INTRODUCCIÓN

INTRODUCCIÓN

Las ciencias han alcanzado un desarrollo enorme en el siglo XX. Los descubrimientos y el progreso de unas causaban el fortalecimiento de otras y en una retroacción constante —las más avanzadas— "echaban una mano a las que podrían quedarse atrás. Hemos visto surgir al "científico" como una profesión de tiempo completo, ya no necesariamente unida a una labor docente exhaustiva. Profesión más o menos respetable según el país de que se trate y que está organizada y evaluada por nuevas instancias, ministerios, secretarías, consejos y sistemas, que antes no existían, pues se consideraba que la investigación científica era exclusivamente universitaria, privada o militar. Los doctorados en disciplinas científicas se multiplican por doquier y los métodos de subvención de los organismos especializados exigen proyectos previos, que son cuidadosamente evaluados por pares del solicitante. El producto final debe ser un trabajo científico publicado en una revista internacional que cuente con un buen y rígido comité editorial. Esto ha tenido una repercusión favorable en el desarrollo científico. En México ha sido notable el avance, desde los años 60, con la creación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) y más tarde del Sistema Nacional de Investigadores (SNI). Pero lo mismo que sucede en farmacología —no existe medicamento que no tenga algún efecto colateral indeseable—, esta organización de la ciencia ha originado una clase laboral compleja en la que, por una parte, "no están todos los que son, ni son todos los que están" y, por la otra, ha logrado producir un grado de angustia subliminal y prisa de publicación que no siempre redunda en la creatividad, que es producto del tiempo y de un espíritu tranquilo. Peor ha sido, el inevitable surgimiento de una serie de triquiñuelas y exageraciones, ejercidas por los investigadores en su afán de sobrevivencia, tales como dividir trabajos, publicar como autores tesis de alumnos, que simplemente corrigieron, etcétera.

En este libro deseamos dar a conocer; muy resumidas, las biografías —y lo más importante de su obra— de cinco médicos investigadores, que llegaron a México en los años cuarenta, exiliados después de la Guerra Civil Española. Es decir; poco antes de la explosión de los organismos impulsores de la ciencia en México. Ellos se formaron en Europa (España, Alemania, Inglaterra y la entonces Unión Soviética). A excepción del más joven, los otros cuatro tuvieron una formación muy semejante, siendo becados de la junta para ampliación de Estudios y viviendo y trabajando en la Residencia de Estudiantes en Madrid. Los cinco fueron brutalmente arrancados de sus labores de investigación por la guerra y durante varios años ejercieron puestos en el ejército y en el gobierno de su país. ¿Cómo es que luego de esos avatares se reintegraron a la disciplina de la investigación científica? ¿Qué papel desempeñaron las instituciones que en México se ocupaban de la ciencia en esos días? ¿Qué tanto aportaron al conocimiento y qué alumnos formaron? Éstas son algunas de las preguntas que pretendemos responder. Cuatro de nuestros protagonistas ya fallecieron. Poco antes del retiro de uno de ellos, comentaba con él que es posible que la muerte no exista como un hecho final y único. Tal vez sólo en la muerte accidental de los muy jóvenes. En realidad la muerte es un proceso que comienza con el nacimiento. Cada época que pasa morimos un poco, pero no me refiero a que sea un proceso continuo, como el envejecimiento gradual. No, morimos un poco puntualmente con cada fracaso, con cada desilusión, con cada ser amado perdido, con cada teoría reconocida como equivocada y que nos guió por años; también morimos un poco con los éxitos tardíos, que llegaron con retraso y nos hacen golpearnos y rebotar contra el techo, a deshora. Por eso la muerte final de los viejos es la suma de todas las pequeñas, fugaces, muertes. ¡Es la gota que colmó la copa! Lo único que hace tolerable esta situación es que la vida, la existencia, se comporta de la misma manera, como un proceso puntual de momentos de tal felicidad y entusiasmo, que parece que vamos a estallar.

Sería muy fácil decir entonces que el camino a seguir es disminuir en lo posible las muertes periódicas y aumentar los momentos felices. En realidad en esta búsqueda estamos empeñados todos, pero con muy poco éxito, tal vez por falta de un método realmente adecuado. Pero, en realidad, no podemos negar que sin la muerte la vida sería aburridísima. Supe de alguien que tenía un amigo que leía todos los días las notas necrológicas de los periódicos para tener la satisfacción de que él no estaba en ninguna, pero al mismo tiempo le divertía la idea de que el día en que sí apareciera su obituario, él no lo leería.

México siempre ha estado un poco desfasado de los aconteceres universales. La Revolución Mexicana que comenzó en 1910 duró más de once años. Ese periodo abarca también la primera Guerra Mundial, de 1914 a 1918. Pero nuestro país se estabiliza y crece enormemente justo después, cuando Europa vuelve a ensangrentarse con el fascismo y el nazismo, la campaña de Abisinia, la Guerra Civil Española y desde 1939, con la segunda Guerra Mundial. Es ese el periodo en que México, bajo el gobierno del general Lázaro Cárdenas, recibe inmigrantes europeos en gran número y los incorpora a su economía y a sus universidades. ¡Hasta un melancólico rey europeo y una bella checoslovaca que ingresó a nuestro cine se paseaban por la avenida Juárez! Esto coincidió con que en México comenzaban a verse los frutos de la revolución, con un auge en las ciencia, pero sobre todo en las artes y en las humanidades.

Analizar cómo se formaron, cómo trabajaban y cuál fue realmente la trascendencia de estos emigrantes es de gran interés hoy día. Ante todo es necesario aclarar algo importante en cuanto a sus publicaciones y en qué revistas las hacían. Todos los inmigrantes de esa época, de cualquier lugar; especialmente de Europa se sentían muy agradecidos con México. Los investigadores y profesores pensaban que era su deber publicar en revistas mexicanas. En la biomedicina contribuyeron a fundar el Boletín de Estudios Médicos y Biológicos, y ya existían los Archivos de Neurología y Psiquiatría, los de Cardiología, los Anales del Instituto de Biología y La Gaceta Médica de México, órgano de la Academia Nacional de Medicina, entre otras revistas. Los científicos inmigrantes publicaron muchos trabajos en ellas. Hay que tener en cuenta que para ellos eran revistas internacionales, extranjeras y nunca pensaron que sus trabajos se devaluarían por aparecer en español en estas publicaciones. No todos pensaban así, veamos lo que afirma Rafael Méndez (al que incluimos, en estas biografías de neurocientíficos a pesar de ser farmacólogo sobre todo del sistema cardiovascular; veremos por qué),. "En España no ha habido nunca tradición científica en ciencias biomédicas, la propia escuela de Cajal no ha cuajado en tradición lo que se hubiera esperado... Al lado de Cajal se formaron hombres de gran valía: Tello, Achúcaro, Gallego, Del Río Hortega, Fernando de Castro, Lorente de No y otros, pero sólo los tres últimos saltaron la barrera internacional. Y para hacer ciencia que se precie hay que traspasar fronteras, haciendo contribuciones que constituyan parte del conocimiento universal... Las contribuciones científicas universales, salvo alguna que otra excepción, no figuran en las revistas que se publican en idioma español."

Figuras 1 y 2. El barco inglés Stanbroock a su llegada a Orán, procedente de Alicante, el 2 de marzo de 1939. Ahí dentro estaban yo, mi padre, mi madre y mi hermana. Augusto Fernández Sartre, artista pintor y locutor de Radio Madrid durante la Guerra Civil española.

Hemos elegido a Dionisio Nieto, José Puche, Isaac Costero, Rafael Méndez y Ramón Álvarez Buylla como muestra ejemplar de lo que fue esa emigración republicana española en el campo de la investigación biomédica. Hubo muchos más, como Márquez, López-Albo, Bonet, Lafora (quien regresó a España durante el franquismo), D 'Harcourt, Rivas Cherif, Sixto Obrador Alcalde (neurocirujano quien también regresó a España y se incorporó al centro médico Ramón y Cajal, conocido en Madrid como "el Piramidón" por su descomunal tamaño y aludiendo a una droga popular), etc. Pero hemos querido limitarnos a los que fueron herederos en cierto modo de las enseñanzas y la obra de Santiago Ramón y Cajal y Pío del Río Hortega y que además fueron eminentes profesores universitarios, en la UNAM y el IPN. Mucho de sus historias será, como veremos, relatado en parte por sus propios alumnos.

Nos referimos a las neurociencias como el conjunto de disciplinas que estudian el sistema nervioso, normal o alterado. Éste es un concepto relativamente reciente. Antes de los años 60 se estudiaban como entidades separadas, ciencias relacionadas con el sistema nervioso, como la morfología y la anatomía, la farmacología, la fisiología, incluyendo la biofísica, la neuroquímica y la patología. Los métodos de vanguardia de la biología molecular comenzaron a hacer conciencia de la necesidad de un ámbito donde se discutiera todo lo neuro.

Una tarde de un verano de los años 60, después de comer; llegaron a mi laboratorio del Instituto de Investigaciones Biomédicas tres famosísimos investigadores de lo neuro. Eran Lindsley, Bullock y Galambos. Estaban muy alegres y contentos, tal vez no solamente por su misión, sino que algo ayudados por agentes externos a juzgar por un leve tufillo a buen tequila que alertó el fino olfato de mis gatos. Galambos, sin previo aviso me tomó una foto de mis pupilas, a unos 30 centímetros del ojo. Yo acababa de publicar un trabajo sobre el papel de las pupilas en la habituación y me sentí orgulloso, aunque funcional y pasajeramente tuerto por el flash. Enseguida nos explicaron el motivo de su visita, ¡estaban organizando una nueva Sociedad de Neurociencias! cuyo objetivo era evitar que los trabajos relacionados con el sistema nervioso estuvieran desperdigados en muchas sociedades plurales y querían que participara México, junto con Canadá y EUA. Al principio creí que nos estaban tomando el pelo o que el "reposado" los había euforizado demasiado. Pero el caso es que lo hicieron ¡y con qué éxito! En 1996, la Society for Neurosciences celebra su reunión anual número 26 y se presentan los trabajos de más de 20 000 asistentes.

Me quedé pensando en nuestros maestros españoles y me asaltaba la idea de que ellos eran en cierto modo precursores de todo esto, a través de sus contactos con don Santiago Ramón y Cajal y con don Pío del Río Hortega. ¡Cómo me hubiera gustado conocerlos cuando estaban en la Residencia de Estudiantes en Madrid! Y no sólo por ellos, sino por el ambiente, para poder aprender "cómo le hicieron" para convivir con los demás y conservar una amistad tan grande con gente como Federico García Lorca, Luis Buñuel, Salvador Dalí, Severo Ochoa (más tarde premio Nobel) y Juan Negrín, fisiólogo. Este último llegó a ser jefe del Gobierno de la República durante la guerra civil y, como veremos, indujo a Rafael Méndez a ocupar puestos y cumplir misiones que nunca hubiera soñado.

En estas breves notas biográficas hemos intentado exponer y conservar el entusiasmo con que estos cinco médicos, recibidos en plena juventud (promedio 22 años), se dedicaron a la investigación y a la enseñanza en México, tras un periodo de actividad bélica por los campos de Europa.

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