AMENAZADOS, contundidos.  
          Umbrales en peligro. Yo diría  
          que es por la edad; que con la edad aumenta  
          de largo y de redondo el esqueleto;  
          que los forros van quedando chicos  
          a los huesos salientes, y se muestra  
          desvergonzadamente la cebrada  
          torre de las costillas, y los goznes  
          arácnidos de pies y manos  
          bailan al viento más, y se descubre  
          la florecida risa amarillenta  
          de un cirquero sin bienes. 
       
         que no es cosa de miedo;  
          que uno es capaz de acostumbrarse a todo.  
        ¿Pero de dónde este sabor sangriento  
						de casi vegetal ramaje,  
						que hay en la boca de la madrugada?  
						Yo diría  
						que con la edad uno se va enterando,  
						sin querer darse cuenta, de las cosas.  
						Uno va sospechando lo que pasa.  
						A veces, se me vuelve  
						áspero el aire, y corruptible:  
						humo, jarabe fermentado,  
						con burbujas como huevos de mosca.  
						Yo me esfuerzo hasta el límite,  
						resistiendo la embestida narcótica  
						que me junta los párpados, el ruido  
						fluvial de los rincones, la parálisis  
						que sube por el cuerpo ingobernable,  
						Soy desnombrado y sometido  
						al desorden amnésico del sueño.  
						Agrimensora larva ciega,  
						hostia de comuniones pegajosas,  
						antena soy, prestada  
						a mensajes malévolos; inerme  
						piel aterrada y dócil,  
						dada sin opinión al besuqueo  
						de lenguas líquidas y amargas.  
						Y estas hormigas, y este grito  
						en este corredor, y esta caída.  
						Y esta mujer ¿de quién? que se levanta  
						de junto a mí; la adúltera culpable;  
						la que se viste ahora, preparada  
						para ya no volver, y que prodiga  
						este preñado olor de cosa  
						subterrestre y marina, subcutánea;  
						solamente despojo tierno  
						de entrañas conmovidas.  
						¿Y qué fondo sostiene lo que veo;  
						el nombre que me dan, el que respondo;  
						qué sustancia revelan  
						los aceites lustrales, el bautismo  
						del despertar de cada día?  
						Cuando la noche, como la marea  
						que tiende al náufrago en la playa,  
						nos devuelve a la casa compartible,  
						a la mesa del día de la tierra,  
						al cotidiano espejo  
						familiar, al oficio de las gentes;  
						carcomidos por la sal del sueño,  
						como un temblor agavillados por la vida  
						que nos pasa de claro, ¿quién despierta?  
						¿Quién está salvo y sano y en seguro?  
						Crece la calavera, y me acostumbro.  
						Y al murciélago azul crucificado  
						que fuma en el zaguán, y a los retratos  
						que yacen juntos en el cementerio,  
						y al nagual ominoso. 
						
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