DESPUÉS DE LA SEVERA CONTRACCIóN que padeció la economía tlaxcalteca durante los años de guerra civil, la producción agrícola se recuperó con relativa rapidez, aunque no sucedió lo mismo con la industria textil, que permaneció en crisis: en 1921 únicamente operaban seis fábricas en el estado, la actividad productiva se concentraba en los talleres pueblerinos y en el trabajo a domicilio o maquila, además de que la comercialización se limitaba a los mercados locales o regionales, esto es, a los tianguis de Tlaxcala. A pesar de la introducción de algunas técnicas nuevas, la industria algodonera se mantuvo deprimida hasta 1930, cuando, al igual que la nacional, entró en un periodo de relativo auge; pero no volvió a poseer el número de fábricas ni la cantidad de obreros de la anterior época de apogeo.
Una importante fuente de ingresos provenía de la creciente agricultura ejidal y pueblerina, así como de los cultivos de las debilitadas haciendas; de las viejas fábricas de vidrio, papel, loza y pastas alimenticias; de los molinos de trigo y nixtamal, las destilerías y de los numerosos talleres de lana. No obstante, estos ingresos eran insuficientes para una población que en 1940 sumaba 224 063 habitantes, que crecía a un promedio anual de 0.8% y que exigía cada año más erogaciones para servicios públicos como educación, salud y comunicaciones.
Los retos anteriores explican en parte el antiagrarismo de Apango, Mendoza y Vázquez durante la década de 1920. Los ejidatarios casi siempre tuvieron dificultades para pagar puntualmente sus contribuciones; de ahí que el gobierno estatal se viera con frecuencia en la necesidad de condonarles cuotas fiscales. El gobernador Vázquez intentó aliviar la penuria del erario público: exigió a los tlaxcaltecas la declaración inmediata de sus predios y de sus actividades económicas, así como el pago de las correspondientes contribuciones a cambio de un descuento de 20%. A semejanza de lo que había sucedido a principios de siglo, el malestar popular por motivos fiscales se puso al rojo vivo; sin embargo, a diferencia de la actitud intransigente asumida en aquel entonces por el gobernador Cahuantzi, Vázquez dio marcha atrás en sus exigencias ante el temor de ser derrocado. Asimismo, decidió no repartir del todo las haciendas que aún producían y pagaban impuestos, mientras el gobierno estatal, en continua penuria fiscal, no tuviera otras fuentes de ingresos.
La lenta recuperación económica obligaba a postergar la reforma agraria en Tlaxcala. Frente a este problema, otros gobernadores trataron de diversificar la economía del estado y mejorar sus comunicaciones, con el propósito de estimular el comercio. Apango, por ejemplo, arregló la carretera entre Chiautempan y la capital de la entidad; Mendoza y Vázquez construyeron otras, entre ellas la que une a Texmelucan con la ciudad de Tlaxcala. En 1933, diversas poblaciones ya estaban comunicadas mediante líneas de autobuses, además de que unos 30 pueblos, en su mayoría cabeceras, tenían electricidad.
A mediados de la década de 1930, los hacendados de los distritos del norte estaban bastante debilitados, mientras que las industrias textiles del centro y sur se modernizaban con lentitud. Por consiguiente, se intentó atraer empresarios y capitales para poder realizar nuevas actividades económicas en el estado. El gobernador Isidro Candia emitió en 1937 la primera ley de fomento industrial, con el fin de promover la transformación de una Tlaxcala agraria y rural en una urbana e industrial. No obstante, dicho proceso sería lento y no llegaría a tener efectos notables sino varias décadas después, como se verá más adelante.
En cuanto a la educación, desde los años de Lira y Ortega y los de Cahuantzi las autoridades estatales se empeñaron en promoverla. Los gobiernos revolucionarios siguieron la misma línea, pero dándole un contenido y un sentido más social. No hay que olvidar la importante colaboración que prestaron los maestros a algunos jefes revolucionarios: el profesor Anastasio Cote a Juan Cuamatzi; José Rumbia, en sus papeles de secretario y mentor, al gobernador Antonio Hidalgo, y Andrés Angulo a Domingo Arenas. Todos ellos pusieron de manifiesto su apego a las libertades políticas y civiles de la Constitución liberal vigente. El profesor Del Castillo, gobernador provisional en 1915, adoptó el lema: "Será la patria lo que sea la escuela", y fundó en plena guerra una Escuela Normal con el fin de educar a una nueva generación de maestros, imbuidos de los valores revolucionarios.
No obstante, esos positivos proyectos educacionales no siempre se aplicaron con rigor y eficacia; un motivo de esto fue la escasez de recursos. La enorme tarea de reconstruir edificios escolares, crear nuevos centros y dotarlos de mobiliario y libros, se alargó por muchos años, Apango se quejaba en 1922 de que la Escuela Normal ya no funcionaba porque gran parte de las maltrechas instalaciones constituían un serio peligro para maestros y alumnos, además de que carecían de equipo. Sólo el 15% de los maestros eran titulados y el resto podían ser calificados de empíricos. Por otra parte, en el ámbito de la actividad educativa disminuyó la presencia de cierto radicalismo revolucionario cuando surgió otro grupo gobernante más pragmático, el cual optó por no enfrentarse demasiado ni con los terratenientes ni con el clero, desde siempre un importante poder de facto en Tlaxcala. Al respecto, no hay que olvidar que en la década 1920 la Iglesia consideró como delito de robo el aceptar parcelas ejidales, por lo que la Liga de Comunidades Agrarias de Tlaxcala tuvo frecuentes roces con los curas.
En los años treinta la educación socialista fue un tema candente en el campo tlaxcalteca. Los profesores impartían también clases nocturnas a obreros y campesinos, y a menudo fueron, al igual que los maestros maderistas en 1910, difusores del ideario revolucionario: el reparto de tierras, el salario mínimo y la sindicalización de los peones. Su mensaje social provocó fuertes resistencias en Tlaxcala, no sólo entre los hacendados, sino también en los pueblos indígenas qué se caracterizaban por sus arraigadas tradiciones religiosas. En 1935, los maestros socialistas se quejaron ante Cárdenas del gobierno de Tlaxcala, al que calificaban de clerical y latifundista, y al año siguiente pidieron armas para defenderse de los continuos ataques que sufrían. Sobre todo en aquellos años, varios maestros fueron victimados por "guardias blancas".
Sin embargo, gracias al apoyo federal, iniciado por José Vasconcelos durante el régimen obregonista, Tlaxcala recibió un notable impulso educativo. Desde entonces y hasta 1940, la entidad incrementó el número de sus escuelas primarias de 108 a 283, y el de sus maestros de 225 a 748. Más tarde, durante la administración de Isidro Candia, se hizo un esfuerzo para revivir la Escuela Normal la escuela secundaria (Instituto Científico y Literario del Estado en tiempos de Cahuantzi) para que funcionaran con regularidad y apegadas a las políticas educativas federales.
Sin duda, las numerosas reformas sociales y políticas de la época, aunque limitadas produjeron un fuerte cambio en la mentalidad de campesinos y obreros de Tlaxcala. La actitud desafiante y autonomista de los pueblos de la región centro-sur, que existía mucho antes de la Revolución, recibió un impulso adicional, en especial cuando el gobierno estatal y los dirigentes de las organizaciones populares mantuvieron vínculos de dependencia con el poder central. Este nuevo empuje de los pueblos se reflejó durante el cacicazgo mendocista en un grado de rebeldía mucho mayor que el alcanzado por el movimiento de los pequeños propietarios y obreros en la última década del porfiriato. El cacicazgo mendocista intentó controlar sólo transitoriamente esa rebeldía, pues con el cardenismo resurgió. Los cambios de mentalidad ocurridos entonces pueden constatarse con lo que sucedió en 1937, cuando el comisario ejidal del pueblo de San Miguel Xochitecatitla arrastró a un hacendado local hasta el palacio de gobierno para obligarlo a cumplir sus demandas; algo que nunca pudo haber pasado en Tlaxcala durante los 26 años de dictadura cahuantzista.