HERVOR de calles; desembocadura  
						de pábulos ardiendo, en la caldera  
						sediciosa del mísero. 
						 Como hierba de gritos, como en humo  
						lumbrarada de pelos espantados;  
						como chubasco tupidísirno  
						y turbio, en ascensión. Así llegaba.  
						Y alégrate si nadie, en esta plaza,  
						si nadie, de tan juntos y de tantos,  
						puede caer; si nadie puede  
						ser abatido; si no puede ninguno  
						dejar su sitio sin morirse.  
						Cada uno en el centro,  
						en medio cada uno, circundados.  
						Nace la gloria para ti, mi hermano;  
						mi muy reverenciado, mi sin dicha,  
						mi desgraciado pobre, mi vecino;  
						mi, como yo, despierto.  
						Mira: el sin tregua, el desterrado  
						con injusticia, y el que canta,  
						mi hermano de tu hermano, y el hambriento  
						y la sed que aumentó de puerta en puerta;  
						y vienen con nosotros el inválido,  
						y el muerto a solas, y el sin nada.  
						La gente de este lado, que ha salido  
						de quemados olivos todo el año;  
						de carnívoras cruces que alimenta  
						el gran poder de la traición; de niños  
						abortados surgiendo;  
						de mujeres para siempre olvidadas.  
						Desde el cogollo del dolor, humea  
						la libertad ensangrentada. 
						
							Mira
						que fauces de león se descoyuntan;  
						que ya la fiesta del alumbramiento  
						aúlla y rinde frutos,  
						y el profeta en su tierra,  
						de innumerables bocas coronado,  
						resuena, y las banderas gimen,  
						y las hondas volando y empedradas. 
						 Y el milagro del horno y de la harina  
						se acerca, y los ejércitos inmóviles  
						con la resurrección, y las trompetas  
						de los finales pájaros terrestres.  |