| La querella de México | 
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          Estas breves notas forman parte de una obra donde se estudian, 
          a la luz de la historia, las cuestiones palpitantes de México 
          y las principales figuras de la última revolución. Dos 
          motivos me obligan a no dar a la estampa la mayor parte de la obra mencionada: 
          primeramente, el haber yo participado en la Revolución misma, 
          en segundo lugar, mi deseo de suspender por ahora todo juicio sobre 
          personas, salvo en los casos indispensables. M.L.G. Diciembre de 1915 Este juicio, poco original, pero interesante en los días en 
            que la opinión unánime se aferraba a las teorías 
            materialistas, todavía nos parece tímido; en parte, 
            porque nuestra necesidad educativa no sólo es comparable con 
            nuestra necesidad económica, sino que en mucho la supera; y, 
            en parte, por lo equivocado de nuestro concepto de la educación 
            nacional. En todo caso, si nos es permitido referir los acontecimientos de 
            la vida de un pueblo a lo que obra en ellos como elemento preponderante, 
            no cabe duda de que el problema que México no acierta a resolver 
            es un problema de naturaleza principalmente espiritual. Nuestro desorden 
            económico, grande como es, no influye sino en segundo término, 
            y persistirá en tanto que nuestro ambiente espiritual no cambie. 
            Perdemos el tiempo cuando, de buena o mala fe, vamos en busca de los 
            orígenes de nuestros males hasta la desaparición de 
            los viejos repartimientos de la tierra y otras causas análogas. 
            Estas, de grande importancia en sí mismas, por ningún 
            concepto han de considerarse supremas. Las fuentes del mal están 
            en otra parte: están en los espíritus, de antaño 
            débiles e inmorales, de la clase directora; en el espíritu 
            del criollo, en el espíritu del mestizo, para quienes ha de 
            pensarse en la obra educativa. Sin embargo, la opinión materialista 
            reina aún y, entendida de otro modo, ha venido a constituir, 
            sincera o falsamente, la razón formal de nuestros movimientos 
            armados a contar de 1910. En las páginas que siguen he tratado de desentrañar 
            algunas enseñanzas de nuestras convulsiones de un siglo; he 
            querido poner de manifiesto el dato interno que apunta por entre la 
            maleza de conceptos fragmentarios que han informado nuestra vida política 
            doctrinal; padecemos penuria del espíritu. No soy escéptico respecto de mi patria, ni menos se me ha 
            de tener por poco amante de ella. Pero, a decir verdad, no puedo admitir 
            ninguna esperanza que se funde en el desconocimiento de nuestros defectos. Nuestras contiendas políticas interminables; nuestro fracaso 
            en todas las formas de gobierno; nuestra incapacidad para construir, 
            aprovechando la paz porfiriana, un punto de apoyo real y duradero 
            que mantuviese en alto la vida nacional, todo anuncia, sin ningún 
            género de duda, un mal persistente y terrible, que no ha hallado, 
            ni puede hallar, remedio en nuestras constituciones las hemos 
            ensayado todas ni depende tampoco exclusivamente de nuestros 
            gobernantes, pues ¡quién lo creyera! muchos 
            hemos tenido honrados. Vano sería, por otra parte, buscar la 
            salvación en alguna de las facciones que se disputan ahora, 
            en nuestro territorio o al abrigo de la liberalidad yanqui, el dominio 
            de México; ninguna trae en su seno, a despecho de lo que afirmen 
            sus planes y sus hombres, un nuevo método, un nuevo 
            procedimiento, una nueva idea, un sentir nuevo que alienten la esperanza 
            de un resurgimiento. La vida interna de todos estos partidos no es 
            mejor ni peor que la proverbial de nuestras tiranías oligárquicas; 
            como en éstas, vive en ellos la misma ambicioncilla ruin, la 
            misma injusticia metódica, la misma brutalidad, la misma ceguera, 
            el mismo afán de lucro; en una palabra: la misma ausencia del 
            sentimiento y la idea de la patria. Finalmente, por fuera de propósito que llegue a parecer lo 
            que en estas páginas se dice, algo hay en ellas que quedará 
            en pie, aun en el peor de los casos: la afirmación del deber 
            imperioso, insoslayable ya, de hacer una revisión sincera de 
            los valores sociales mexicanos, revisión orientada a iluminar 
            el camino que está por seguirse la entrada de ese camino 
            que no podemos encontrar, y no a pulir más nuestra fábula 
            histórica. | 
 
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