HABLAR DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA en Aguascalientes podría parecer que se hace mención a una realidad lejana a la historia del estado, ya que lo ocurrido en el país entre 1910 y 1917 tiene características que muy poco tuvieron que ver con lo acontecido en la región. Los aguascalentenses de la época jamás fueron testigos directos de una cruenta lucha armada entre las diferentes facciones, y tampoco se puede decir que entre los pobladores de la entidad existiera una lucha por la tierra al estilo de los campesinos de otras regiones del país. Todo indica que en Aguascalientes el movimiento armado de 1910 trajo consigo cambios sociales importantes, aunque con una magnitud que dista mucho de ser igual a la de otros lugares de la república.
Como pocas veces en la historia electoral de la entidad, los habitantes del estado, estimulados por las declaraciones de Díaz ante el periodista James Creelman, se prepararon para intervenir en las elecciones presidenciales de 1910.
Pronto se integraron varios clubes políticos para participar formalmente en la contienda. Los más destacados del momento fueron el Club Reeleccionista de Aguascalientes, el Club Democrático de Aguascalientes y el Club Soberanía Popular. Estos dos últimos estaban respaldados por grandes propietarios rurales que no simpatizaban con el sistema sociopolítico vigente, y por gente desplazada, católicos y liberales anticlericales, a los que sólo unía el propósito de eliminar al grupo que en ese entonces gobernaba, y que estaba representado por el Club Reeleccionista.
Contando con el apoyo de Francisco I. Madero, el coahuilense Alberto Fuentes Dávila, uno de los líderes más destacados del antirreeleccionismo en Aguascalientes, fue nombrado gobernador provisional del estado. Poco le duró el gusto, ya que Porfirio Díaz rechazó a todos los representantes del maderismo que ostentaban alguna responsabilidad administrativa. Fuentes Dávila huyó a Zacatecas, donde organizó un contingente armado, para después dirigirse a los Estados Unidos e integrarse a la Junta Revolucionaria que finalmente derrocaría a Díaz. Fuentes siempre estuvo en comunicación con los maderistas que trabajaban en la clandestinidad.
Libres de los fuentistas, los porfiristas se dividieron en dos frentes, ambos antimaderistas y antifuentistas: por un lado, un grupo optó por apoyar la reelección del todavía gobernador Alejandro Vázquez del Mercado; por el otro, varias personas apoyaban la candidatura de Rafael Arellano Ruiz Esparza, un hacendado que ya había sido gobernador en dos ocasiones. El proceso electoral se interrumpió con el triunfo definitivo del maderismo en el ámbito nacional. En estas circunstancias, Alberto Fuentes nuevamente fue designado gobernador interino para concluir el periodo 1907-1911.
La contienda por la gubernatura del estado seguía en pie, pero ahora Vázquez del Mercado quedaba marginado y la lucha electoral se llevó a cabo entre el Club Independiente, que apoyaba a Arellano Ruiz Esparza, y el Club Democrático de Obreros, cuyo abanderado fue Alberto Fuentes, que todavía figuraba como gobernador interino. Fuentes Dávila, además de sus inquietudes políticas, era propietario de una funeraria que llevaba el pintoresco nombre de "La nunca duermo". Por este hecho la gente del pueblo lo conocía como "el muertero". Este antecedente contrastaba mucho con la trayectoria de su oponente, ex gobernador y viejo hacendado porfirista.
Se puede entender que Fuentes haya elegido como lema de campaña la elocuente frase de "abajo el bombín y arriba el huarache". Se conquistó la simpatía de sectores pobres y medios de la población y, con ello, el triunfo en las urnas. Pese a lo anterior, la Comisión Electoral se negó a reconocer su victoria, argumentando que no cubría todos los requisitos legales. Los seguidores del gobernador interino amenazaron entonces con levantarse en armas, pero Madero volvió a ejercer el peso de su influencia para que, finalmente, el vendedor de ataúdes ocupara la gubernatura.
Fuentes buscó la confianza de los grupos pudientes para conservar el poder, pero no olvidó sus promesas de campaña. Promovió una iniciativa de ley para revalorizar la propiedad rústica y disminuir los privilegios de los terratenientes agrupados en la Cámara Agrícola Nacional de Aguascalientes.
Los promotores de las reformas crearon periódicos como Prensa Libre, Verbo Rojo, El Eco del Valle y 30-30, en los que gastaban una buena cantidad de tinta impugnando a los defensores del antiguo régimen y al Partido Católico. También se organizaron para hostilizar en la legislatura local a los diputados antifuentistas. Fuentes Dávila fue uno de los gobernadores maderistas más radicales de la época. El golpe de Estado de Victoriano Huerta lo obligó a retirarse del gobierno, no sin antes haber resistido militarmente, apoyado por un grupo de ferrocarrileros.
El 1 de mayo de 1913, contando con el beneplácito de los antiguos porfiristas y de la jerarquía católica, el general huertista Carlos García Hidalgo ocupó la gubernatura del estado. De inmediato invalidó las reformas y reinstaló a los congresistas depuestos; eliminó a la oposición del Congreso a través de una "porra".
La respuesta contra el huertismo se manifestó rápidamente, aunque con un rostro diferente al de otras ocasiones. El acto más evidente de repudio se expresó durante las elecciones para designar autoridades estatales. En ese proceso hubo un gran abstencionismo y múltiples protestas en contra del nuevo grupo gobernante. Las diferencias adquirieron tal grado de violencia, que el gobierno tuvo que formar un cuerpo de voluntarios para defender militarmente la capital, además de dictar disposiciones que implicaban un virtual estado de sitio. Sin embargo, los fuentistas inconformes realmente nunca intentaron tomar la ciudad ni tuvieron grandes enfrentamientos; más bien la mayoría de las batallas se llevaron a cabo con gente de otros estados que cumplía la función de impedir el desplazamiento de los huertistas hacia el norte. Precisamente en ese momento Zacatecas, el estado vecino, ya se había convertido en el corazón militar del país.
Cuando la lucha contra el huertismo se encontraba en su apogeo, la noticia de la invasión de los norteamericanos a Veracruz hizo que un grupo numeroso de ferrocarrileros, entre otros habitantes de Aguascalientes, se ofrecieran para combatir al enemigo.
La invasión también provocó que los diplomáticos, más que los empresarios estadounidenses, tuvieran que enfrentar las demostraciones en su contra. La inseguridad en que vivían los extranjeros obligó a que varios de ellos huyeran sin que les importara perder algunas de sus pertenencias.
Arrasado el huertismo, la vida política volvió a dar una vuelta de ciento ochenta grados. Alberto Fuentes y su nuevo colaborador en la Secretaría de Gobierno, el también coahuilense David Berlanga, se hicieron cargo del gobierno. Entonces se intentó poner en marcha las medidas que habían quedado pendientes en el anterior régimen fuentista. Fuentes y Berlanga pugnaron por decretar la intervención de los bienes pertenecientes a los "enemigos de la Revolución", y la incautación de algunas tierras con el fin de repartirlas entre los agricultores pobres; abolieron las deudas contraídas por los peones y fijaron el salario mínimo de un peso diario, la jornada de 9 horas discontinuas y el descanso dominical obligatorio. También se consiguió que la Gran Fundición pagara lo que legalmente le correspondía. En el ámbito de la enseñanza implantaron una reforma educativa popular y anticlerical.
Pese al entusiasmo mostrado por los reformadores en cuestión, estas iniciativas
no se llevaron a cabo, ya que la condiciones sociales y políticas del momento
no eran adecuadas para cumplir con las medidas propuestas; y no era posible
su realización porque atentaban contra la fuerte tradición católica de los aguascalentenses
y contra los intereses de muchas personas e instituciones que no habían perdido
del todo su fuerza. Baste señalar que el intento de Fuentes, pero sobre todo
de Berlanga, de convertir el templo de San Antonio en sede del Congreso del
Estado, fracasó estrepitosamente ante la oposición de los católicos, que como
Adelita Douglas defendieron su templo. Por si fuera poco, la celebración de
la primera fase de la Soberana Convención Revolucionaria se convirtió en un
elemento coyuntural que retrasó la aplicación de los cambios.