Los historiadores confirman cada vez más la idea de que este año debe tomarse como el inicio de una nueva época. El hecho de que se tome como parteaguas se funda en que fue el año de la expulsión de los padres jesuitas, pero también el inicio de una serie de cambios promovidos por la Corona para adecuar sus colonias a los nuevos lineamientos de la administración ilustrada. En Aguascalientes este año quedó marcado porque se inició la construcción del templo de la virgen de Guadalupe por iniciativa del presbítero Francisco Xavier Tello de Lomas y, como en el resto de la Nueva España, por la expulsión de los jesuitas.
Podemos tomar la construcción del templo de Guadalupe como una muestra quizás al principio inconsciente del nacionalismo criollo. En cuanto a los padres de la compañía, aunque nunca tuvieron aquí comunidad, su expulsión provocó demostraciones de disgusto e inconformidad.
En más de una ocasión algunos vecinos de Aguascalientes habían intentado obtener permiso para que se fundara aquí un colegio de la compañía. La Corona nunca accedió. Sin embargo, los jesuitas fueron conocidos y apreciados como dueños de la hacienda de Cieneguilla y porque entre las familias acomodadas de la región se acostumbró mandar a sus hijos a los colegios de la compañía, ya fuese al de Zacatecas o el de San Ildefonso, en la capital del reino. También algunos hijos de familias de Aguascalientes profesaron como jesuitas y en el momento de la expulsión por lo menos tres jesuitas originarios de aquí tuvieron que abandonar la Nueva España, rumbo al penoso peregrinar que terminó en Italia. La familia Díaz de León vivió la expulsión de dos de sus miembros y la familia Gallardo de uno de ellos. A don Joseph de la Campa, pariente de dos de los expulsados, le tocó organizar y acompañar la comitiva que custodiaba a los jesuitas que venían de Zacatecas.
Sería adelantarnos demasiado empezar a hablar de deseos separatistas, pero podemos detectar los cambios vividos en las últimas décadas de esta centuria conocida como el Siglo de las Luces, que permitieron, llegado el momento, pensar y desear la independencia. Los cambios fueron tantos que es difícil enumerarlos todos. Muchos fueron de carácter administrativo y de gobierno, promovidos por el virrey, obedeciendo órdenes del Consejo de Indias. Entre los principales y de mayor impacto contamos el de la entrada en vigor del decreto de libre comercio en 1778, que en Aguascalientes repercutió en el aumento del número de comerciantes y en la expansión del comercio: se abrieron tiendas en haciendas y rancherías, ofreciendo a la población rural productos que antes tenían que ir a buscar a la villa. También llegó el ejército colonial, al quedar incluida Aguascalientes dentro de los cuerpos que se formaron en 1781, denominados milicias de Colotlán. Los regimientos que se crearon, aunque de carácter miliciano, fueron importantes porque dieron pie a la formación de un grupo que, aprovechando sus fueros, escapó todas las veces que pudo de las autoridades civiles.
La implantación del régimen de intendencias significó la transformación de la alcaldía mayor en subdelegación; aunque los cambios fueron de poca importancia, no se deben menospreciar porque nos señalan, antes que nada, el nacimiento de un nuevo proyecto de gobierno. En Aguascalientes se percibe un ayuntamiento más responsable, más emprendedor. Sus miembros pretenden reforzar las funciones de este cuerpo, aunque no tienen aún ni la imaginación ni los medios intelectuales para hacerlo y se conforman con medidas de corto alcance, como fue demandar el trato de excelencia, el uso de mazos y la hechura de un vistoso uniforme. Pero no hay que culparlos, cargaban tras de sí siglos de tradición que no era posible desechar al primer intento; además, sus ingresos eran muy cortos y cuando querían realizar alguna obra de importancia tenían siempre que apelar a la cooperación de los ricos del lugar o de las autoridades virreinales. Por ejemplo, en agosto de 1791 el puente que estaba a una milla de Aguascalientes quedó arruinado por la creciente, la subdelegación no podía en forma alguna solventar los gastos de la reparación, pero como aseguraba el tránsito a Zacatecas y a las provincias internas, el obispo y el presidente de la Audiencia de Guadalajara tomaron cartas en el asunto.
Entre los cambios que se registraron para estos finales de siglo debemos señalar el de una población más activa que tiene mayor contacto con el exterior. Pero sobre todo, un cambio de carácter individual, que si bien no se da en toda la población, sí se presenta en algunos escogidos, gente que siente la necesidad de transformar el mundo en que vive, que ya no está dispuesta a aceptar que lo único que le queda al hombre es resignación, que está decidida a pensar y aceptar una nueva sociedad y que se ejercita en la dura práctica de la crítica. De estas personas hubo varias en Aguascalientes. Entre las más connotadas encontramos a don Francisco Primo Verdad, nacido en la hacienda de Ciénega de Mata, en donde su padre, don José Piero Verdad, fue administrador durante muchos años; se instaló después en Aguascalientes, en donde fue alcalde ordinario en 1777, para fijar finalmente su residencia en Guadalajara.
Estos cambios obedecen a muchas circunstancias. Una de ellas es la formación intelectual de las nuevas generaciones y el empeño de algunas personas por mejorar la educación de los jóvenes. En Aguascalientes resalta el esfuerzo de un peninsular comerciante, don Francisco Rivero y Gutiérrez, quien en 1776 dejó parte de su herencia para la fundación de una escuela.