LA PRESENCIA NÓMADA fue combatida tenazmente por la población sedentaria chihuahuense. Era evidente la contradicción entre dos formas distintas de ocupar el territorio. Para los apaches los robos de ganado en haciendas y ranchos mexicanos configuraban un patrón de subsistencia, en el que participaba de manera muy intensa el comercio norteamericano. Las repetidas quejas de abigeato y contrabando que se sucedieron después de la guerra de 1848 solamente significaron el agravamiento de los despojos a los terratenientes y rancheros mexicanos. Para éstos, los ataques apaches dificultaban la actividad ganadera, el comercio y la agricultura, aparte de las pérdidas de vidas. En la medida en que el poder gubernamental mostró una y otra vez su incapacidad para eliminar esa amenaza, así se mostraba la debilidad general de la ocupación sedentaria de una amplia porción chihuahuense. La propiedad privada, base del armazón social, no tenía las garantías suficientes: los nómadas, con su violencia persistente, la agredían en su médula.
Como se puede ver en el cuadro VI.1, el crecimiento de la población se mantuvo lento entre 1857 y 1877. En esos 20 años apenas aumentó de 164 073 a 180 758, es decir, 10%. Ello contrastaba con el comportamiento de la población de Arizona, Nuevo México y sobre todo Texas, que vieron aumentar su población de casi 700 000 habitantes en 1860 a 1 750 000 en 1880. Por otro lado, en Chihuahua la población seguía el patrón de distribución que parecía imponer la vieja guerra contra los nómadas: la población se concentraba de manera predominante en la porción sureña, mientras que la población de la porción norteña se mantenía estacionada en unos 30 000 habitantes, los mismos de 1857. Por esa razón, el peso relativo del norte del estado era aún menor al de 1857 y mucho menor al alcanzado en los años de bonanza 1790- 1830, según se vio en el capítulo anterior.
FUENTE: Luis González, "La República restaurada. La vida social, México - Buenos Aires", Hermes, 1974, en Historia moderna de México, p. 116.* Corresponde a 1869, por ello la suma total no coincide.
La derrota de los nómadas, que tuvo lugar en la década de 1880-1890, se explica por la creciente ocupación del espacio por parte de los intereses capitalistas, tanto en México como en los Estados Unidos, así como por el creciente control territorial logrado por los gobiernos de los dos países. La expansión de la ganadería en el suroeste norteamericano, de sus comunicaciones y de la misma población orillaron a los nómadas a refugiarse en lugares cada vez más inhóspitos y, por lo mismo, a cruzar constantemente la frontera para internarse en las entidades del norte de México. El cese de las hostilidades territoriales entre México y los Estados Unidos también logró poner de acuerdo a todos los sectores y grupos involucrados en ambos lados de frontera en torno a la necesidad de liquidar de una vez por todas a la población nómada. El ejército norteamericano, una vez superada la guerra civil, era cada vez más poderoso. Además, como señala Griffen, el avance de la tecnología militar era inaccesible a los apaches en este tiempo, a diferencia de lo que había ocurrido en la época colonial, cuando los nómadas se apropiaron del caballo. En contraste, el ferrocarril, el telégrafo, las armas de repetición, los prismáticos, las balas más mortíferas, no podían ser incorporadas en su totalidad por los apaches. Otra diferencia fundamental era que en la época colonial los apaches eran mucho más numerosos que en las últimas décadas del siglo XIX. Las correrías apaches se limitaban a una estrecha franja del noroeste de Chihuahua; ya habían quedado atrás las grandes avanzadas hacia lugares tan distantes como Durango. En México la expansión de la propiedad privada y de los intereses económicos también hizo que los ganaderos, encabezados por Terrazas, intensificaran las medidas de represión.
Terrazas maniobró a mediados de 1879 para volver a la gubernatura, cosa que logró mediante el Plan de Guerrero, que derrocó al gobernador Ángel Trías, hijo, que distaba de contar con los atributos de su padre. A pesar de la malquerencia de Díaz y del envío de una fuerza federal para restablecer la paz (comandada por el general Francisco Naranjo), el presidente no pudo evitar que en 1880 Terrazas fuera elegido de nuevo para ocupar la gubernatura hasta 1884. El retorno del poderoso ganadero al poder público significó el inicio de una política más agresiva contra los apaches. Terrazas era duro: "Estoy persuadido —decía en 1863— de que ese enemigo de toda civilización y sanguinario más bien por carácter que por ignorancia, sólo cederá a la fuerza material".
Si esto señalaba en 1863, cuando su riqueza ganadera no era tan considerable, habrá que imaginar lo que pensaba en 1880, cuando una partida de apaches, dirigida por Vitorio, escapó de las reservaciones norteamericanas y se asentó en las cercanías de la laguna de Guzmán, en el noroeste del estado. Para entonces las propiedades de Terrazas alcanzaban ya la cifra de 623 960 hectáreas, muchas de ellas justamente en la zona de correrías de Vitorio. Terrazas nombró jefe de armas locales a su pariente, el coronel Joaquín Terrazas. Este salió de inmediato a perseguir a Vitorio.
Entre el 14 y el 15 octubre de 1880 la fuerza del coronel Terrazas lo encontró y lo mató en la famosa batalla de Tres Castillos. Esta batalla es considerada como el final de esta guerra vieja porque entre los 72 apaches muertos se hallaba el jefe Vitorio. A partir de entonces los ataques declinaron, aunque todavía cobraron algunas víctimas, entre ellas la del mayor Juan Mata Ortiz, quien fue quemado vivo en noviembre de 1882 por el capitancillo Ju, en venganza por un ataque traicionero.
De manera paulatina la presencia federal se hizo más palpable en el estado, principalmente a través de las armas. El envío de la fuerza del general Naranjo en 1879 era cosa inédita en los conflictos locales. Además, por lo menos desde 1879, había un destacamento federal dedicado al combate a los apaches, el cual por cierto se negó a participar en la batalla de Tres Castillos. En 1882 México y los Estados Unidos firmaron un convenio para permitir el paso recíproco de tropas en persecución de apaches y abigeos. Así, gradualmente el escenario local se modificaba con el fortalecimiento federal. Este proceso político ganó gran fuerza por la inauguración en 1884 del Ferrocarril Central, que unió a Paso del Norte con la ciudad de México. Esto significaba que el gobierno federal podía auxiliar de manera más expedita a las autoridades chihuahuenses, pero también que podía intervenir más en los asuntos locales.
Las noticias de ataques apaches comenzaron a ser cosa del pasado violento que se remontaba hasta principios del siglo XVIII, cuando la extinción de los conchos y el retiro de los tarahumaras hacia la sierra dejó un vacío que fue llenado por los apaches. Sin embargo, esta vieja guerra había dejado varias secuelas en la sociedad chihuahuense, sobre todo en los lugares más agobiados por esa violencia. Una de ellas era precisamente la unidad de todos los grupos sociales sedentarios contra los nómadas. En la guerra contra los apaches unían esfuerzos rancheros, hacendados y autoridades de gobierno. Pero al término de esa guerra, al desaparecer ese enemigo común, la unidad social local comenzó a resquebrajarse para dar paso a hondos enfrentamientos y conflictos entre los componentes de una sociedad heterogénea compuesta por obreros mineros, caporales, rancheros, comerciantes, grandes empresarios y terratenientes. Estos conflictos se vieron agravados por el rápido crecimiento económico que tendría lugar en México y en Chihuahua a partir de 1880.
Ese crecimiento tuvo como uno de sus rasgos la creciente concentración de la riqueza en manos de los nuevos ricos, aquellos que nacieron como tales después de la guerra de Reforma y de la Intervención Francesa. Estas nuevas condiciones dieron inicio a un nuevo tipo de conflictiva y, más tarde, a una nueva clase de guerras: las disputas ya no nacían de una disputa territorial, como ocurría con apaches y norteamericanos, sino de manera creciente se trataba de luchas entre grupos sociales que se hallaban en posiciones distintas en el proceso productivo, en la división del trabajo. De un lado, los peones y pequeños rancheros y mineros; del otro, los hacendados y las grandes compañías extranjeras; de un lado, los empresarios; de otro, los obreros y empleados. Así, en 1881 los obreros que construían el Ferrocarril Central se fueron a la huelga a causa de una rebaja de salarios, y en 1883 los mineros de Pinos Altos estallaron un movimiento similar en virtud de que el administrador inglés les impuso la obligación de gastar la mitad de su sueldo en la tienda (de raya) de la compañía. A este tipo de luchas se sumaron las de carácter agrario y político, como la de Tomóchic. El auge económico porfiriano trajo consigo la consolidación de estas nuevas relaciones, de estos nuevos enfrentamientos.