Muchos de los grandes trabajos de infraestructura que se requirieron para valorizar estas tierras se realizaron en el transcurso del siglo XVII. En la villa se invirtió mucho trabajo, el primer y mayor esfuerzo se dedicó a la conducción del agua desde el Ojocaliente. Para realizar esta obra fue necesaria la cooperación del grueso de la población: a la cabeza de los trabajos estuvieron el clero y el ayuntamiento. En 1644, cuando pasó por Aguascalientes el oidor don Cristóbal de la Torre, ya todo funcionaba: el acueducto, las acequias, el surtidor. Gracias al agua, que llegó hasta el barrio de Triana, la villa tomaba otro aspecto. Las huertas, los chilares, los melonares, las viñas, todo fructificaba. Los del pueblo de San Marcos también se beneficiaron con esta obra. Cuán grande sería el flujo del manantial que para todos alcanzaba y el remanente se depositaba en la llamada laguna del pueblo de San Marcos. Para aprovecharla más, allí se construyó un molino "de pan moler". Este año de 1644 la villa aprovechó la visita del oidor para pedir que se mercedara el uso del agua del manantial para toda la población, creyendo que con esto se cortaría de tajo el abuso de ciertos poderosos que querían administrar el agua a su antojo. Toda la población cooperó para pagar los 1 000 pesos en que se fijó la merced.
Se hizo igualmente un gran esfuerzo en la construcción de las Casas Reales que en 1652 ya estaban en pie. Aunque de sencilla construcción, alojaron a las autoridades de la villa y de la alcaldía. También se dio prioridad a la construcción de iglesias y conventos. Se invirtió menos en la construcción de casas particulares: casi todos los habitantes de la villa eran gente sencilla y trabajadora que se conformaron con unas cuantas piezas: un aposento, una sala y una cocina era lo común en las casas de este siglo. En cambio invirtieron mucho en la formación de sus huertas, en la construcción de acequias y represas para controlar y distribuir las aguas del manantial del Ojocaliente, en zanjas para evitar las avenidas que se presentaban cada año en el tiempo de lluvias. La gente trabajaba productivamente para mejorar su entorno y los beneficios se invertían en obras de carácter religioso. Todo el mundo cooperaba según sus posibilidades: los ricos daban mucho; los pobres poco o, si nada tenían, ofrecían su trabajo. Así se construyeron las iglesias y conventos de la villa: se empezó con la construcción de la primera iglesia parroquial, que fue terminada en 1621; después el convento de los franciscanos, siguió el convento de los mercedarios, y al final el hospital y la iglesia de los juaninos. Los indios del pueblo de San Marcos construyeron al principio una pequeña capilla. La iglesia que nosotros conocemos se empezó a construir más tarde, hacia 1739, cuando ya era cura don Manuel Colón de la Reátegui, y no se terminó sino hasta 1763. Cada obra contó con un benefactor: la parroquia se levantó con la aportación de todos los vecinos, pero poco a poco se fueron construyendo altares pagados por particulares. A los franciscanos los patrocinaron en parte los hermanos Rincón de Ortega; para los mercedarios se recolectaron cooperaciones de 500 pesos entre los principales pobladores de la villa; los juaninos tuvieron como principal mecenas a don Pedro de Quijas y Escalante, quien en abril de 1684 dejó para este fin una fundación en la hacienda de la Cantera.
En el campo se iniciaron las mejoras con canales de riego, con molinos de trigo, con trojes y represas, pequeñas capillas, con casas sencillas para los hacendados y sus administradores; los trabajadores construían sus jacales de piedra y paja. Los grandes cascos y las iglesias se levantaron posteriormente, cuando se terminaron las obras de infraestructura indispensables. Para 1662 la hacienda de San Nicolás de Chapultepeque, conocida después como La Cantera, contaba con un molino de pan moler, para lo cual se necesitó canalizar el agua del río. En 1662, en la hacienda de Ciénega del Rincón había un obraje, otro en la hacienda de Cieneguilla, que era de los padres jesuitas. En 1690 en la hacienda de San Bartolomé se contaba con una casa de trasquila que tenía 19 cuartos de adobe.
También para las casas hubo tiempos y arquitecturas diferentes. Las primeras que se construyeron fueron sencillas, dotadas de lo indispensable para vivir. Don Alonso Peguero, hijo de Diego Peguero, de los primeros vecinos de Aguascalientes, al dictar su testamento en 1670 describe la casa de su vivienda: aposento cubierto de vigas y tejamanil, una cocinilla cubierta de paja, su corralito cercado, todo construido en un solar. Era dueño del rancho de Ojocaliente y en él tenía construidas una sala y una troje cubiertas de morillo y teja. La casa con que don Juan de Araiza, dueño de minas en Tepezalá, dotó a su hija tenía una sala, dos aposentos, cocina, un corralito y un pedazo de huerta. A finales de siglo se empezaron a construir casas de mayor envergadura: la de don Juan Altamirano de Castilla, cuñado del mayorazgo por haberse casado con doña Teresa Gallardo, nos puede servir de muestra para saber cómo eran las casas de los ricos de aquella época. La casa que voy a describir se encontraba en la calle principal, que sería la que después se llamaría de Tacuba, hoy Cinco de Mayo, pero en el año de 1691 en que se hizo este inventario todavía la llamaban así. Se construyó esta casa anexada a una casa vieja que no se quiso destruir. De la vieja se conservaban la sala y el aposento y el patio principal. A la nueva le construyeron en la planta baja un zaguán, patio, antesala, cuarto para huéspedes, sala principal, recámara, aposento. En los altos fabricaron un cuarto techado con vigas labradas. En un segundo patio estaba la cocina. En la parte de atrás construyeron una caballeriza y tres corrales con sus pilas de calicanto. Los pisos eran de ladrillo, las puertas tenían cerraduras y los techos eran de viga y morillo con tejamanil y tableta.