestinal, las tetillas en el mamífero macho, la glándula pineal etc., que proponían como ejemplos de que las estructuras biológicas no son causadas por una función necesaria, sino determinadas por la evolución. En realidad las estructuras inútiles son muy contadas y aun cuando fuesen meras reliquias evolutivas alguna vez debieron ser estructuras útiles con una finalidad determinada. La tendencia actual es aceptar la finalidad de las estructuras orgánicas pero no en sentido aristotélico sino como producto de una evolución por la selección de los individuos mejor adaptados genéticamente (véase el capítulo VI, La evolución de la vida, el apartado "Mendel y el gene"). En este espinoso tema será mejor ceder la palabra a alguien más autorizado, François Jacob, coautor de la teoría del operón y Premio Nobel: "... no se puede hacer biología sin referirse constantemente al 'proyecto' de los organismos, 'sentido' que da la existencia a sus estructuras y funciones. Vemos pues que distinta es esta actitud del reduccionismo que ha prevalecido durante tanto tiempo" (La lógica de lo viviente, Salvat)

Tanto el desarrollo de la planta como el del animal son procesos fásicos, o sea, no continuos como el crecimiento, sino que proceden por salto de un estado del desarrollo a otro. De los cinco a los quince años el niño sufre cambios cuantitativos (peso, altura) pero no cualitativos; de pronto, en pocos meses, aparecen los signos de la virilidad o de la femineidad y se entra en la etapa de la juventud. Durante unos quince años ocurren pocos cambios, pero pasada la edad de treinta años vienen cambios metabólicos y se inicia la fase de madurez. Este estado se mantiene durante largo tiempo pero después de los sesenta años se sufren nuevos cambios fisiológicos y sobreviene la vejez.

La planta también sufre un desarrollo fásico. En tanto la semilla permanezca en un ambiente fresco y seco el embrión queda en letargo. Al absorber agua la semilla se hincha y las células del embrión se activan, sus genes se desreprimen y determinan la aparición de hormonas que facilitan la consecución de energía al deshacer los almidones (giberelinas), luego aparecen hormonas que activan la división celular (citocininas) y poco después las auxinas, que promueven el alargamiento de las células, su diferenciación en tejidos y su organización en estructuras de mayor integración. Se forma así una plantita infantil que se abre paso a través del suelo hasta salir a la superficie. La plántula está sujeta a ciertas enfermedades, tiene tales o cuales requerimientos de temperatura y de intensidad lumínica y exige determinados foto o termoperiodos (véase el capítulo III, "La regulación de la vida"). Estas exigencias climáticas y la resistencia o susceptibilidad a enfermedades se mantienen unas pocas semanas y luego cambian en la planta juvenil; los nuevos requerimientos fisiológicos se mantienen por un tiempo en tanto los tallos de la planta aumentan de tamaño y se ramifican. De pronto la planta se cubre de botones florales: ha entrado en su madurez sexual lo que se acompaña de cambios en las respuestas a los estímulos externos; generalmente exige temperaturas más elevadas y días más largos, hay plantas que no florecen por no recibir suficiente insolación; también pueden volverse susceptibles a enfermedades que antes no las atacaban. Al final la plantita se torna senil y muere; las personas que tienen contacto con las plantas creen quizá que los árboles no envejecen, pero cualquier fruticultor sabe que cuando sus manzanos o sus naranjos llegan a cierta edad no responden ya al abonado u otras prácticas de labranza y si desea mantener la productividad de su huerto debe sustituirlos por árboles jóvenes.

EL SEXO Y LA MUERTE

¿Todo lo que vive tiene que morir? Consideremos un poco qué entendemos por morir. Una gata da a luz su camada y luego muere del parto o por otra causa; ocurrió un acto de reproducción —ahí están los gatitos— y un acto de muerte —ahí está el cadáver de la gata— todo simple y claro. Veamos otro animal: una amiba. Crece, se parte en dos al reproducirse, vuelve a crecer y a partirse en dos de nuevo... y así ha venido haciéndolo desde la amiba primordial, porque omnia cellula ex cellula y omnia amoeba ex amoeba.3 [Nota 3] ¿Cuándo murió? ¿Al dividirse? Pero entonces, ¿dónde está el cadáver? Se podría argüir que al dividirse en dos la individualidad de la amiba desapareció o murió y nacieron otras dos individualidades. Pero estas amibas tienen los mismos genes que la "madre", así que sus individualidades son idénticas a ella. Y donde hay muerte hay alguien muerto, un cadáver. ¿Dónde está el cadáver de la amiba "madre"? En los organismos unicelulares hay un individuo vivo ininterrumpidamente desde el que apareció en el periodo Precámbrico hasta el que estamos mirando bajo el microscopio.

Sin embargo en las amibas y protozoarios en general sí existe el fenómeno de muerte natural. Cuando se coloca un amiba o paramecia en un ambiente apropiado se divide una y otra vez dando muchos "hijos"; pero al paso del tiempo los descendientes —o la misma célula fraccionada y multiplicada, si se quiere pensar así— empiezan a mostrar torpeza de movimientos, lentitud en la tasa de divisiones, debilidad en la reacción a los estímulos de luz, calor, etc.; languidecen como los ancianos y al fin mueren. Se creía que estas células morían intoxicadas por sus propios desechos y excreciones, lo que bien puede ser, pero el caso es que languidecen y mueren aunque el medio se mantenga en condiciones apropiadas. Mueren porque envejecen. Pero entonces ¿por qué no han muerto todos los descendientes de la amiba primordial?

Si entre las amibas o paramecias envejecidas se introducen individuos procedentes de otra población, por ejemplo de alguna charca, ocurre un fenómeno que recuerda a la cópula o a la fecundación: dos individuos de diferente población se aproximan y se fusionan. Así, se efectúa un intercambio de cromosomas; luego se separan rejuvenecidos, ágiles, prontos en la respuesta a los estímulos. Si la muerte es la desaparición de la individualidad es paradójico que este fenómeno parasexual que lleva consigo el cambio en las características genéticas y por tanto en "la manera de ser y parecer" esté más cerca del concepto de muerte que la división de una célula "madre" en dos "hijas", fenómeno en el que nadie desapareció y las características individuales se conservaron intactas.

Los fenómenos de intercambio cromosómico se han observado también en bacterias y quizá existan en todos los seres unicelulares. También las células de los animales superiores sufren senilidad y muerte: Hayflick cultivó células del tejido conjuntivo de feto humano y observó que se producían formando colonias, y que después de unas cincuenta divisiones mostraban cambios degenerativos, dejaban de dividirse y luego morían. El tiempo externo, del reloj, no cuenta, pues pueden mantenerse congeladas en vida suspendida, pero el "tiempo interior" de que hablaba Carrel en La incógnita del hombre es inexorable: cincuenta divisiones y ¡basta!

Las observaciones de Hayflick y de otros investigadores parecen demostrar que la muerte va implícita en la célula viva. Entre los mensajes genéticos va uno final que implica la muerte; tal vez es la elaboración de una "proteína de muerte" que opere suspendiendo algún proceso orgánico, tal vez se determinen cambios en la arquitectura molecular y por tanto desarreglos funcionales. Pero ¿qué pasa con los organismos pluricelulares, vegetales o animales? Aunque a menudo los individuos mueren por causas externas, todos reconocemos que cada especie tiene un determinado tiempo de vida que en el hombre, por ejemplo, está entre 90 y 100 años. Las células del hombre llevan un mensaje de muerte pero algunas de ellas escapan a las consecuencias de la misma manera que los seres unicelulares: fusionándose con otra célula, recombinando los mensajes genéticos en la fecundación. Así que las células de nuestro cuerpo mueren pero de nuestras células sexuales se organiza un nuevo ser y así, de algún modo, persistimos.

La íntima conexión entre sexualidad y muerte se hace patente en la evolución de una clase de algas verde, las clorofitas. Las más primitivas son unicelulares; luego se encuentran especies en las que cada individuo es capaz de vivir por sí mismo pero por alguna misteriosa razón se ve compelido a vivir en asociación con otros individuos iguales a él formando colonias con un número constante de células. Existen líneas en estas algas coloniales en las que el número de células que forman la colonia va en aumento en cada especie sin que cambie mucho la apariencia y la fisiología de las algas que la constituyen. Se llega así al Volvox, organismo que forma unas esferillas verdes visibles apenas al ojo, constituidas por cientos de células iguales pero que muestran indicios de ser un todo individual y no un agregado celular o colonia. Llegado cierto tiempo algunas de las células del Volvox se modifican, forman gametos y ocurre la fecundación. Se forman células huevo que originan nuevos individuos; el resto del cuerpo, cientos de células, muere. Hay muerte puesto que hay cadáver y ciertamente hay un nuevo ser. Al aparecer la sexualidad aparece la muerte como el fin natural de la vida.

Este hecho podría ser utilizado por algún filósofo puritano como demostración del justo castigo que espera a los que sucumben a los nefandos placeres de la carne. La verdad es que la aparición simultánea del sexo y de la muerte es la demostración de que la vida no es posible sin un constante cambio, una perenne adaptación a nuevas circunstancias que solamente podemos afrontar con un constante recambio de posibilidades individuales, con una evolución. El sexo provee la flexibilidad genética para la evolución; en cuanto a la muerte, Jacob dice que: "... la posibilidad misma de una evolución es la muerte... impuesta desde dentro... por el mismo programa genético" (La lógica de lo viviente, Salvat).

Esta consideración parecerá, sin duda, muy fría y poco consoladora para quien se encuentra preocupado por su impermanencia y su trascendencia en el tiempo. Porque tan inaprehensible a la mente es la idea de la eternidad, del inacabable ser feliz o desgraciado, como la idea de un total no ser. Nuestra mente se mueve en el tiempo y el espacio como el pez que se mueve en el agua sin entender que está en el agua, decía Kant; no sabemos pensar sino en lo transitorio y el morir nos asusta porque no lo podemos racionalizar. Y por ello quisiéramos pensar que morir es dormir: "To die, to sleep. To sleep, perchance to dream..."4[Nota 4] y como Hamlet, queremos llevar a la eternidad nuestras virtudes y nuestros vicios: nuestro ser. Pero a veces nos asusta, porque "... in that sleep of death what dreams may come?".3

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