Los pueblos del occidente difícilmente pudieron constituir un reino, pues los obstáculos naturales (las sierras) hicieron casi imposible a tales naciones un estrechamiento conveniente a sus relaciones culturales. La diversidad de lenguas y prácticas religiosas prueban que tampoco se logró unificación espiritual; no experimentaron el impulso y fuerza que los aztecas y los tarascos tuvieron para las guerras de conquista.
Por todo lo anteriormente expuesto entendemos que la rudimentaria agricultura y la absoluta ausencia de una verdadera comunicación les impidió formar una monarquía fuerte, capaz de sujetar pueblos y obtener obediencia. Eso no está mal por un lado, pero tampoco significa paz, ya que las luchas entre los grupos eran el pan de cada día. Tan sólo notamos en casos fortuitos un entendimiento para defender sus intereses contra un enemigo común, aunque continuaban después su vida normal con pequeños señoríos y caudillos sobresalientes en rancherías y poblados secundarios.
Por lo que podemos saber, nuestra región, al llegar los conquistadores españoles, seguía independiente de los imperios azteca y tarasco. Estaba constituida por un gran número de pueblos y aldeas que se agrupaban alrededor de varios centros. Los dos más importantes eran Xalisco y Aztatlán, gobernados por sus príncipes. Con Xalisco tenían alianza los pueblos de Tepic, Pochotitlán, Huaristemba, Jalcocotán, Zoquipan, Zacualpan, Jaltepec, Jaltemba, Mazatlán y Otros más, así como el importante pueblo de Ahuacatlán, que tenía sus propios gobernantes y controlaba a su vez Ixtlán, Cacalután, Mexpan, Zoatlán, Xala, Jamulco, Tequepexpan, Tetitlán.
El dominio de Aztatlán se extendía hasta Culiacán y comprendía Zentispac con sus pueblos (Ixcuintla, Mexcaltitán, Acatlán) y Acaponeta con los suyos (Tecuala, Acayapam, Chimapán, Tzapotzinco).
Los agricultores de los valles y de la costa aprovechaban la feracidad de estas tierras y lo favorable del clima para las siembras de maíz, frijol, chile, camote y muchas frutas. El cacao, el venado de sus bosques, la pesca en el mar, en los ríos y en las lagunas, así como la sal de la costa, les permitía hacer gran comercio con los serranos, deseosos de adquirir sal y pescado seco. Cultivaban algodón, lo hilaban y tejían para sus vestidos blancos o colorados; para su adorno usaban caracoles y conchas, perlas y piedras pulidas, también el oro y la plata en busca de los cuales vendrían los españoles. Trabajaban el barro y la madera, el tule y el carrizo para hacer la loza, los muebles, los petates, canastos y otros objetos de la vida diaria como los conocemos hasta la fecha. Tenían como armas el arco y las flechas, macanas, cuchillos y espadas de pedernal y se protegían con escudos y chalecos (corazas) de madera, tule y algodón tejido.
Eran muchos y ricos los pueblos de fas regiones de Aztatlán y Acaponeta. Sus habitantes eran de los más civilizados y muy valientes. Conservaron su independencia a pesar de las guerras permanentes con sus enemigos eternos, los serranos. Su última victoria tuvo lugar pocos años antes de la llegada de los españoles.
Habitaban la sierra las tribus principales de huicholes y coras, que frecuentemente emprendían guerras con los vecinos de abajo, los cuales en ciertos casos se confederaban, por ejemplo, para defenderse de los serranos, pero también se hacían la guerra unos a otros. Centispac alguna vez se alió con los serranos contra Aztatlán y Acaponeta.
Cuando vinieron los españoles a nuestra región encontraron coras, huicholes, tecos, torames, huaynamotas, chichimecos, tepehuanes, jalisciences y otros que hablaban muchas lenguas: mexicano, tepehuan, cora y sus dialectos (muetzicat, teacuacitzica, atenaca, huichol, colotlán, tecuexe, tequecano, etcétera).
Cincuenta años después de la conquista española, la situación seguía muy complicada. El cuadro siguiente lo redactó en 1587 Antonio de Ciudad Real, secretario del padre Ponce, franciscano de visita en México.
UENTE
: Antonio de Ciudad Real, Tratado curioso y documento de las grandezas de la Nueva España, UNAM,
1976, tomo I: CXXII, CXXIII, CXXIV.Esa división en multitud de tribus belicosas tenía que facilitar la conquista española, pues permitía al invasor que unos se enfrentaran contra otros: los nahuas del sur (Ixtlán, Jala, Mazatlán, Chacala, Zacualpan, Ixtapan) contra los otros pueblos de nuestra región, los coras contra los huicholes, y principalmente los abajeños contra los alteños de la sierra.
En lo referente al valle de Banderas, las relaciones geográficas del siglo XVI,
incluida la de Compostela, lo nombran como valle de Zintla. Este valle fue escenario guerrero de los naturales contra las tropas de Cortés de San Buenaventura, cuando regresaba de su expedición rumbo a Colima. Las fuentes refieren este contacto:
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1.Los pueblos del Valle de Banderas se llamó así porque cuando los yndios guerreaban unos con otros y los españoles los conquistaron salían estos al valle con banderillas en las manos y por eso se llamó el Valle de Banderas. Los yndios de la provincia le llaman en la lengua a todo el valle de Cintla a significado de "plumaxe" por un cerro questa enmedio del valle, alto y con Quiutepetl ques dezir, el "serro de plumaxe" [Paso y Troncoso, s. f., no. 13].
Por su parte, el padre Antonio Tello, al narrar la conquista del Valle de Banderas por el capitán Francisco Cortés de San Buenaventura, relata que los indígenas defendieron sus tierras.
...armados de arco, macana y dardos arrojadizos con mucha plumería y embijados, y cada indio traían en la mano y en el carcaje una banderilla de plumería de diversos colores, unas pequeñas y otras grandes, que era hermosuras verlas [...] fueron por aquél valle y todos aquellos pueblos eran grandes, y había más de cuarenta cabeceras con los pueblos y se juzgó haber más de cien mil indios y toda aquélla costa llena de sementeras de maíz de regadío y algodón, que no había cosa baldía y cantidad de plumería y los regalaron mucho y se tomó posesión en todos los pueblos [Tello, 1968: 57].
Según las mismas fuentes, la guerra para obtener víctimas para ofrendar fue constante.
Todos estos indios, los tecosquines y [los] de valle, dicen que, cada pueblo, tenían un señor a quien obedecían servían; y los señores se sucedían por valentías de guerras: que, el que era valiente, era señor. Y lo que daban a sus señores en reconocimiento y tributo, era hacerle la sementera de maíz, algodón y las otras semillas de su sustento; hacerle la casa y servirles de lo [que] les mandase, todos en general obedientes. Todos en general adoraban al diablo por Dios y, en sacrificio, le traían los cuerpos muertos que mataban en la guerra, y bailaban a su usanza y modo, lo cual hacían por adoración; y ofrecían mantas al ídolo que tenían en cada barrio de señor o pueblo... [Dicen] que todos estos en general, los unos y otros pueblos, los señores los mandaban, cada uno, a su gente, y la gente conocía, cada uno, a su señor, a quien obedecían. Dicen que los tecosquines traían guerra con los del Valle y la Costa, y los de la Costa con ellos. Y, ansimismo, los tecosquines con la gente de Camotlán, que les está al salimiento del sol; y los del Valle, con los coronados q(ue) es gente que esta al mediodía del Valle de Banderas, en sierras muy altas y agras en otro corregimiento... Su pelear de todos, dicen era con dardos, arcos y flechas, rodelas y macanas y algunas hachas pequeñas; y, al pelear, embijados y desnudos, y con algunos plumajes de papagayos y otras plumas [Relaciones Geográficas del Siglo XVI:
Nueva Galicia, ed. de René Acuña, 1988: 91].