La obra franciscana decayó en forma alarmante con la secularización de los curatos, decretada por el obispo Camacho y Avila hacia 1712. Esta disposición que privaba a los religiosos de la administración de las misiones y que las ponía en manos del clero secular, se consideró desacertada e impolítica. Su cumplimiento ocasionó la decadencia y despoblación de las misiones y propició los abusos de los encomenderos.
El licenciado Francisco de Barbadillo, juez en comisión enviado por el virrey, duque de Linares, intervino oportunamente, logrando "bajar de paz" a los indios que se habían remontado a la sierra de Tamaulipas, restituyéndolos a sus misiones. Fundó, además, las de Purificación y Concepción, en el valle del Pilón (Montemorelos), y la de Guadalupe al oriente de Monterrey, en 1715.
En la villa de Linares y en el valle del Pilón hubo también conventos franciscanos. El primero, erigido en 1715, tuvo como primer guardián a fray Juan de Losada. Este activismo misionero acompañó a Barbadillo a traer a los indios, y, con valentía, usaba el púlpito para predicar contra la crueldad del encomendero. En el Pilón existió también, en la década de 1750, la misión de Santillana, de duración efímera. El obispo Mimbela restituyó a los franciscanos las misiones.
Las de Purificación y Concepción desaparecieron en los inicios del siglo XIX, al ser incorporadas al valle del Pilón. Actualmente se llaman Gil de Leyva y Escobedo. La de Guadalupe fue convertida en pueblo, al ser concentrados allí, en 1756, los tlaxcaltecas de casi todas las demás; quedando incorporada, en lo religioso, al curato de Monterrey. La constitución local de 1825 le dio categoría de municipio con el nombre de Guadalupe de Monterrey. Por decreto del 12 de mayo de 1971 le fue otorgado el título de ciudad. Su población en 1990 sobrepasaba los 500 000 habitantes.