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         Este sortilegio de los demás sobre cada uno de nosotros explica muchas vanas apariencias de nuestra personalidad, que no engañan sólo a ojos ajenos, sino que ilusionan también a aquellos íntimos ojos con que nos vemos a nosotros mismos. Porque a menudo la virtud penetrativa del ambiente no cala y llega 
            hasta el centro del alma, donde, combinándose con nuestra originalidad 
            individual, que tomaría de ella lo capaz de asociársele 
            sin descaracterizarnos, en un proceso de orgánica asimilación, 
            antes enriquecería que menoscabaría nuestra personalidad; 
            sino que se detiene en lo exterior del alma, como una niebla, como 
            un antifaz, como una túnica; nada más que apariencia, 
            pero lo bastante engañadora para que aquel mismo en cuya conciencia 
            se interpone, la tenga por realidad y sustancia de su ser.  | 
    
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